El partido no había finalizado como él quería. En un conteo de tres, Dean quedo tendido sobre el suelo del anillo. Su respiración era dificultosa y su cansancio era evidente. Ante el público de esa noche, él era un perdedor. El árbitro se arrodilló a su lado y le preguntó si se encontraba bien. Dean respondió con un gemido de dolor que provenía de su hombro izquierdo.
Maldita sea, Seth.
La cortina musical del campeón de peso pesado seguía corriendo y Dean giró su cabeza para ser testigo de cómo Seth le daba su mejor sonrisa arrogante. Esa maldita sonrisa de come mierda que lo caracterizaba últimamente.
Hijo de puta Rollins.
La próxima vez no perdería y eso lo juraba.
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La campana sonó y el partido comenzó. Era ahora o nunca. Tenía que sacar a Seth de su zona de confort y de toda su mierda de superestrella. Debía hacerle recordar quién era realmente.
Con cada caída, Dean lo miraba fijamente y le devolvía una sonrisa indescifrable. Seth fruncía el ceño cada vez más, sin entender. ¿Pero quien podía comprender al medio lunático Ambrose?
Otro movimiento y otra caída, además de… ¿Unos cuantos besos voladores por parte de Dean? ¿Qué demonios…? y las cosas se volvieron confusas para Rollins, quien perdió con un simple descuido.
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¿Así que esto era un juego? bien… entonces jugaría bajo las mismas reglas que Ambrose, pensó Seth, mientras se pavonea con su cinturón de campeón hacia el ring. Él podía escuchar los gritos y la euforia de los aficionados a la lucha libre. Algunos lo abucheaban y otros le daban su apoyo. Si. Él había traicionado a los dos hombres que se ubicaban en el centro del anillo, por un bien común: el suyo. Porque él iba a ser “El hombre”, el mejor luchador de la WWE.
Él era el futuro.
Subió a las escaleras de metal improvisada y se presentó.
Sus ojos marrones se posaron en su ex amigo Roman Reigns y éste último lo fulminó con una mirada de odio y decepción.
Observó que el samoano le murmuraba unas palabras a Dean en el oído y abandonaba el ring, sentándose al lado de los comentaristas.
Seth sonrió para sus adentros. Las cosas podían haber cambiado… pero otras no. Como era el caso de la hermandad protectora que poseía Roman hacia su familia y amigos. Un privilegio que ya no tenía.
Todo inicio y Dean trató de sacarlo otra vez, claro que esta vez no iba a ser posible.
Sus movimientos se sincronizaban y sus ventajas de ganar se igualaban. Pero a su lucha, se le sumaba este extraño juego que llegaba a ser ridículo por momentos.
Dean le sacaba la lengua y Seth repetía sus acciones.
Seth le sonreía cada vez más y en consecuencia, Dean le tiraba más besos.
Seth se movía para aflojar su cuerpo de las tensiones y Dean se relamía sus labios en una gran aprobación, sin apartar su mirada.
Una tensión se formó entre ellos, una energía que iba mas allá de un simple partido.
Era como en los viejos tiempos… cuando ellos eran un equipo y tenían una amistad que podía transformarse en algo mas, sino fuera porque Seth eligió su propio camino.
Ambos estaban disfrutando de esto y no iban a admitirlo tan a la ligera.
Así estuvieron, hasta que Dean fue movilizado en una llave de rendición.
— Yo gane este juego, Ambrose. — susurró.
— ¿Eso crees, niño bonito?— dijo con el poco aliento que poseía.
— Si.
Dean rió con locura y en su arrastre por el suelo, llegó a las cuerdas. Quedando libre para seguir luchando.
Oh, por supuesto que no.
Esto no había acabado y los dos lo sabían.