Luna.
Hansol no sabe a ciencia cierta cómo llegó a la biblioteca del instituto, pero sí sabe que quiere salir de ahí. Y también sabe que quiere aprobar historia, entonces se vuelve a sentar en una de las mesas del lugar. Odia todo en ese lugar; odia el letrero rojo de “silencio” que hay en cada columna, odia al prefecto que no para sus “shh” ante el mínimo ruido, odia ese olor a humedad de los libros, odia las paredes totalmente blancas. Todo.
Mira el grueso libro de pasta dura que tiene en frente y una vez más suspira fastidiado.
— El libro no se va a leer solo.
Escucha que alguien en la mesa contigua le susurra. Mira al dueño de la voz, pero sólo encuentra la portada de una novela cubriendo la cara del entrometido. Desde su lugar, Hansol sólo distingue una cabellera pelirroja oscura y unas orejas apiñonadas.
— No me digas, genio —escupe con sarcasmo—. Métete en tus asuntos.
— No te hablaba a ti —responde con altanería—, pero si la bota te queda… —baja el libro y deja ver a un chico de bonitas mejillas y sonrisa pequeña—. Aunque, en realidad es podría decirse que sí es de mi asunto.
Hansol alza una ceja, entre sorprendido y ofendido. Cree que podría darle una paliza a ese sujeto por hablarle tan irrespetuosamente; no luce como alguien menor que él, pero son desconocidos, no debía usar un lenguaje tan informal.
— ¿Ah, sí? —Lo reta a continuar.
— Sí. —El pelirrojo cierra su libro y compone su expresión en una cara seria—: Es lunes, y estamos a final de semestre, todos quieren estudiar un poco por lo que el lugar siempre está lleno.
El rubio, mira las mesas contiguas y se impacta al saber que, en efecto, el lugar está lleno de personas leyendo diligentemente —incluso hay un sujeto frente a él, que parece ignorar su conversación con el pelirrojo entrometido—, y no sólo eso, en la entrada de la biblioteca hay una fila con más gente.
— Incluso hay gente que espera que una silla de este lugar se desocupe —continúa—. Y tú llevas una hora y media sentado ahí. Haciendo nada. Frunciendo el ceño mientras ves la portada del libro. Te diré algo: no importa cuántas veces mires, el título seguirá siendo “Revolución industrial”; y, por favor, deja de ocupar un lugar que claramente no aprovechas.
El pelirrojo termina su sermón con una sonrisa divertida y recargando su barbilla en la palma de su mano. Hansol está que hierve de ira, pues se siente como un niño al cual lo ha regañado su madre con razones justas, además, se ha sonrojado sin saber por qué —vergüenza, susurra su subconsciente— y ahora también sabe que, sumado a la ya de por sí larga lista, odia al pelirrojo.
— ¡Oye tú…! —Trata de defenderse con el ceño fruncido, pero ha alzado de más la voz, y ahora el prefecto lo amenaza con echarlo. El pelirrojo suelta una risita.
— Cada año la Luna se aleja un poco más de la Tierra, solo que sucede de forma tan lenta que no nos damos cuenta, increíble, ¿no? —suelta, casi como incoherencia. Se levanta y acomoda la silla dentro de la mesa—. Nos vemos luego.
Canturrea sus palabras y sale lentamente del lugar, mientras Hansol lo apuñala con la mirada. Lo odia. Bien podría levantarse e ir tras él para darle una lección; y una vez más recuerda su examen y se arrepiente.