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Un siglo sin ti por JokerFunthom

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Narración. Sebastián
 
 
Ciel se apartó de mí con la respiración agitada y una evidente excitación inscrita en sus ojos.
- Sebastián...- musitó, y mi nombre se me antojó como el más dulce de los sonidos salido de sus labios. Sus ojos azules rodaron hacia Lacie, quien aparentaba no haberse inmutado en lo absoluto al ver la escena, pero por la mueca de confusión en  rostro no fue difícil adivinar que hacía un esfuerzo por comprender la situación.
- Lacie...- la llamó Elizabeth extendiendo sus brazos para cargarla, pero sus manitas se aferraron a las solapas del traje de Ciel.
- No. Yo quiero quedarme. - protestó.
- Tengo que hablar con Ciel, mi amor. -  le pedí sonriendo y aunque tenía intemción de refutar mi orden terminó aceptando. - gracias. - le dije a Elizabeth y ella se alejó con mi hija, que no me quitaba la mirada de encima.
 
 
._._._._.
 
 
Narración. Ciel.
 
Sebastián parecía aliviado cuando Elizabeth se separó de nosotros, pero a mí me inquietaba la impresión confundida de la niña. Mejor dicho, me inquietaba más el quedarme a solas con él.  Sus labios eran tan suaves como los recordaba y mi involuntaria respuesta pareció encenderlo aún más. Quería besarlo de nuevo, pero me torturaba terriblemente el remordimiento de desear lo que ya no me pertenecía.
- Me esperan en el escenario. - le dije, con la profunda certeza de que me odiaría luego de eso.
- Tenemos que hablar Ciel. - me pidió frunciendo el ceño y deshaciéndose de la ternura que segundos antes invadió su rostro. - esto no puede esperar mas tiempo.
- Por favor. - insistí. - no tengo nada que decirte...- Sus labios temblaron y por un momento fue incapaz de pronunciar palabra, pero mis pies se detuvieron esperando que dijera algo. No quería irme tampoco, pero era necesario.
- Sí debes hacerlo, ¡porque hay muchas cosas que no entiendo!
-¡Cállate! - grité y las personas a mi alrededor nos miraron con intriga. No quería causar un alboroto, por lo que lo halé hacia la terraza y lo empujé cuando estaba tan próximo a mí. - no puedes aparecer en mi vida y tratarme como si fueras mi dueño.
- Ciel...
- ¿A qué has venido? ¡Por fin tengo una vida tranquila lejos de todos! Ya había conseguido olvidarme de ti. - mentí.
- ¿Qué ha sido todo entonces? - me reclamó sujetándome por ambas muñecas. - ¿Tan poca cosa fui para tí, como para que me dejaras en Paris y te fueras sin darme explicaciones y sin decirme dónde buscarte? - su expresión era severa, pero aunque hacía un esfuerzo significativo por decir algo que pudiera herirme en realidad estaba tan destrozado como yo. Sus ojos lo delataban, las lágrimas en ellos amenazaban con desbordársele.
- Basta Sebastián. - gemí. - No existe nada entre nosotros que me obligue a soportar esto. Yo no te amo.
Algo en él se quebró en ese instante. Pude sentirlo porque dentro de mí algo atravesó mi corazón también. Ah, ¡el orgullo! Su fortaleza se había desmoronado y me había desarmado de igual manera.
- ¿Me amaste alguna vez? -  cuestionó aflojando su agarre. No le respondí. - Entiendo. - musitó secamente. Se giró en sus pasos y comenzó a caminar de nuevo hacia el salón. "No te vayas, no te vayas" gritó mi corazón golpeándose fuertemente dentro de mi pecho.
- ¡Espera! - musité pero él me ignoró sin detener el paso. - ¡Sebastián! - grité y se paró en seco, pero vaciló antes de volverse a verme. Su rostro estaba tan entristecido que cuando la primer lágrima rodó por sus mejillas me arrojé a sus brazos.
- Te amo, te amo, ¡lo sigo haciendo! - contesté escondiendo la cara en su pecho y entre lágrimas fui incapaz de mirarlo. - ¿no te das cuenta? No puedo mentirme ni a mi mismo diciéndote lo contrario. - gemí atreviéndome a buscar su mirada. Estaba vacía de alguna forma, como si su mente no hubiera terminado de hilar las palabras que acababa de decirle. Sus brazos se movieron inseguros, y lentamente me envolvieron entre ellos. 
Lo besé sin dudarlo. Nuestras lenguas se encontraron por primera vez en cuatro años. Los labios de Sebastián eran tibios, y en ellos había una mezcla de gentileza y cobardía al rozarse con los míos. 
- Ciel. - sollozó. - Quédate conmigo.
- No puedo.- respondí.
- ¿Qué te detiene? - insistió. - yo puedo dártelo todo. Haría lo que sea por ti.
- Sebastian... tú... ahora tienes familia. - mi voz se quebró, mi debilidad cantó victoriosa sobre mi orgullo y mis lágrimas abandonaron mis ojos. 
- Sí, la tengo. - sonrió. - es Lacie. Nada más. - musitó enjugando mis lágrimas.
- Pero Emma...
- Ha sido un episodio en mi vida, nada que no pueda remediarse. Yo quiero estar contigo, siempre lo deseé así.
- No es por eso. - repliqué. - Yo también quiero estar contigo pero, una familia normal e hijos es algo que yo no puedo darte.
- ¿Por qué no puedes? - tomó mi rostro entre sus manos y herré en mi intento de escapar de sus rubíes. 
- ¿No es evidente? 
- No necesito que seas una mujer para darme eso. - me dijo con su voz tan dulce. - Si es eso lo que te detiene, Lacie es mi hija, y será tuya si lo deseas. - su mano izquierda buscó la mía, y sus dedos rozaron los míos con delicadeza. - podemos ser una familia como cualquier otra.
Me sentí profundamente tentado, pero en realidad no sabía qué era lo que frenaba mis ganas de decirle que sí.
- Hey Ciel, toqué una pieza sola, espero que ya te encuentres mejor. - escuché la voz armoniosa de Sieglinde llamándome, pero tardé un poco en reaccionar para separarme de Sebastián.
- Sieglinde, lo lamento. - me disculpé y me deshice del abrazo, pero ella nos miraba anonadada. - voy enseguida. - y comencé a caminar hacia ella.
- Descuida. - dijo con una sonrisa. - te esperaré adentro.
- Oye. - dijo Sebastián tomándome la mano y me giré para verlo.
- Tengo que irme. 
- Me hospedaré aquí en Port Royal, mevoy en tres días. Habitación mil cuatrocientos cincuenta y ocho.- sua ojos me miraban suplicantes, y antes de soltarme besó mi mano. - te estaré esperando.
 
 
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Narración. Sebastián.
 
Atravecé el  largo corredor con grandes zancadas y toqué inquieto la puerta de la habitación que se encontraba frente a la mía.
- Ya voy. - gritó Elizabeth y cinco segundos después me abrió la puerta Charles.
- No ha querido comer nada. - bufó con sorna y Lacie corrió a mi encuentro.
- Charles no sabe cocinar. - dijo haciendo un puchero y Grey frunció el ceño. 
- Tiene sentido. - me reí y la tomé en mis brazos. - muchas gracias. Despídete Lacie.
- Adios. - musitó enredando sus brazos al rededor de mi cuello.
Abracé su cuerpecito con la diestra y con la izquierda saqué la llave de mi chaqueta.
- ¿Tienes hambre? - pregunté y ella negó con la cabeza. 
- Tengo sueño. - respondió acostando su cabeza en mi hombro. Atravesé la pequeña sala de estar y entré al cuarto. Tenía una maravillosa vista panorámica y la ciudad se apreciaba en su esplendor nocturno. 
Senté a Lacie en la cama y deshice el moño de sus valerinas, desabotoné su vestido y saqué una pijama de mi maleta, con matices coloridos y bailarinas estampadas. 
- Papi... - susurró mirando los dibujos de su ropita.
- ¿Dime?  - respondí mientras doblaba su vestido y lo metía en la cajonera del closet.
- ¿Te gustan los hombres? - preguntó con toda la inocencia del mundo confiando en que le repondería con la verdad.  Debo decir que había previsto que me preguntaría algo como eso, pero no estaba seguro de cual sería mi respuesta.
- No, no me gustan los hombres. - sonreí tomando sus manitas entre las mías.- solo me gusta ese chico, solamente él.
- ¿Por qué?- cuestionó nuevamente. ¡Demonios! Mis nervios estaban al límite.
- Mira Lacie. - tomé su carita entre ms manos. - A veces me es imposible entenderme con tu mamá. Tenemos ideas muy distintas y ella tiene a otra persona que la cuide y la quiera. Yo también tengo una persona para mí. - hice una pausa, ella me escuchaba atenta. - Ciel me quiere mucho y me cuida, y yo también lo quiero a él.
-¿Tú quieres que Ciel viva contigo? -asentí con una sonrisa. 
- Eso me gustaría mucho.
Lacie me dio un empujón y escondió su carita entre sus manos. Luego sollozó y me di cuenta de que estaba llorando.
-  Entonces, ¿vas a dejar de quererme? - intenté abrazarla y ella se resistió. - ¿vas a dejarme con Emma para estar con Ciel?
- No mi amor. - aseguré, y aunque volvió a resistirse quité sus manos de su cara para enjugar sus lagrimitas y la abracé. - Yo quiero que Ciel viva con nosotros porque va a quererte mucho y a cuidarte como tu mamá no lo ha hecho. ¿No te gustaría?
- Pero... ¿y si Ciel no me quiere? - gimió. Y caí en la cuenta de que era eso lo que no contemplaba en mis planes. Quizá Ciel se resistía a mi insistente propuesta porque no quería cargar con un compromiso tan grande como lo sería el cuidar a mi hija, si él no quería eso entonces dificilmente se relacionaría con Lacie y serían tan distantes como Emma lo era con ella. Pero intenté ignorar esos pensamientos. No había manera de que Ciel hiciera eso, no lo haría consciente de que eso me lastimaría.
- Va a quererte mucho. - musité y besé el dorso de su manita izquierda. - casi tanto como te quiero yo.
Ella se quedó reflexionando unos minutos en silencio, pero el sueño la vencía y sus ojitos se entrecerraban.
- Ven, vamos a la cama. - le besé la frente y la arropé entre las cobijas y me recosté a su lado.
- Cántame. - pidió, y asentí gustoso tarareando una canción de cuna mientras le acariciaba el pelo.
- Papi. - me interrumpió sin abrir los ojos. - voy a portarme muy bien para que Ciel se quede contigo. - susurró y mi corazón se agitó conmocionado por la alegría. Lacie se quedó dormida y me quedé unos minutos más allí a su lado. Yo también quería creer que Ciel estaría con nosotros.
 
 
 


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