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Fate por MemeDrogasLocas

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Notas del fanfic:

¡Hola! Les traigo el fanfic del día tres, me costó mucho hacerlo, más que nada porque se me atravesaron demasiadas cosas, sin embargo pude terminarlo a tiempo. Perdonen si hay algun error por ahí, no he tenido tiempo de betearlo xD estoy cansada, pero valió la pena. 

Se que el fic daba para más ¡pero 15,000 palabras son más que suficientes! 

<3 Espero les guste, siempre quice probar esta tematica de piratas y eso. 

Notas del capitulo:

Bueno, aquí está, ¡disfruten la lectura! *A* el AoAka es vida, es amor <3

:DDDD Para el evento del mes Akashi <3

 

Hace mucho tiempo, existieron piratas. Pero ninguno fue tan temido como el capitán Aomine Daiki. Él era, sin duda alguna, el peor de todos. Era cruel, egoísta y poderoso, quizá demasiado. Daiki, se decía, era poseedor de una espada especial y de… algo más. Pero todo cambió. Su mundo entero cambió cuando se enteró de la existencia de cierto tritón. Aquel tritón se llamaba Akashi Seijuuro, él, se suponía, estaba destinado a ser el heredero de los siete mares, su grandeza sería conocida y temida por todos. Sin embargo, el rastrero capitán pirata tenía otros planes para todo el poder que residía en las manos de Akashi. Después de todo, ¿Cómo podría llamarse a sí mismo un pirata y no sentirse atraído por el mayor de los tesoros, la llave a un poder supremo, la criatura más hermosa del océano?


O al menos, eso es lo que dice su historia.



Aquella era la tercera vez que revisaba el mapa. No estaba nervioso o inseguro, la suerte siempre estaba de su lado, además de que, en caso de adversidad, se sabía fuerte y capaz como para afrontarlo y superarlo. La realidad era que estaba ansioso, sí, ansioso. Su ansiedad era considerable, más aun cuando estaba emocionado y su instinto de aventura estaba en llamas. No había forma de distraerse o calmarse, apenas sentía que se acercaban aunque fuera una legua más a su destino, era suficiente para sumirle en una especie de estupor eufórico que calentaba su sangre y excitaba su imaginación. ¡Oh, ya podía verlo! ¡Lo divisaba tan claramente! Aquel tesoro estaba cerca, podía casi olerlo.


Revisó por cuarta vez el mapa. El mapa era antiguo, tenía que manejarlo con el más exquisito de los cuidados, de lo contrario, se haría polvo. Aunque, por fortuna, pese a su edad, el mapa se lucía claro como el agua y mostraba con toda precisión que rutas evitar y cuales tomar, era toda una maravilla, ni los mapas modernos eran así de buenos. Quizá era mágico, ¿por qué descartar la idea? Ya que, si se piensa un poco, es poco probable que ese pedazo de pergamino de hace miles de años fuese capaz de conservarse tan excelentemente y, más que nada, mostrarse tan claro y preciso. El papel era muy delicado, sí, pero no menos fiable.


—Estamos cada vez más cerca —murmuró para si el terrible capitán.


Aomine tomó el mapa con cuidado y lo guardó en un cofre de cuádruple candado, nunca se es demasiado precavido cuando se es un pirata. No le preocupaba que alguno de sus hombres intentara robarle, nadie era tan idiota como para entrar a su camarote con la expectativa de allanarle sin ser visto, más bien, en caso de alguna invasión, con no tan poco probable, después de todo, ser el pirata número te daba demasiada fama, demasiado respeto y demasiados enemigos.


El capitán se observó en el espejo antes de salir, aunque era un pirata y la imagen importaba un huevo, lo cierto era que el moreno capitán gustaba de tener una “imagen”, más que nada porque por rico que seas un capitán feo jamás atrae a las damas, y a Daiki le encantaban las damas, en especial las voluptuosas. Como sea, se observó y se encontró impecable. Sus botas negras brillaban pulcras, sus pantalones del mismo color eran perfectos aunque con algunos rasguños, eso era inevitable, un gaje del oficio, se podría decir. Su camisa blanca ligeramente desabotonada que dejaba al descubierto su pecho y una cicatriz se veía mejor que nunca, le daba un aire rudo, aunque, Daiki mostraba esa cicatriz como un hermoso trofeo de cierta batalla que había tenido hace unos años, era un buen recuerdo. Y entonces, notó lo que le faltaba, su sombrero. Tomó un sombrero negro con una pluma azul marino, muy elegante. Aomine gustaba de ambos estilos, por una parte quería verse descuidado y salvaje y por otro lado elegante y galante, ¡sí! Definitivamente no había pirata más fuerte o apuesto que el en todos los siete mares, y si alguien le contradecía, bueno, un balazo o dos era suficiente para silenciar cualquier boca mugrienta de marinero maricón.


Tomó su cinturón donde tenía siempre sus dos hermosas pistolas, eran tan elegantes como funcionales y hubieran valido cada moneda de oro que, por supuesto, no pagó, fue más fácil amenazar de muerte al fabricante. También tomó su espada, hecha con el mejor acero de todos entre otras cosas y algunos truquitos mágicos, pero esa es otra historia. Lo bueno de ser ambidiestro es que siempre podía pelear con ambas armas al mismo tiempo, o intercalarlas, ¡sí que era un placer tener estilo a la hora de combatir!


Ya listo salió de su camarote. Sus hombres se encontraban en cubierta, algunos limpiando, otros vigilando que no hubiese moros en la costa. Y otros, charlando. Aquel parecía ser un día de “poco trabajo”, de hecho era natural que así fuera, lo complicado aún no empezaba.


Su segundo al mando, Kagami Taiga, fue el primero en saludarle, como siempre era atento. Kagami sin duda era su mejor amigo, nadie podría pedir un mejor oficial. Se entendían perfectamente, sin duda podría confiarle lo que fuera, o bueno, casi todo, hasta esto Daiki era receloso hasta cierto punto con todo el mundo, incluyendo a su hermano de otra sangre.


—Los cielos nos saludan, ¿no crees, Kagami?


—No habíamos tenido mejor tiempo, ciertamente. ¿Vamos cerca?


—Sí, estamos avanzando muchas leguas en un tiempo menor al que estimé, estaremos ahí pronto.


Los dos camaradas se dedicaron sonrisas viles, dignas de piratas temibles.


¿A dónde se dirigían? Se dirigían al escondite de las sirenas, que hasta la fecha había sido un misterio. ¿Por qué? Porque esa especie de sirenas en específico era demasiado pacifica, y al contrario de las sirenas normales y exhibicionistas que gustaban de hundir barcos, esta civilización avanzada únicamente se interesaba en el conocimiento, por ello para evitar pleitos, guerras o ataques de otras especies, mantenían su ubicación en secreto. Sin embargo, por azar del destino y una historia antigua, sólo un hombre había visto la guarida de las sirenas con sus propios ojos y había trazado un mapa ancestral que serviría de guía a los hombres de buena fe para encontrar la llave al gran conocimiento, o ese era el plan del hombre que había trazado el mapa, la realidad, por supuesto, fue otra. Aomine Daiki decidió adueñarse del mapa, claro que antes de robarlo ni siquiera sabía a qué tipo de tesoro llevaba, ¿importaba acaso? No, la verdad no, y sin importarle nada hurtó el mapa, por no decir que lo arrancó de los helados dedos de un muerto.


Sobre las dos especies de sirenas, hay ciertas diferencias importantes que Aomine tomó en cuenta. La primera especie es salvaje, sólo habla idioma marino, canta a la luz de la luna y exclusivamente conservan una forma. Son criaturas astutas, rastreras y viles aunque hermosas, pero no hay nada fabuloso en ellas. La segunda especie, en cambio, es culta, refinada, y posee demasiado poder. La segunda especie gobierna desde las sombras, procurando un equilibrio perfecto en los reinos subterráneos marinos, no hacen gran barullo y cambian de forma. Se dice, que su naturaleza depende de la luna, cuando la luna es débil y tiene poca presencia, si esas sirenas están fuera del agua, se transforman en una especie de hibrido sirena-humano, aunque estos efectos duran solamente de noche. Y cuando la luna está en su mayor esplendor sus poderes se elevan a niveles increíbles.


Aomine aprendió todo esto de las notas del mismo hombre que había dedicado años de su vida a estudiar el comportamiento de dicha especie, claro que encontró esto tiempo después de haber conseguido el mapa, ¿era eso una señal o una coincidencia? Era demasiado magnifico y conveniente. Daiki no supo si el hombre era especial en sí o si las sirenas le habían entregado años de vida, ya que sus estudios parecían abarcar décadas enteras de aquellas sublimes existencias. Aunque, cabe decir, lo que más le importaba a Daiki no era la ciencia o el conocimiento, sino la afamada: joya del mar.


La joya del mar no era una perla, no era algo, sino alguien. Cada siglo en el mar está destinada a nacer una joya del mar, que se alzará sobre los de su especie para reclamar el absoluto poder, y una vez que alcanza su meta gobierna el océano durante mil años, hasta que fenezca. Pero, hay una condición, para que todo esto suceda la joya debe mantenerse pura y a salvo hasta el día de su ascensión, puede ser hurtada, y hasta donde Aomine planeó, usada. Los poderes de la criatura eran asombrosos y las proezas que anunciaba eran magnificas. Sin duda alguna, aquel que fuese poseedor de la joya del mar sería el próximo rey todo poderoso. Los escritos decían que aquel que fuese capaz de poseer a la joya sería acreedor de un poder más allá de los límites. Pero, había un precio, a cambio de tanto poder, sobre la persona caería una maldición, una maldición que el autor de los escritos nunca llegó a conocer, pero que de igual forma, advertía era la perdición, algo que ningún hombre debería sufrir, casi como una enfermedad que no es una enfermedad pues es incurable, aunque no es mortífera, el menos no de inmediato, es algo horrible que te consume poco a poco y a largo plazo.


Cuando Aomine estuvo al tanto de todo esto, se lanzó en busca de la joya. Ya que, con toda seriedad, no había gastado cinco años de su vida buscando el mapa y leyendo para quedarse con los brazos cruzados. Hubiese sido sensato que lo hiciera, de hecho estaba por dejarlo pasar, ya que el viaje además de ser descabellado era inútil, ¿Cómo saber cuándo nacería la siguiente joya? ¿O qué tal si ya había nacido? No se puede hurtar a semejante rey o reina tan rebosante de casi omnipotencia. Daiki era osado, pero no idiota.


¡Ah! ¡Pero el destino es tan curioso! Un evento simple llevó al capitán pirata a considerar la búsqueda. Un día, mientras desembarcaba en un puerto de una isla, Aomine se topó con una mujer misteriosa, era la chaman de la aldea y la jefa de su tribu, y esta se ofreció a leerle la fortuna al pirata. El capitán, que no perdía nada con intentar, permitió que la mujer leyera lo que el destino le tenía deparado. Durante largo rato Aomine no tuvo más remedio que creer que en verdad estaba frente a una autentica sabia, toda una clarividente. Y entonces le preguntó sobre la joya. La mujer, por una gran suma que Daiki le pagó sin dudar, le dijo que la joya nacería pronto y le dio la fecha exacta de cuando su especie sería más débil y de cuando sería su ascensión. Daiki no se lo podía creer, aquello era… el destino mismo.


—¿Moriré en mi búsqueda? ¿Será en vano? —preguntó con la sangre hirviendo.


—No, estas destinado a tener éxito. Sin embargo, te aconsejo que tomes en cuenta la maldición que aquel ser conlleva, quizá pueda jugarte en contra. Capitán, le aconsejo sólo que sea cuidadoso, uno nunca debe subestimar los poderes del océano así como las aguas, sé que lo comprendes. Y, lamento no poder decir más… supongo que el resto no ha sido escrito, dependerá de ti.


—Bien, lo tomaré en cuenta.


Aomine le pagó a la mujer más de lo que había pedido al final, ¿qué eran unos doblones comparado a poseer a la gran joya del mar? ¡Con sólo pensar en todo el poder que obtendría! El pirata estaba agradecido con aquella mujer, si nunca se hubiese acercado, seguro nunca hubiera sabido lo que ahora. ¿Había sido eso algo escrito? ¿O una casualidad? La verdad no lo meditó tanto, su mente estaba inmersa en planes. Ya con el mapa en manos y los libros leídos, lo único que faltaba era apresurarse para así llegar a tiempo para hurtar a la criatura antes de que su poder se volviera absoluto e inmanejable.


Kagami era el único a bordo que sabía exactamente que… no, más bien, a quien iban a buscar. Los demás pensaban que se trataba de otro tesoro fabuloso, quizá un cofre con oro o joyas, seguramente joyas, ya que de vez es cuando escuchaban como esa palabra se escaba de los labios del capitán.


—¿Dónde está Atsushi? —inquirió Aomine.


—En la cocina, como siempre, se cree el chef del barco.


—Que haga lo que quiera —dijo Aomine sonriendo socarrón—, es un dolor de cabeza cuando se aburre, no necesito que empiece sus peleas estúpidas en mi barco.


—Capitán, creo que es hora del  discurso motivante del día —agregó Kagami—. Tomaré el timón mientras nos deleitas con tus sabias palabras.


Daiki sonrió, le dio un fuerte puñetazo a Kagami en el hombro, como gesto de camaradas.


Aomine se sujetó de las cuerdas del barco y cuando alcanzó altura gritó.


—¡Escúchenme bien, malditas cucarachas rastreras del averno!, ¡nos acercamos cada vez más a nuestra meta, pronto las aguas se volverán más turbulentas! ¡Así que más vale que preparen sus malditos culos de mierda, no quiero ni un maldito problema! ¡¿Me oyeron, asquerosos perros sarnosos?!


Lejos de molestarse, todos empezaron a gritar con alegría, de cierta forma no les molestaba que Aomine fuera así, de hecho, esa crueldad y ese mal trato era como… algo que le distinguía, le daba una facha de líder, rudo pero asombroso. Además, le respetaban, lo veían como alguien tan increíble que sin duda estaba en su derecho de tratarles como basura. Y, cabe decir, que siendo piratas no se consideraban seres dignos y exquisitos, eran perros sarnosos, codiciosos y hambrientos.


—¡Sí, capitán Daiki! —gritaron al unísono y luego las risas y las bufonerías reventaron, todos en el barco estaban más que animados, y sentían su espíritu explotar cuando su capitán anunciaba la proximidad de eventos emocionantes.


—¿Hm? ¿Por qué el alboroto, Kagami? —preguntó Atsushi, apenas salió de la cocina y subió donde Kagami, quien contento observaba el espectáculo mientras manejaba el timón.


—Ya sabes, Daiki dando algo de buen ánimo. Él también está emocionado.


—El peligro se acerca, ¿verdad? Siempre se pone eufórico cuando estamos cerca de enfrentar el infierno o en las peores circunstancias, nuestro lunático capitán parece gozar la adrenalina de estar al borde de la perdición. Aunque… no le culpo, es lo que hace tan divertido ser pirata, es llegar a donde nadie más ha podido. 


Atsushi metió un pedazo de comida en la boca de Kagami, tras decir sus increíblemente profundas y poco habituales palabras, no era alguien de tanta habla, de hecho, no era alguien de casi nada, más que de cocina o pelea, sí, era una bestia cuando se traba de pelear. Taiga casi se ahoga pero apenas pudo tragar sonrió, aquello era cordero asado y sabía excelente.


—¿Para el capitán? —Kagami sintió casi pena al formular la pregunta, amaba la carne, sin embargo si eso era para el capitán no había ni chance de tener un bocado.


—No, son sobras para ustedes. A él le preparé langosta, es su favorita —Atsushi parecía contento también, porque, aun si no lo decía, él también  amaba las situaciones engorrosamente letales. El chico, de apenas diecisiete años, era altísimo y su cabello lila y lacio le daba un aspecto tenebroso. Según Kagami él debería ser tratado como grumete, pero… nadie podía negar que era un genio, era el segundo pirata más impresionante y nato a bordo, el primero obviamente era Daiki que de hecho había comenzado su vida de pirata desde los trece años, inicio como grumete desde niño, cuando logró hazañas se volvió segundo oficial del capitán y cuando este murió Aomine tomó el control.


Aomine regresó una vez terminado su discurso motivacional. Pidió el timón y Kagami lo entregó sin dudarlo. Daiki adoraba navegar su propio barco. Aquel hermoso barco, cabe decir, era el más rápido que se pudiera desear, además de ser totalmente exquisito. Decir que valía su peso en oro resultaba poco para describir el increíble valor de esa nave. Claro que el barco sólo era una parte, en general Aomine adoraba navegar por el océano, de hecho se decía que lo único que el gran pirata amaba era el mar, quizá algo cliché, pero así era él.


—Atsushi, amarra todo allá abajo, cuando lleguemos a los acantilados no quiero ni una sola perdida de provisiones, ¿entendiste? —ordenó Daiki sin siquiera mirarle a los ojos, su vista estaba consumida por la inmensidad de los exquisitas extensiones acuíferas. Atsushi respondió vagamente que eso debía darlo por hecho y tal como había aparecido volvió a desaparecer sumiéndose a su mundo de cocina.


—Escúchame Kagami, lo que diré no lo volveré a repetir. Nos faltan pocas leguas para adentrarnos al verdadero reto. Lo primero serán las aguas letales, están llenas, no… más bien, ¡están infestadas de malditos monstros marinos! Así que quiero que todos estén armados hasta los dientes. Pero eso no es lo importante, confío en mis hombres. Lo importante viene después cuando lleguemos a esa zona llena de rocas puntiagudas, ¿lo recuerdas? En el mapa estaba señalado como “la mandíbula de kraken”. Es en extremo importante salir de ahí con el menor de los daños posibles, ya que esa es la parte fácil, así que estas a cargo de dar las ordenes mientras yo navego, me se la ruta “segura” de memoria. Así que, ni un sólo hombre menos, ni un sólo recurso perdido.


—Pero… si vamos por la ruta segura, ¿por qué tendrían que suceder percances? ¿Qué viene después que puede ser peor que la “mandíbula del kraken”?


—Porque uno nunca sabe. Si alguien a quien jamás subestimaré en mi vida, es al mar. Lo siguiente, no tiene nombre, porque no puede ser nombrado o comparado con nada, y eso, es nuestra entrada, ya he calculado y ahí es cuando los daños inevitables ocurrirán. Así que cállate y haz lo que te he dicho.


—Sí, mi capitán.



El mar rugía con furia, las olas reventaban con tormentosa fuerza. La tormenta había salido “de la nada”. Llegando a cierto punto del mapa el cielo se había vuelto negro, y las olas crueles. Pero aquello era el menor de los problemas, para Daiki todo era una simple llovizna. Lo terrible venía a continuación. El barco de Aomine se acercaba a una zona del mapa llamada “la agonía de la ninfa marina”, un nombre dado a que las olas eran tan terribles y letales como el llanto de las ninfas marinas. Cabe especificar que tanto el clima como el nombre era lo menos preocupante, lo terrible eran los remolinos. Si tomaban malos caminos entonces un enorme remolino se tragaría el barco. Luego de la «agonía de la ninfa», viene «Cólera neptuniana», y por último «la mandíbula del kraken». Esos, en pocas palabras, eran los tres “pequeños” obstáculos que servían de protección infalible a la guarida de esas sirenas.


Por suerte, el capitán Daiki estaba preparado, no había estudiado ese mapa durante cuatro meses para nada. 


Mientras el pirata estudiaba el mapa, se percató de todas las precauciones que aquella raza se había tomado para alejar a cualquier nave, barco o lo que fuera. La agonía de la ninfa garantizaba que cualquier pirata o marinero se perdiese, ya que sin un mapa o bien real sentido de la dirección no resultaba muy difícil creer que más de mil barcos habían sido destrozados por los remolinos. El segundo obstáculo, por otra parte, se aseguraba que aun si fueras lo suficientemente astuto como para pasar el primer obstáculo, igual tu barco quedaría hecho trizas. La cólera neptuniana era una enorme trayectoria atestada de monstros marinos como calamares gigantes, cachalotes gigantes, dragones marinos, serpientes ancestrales, etc. Y, en caso de que por ventura sobrevivas a los dos obstáculos, es más que seguro que la mandíbula del kraken hará trizas lo que quede.


“Sí, definitivamente las sirenas saben cómo darle la bienvenida a los extraños, ¡vaya día de campo!”, pensó Aomine con irónica y trémula emoción la primera vez que examinó el mapa.


Por suerte el capitán, en aquellos momentos de mal clima, mantenía una calma que a muchos podría parecerles ridícula, muy ridícula. Por suerte también, la tripulación tenía gran temple, nadie a bordo estaba nervioso o asustado, estaban muy ansiosos como todo buen pirata que se enfrenta a lo incierto, pero nada más. Es cosa del pasado, pero cabe mencionar que alguna vez los hombres de Aomine pertenecieron a la guarida naval del rey, y eran ineptos. Pero no eran ineptos en el fondo, sino que su capitán era un inepto mayúsculo, y Daiki que era del pensamiento de “el capitán hace a sus hombres” vio una buena oportunidad y simplemente los arrastró al mundo de la piratería. El resultado fue mejor bueno, fue más excelente, toda una tripulación de mordaces hombres que durante años habían añorado dar rienda suelta a sus propios deseos; bestiales y crueles, ruines y groseros, fuertes y leales, así eran todos sus hombres.


La “agonía de la ninfa marina” no paraba de hacerle honor a su nombre, entre más se adentraban en aquella horrorosa zona, Daiki se emocionaba más, pero también las olas se volvían más y más violentas. ¿Cómo era posible que las aguas apacibles de hace un momento ahora luciesen como el peor de los infiernos tormentosos que el océano pudiese brindar? Las olas estaban alcanzando tamaños horripilantes, como si intentaran tragarse al barco.


—Esto será una larga fiesta…—se dijo Aomine a sí mismo. Cualquier otro hubiese hecho una mueca de disgustos o miedo, pero, este loco pirata de tez morena, sonreía con la mayor de las locuras. Él sabía qué hacer.



Nadie podía creer lo que veía. Sí, sabían que su capitán era poderoso, pero… aquello rayaba en lo absurdo. ¡Aomine había vencido una serpiente marina de un golpe! ¿Cómo era posible? ¿Es que acaso aquel sujeto era un hijo de dioses? Era irreal, ver a un humano vencer a una bestia marina de ese calibre era irreal. La tripulación sintió un profundo y renovado temor/respeto por ese hombre de escasa edad.


Un dragón marino emergió de las aguas turbulentas, la tormenta ya no era intensa pero las criaturas que se sacudían bajo el barco eran algo de lo que preocuparse. Por suerte ningún calamar gigante les había atacado aun, puesto que lidiar con sus tentáculos gigantes sería un enorme problema. Daiki permanecía fiero, la furia de sus ojos era evidente, siempre bravo se negaba a retroceder o huir. Apenas el dragón se acercó, Aomine subió a toda prisa por el palo de la mesana y aferrándose de las cuerdas subió al palo mayor donde está la clásica banderola. La suya, era negra por supuesto, ¿qué pirata se llamaría a sí mismo uno sin una temible bandera que anunciara su presencia? No es de piratas pasar desapercibidos, es de pirata causar pavor.


Una vez arriba, se aferró al mástil. El dragón marino había subido una de sus gigantes aletas en la cubierta de la proa, provocando que el barco se ladeara. Aomine por poco cae. Ahora podía verle directo a los ojos. Ah, sin duda recordaría por el resto de su vida esos ojos furiosos y ancestrales tan llameantes como los propios. El dragón exhalaba agua de mar con gran enojo, sus colmillos gigantes se mostraban listos para lanzarse al acecho. Daiki supo leer lo que ese animal pretendía, quería morder el mástil y, apoyando su aleta con mayor fuerza, darle vuelta al barco para hundirlos a todos y hacerlos presas fáciles para devorarlas. “Hoy no es tu día, maldita bestia inmunda”, farfulló Aomine para sí. Y entonces, sacó su reloj de bolsillo y… detuvo el tiempo.


Uno ha de saber que el gran capitán no era un gran pirata solamente porque sí, también sus ambiciones eran tan grandes como él, y los tesoros que había robado eran la prueba de ello. Muchos creían que la magia era algo tonto he inventado, sin embargo, Daiki jamás dudó de las ocultas artes, era gran creyente y amante de las leyendas y las mitologías regadas por la tierra. Más que nada, él sabía que todas las leyendas siempre ocultaban algo de verdad, y con el pasar de algunas aventuras cuando era grumete y los años, no había hecho otra cosa sino colaborar que la magia, las leyendas y la mitología eran verdaderas en ciertas partes. Una de ellas, los tesoros, esos eran lo más tangible.


Y, entre los tesoros de Daiki, había dos que destacaban. Uno era su hermosa espada que había obtenido con mucho esfuerzo, la espada era magnifica por sí sola, su acabado era precioso y estaba hecha de los materiales más sofisticados, pero lo que la había extra especial era el hecho de que era absolutamente indestructible (incluso Daiki la había intentado romper de toda forma posible, le apuntó con un cañón y también trató de fundirla, pero la espada nunca sufrió daño). Ya más tarde, luego de cierto viaje a china, algunos alquimistas y algo de lo que llamaban “ciencia”, aprendió a crear “fuego griego”, el fuego griego es un fuego que no se extingue con el agua, esto gracias a la mescla de ingredientes que se le agregan antes de crear la chispa que enciende la flama. Con un dispositivo Daiki podía accionar la chispa y encender su espada, era útil para cuando no tenía antorchas, además de ser un artefacto único que muchos otros consideraban maldito, incluso la llamaban “la espada del hijo del diablo”, Aomine se reía por esos nombres tan magníficos, que, lejos de molestarle, a secas, elevaban su popularidad hasta los cielos. En combate una espada de fuego puede ser de gran ayuda, como hace un momento, Aomine usó la espada para vencer a esa serpiente marina, bastó un sólo tajo. El fuego paralizó al animal dejándole cegado, y ¡saz! Quedó sin cabeza.


El segundo objeto era secreto, ni siquiera Kagami era consciente de que Aomine lo poseía. Era un reloj maldito, ese reloj maldito tenía la apariencia de un reloj de bolsillo de plata común, tenía un hermoso gravado en la tapa de un bote antiguo, y una cadena. Sin embargo, ese reloj no daba la hora, sino que era capaz de detener el tiempo. No hacía nada más. No podía adelantar o retroceder el tiempo, sólo detenerlo. Era algo “simple” pero a su vez maravilloso, era la mejor arma de Aomine y el secreto de su éxito en los últimos dos años de su carrera pirata. Daiki tenía en la actualidad casi treinta años, estaba en su apogeo, en los mejores años que cualquier marino puede saborear. Es una edad justa, donde no eres viejo, ni eres muy joven, donde no eres imprudente pero tampoco muy sabio, es como un fabuloso punto medio en donde todo tu potencial está al alcance.


Así pues, el tiempo se había detenido gracias al reloj maldito. Aomine respiró hondo. Observó las gotas de lluvia paralizadas, le gustaba ser capaz de observar la lluvia, era algo único. Se tomó su tiempo. Sacó de su bolsillo una pequeña botella, era una cantimplora de bolsillo llena de whisky, la bebió de golpe, tenía sed desde hace unas horas pero había estado ocupado. Con todo en orden observó la situación con calma. Sus hombres estaban bien, estaban usando los arpones con las bestias gigantes y las que intentaban colarse al barco se enfrentaban a la pólvora de sus pistolas. ¿Cuántos cañones estaban disponibles? Todos, aún no había necesidad de usarlos, esos son para distancia. Bien, eso era bueno. Luego trazó el mapa en su cabeza, posiblemente los pulpos y calamares le aguardaban más adelante. Todo iba bien, podría estar peor. El barco estaba en excelentes condiciones.


—Bien amigo, no puedes seguir inclinando este bebe, me costó mucho construirlo —comentó Daiki, estaba feliz de escuchar su propia voz, las tormentas son un fastidio cuando uno necesita mantener la comunicación.


El pirata logró posicionarse sobre el hocico cerrado de la bestia. ¡Vaya, vaya! Sin duda podría vender esos ojos en el mercado negro y a muy buen precio. Así que sin pensarlo dos veces empuñó su espada y la encajó en el enorme orbe rojizo del animal, con fuerza lo arrancó. Procedió con el otro ojo de igual forma. Cargando ambos ojos gigantes, llenos de sangre purpura, bajó de nuevo y con toda calma los guardó en su camarote, se aseguró de que nada estuviera demasiado roto. Luego salió y tomó un cañón que apuntó directo al pecho del dragón. Lo cargó y cuando estuvo listo descongeló el tiempo nada más para encender la chispa, en cuestión de segundos volvió a congelar el tiempo, aún no había terminado. Sabía que debía encargarse adecuadamente de los dragones marinos, cuyas escamas son casi impenetrables, además de tener una gran resistencia. En aquellos instantes Daiki podía mofarse de todos los que le habían criticado alguna vez por pasar horas y horas estudiando criaturas míticas.


Daiki volvió a escalar y disparó varias veces en dirección al hocico de la bestia, también disparó directo en sus orificios nasales, la pólvora le impediría aspirar oxígeno para así crear fuego. Luego encajó su espada muchas, muchas, muchas veces en el área donde se encontraba el corazón de la bestia y a donde estaba apuntando el cañón. Tal como había dispuesto Aomine, el disparo por sí solo no hubiera hecho más que enervar a la bestia, pero ahora que había quitado las gruesas escamas el camino estaba libre.


Luego, cortó su aleta, pues temía que cuando el dragón marino se desplomara fuera a hacerlo dentro del barco, o peor, arrastrar la nave con su peso al irse para atrás.


Con todo listo, presionó el botón del reloj. El tiempo avanzó adecuadamente y la lluvia siguió su curso. El ruido volvió. Y de pronto, ¡BAM! Un disparo de cañón que impactó directo en el corazón del dragón marino que apenas había comenzado a rugir al sentir el dolor y percatarse de que en un parpadeo se había quedado ciego. Hubo ruido estridente, la bestia se quejaba y seguía rugiendo, y aunque intentó expulsar fuego para incinerarlos a todos, los disparos y la pólvora no se lo permitieron. El dragón se ahogaba, y por el disparo en su corazón lentamente moría. La pérdida de sangre y la destrucción de su corazón aceleraron su muerte, el dragón al fenecer se hundió sin fuerzas en el mar. Kagami, que a duras penas era capaz de sostener el timón, observó atónito. No comprendía de donde o mejor dicho, quien había preparado ese cañón, había visto a Daiki escalar pero le había perdido la vista. ¿Cómo diablos había hecho eso? Nunca lo sabría, pero se asombró demasiado, por poco soltaba timón. Igual toda la tripulación se quedó pasmada de nuevo, pero, a diferencia de Taiga no quisieron desgañitar mucho el asunto así que se dignaron a dar gritos de júbilo y victoria.


Aomine observó su barco. Todo iba bien, el trinquete y la mesana de su barco estaban en perfectas condiciones. Las velas cerradas y bien sujetas. El casco y el mástil también seguían en pie. El barco resistiría un poco más.


Pero lo peor se venía, y aquello era el calamar gigante.



Estaba agotado, básicamente porque él se había encargado del calamar gigante.


—¿Capitán? ¿Puedo preguntarle algo? —preguntó Atsushi mientras le servía su comida.


—Sí, ¿Qué necesitas, Atsushi?


—Nada, únicamente saber cuánto falta para llegar a la mandíbula del kraken.


—Llegaremos en una hora o dos —respondió Aomine, una sonrisa de satisfacción era notoria—. El viento nos favorece. Desplieguen las velas, pero, apenas el cielo se ponga gris de nuevo, pliéguenlas. No quiero otro percance, ya tuve suficiente con ese maldito calamar destrozando el trinquete del barco, sin embargo, nos las apañaremos. Lo que sigue requiere de atención,  nada más. Tomaré una siesta, dile a Kagami que está a cargo.


—De acuerdo, iré a informarles, bon apetite capitán. Y, disfrute de su siesta.


Dicho esto, Atsushi abandonó el camarote dejando a Daiki solo.


Mientras Aomine comía con avidez y bebía con el doble de avidez, se puso a repasar por milésima vez la ruta no-mortal que le salvaría el pellejo a su tripulación y a su querido barco. Luego, suspiró pesadamente, estaba cansado. Sobrevivir a la ninfa marina requirió a 24 horas de no dormir. Y todo esto de los monstruos se llevó casi otro día entero, ya eran las tres de la tarde.


Apenas el capitán terminó su comida, se echó a dormir, tenía que estar bien descansado para la última prueba antes de obtener la fabulosa joya del mar.



Ya faltaba poco, un poco más y lo lograría. ¡Por Neptuno que estaba al límite!


Aomine estaba al borde, estaba a nada de perder su barco. Aunque había seguido la ruta correcta, los daños por los picos de roca había afectado demasiado el barco, por no mencionar que el mapa no especificaba que cierta parte de la “mandíbula del kraken” lejos de ser profunda, era marea baja, por ello el barco había sufrido tanto. Daiki tenía que soportar ver los trozos de manera astillada que salían volando cada vez que alguna roca no-esquivable se presentaba en el camino.


—¡Capitán!, ¿falta mucho para salir de la mandíbula del kraken? ¡El barco no aguantará por muchas leguas más! Abajo ha comenzado a filtrarse el agua.


—¡Sólo un poco más! ¡Lo lograremos o mi nombre no es Aomine Daiki!


Al final el barco quedó en condiciones ciertamente deplorables, sin embargo, lo lograron. Daiki estaba lleno de orgullo, estaba orgulloso de sus hombres, porque ellos habían sido capaces de cuidarse sus propios culos y sobrevivir. Estaba orgulloso porque sus habilidades habían sido suficientes para hacerle frente a la adversidad y estaba orgulloso de como la suerte estaba sin duda de su lado. Cuando el barco logró salir de la zona peligrosa, el alba se presentaba, como si saludase y reconociese al gran capitán pirata como alguien digno de seguir viviendo y ver el amanecer de otro glorioso día. El jefe pirata saboreó la dulce victoria, no obstante, aún no era tiempo de festejar, el tesoro aun no era suyo así que ponerse contento solo con la idea sería estúpido, hasta no regresar sano y salvo con la joya del mar en su poder simplemente no quedaría satisfecho ni complacido.


La sonrisa que adornaba los labios de Aomine se borró al poco tiempo. Kagami y los demás descansaban en la cubierta, todos sentados en el suelo bebían un poco aliviados por haber sobrevivido y no haber sufrido ninguna perdida. Sabían que el descanso no duraría mucho y tenían bien calculado durante cuánto tiempo podrían descansar antes de prepararse para los siguientes acontecimientos, aunque no estaban totalmente seguros sobre qué harían exactamente, y aun así sabían que su única tarea era estar preparados para recibir órdenes y cumplirlas.


—Kagami, a mi camarote, ahora mismo.


Apenas Kagami escuchó la orden se puso de pie enseguida. Ambos entraron en el camarote del capitán. Los demás permanecieron donde estaban sin inmutarse en lo más mínimo. Apenas ambos estuvieron a solas, Daiki le dijo que tomara asiento y de paso le regaló una botella de vino. Kagami, con los dientes, descorchó la botella y le dio largos sorbos, luego se la pasó a Daiki y este hizo lo mismo.


—Tú guiaras a los demás, saqueen lo que puedan, si encuentran algo bueno tómenlo. Ustedes serán la distracción. Hazme tiempo, mientras yo iré por mi tesoro exclusivo. No derramen sangre si no es necesario. Es ridículo matar a una especie pacífica.


—¿Y eso? ¿Desde cuándo le importa al gran capitán pirata si hay sangre o no?


—Kagami, solo hay una cosa que respeto en este mundo, y eso es el mar. El mar tiene mi corazón, no soy un imbécil, esas criaturas son importantes mantienen el equilibrio en el océano, por ende si no necesario no hay porqué matarles, por no mencionar que son una especie de paz, ¿crees que somos una tripulación de mierda que asesina a quien no puede pelear? Me repugna la idea. Una pelea solo se saborea cuando es intensa, no una matanza estúpida. ¿Vas a seguir con tus preguntas de mierda, Kagami?


La voz de Aomine era tan seria cuando se trataba del mar, se notaba que era un hombre enamorado de las aguas, no por nada odiaba estar mucho tiempo en los puertos.


Taiga suspiró, ese hombre era incorregible. ¿Qué más daba? Kagami no entendía, pero, no iba a desobedecer. Lo último que deseaba era hacer enojar a Daiki.


Kagami pensó que era una buena oportunidad para… ponerse juguetón. De pronto se abalanzó sobre él. Aomine terminó recargado en su catre con Kagami encima. Los ojos fríos del capitán escrutaron a su ayudante con indiferencia, su mirada decía claramente un “¿qué mierda se supone que haces?”. Taiga sintió un escalofrío.


—Lo siento Kagami, pero, no tengo tiempo para tus tonterías —dijo Aomine, suspirando con desgano, no mostraba ni una pizca de emoción. Simplemente, no le interesaba.


Taiga se resignó y tuvo que quitarse. ¿Por qué era tan difícil conseguir un poco de acción con Aomine? Sólo una vez lo había conseguido, y fue un día en el que Aomine estaba tan ebrio que de ser posible se hubiera follado al mástil del barco pensando que era una mujer. Sí, ese hombre era irremediablemente heterosexual, aunque… Taiga diría que más bien era un hidrófilo, amante exclusivo del océano. Menos mal las sirenas tenían parte pez de la cintura para abajo, sino el capitán ya hubiera dejado descendencia desde el trópico de cáncer hasta el de capricornio. De océano atlántico a pacífico y, sin duda, eso sería una desgracia mundial, o al menos eso opinaba Kagami.


—¿Has entendido lo que tienes que hacer? —preguntó Daiki por última vez.


—Sí, lo entendí.  



Infiltrarse había sido relativamente fácil, ahora solo faltaba no ser descubierto, cuando fuera el momento Kagami guiaría a los demás y crearía una oportuna distracción. Mientras, Aomine se guió por los detalles que venía en las historias y relatos de aquel hombre que alguna vez pisó el suelo que Daiki sentía bajo su suela. No era algo muy fiable, posiblemente no exacto, y tal vez había cambiado por el tiempo; por suerte no fue así, todo era tal y como aquella persona había descrito, todo era exacto en detalle, aunque claro, el lugar en sí iba más allá de toda descripción o imaginación, era de esas cosas que todo marino necesita ver con sus propios ojos para creerlas. Aomine siempre creyó, aun sin ver, él era así, no necesitaba de la vista humana para ver con claridad, para creer en lo inverosímil.


De pronto Aomine divisó al que posiblemente era el rey (portaba una gran corona, tenía que significar algo).


Le siguió con la mirada, desde su pequeño escondite se movió entre las sombras. El rey se sentó en su trono. Era extraño, Aomine no había esperado ver piernas en aquellas criaturas, de hecho tenía preparadas algunas pociones “mágicas” para respirar bajo el agua en caso de ser necesario (había pensado en todo detalle y no había escatimado en nada). Resultaba que en el espacio donde las criaturas habitaban en su mayoría andaban por aquí y por allá caminando, además había suelo y oxígeno, era como estar dentro de una copula. Aomine y los demás habían entrado a través de un pasadizo secreto, que terminaba en un pequeño lago. Daiki se lanzó sin pensarlo, no tardó en encontrar una puerta, cuando la abrió el agua se filtró y entonces… se dio cuenta de que podía respirar. Luego de eso tomaron caminos separados. Mientras Daiki se infiltraba, había observado que donde había mantos acuíferos (posiblemente hechos a base de un sistema artificial) había tritones. A simple vista uno pensaba que eran humanos, pero con solo ver sus brazos y cuerpos uno podía denotar escamas pequeñas y brillantes, además los ojos eran diferentes a los de los humanos.


De pronto escuchó que el rey iba a hablar.


—Las runas no han anunciado nada bueno, la gran sacerdotisa está nerviosa, dice que algo está cerca, muy cerca —dijo el rey a un segundo que estaba parado a su lado—. Temo, temo por mi hijo, está a tan solo unas horas de convertirse en el máximo soberano, de lazarse más allá de todo limite y ser el nuevo ser que ponga paz y gobierne todo el mar…¿y si algo pasa? No veo como pero…


—No pasará nada, ¿Quién podría atacarnos? Nadie es tan inteligente o fuerte como para llegar, además… nadie sabe de nuestra existencia, a duras penas conocen a nuestros hermanos de la otra especie, los que gustan del caos. Es imposible que alguien quiera dañar a su hijo, ni siquiera saben que existe. Y no hablo solo de las criaturas marinas, pues nos respetan… me refiero a los humanos.


—Los humanos no son todos malos —observó el rey—. Hemos visto su evolución, deja mucho que desear, pero hay almas nobles entre ellos.


—Sí, es verdad. A lo único que debemos temer de los humanos es a su avaricia y a su brío, peor si tienen ambas.


—Déjame descansar —el rey suspiró—. La espera se acaba y pronto podremos vivir otras muchas lunas sin preocuparnos. Ve donde mi hijo, asegúrate de que esté dormido. Si se despierta, usa esto —el rey se quitó un pequeño collar dorado y lo entregó al otro—. Durante años le he mantenido tranquilo con esto, no me gusta controlar así a mí hijo, pero es necesario, por su bien.


—Como ordene, su majestad, iré de inmediato.


Aomine observó el dichoso collar, supo que tenía que robarlo, de eso no había duda.


Sigiloso, fue siguiendo al tritón que caminaba como humano. Algunas veces pensó que había sido descubierto, pero guardando un silencio de muerte ahogando su respiración pronto sus preocupaciones se disipaban, aquella criatura no notaba su presencia.


Entonces, la criatura miró a todos lados como si se asegurara de que nadie estuviera cerca u observándole, estaba frente a una puerta, tenía forma circular, era como una gigante coraza para cubrir una bóveda. El tritón recitó palabras extrañas e incomprensibles para Aomine, y luego de dibujar un patrón con su dedo sobre la superficie, la puerta se abrió. Daiki no veía nada, solo un enorme pasillo que parecía no tener fin. ¡Aquel era su momento!


Salió de su escondite de un salto. El tritón apenas tuvo tiempo de verle, Daiki no le dio oportunidad de nada, con el mango de la pistola le golpeó con suficiente fuerza para noquearlo. Luego lo sujetó y lo arrastró para ocultarlo tras unas plantas que había cerca. Eso le daría tiempo. Enseguida tomó el collar y se adentró en el oscuro pasillo.



 


Caminaba, caminaba y seguía caminando pero aquel pasadizo parecía no tener fin. Era una suerte el haberse podido infiltrar sin haber sido visto, había muchas personas observando y vigilando, para suerte de Daiki ellos no portaban armas eso le había facilitado noquear a ese tritón hace poco, de hecho había facilitado todo, en definitiva esos tritones eran demasiado pacíficos.


¡Bah! Sus ojos dolían, caminar en esa penumbra era cansado, tenía que forzar sus ojos para no tropezar.  


“No sé cuánto tiempo me quede…ya me cansé de esto, ¡joder!”


Aunque Aomine no lo sabía, sus hombres habían hecho un gran trabajo con la distracción, allá afuera todo era gritos y caos, y, realmente no necesitaba saberlo, ya lo daba por sentado.


Aomine siguió caminando un poco más hasta que divisó el final del pasadizo, había luz al final, eso era una buena señal en ese caso. Entonces cuando cruzó a la luz encontró una especie de oasis. Aquel oasis era amplio, luminoso, lleno de vida, tenía fin, había un techo de cristal rodeado con flores de todo tipo. No había mucho además de naturaleza rica y vistosa. Frente al pirata había unas rocas que sobresalían del agua haciendo un camino, ese camino llevaba directo a una especie de ostra gigante que estaba abierta de par en par. En su acolchonado interior, irónicamente, no descansaba una perla como tal pero si un tesoro. Un chico, era pelirrojo y de tez clara, parecía dormir tranquilamente en los acogedores interiores de la ostra que flotaba en el centro del río. Había tres pequeñas cascadas que mantenían el agua en movimiento.


Aquel era uno de los lugares más hermoso que Daiki había visto en su vida, incluso pensó que si pudiera elegir un lugar donde pasar su vejez, ese sería.


—Así que tú eres el hijo del rey… —comentó en voz alta, a sabiendas de que no le escucharía—. Eres un mocoso…


«¿Es en serio? ¿Este pequeño mocoso es el destinado a ser el nuevo gran rey de todos los mares, que poseerá un poder más allá de la imaginación, y que es conocido como la joya del mar? ¡Y una mierda! No me lo creo… pero, ¿qué se yo? No es como si entendiera estas cosas. Bien nene, nos largamos»


Aomine tomó al chico en sus brazos, era ligero, casi parecía muerto. Preocupado, Daiki posó su oreja sobre el blanquecino pecho del muchacho, escuchó latidos. Estaba vivo entonces, menos mal.


Emprendió el escape, no tuvo tanto problema en encontrar el camino de regreso. Al volver a su punto de inicio se percató de que el tritón de hace rato no estaba, seguramente se había despertado y había ido reportar lo sucedido. Un humano posiblemente hubiera perseguido a Aomine y le hubiera dado una paliza, pero esos tritones pacíficos en definitiva se manejaban de una manera diferente.


El pirata, con el chico tritón en brazos sacó su reloj, en momentos como ese tener la ventaja del tiempo era ideal. Presionando el pequeño botón detuvo el tiempo y empezó a caminar. No tuvo que caminar demasiado para encontrar hasta donde se había extendido el desastre. Los tritones que estaban en los espacios acuosos con sus aletas intentaban nadar fuera del peligro, los que estaban afuera con piernas igual parecían buscar un escondite. Aomine observó al rey, se notaba lo desconcertado que estaba, como si el horror de las runas y todo eso estuviera dándole una bofetada en la cara. Y de pronto Daiki llegó a donde estaban sus hombres, habían sido obedientes, no había sangre en ninguna parte, la mayoría estaba saqueando. Kagami tenía su pistola en mano, seguro había disparado al techo para causar terror.


Aomine suspiró y siguió su camino hasta llegar a la puerta en la que se habían infiltrado. Subió por las escaleras que antes por el agua no habían sido visibles y salió a la superficie de donde estaba ese extraño domo de tritones híbridos. Al salir se dio cuenta de que sentía algo húmedo y escamoso, dirigió sus ojos hacia el chico y se percató de que esas hermosas piernas blancas de hace un momento se habían ido y ahora solo quedaba la cola de un tritón. Akashi seguía durmiendo, no estaba paralizado, el efecto del tiempo no se aplica a lo que el pirata toca. Con esto en mente el capitán se apresuró a ir al barco. Dejó al chico unos momentos, al soltarle se paralizó también. Bajó a donde estaban sus cosas guardadas y de ahí sacó una caja enorme de cristal. La subió a su camarote (en esos momentos Daiki daba tantas gracias al cosmos entero por tener el reloj, aquello le hubiera costado muy caro, no tenía tiempo que perder). Luego de llenar la caja de cristal con agua de mar, tomó de nuevo al tritón pelirrojo y lo sumergió. Tomó su mano para descongelarlo y con el collar dorado lo despertó, lo apretó en su mano y pensó “despierta”, por suerte funcionó.


—¿Qué…? —fue lo primero que pronunció.


—Se acabó la siesta, tienes trabajo que hacer.


—¿Qué? ¡No! ¿Quién eres tú? ¿Dónde estoy? ¿Por qué estoy en esta caja?


—Habrá tiempo de hablar, ahora obedéceme, o ¿prefieres que te obligue?


El chico no tenía ni idea de que hacer, en sus ojos era claro su temor, parecía no entender si eso era una pesadilla o si era la realidad. Aomine tomó el collar y esta vez pensó “repara el barco”. El chico gritó aterrado cuando sus manos empezaron a moverse contra su voluntad, sin embargo, hizo lo que le dijeron. Usando su poder, posiblemente telequinesis, Aomine realmente no sabía ni tenía ganas de saber, el barco empezó a repararse rápidamente. Pasó un poco antes de que todo estuviera como nuevo otra vez. El chico tritón exhaló, por lo visto eso había requerido mucho esfuerzo mental.


—La joya del mar es un poco enclenque —declaró Aomine.


—Yo aún no soy la joya del mar, humano inmundo… al menos no por completo, esta es mi forma física. Se suponía que hoy cuando la luna tocara el agua del río donde dormía yo me convertiría en uno con el mar, mi forma física desaparecería y reinaría el océano… —poco a poco sonaba más aterrado, estaba percatándose de que si no sucedía eso cosas malas podían quizá pasar, además, tenía que volver—. ¡Regrésame! ¡Regrésame ahora mismo!


—¿Por qué no regresas tú con tus piernas? —preguntó Aomine.


—No puedo, fuera de mí ambiente soy un tritón nada más, ¡regrésame!


—Lo siento, pero tengo planes para ti.


—¿No te importa lo que pueda pasarle al equilibrio? ¿Los humanos han perdido los cabales o qué?


—La antigua joya del mar murió hace unos cincuenta años. Chico, ¿Cuánto crees que yo vaya a vivir? Que te quedes un rato conmigo no romperá el equilibrio. Ahora, cállate.



El tritón se llamaba Akashi Seijuuro, eso lo supo Aomine más tarde cuando el tritón se cabreó de tanto que el pirata lo llamaba “chico” o “mocoso”.


Akashi era muy inteligente, era serio, calmado y siempre parecía metido en su propio mundo. Sin duda el tritón era alguien introvertido que estaba más que acostumbrado a estar solo, no le molestaba quedarse casi siempre oculto en el camarote del pirata, de hecho le era agradable estar a solas. Aunque, también se mostraba demasiado preocupado al principio. Le preocupaba el hecho de no haber tomado su puesto tal como se suponía, le preocupaba que su padre o su gente lo dieran por muerto, y le preocupaba una vida de miseria. Por otra parte las preocupaciones se disiparon. Cada fecha de su cumpleaños era una oportunidad, claro que era más conveniente asumir su lugar apenas cumpliera la mayoría de edad, sin embargo, no era la única oportunidad que tenía. También le daba ánimos saber que Aomine era humano, no duraría mucho, algún día tenía que ser libre. Mientras tanto, lo único malo era tener que cumplir sus órdenes.


—¿Cómo es tu vida de pirata? —preguntó Akashi un día.


—Oh, ¿qué es esto? ¿Has decidido por fin hablarme? —Aomine sonrió socarrón—. Está bien, mejor así, no es divertido tener a este pescado mirándome fijamente todos los días sin decir una palabra —la mirada amenazante de Akashi diciendo “apresúrate” hizo reír al pirata—. Es una vida emocionante, llena de peligros y aventuras, siempre hay algo que hacer, aunque… sin duda lo que más adoro de ser pirata es… navegar, estar siempre en el mar.


—¿Te gusta el mar?


—Sí, es el único tesoro que jamás poseeré pero siempre adoraré. Ahora dime, ¿por qué de pronto te interesas en mí? ¿Ya has dejado de odiarme? Deberías agradecerme, considera esto como un paseo, una fiesta larga antes de asumir responsabilidades sin fin, ¿no extrañaras ni un poco tu forma física? ¿De verdad estás de acuerdo con lo que se te ha dicho?


—Es el destino, ¿Cómo voy a oponerme yo al destino?... además, ¿por qué habría de extrañar mi forma física? Nunca hice nada con ella, he pasado dieciocho años durmiendo, siempre calmado, siempre en silencio. No veo por qué ha de emocionarme seguir con mi forma física en vez de cambiar, al menos si soy uno con el mar, quizá ya no tenga que preocuparme de esas cosas —dijo y señaló su pecho—. Tal vez todo sea más simple después cuando ya no tenga que pensar.


La soledad en los ojos color rubí de Akashi cautivó al capitán, jamás había visto una mirada como esa, tan profunda y enigmática, mártir, y a su vez llena de fuerza y poder, era tan hermosa esa mirada. Aomine se acercó un poco a Akashi y le ofreció fruta, el tritón la aceptó, resultó que comía de todo, así que era fácil alimentarlo.


—Esta caja es pequeña —se quejó Akashi—. Ya quiero que sea noche de luna llena.


—Porque entonces tendrás piernas, ¿cierto?


—¿Cómo lo sabes…? De hecho, ¿cómo sabes tanto? No eres normal, Aomine.


—Un humano una vez estuvo entre ustedes y dejó mucha información valiosa que yo encontré —no iba a decir que la robó, no porque le apenara o algo, más bien no lo consideró como algo necesario o digno de ser mencionado—. Esa persona dejó muchos escritos, descripciones, mapas, todo eso. Lo demás ha sido suerte, o si prefieres, destino. No creo que tú seas muy normal tampoco, Akashi.


El tritón sonrió levemente, su rostro juvenil era también digno de admiración, era precioso en muchos sentidos. Akashi movió su aleta contento, pero al hacerlo mojó a Daiki que lejos de estar enojado soltó una carcajada. No podía explicarlo pero… al lado de esa criatura estaba siempre a gusto, las cosas parecían no importar tanto, esa sensación era casi adictiva. Aomine pensó que su única y autentica felicidad siempre sería el mar, pero, recientemente algo dentro del pirata parecía señalar en otra dirección.


La tripulación, con el tiempo, empezó a notar algo extraño, su capitán estaba cambiando. La bestia hambrienta por tesoros y aventuras parecía haberse apaciguado de la nada. El más angustiado de todos era Kagami.


Tiempo después Akashi se enteró de que era lo que Aomine encerraba en su camarote, tuvo que saberlo ya que él era el responsable de alimentarlo. Atsushi se encariñó un poco del pequeño tritón (era pequeño a sus ojos). Kagami no podía evitar sentirse receloso, ¿qué tanto le veían de especial a esa criatura? Era solo una herramienta, era algo que Aomine usaría para ser el pirata más fuerte de todos y tener toda la fama y riqueza que deseara hasta su jubilación, luego quedaría gravado en la historia y todo sería perfecto… esos eran los sueños de Kagami y Aomine, eran metas que siempre habían compartido, era todo por lo que siempre habían luchado y aun así, ¿por qué las cosas se estaban deformando justo frente a sus ojos? ¿Por qué Aomine estaba cambiando? Él era incorregible y aun así no paraba de hacer cosas extrañas. Taiga culpaba a esa criatura, aunque en el fondo sabía que no podía hacerlo, el dueño del collar era Daiki, él tenía el control.


La tripulación a la larga se acostumbró, el trabajo seguía siendo bueno y la paga excelente. Podían jugar, beber y bromear, de hecho con menos peligros podían relajarse más. No sabían cómo le hacía Daiki para esquivar los peligros, pero se alegraba de poder evadirlos lo más posible, entre menos perdidas hubiera mejor.


Las cosas estas cambiando…


Aomine un día mostró a Akashi el reloj que detenía el tiempo.


—Cuando llegue el momento será tuyo, así podrás detener el tiempo y llegar a tiempo para tomar tu lugar en el trono, según me has dicho puedes hacerlo cualquier año mientras sea el día de tu cumpleaños, ¿cierto?


—Sí… pero, ¿por qué me lo das? Podrías usarlo y así vivir durante mucho tiempo con la misma edad, gozar de tus tesoros y eso.


Aomine negó con la cabeza, sonrió socarrón.


—Toda buena leyenda debe morir alguna vez, Akashi. Yo ya estoy preparado para eso, no temo tanto a la muerte como para congelar el tiempo para siempre y permanecer solo en la eternidad. Así no soy yo.


—¿Cómo sabes que no te lo robaré antes de tiempo?


—Aun si lo hicieras, no creo que lo uses. De cualquier forma es tuyo, al menos será tuyo algún día.



—¿Así que tú eres lo que Aomine no deja de cuidar? ¿Qué pretendes, criatura rastrera?


—Yo soy Akashi, ¿entiendes quién es el verdadero prisionero? —Akashi le observó con paciencia, en silencio, acuchillándole con la mirada. Kagami se estremeció.


—¿Por qué lo preguntas? ¡Claro que lo sé! ¡Tú eres el prisionero!


—¿Es así…? Porque, justo ahora, me has mirado como si yo fuera el captor en lugar del prisionero.


Kagami desenfundó su espada y la colocó en el cuello del tritón. El tritón observó con calma a Kagami, impasible mantenía todo su control mientras que el pirata parecía al borde de la desesperación, estaba por cometer una locura. El pelirrojo menor suspiró, ese suspiró estaba lleno de genuino cansancio, casi de tristeza y desesperación.


—¿Por qué debo ser yo el amenazado con una espada? Es como si mi existencia fuese una especie de pecado, ¿estoy condenado a sufrir por ser quién soy? No te he hecho nada malo, ni a ti ni a nadie. Aomine me ha tenido meses en esta caja con agua, y aun así, ¿he de ser yo el castigado? No sé si es cosa de humanos pero… debo decirlo, son injustos.


Kagami sintió culpa, en esas palabras había más de una verdad. La furia que llevaba cargando se esfumó, o más bien, se fue a otro lugar. Con quien debía estar molesto no era con esa criatura, sino con el hombre que se había obsesionado con él en primer lugar. Taiga observó a Akashi y entendió que si Daiki pasaba todo el tiempo con él es porque había caído a… ¿las aletas? Sí, había caído ente las aletas del tritón. Tenía que ajustar cuentas con Aomine.



Las piernas le sentaban bien, apenas había conseguido usarlas sin tropezarse el tritón ahora hibrido subió las escaleras lejos del camarote donde Daiki le tenía encerrado todos los días sin descanso o excepción. Estar prisionero no era tan malo, en el sentido de que estaba tan acostumbrado a estar siempre cautivo que apenas sentía la diferencia, bueno había una diferencia muy significativa y esa era que Aomine al menos no lo obligaba a dormir, de hecho casi nunca lo obligaba a nada, las primeras veces lo hizo pero no ordenó nada muy difícil, solo dio uso a sus poderes para poder salir a salvo de esas aguas peligrosas, de ahí en más el capitán de los piratas casi nunca le ordenaba nada. Eso de alguna forma hizo sentir tranquilo al pelirrojo.


Cuando llegó a la cubierta del barco, lo primero que hizo fue apreciar el cielo nocturno… jamás lo había visto, siempre había estado encerrado en ese paraíso artificial con su techo artificial que siempre mostraba lo mismo. Ese cielo, el que se extendía ante sus ojos en una infinidad impresionante, rebosaba de vida, de historia, era algo casi místico. El cielo era el espejo donde el mar se observaba, aquello era un viejo pacto de hace demasiadas eras, Akashi lo sabía en poco detalle. Las estrellas brillantes le hicieron sonreír, era como si estuvieran saludando por primera vez, el tritón sintió con todas sus fuerzas que algo lo llamaba, su sentido de pertenencia le abrumaba. De pronto una voz lo regresó a la realidad.


—¿Así que piernas de nuevo, eh? —Aomine bajó, estaba en el mástil, observando el mar iluminado por la luna.


—Sí, ¿Dónde está tu tripulación? Dejaste la puerta del camarote abierta así que supuse estaba bien salir.


—Hoy desembarcamos, ellos descansaran un mes en tierra firme, les dije que yo debía ir a otro puerto a comprar municiones y eso. De vez en cuando les doy largos descansos en tierra, quienes tienen familia la visitan y quienes no se la pasan bien un rato entre mujeres y licor, es como un pago por su trabajo… Sí, ellos ven esto como un trabajo, yo lo siento como parte de mi vida, tan natural como respirar, por eso no necesito irme de este barco, además, ahora debo vigilarte.


La voz de Aomine relajaba a Akashi, era una voz suave y aterciopelada que invadía sus sentidos, le hacía sentir en casa, ¿no era Aomine alguna especie de deidad? Su amor al mar, la suavidad de su voz, todo él parecía un hijo de dioses. El tritón se acercó a él, estaba semidesnudo así que con la mirada pidió a Daiki alguna prenda, este se quitó el abrigo de inmediato y se lo dio, el pelirrojo se lo colocó. Los dos de pronto se quedaron mudos, vieron el horizonte, iluminado, mostrando su belleza natural. Los dos amaban el mar a su manera, los dos seguramente eran parte del mar mismo, pero sus caminos eran extraños y sin sentido. Akashi observó a Daiki.


—Daiki, ¿hasta cuándo?


—¿Hasta cuándo…? Hasta que yo muera.


—¿Por qué? —Aomine abrazó el cuerpo menor, Akashi sintió un calor agradable al ser rodeado por esos brazos tatuados con algunas cicatrices de su vida de marino—. ¿Por qué me tienes aquí en verdad? Pensé que sería algo así como tu esclavo y que seguro explotarías mi poder día y noche, estaba preparado para eso, lo juro que lo estaba… ya han pasado dos años desde aquella vez… siento que soy solo un adorno, una posesión, pero sin utilidad. ¿Qué pretendes?


—Ya no lo sé, pensar mucho nunca ha sido lo mío, rara vez me tomo tantas molestias o problemas, dejo que las cosas pasen como deben pasar, ¿tienes algún problema con eso?


—Sí, lo tengo —Akashi caminó hasta la orilla del barco y se recargó en el borde. El viento salado nocturno despeinó su cabello, era como una suave y dulce caricia. Aomine suspiró al verle, pero al darse cuenta de que estaba suspirando sacudió su cabeza varias veces, ni de broma sería débil—. Daiki… —le llamó Akashi—. Mi problema es que algo me llama, es doloroso, me llama sin descanso y siento que debo ir hacia ese algo…


—No puedes hacerlo.


—No puedo, no mientras tenga piernas, no mientras tú tengas el collar, no mientras no me arme de valor para matarte o algo así… no tengo ese valor Daiki, prefiero que me corten la cola en pedazos y me vendan en el mercado negro a matarte.


—¿Por qué? ¿A qué se debe eso? —Pronto Aomine pareció frustrado, sintió tremenda ira—. ¡Solo hazlo! ¿Por qué no lo heces? Podrías asesinarme mientras duermo si así lo desearas, ¡se claro, Akashi! ¿O es esto una de tus cosas clarividentes que no puedo entender? ¡Para ya toda esta mierda mística, se claro conmigo!


—Daiki, ¿de verdad no lo entiendes? No podría matarte, no después del regalo que me has hecho.


—No te he regalado nada, ¡te hice prisionero! ¡Te alejé de tu poderoso destino! De una forma u otra si te he usado, ¿y dices que no me matarías? ¿Dices que no después de hacerte un regalo? ¿Desde cuándo hacer a alguien prisionero es un puto regalo? —cada vez gritaba más y más fuete, mas Akashi no se perturbó, ni siquiera se asustó. Sus ojos pacíficos se fijaron en los bestiales de Aomine.


—Intentas negar lo evidente, pero eres noble, eres gentil y te preocupas por otros. No entenderé tu vida, no puedo hacer tal cosa, y supongo que hay demasiado de ti aún sin resolver, los humanos son un enigma para mí así como yo soy un enigma para ti. Daiki, ¿has olvidado que has prometido entregarme cuando llegue el momento? 


—Mi reloj, ¿y qué con eso? ¡El reloj solo puede detener el jodido tiempo! No puedo devolverte todo lo que has perdido aquí. Y, ¡claro que no te entiendo! ¡Eres un maldito tritón que parece siempre saberlo todo! ¿Por qué no te enojas? ¡Grítame! ¡Recrimina todo lo que te he hecho! Sabes que no te callaré, sabes que no te haré dormir con el collar… sólo… sólo… —“Hazme sentir tal y como vivo todos los días: miserable” no pudo decir eso último.


—Parece que quieres darme una tarea difícil, quieres que yo te diga todo lo que has hecho mal y lo malo que eres, quieres que yo haga lo que nadie más puede ni podría, ¿por qué? ¿Por qué yo? Soy insignificante, sólo soy algo que perderá su utilidad, y luego seré libre, ¿o tal vez el primero en ser inútil seas tú? No sé si puedo darte lo que pides, no me siento en posición de hacerlo.


—¿No te sientes en posición de hacerlo? Eres brillante, hermoso, tienes más poder que nadie y si tu voluntad fuese podrías hacer un enorme tsunami y matar a todos. Tienes todo, y de no ser por mí justo ahora mismo serías casi omnipotente. Te traté de la mierda durante meses ¿y aun así crees que no estás en posición de decirme todas las mierdas que se te antojen? ¡Basta! Si alguien puede y debe hacerme sentir como un rufián miserable eres tú.


Aomine perdió los estribos y golpeó con todas sus fuerzas el mástil, la furia que tenía no iba hacia Akashi, era contra sí mismo. Deseaba que alguien le contradijera, que alguien le dijera lo asqueroso que era, que era un maldito… necesitaba bajarse del pedestal, la presión de ser siempre fuerte para todos lo estaba asfixiando, necesitaba sentirse como la mierda que era, y saber que el ser más perfecto que había conocido era incapaz de hacerlo le puso casi furioso, gritó desesperado.


—Daiki, me regalaste tiempo, para ti el tiempo no tiene sentido. Mas no te das cuenta de lo importante que es el tiempo, todos desean el tiempo, más que la juventud o la riqueza, el tiempo es el tesoro máximo, es lo que todos morirían por poseer. ¿De qué sirve un tesoro si no tienes tiempo para disfrutarlo? ¿No es toxica la juventud y la belleza cuando sabes que ha de acabarse? Aun si el reloj solo detiene el tiempo, me has dado todo, el tiempo lo es todo, aun si es nuestra percepción de las cosas. ¿Quién sabe? Tal vez pare el tiempo por milenios antes de asumir mi trono, tal vez me asusta la responsabilidad, tal vez me asusta abandonar esta forma física de la que me he encariñado, tal vez me asusta convertirme en un ser omnipotente y olvidar mi esencia, olvidar lo que soy y convertirme en un algo, porque debes saber que al ser quien debo dejaré de ser alguien. Eres valiente, encaras la recta de la vida sin miedo, quizá podría estar celoso de ello, la muerte suena dulce viniendo de tu boca, en cambio yo temo a la eternidad y con el reloj me has dado el regalo del tiempo, puedo atrasarlo tanto como quiera y no afectaré el curso del tiempo. ¿Comprendes la magnitud de tu regalo? No puedo decirte lo que deseas escuchar por el simple hecho de que a mis ojos,  Daiki, eres un ser excepcional entre los de tu especie, si alguien merece ser recordado por el paso del tiempo, eres tú.


Aomine experimentó algo similar a esa pasión que sintió la primera vez que abordó un barco. El impulso irrefrenable de ir hacia Akashi era irresistible, no podía soportarlo, aun si su mente decía no todo su cuerpo estaba su contra; empezó a caminar, un paso a la vez, sin poder quitar su mirada de la ajena, era como sentirse hechizado pero, lejos de sentirse bajo una influencia mágica, se encontró a sí mismo a mereced de emociones irrefrenables, algo ardía en su pecho. ¿Qué era exactamente? No lo sabía, pero necesitaba aliviar ese terrible ardor, saciar esa necesidad, llenar el temible vacío. Sin pensarlo dos veces sujetó a Seijuuro, sorprendido el hibrido-tritón soltó una leve exhalación. Nuevamente se encontró a sí mismo rodeado por los fuertes brazos de Aomine, sin embargo esta vez diferente. Esta vez el mundo pareció explotar, las galaxias se volvieron liquidas y el mar polvo.


—Eres mío… —musitó Aomine, apretándole un poco contra sí.


—Eso parece… —susurró Akashi. Los dos se miraban con extraño encanto, ninguno podía ver otra cosa que no fuesen los ocelos del otro, ¿qué veían exactamente? Akashi y Aomine parecieron jurarse extrañas promesas, profesarse fantásticos sentimientos y leer el alma del otro con tan solo contemplarse mutuamente, ni siquiera el mejor de los poetas hubiese sido capaz de poner en palabras todo aquello que intercambiaron cómplices de la luna y el silencio. Hubo algo en ese momento, hubo algo que no podría ser explicado, algo que simplemente puede definirse como algo, puesto que no es nada, existe, está ahí… es algo.


El pirata besó al tritón-hibrido. Akashi correspondió.


 ¿No era esa escena romántica el mayor de los tabúes presentado en las historias de marinos? A ellos no les importo.


Mientras los morenos labios de Daiki se posaban sobre los rosados de Akashi, el pirata de pronto tuvo una revelación, algo así como una sorprendente epifanía. Se dio cuenta de que todo lo que no era Akashi era carente de sentido, todo, sin excepción. ¿Robar? Estúpido. ¿Tesoros? Basura. ¿Su tripulación? No tan importante. ¿Kagami? En segundo plano. ¿El mar? Ya no igual de valioso.


Esto  le aterró, ¿y cómo no aterrarse? Cualquier hombre que con un beso se percate de que básicamente toda su vida ha perdido valor y significado, es natural que se asuste. Es como una bofetada que te despierta, una sacudida que te muestra una realidad, es el máximo de los golpes mentales, algo tan devastador y renovante que simplemente te deja desarmado, en shock, ya que, de pronto ves un ángulo distinto, y, a su vez, eres capaz de comprenderlo, asimilarlo y reconocerlo… es casi tortuoso.


Aomine no quería que ese momento terminara, Akashi tampoco, como si los dos supieran que algo estaba por suceder.


Aún recuerdo las palabras de aquella mujer, recuerdo su advertencia, ella me dijo que debía cuidarme de la maldición que conllevaba Akashi… en ese momento pensé en algo más literal, ahora me doy cuenta de que la maldición es el amor… este profundo amor que tengo por una criatura prácticamente inmortal, no hay mayor maldición que esa, pero está bien, aun si mi vida ha de terminar algún día, si paso mis días al lado de este ser… supongo que todo habrá valido la pena.


Aomine ya no quería pensar en nada, así que volvió a darle un suave beso en la mejilla. Luego lo apretó contra sí y se quedó mirando el brillo de la luna, una tranquilidad invadió su cuerpo.


Akashi era el más preocupado, ni siquiera sus poderes le advirtieron acerca de los próximos eventos, lo único que él veía era… fuego, no obstante, al sentir los latidos de Aomine tan cerca, sus preocupaciones se disiparon al igual que la espuma en las olas.



—¡Es hora de que todos se enteren de lo que nuestro capitán ha estado ocultándonos! —De pronto gritó una voz, alzándose sobre el escándalo en aquella extraña taberna—. ¡¿Quieren saber que le ha pasado al hombre que todos conocíamos?!


—¡Sí! —gritaron todos al unísono alzando sus tarros de cerveza.


Kagami se subió en una mesa, observó a toda la tripulación, eran los únicos en el lugar, los demás se habían ido por temor a ellos. Había uno que otro borracho tirado en el suelo, posiblemente inconsciente, no era problema. Por otra parte, Atsushi observaba tranquilamente lo que Kagami hacía, no le molestaba su revuelta, ese raro motín al cual le intentaba dar forma era evidente, al menos para Murasakibara, que figuraba en su cabeza desde hace tiempo.


—Ese día que robamos a esas criaturas extrañas, el capitán no robó tesoros comunes como los nuestros, ¡él robó a uno de ellos! ¡En nuestro barco, durante largo tiempo ha permanecido un asqueroso tritón! ¡Y ese tritón envenenó la mente de nuestro capitán! Díganme, ¿qué opinan de eso? ¿Creen que debemos ayudar a nuestro buen capitán a salvarse de su propia negligencia? ¡Yo digo que matemos a ese tritón! —gritó Kagami con furia.


—¡Sí! ¡Matémosle! —gritó uno.


—¡Ayudemos a nuestro capitán! ¡Ya me he aburrido de no hacer nada! —vociferó otro.


—¿Estás seguro, Kagami? ¿O es que la bebida te golpeó muy fuerte? —añadió un tercero.


Eso hizo que todos dudaran de las palabras de Taiga. Atsushi tomó esto como una oportunidad.


—Pueden creer mis palabras, yo le he visto, soy quien le ha alimentado todo este tiempo —eso era una enorme mentira, pero Murasakibara no dijo nada— ¿Cómo iba a saber que esa criatura volvería loco a nuestro líder? Únicamente seguí órdenes, ¡Crean en mí, crean en todas mis palabras! Algo ha poseído a nuestro capitán y tenemos que hacernos cargo de ese asunto, de lo contrario sólo somos unos marineros de agua dulce.


Así empezaron los planes para el motín.



Aomine estaba descansando cuando Kagami entró. Akashi le observó con duda, algo raro veía en ese sujeto, cada vez le agradaba menos.


—Capitán. Los hombres han hablado, o te deshaces del tritón o nos reveláramos contra ti…


Aomine soltó una carcajada, pensó que Taiga estaba bromeando, pero al ver su expresión supo que hablaba en serio. Por otra parte, nadie de la tripulación sabía sobre Akashi, este punto se volvió demasiado serio.


—… Kagami, esta broma es de mal gusto —se quejó, la mirada de Aomine pareció más severa que de costumbre.


—No es una broma. ¿No ves lo que ese monstruo te ha hecho? ¡Has cambiado! ¡Ya no eres el de antes!


—¡Claro que no soy el de antes! ¡Y no te atrevas a insultar a Akashi! Por supuesto que he cambiado, he comprendido que todo lo que hemos hecho es estúpido, no tiene sentido… era algo egoísta y vacío… mi amor por el mar sigue intacto, pero ya no quiero robar ni hacer desastres, no quiero desperdiciar mi vida siempre borracho o huyendo de la horca.


—¿Crees que van a perdonarte por esta… estúpida “revelación” tuya? ¡Reacciona, Aomine!


—Por supuesto que no, ¿por qué clase de imbécil me tomas? Simplemente… me iré —Aomine se puso de pie y acarició el cabello húmedo y pelirrojo de su adorado tritón—. Les dejaré mi barco y todos los tesoros, digamos que es mi adiós.


—¡No, no, no! ¿Por qué?... ¿Qué te ha hecho él? ¿Acaso has olvidado todo por lo que luchamos? ¿Nuestros sueños, metas y eso? ¿Dejarás todo atrás por esa cosa?


—No, no he olvidado nada, de hecho me avergüenzo por haberte llenado la cabeza de tonterías, lo siento de verdad, no he olvidado nada. Sin embargo, ya no me interesa, hay cosas más importantes para mí en esta única existencia y prefiero disfrutarlas —la sonrisa de Aomine al expresarse de su nueva vida era tan dulce y sus ojos tan llenos de ternura y amor que Kagami simplemente no pudo evitar sentirse aterrado, ese hombre no era al que una vez amó, ese… ese hombre había sido embrujado, ese tritón le había hecho algo, eso era un hechizo, una brujería que jamás dejaría libre a su huésped, al menos no hasta la muerte.


Kagami estaba espantado.


—¿Quién eres tú? ¿Quién, demonios, eres tú? —musitó colérico—. ¡Tú no eres mí Aomine! ¡Eres otro! Esto es una maldición y has dejado que te consuma, te obsesionaste con ese fenómeno medio pez que está a tu lado. ¡Aomine! ¡Recapacita! ¡Deshazte de él! ¡Hagamos que todo vuelva a ser lo que alguna vez debió haber sido!


Aomine sacó su espada y la colocó en el cuello de Kagami, ya había soportado suficientes insolencias.


—Kagami, estas cansándome. Más vale que abandones tus estúpidas ideas, de lo contrario acabaré con tu cuerpo antes de siquiera tocar cuerpo. Ahora lárgate de mí vista, no quiero más de estas tonterías. Y diles a todos que en el siguiente puerto yo ya no seré el capitán, renuncio, pueden quedarse con todo. Ya no me interesa.


—¿Esa es tu respuesta…?


—Sí, ¡Ahora lárgate!


Kagami se fue, esa era la última oportunidad. Taiga, por un momento pensó que lo mejor era dejarle irse y simplemente continuar con su vida, pero luego pensó en Akashi y simplemente no pudo soportarlo, seguro que esa criatura estaba haciendo todo como parte de una enorme trampa, envenenando la mente de Aomine para que una vez libre el tritón tuviera todos los recursos para esclavizar al pirata o ejecutarlo. ¡Claro! ¡Eso era lo que en realidad sucedía! ¿No son todas esas criaturas encantadoras en un principio pero mortíferas al final? Este caso seguro que no era la excepción, no obstante, también entendió que Aomine ya no tenía remedio, sin embargo, lo liberaría.


“Esta noche todo termina…”



«¿Qué es esto…? Ah, es verdad, luna llena. Puedo sentirlo, tengo piernas y aun así no puedo moverlas… ¿Dónde estoy? Estoy aún en el barco…»


De pronto el tritón reaccionó, intentó incorporarse pero cayó al piso de nuevo. Sus manos tenía grilletes y sus piernas estaban rodeadas por una gran cadena, estaba muy aflojada, seguro se la habían puesto mientras era un tritón, posiblemente planeaban dejarlo ahí medio muerto para luego matarlo. Menos mal la luna llena brillaba, en esa forma humana no necesitaba agua para sobrevivir, estaría bien. Aunque, en esos momentos no estaba bien.


Intentó hacer un esfuerzo. ¿Qué había pasado?


Cuando el sol se estaba poniendo escuchó un fuerte estruendo. Unos hombres entraron y le noquearon, la verdad se había perdido de muchos detalles.


Akashi escuchó atento, el sonido era inconfundible, algo estaba quemándose. El sonido de la madera ardiendo y partiéndose era claro. El tritón cerró los ojos y se concentró, sus poderes de clarividencia eran muy ambiguos en su estado semi-humano, sin embargo se las ingenió para observar el panorama. El barco pronto se consumiría en llamas. Estaba vacío, lo habían dejado ahí a su suerte. 


El pelirrojo concentró todas sus fuerzas posibles para intentar localizar a Daiki. No podía ver el futuro pero si saber dónde estaba. Estaba en una especie de muelle, no, más lejos, en el centro de la ciudad… la ciudad estaba vacía, eran ruinas. Todos los de la tripulación llevaban antorchas. Y el líder era Kagami…. Ellos planeaban quemar a Aomine…


—¡No! —Gritó Akashi—. ¡No, no, no! ¡Daiki, Daiki, Daiki! —Repetía desesperado—. Esto… esto no debería estar pasando —murmuró—. Esto está mal.


Intentó halar de las cadenas, estaban un poco oxidadas, sin embargo eran demasiado resistentes. Seijuuro no se rindió, tenía que darse prisa, tenía que apresurarse y salvar a su amado pirata… de lo contrario sería demasiado tarde y todas esas hermosas cosas de las que hablaron se irían a la basura.


Además, llevaban muy poco desde que se habían declarado su eterno y profundo amor… Akashi no podía dejarlo, no podía dejarse llevar por lo terrible del momento, tenía que pelear por él, tenía que intentar salvarlo.


Pero, aun si se liberaba, ¿cómo? ¡El reloj! ¡Lo usaría para escapar! ¡Detendría el tiempo y rescataría a Daiki!


El problema era, que no sabía dónde estaba el reloj y el tiempo se le agotaba, el humo estaba filtrándose. El tritón tosió un par de veces, no duraría mucho.


Mas no le importó, ¡iba a salir de ahí a como diese lugar! Juntó todas sus fuerzas y empezó a tirar, sentía como su pobre muñeca gritaba de dolor, y aun así siguió tirando, observó que la pieza de metal sujeta a la madera estaba cediendo, tal vez no podría romper las cadenas pero si zafarlas de la pared. Siguió tirando, se puso de pie como pudo, apartó las cadenas que envolvían sus pies y empezó a tirar más y más fuerte. Se estaba cortando la circulación, quizá se rompería una muñeca, pero con tan sólo pensar en Aomine muriendo era capaz de ignorar su propia agonía.


Con un último esfuerzo el trozo de metal cedió. Akashi cayó de rodillas y respiró con dificultad, le estaba empezando a faltar el aire. Y no podía lanzarse al agua, no sabía respirar como un humano lo haría en el mar.


Subió corriendo por las escaleras, estaban a nada de romperse, por suerte no estaban en llamas pero todo lo demás sí. Sin dudarlo se lanzó al camarote de Aomine, ahí ya casi todo estaba consumido por el fuego, no podía ver nada. Lo único que encontró fue su saco y la espada de Aomine, eso tenía que servir. Hubiese deseado entrar y buscar el reloj, no obstante si se quedaba más tiempo moriría.


Corrió hacia cubierta, por suerte la tabla de madera que se usa como rampa aún estaba puesta. Se colocó el saco y corriendo con la espada en mano bajó del barco.


La preocupación de Akashi crecía a cada momento... cada segundo que desperdiciaba era valioso.


Intentó usar su visión de nuevo, no pudo, estaba tan alterado que le resultaba imposible concentrarse.



Aomine no podía creer lo que estaba pasando, de verdad sus hombres le habían traicionado y Kagami los estaba dirigiendo. Atsushi quien sabe dónde estaba. Recordaba que estaba hablando con él cuando de pronto varios irrumpieron en su camarote. Daiki no tuvo tiempo de nada, apenas iba a moverse uno de ellos le golpeó con demasiada fuerza en la cabeza. Perdió la conciencia. Al despertar era de noche, ya no estaba en su preciado barco, y estaba siendo forzado a caminar. Sus manos estaban amarradas, le habían quitado su espada y entre varios le vigilaban. Más de tres le apuntaban con un arma, si daba un movimiento en falso moriría.


No tenía idea de a donde le llevaban, lo único que apreciaba era como todo parecía volverse más viejo y empinado, estaban subiendo directo a una zona despejada en la llanura que se mostraba más adelante, era algo así como un pedazo de risco, sino es que uno. Se escuchaban las olas, ese risco estaba frente a una costa. No había para donde correr realmente, al menos no a la altitud en la que se encontraban.


Divisó lo que era una hoguera… Taiga planeaba quemarlo.


—¡Capitán! —Gritó uno de los hombres refiriéndose a Kagami, él era el nuevo líder.


—¿Qué pasa?


—Todo está listo. Podemos empezar.


—¿Y sobre el tritón?


—Le hemos dejado encadenado en las mazmorras del barco.


—Bien, entonces empecemos.


Aomine fue golpeado varias veces para tranquilizarlo, se resistía, sin embargo al final cedió y fue sujetado al tronco que le sujetaría mientras era quemado vivo.


—¡Kagami! ¿Te has vuelto loco? ¡Suéltame! ¿Qué le has hecho a Akashi?


—Con él me arreglaré más tarde —fue lo único que respondió Kagami—. Aomine, ¿por qué tenía que ser así? Debiste elegirnos a nosotros, pero, no te culpo, tu mente ha sido envenenada.


De pronto se escucharon gritos.


—¡Capitán! ¡El barco está en llamas! —gritó uno.


—El muelle también, ¡alguien le ha prendido fuego! ¿Habrá sido el tritón? —secundó otro.


—No, no, ¡imposible! —respondió un tercero.


Kagami no sabía que pensar, ¿había sido Akashi o alguien más? De pronto cayó en la cuenta de que Murasakibara no estaba entre ellos.


Una luz se aproximaba, era Murasakibara, quien portaba la espada de fuego de Aomine. Atrás suyo iba Akashi. Esos dos de alguna forma se habían ayudado.


Akashi al ver que Aomine apenas había sido amarrado, respiró aliviado, su visión si había sido un poco futura.


Murasakibara de inmediato recibió una cordial bienvenida, el primero en atacarlo fue Kagami, no obstante, su espada y su fuerza no podían rivalizar con Atsushi.


—¿Qué se supone que haces? ¡Imbécil!


—Jamás dije que te apoyaría, eres mi enemigo, todo aquel que intente dañar a mi capitán o a mi Akashi merece la muerte. Hazme un favor rata inmunda, ¡muere! —un solo golpe y la espada de Taiga se partió en dos. Atsushi le pateó en el abdomen, quería abrirse camino. Kagami quedó en el suelo confundido por el golpe.


—¡Daiki! —Gritó Akashi—. ¡Daiki! ¿Dónde está el reloj?


Aomine estaba apartado de la escena, pero escuchó la voz de su amado tritón.


—¡En mi saco! —gritó, sin embargo su voz no se escuchó.


Mientras que unos se pusieron en marcha para ir a pelear contra Atsushi, otros iniciaron el fuego en los pies de Aomine. No pasó mucho antes de que despejaran el lugar para irse a enfrentar al más alto que sin problemas lidiaba con todos. Por fortuna nadie traía sus pistolas cargadas, se suponía que la ejecución sería rápida.


Akashi se lanzó por él.


—¡Daiki! —Le llamó desesperado—. Rápido, ¿Cómo te saco de aquí? ¿Dónde está el reloj?


—El reloj está en mi saco —repitió, no pudo evitar sonreír, su voz era amable como nunca—. Nunca dejas de sorprenderme.


Akashi se estremeció, quería llorar, mas no era el momento.


—Tu saco está en el muelle… lejos del fuego. Tuve que quitármelo para correr más rápido, es una prenda pesada —dijo mientras tomaba una roca filosa, seguro era escombro de algo allí, empezó a frotarlo contra la soga para romperlo. Aomine intentaba zafarse y ayudar al pelirrojo, ambos tenían que salir de ahí, más que nada Seijuuro, Daiki entendía lo peligroso que era para su amado tritón estar ahí.


Apenas Aomine estuvo libre, tomó la mano de Akashi y salió corriendo en otra dirección, tenía que volver al muelle, seguro ahí encontraría una forma de escapar, de hecho no habría otra forma de escapar, si seguían más al frente entonces caerían por el risco.


—¡Atsushi! —gritó Akashi.


—No hay tiempo, ya se lo agradecerás, no hay forma de que pierda, tiene mi espada —dijo Aomine seguro, y no dio tiempo al pelirrojo para decir algo más.


Salieron corriendo, debían volver cuanto antes.


Cuando llegaron, Aomine fue en busca de un bote pequeño, su preciado barco estaba en llamas, no podía usarlo. Daiki quería preguntarle a su tritón si podía ayudarle, pero al ver su condición era obvio que no podía. Estaba agotado, respiraba con dificultad, sus muñecas aún tenían los grilletes puestos, las cadenas habían sido cortadas con la espada, según explicó Akashi.


Aomine se detuvo un momento, fue donde su amado y lo abrazó.


—Tenía miedo —dijo Aomine.


—¿De morir? —inquirió Akashi.


—No.


—¿Entonces?


—Miedo de no volverte a ver.


—Algún día hemos de separarnos.


—Lo sé.


—¿Entonces, a que le temías exactamente?


—Tenía miedo de morir sin haberte dicho adiós.


—¿Sólo eso?


—Y  sin decirte una vez más... que te amo.


Akashi sonrió, aun en los momentos más inoportunos la franqueza de Daiki era algo que relucía, le inspiraba seguridad y confianza. Definitivamente quería estar a su lado hasta que el día en que la mortalidad de Aomine llegase a su fin. 


—Yo también te amo, pero debemos apresurarnos, ya habrá tiempo.


Se tomaron de las manos, no querían soltarse, pero debían hacerlo.


—El tiempo es nuestro, siempre lo será.


—Daiki, ¿te arrepientes?


—Nunca.


—Yo tampoco.


De pronto se escuchó un disparo.


—Debemos apresurarnos.


—Sí —convino Akashi—. Debemos salir de aquí.


Se dieron un beso, Akashi no aguantó y sucumbió a las lágrimas. Se miraron una vez más y se dedicaron una sonrisa, estarían juntos sin importar qué.


Aomine colocó el pequeño barco, listo para salir de ahí, y entonces…


Un sonido, un grito, un agujero en su pecho, un cuerpo que cayó al mar.


Akashi aterrado, con el saco en manos observó casi en un flash back como el hombre que amaba había sido… asesinado. Volteó y se encontró con Kagami.


—No hay donde huir, es el final de esto.


—No…


Kagami sujetó a Akashi del cuello y lo empujó en la orilla.


—Me robaste mi futuro, al hombre que amaba, me lo has robado todo… es hora de devolverte el favor, no me importa si eres el próximo rey de los mares o no… es tu fin.


Los dedos de Akashi perdieron fuerza, sin embargo se aferraban a la prenda con necedad inquebrantable.


Otro disparo y de pronto el mar le abrigó.


El caos se afuera desapareció. Akashi se convirtió en tritón de nuevo, sin embargo, no viviría mucho.


Nadó a toda velocidad, el cuerpo de Aomine se estaba hundiendo cada vez más. El tritón le alcanzó y luego de abrazarlo nadó lo más profundo que pudo, solo había oscuridad, y aun así, la luna de pronto le entregó su último brillo.


Akashi lloraba, pero sus lágrimas no se veían. La herida de ambos era notoria, la sangre se vislumbraba en pequeños hilos que flotaban levemente. Empezaron a palidecer.


—Daiki… lo siento —dijo Akashi pesadamente—. No quería que terminara ahí… aunque, yo tampoco me arrepiento, de nada… prefiero morir a tu lado que vivir por siempre, solo.


Sacó el reloj oculto aun en el bolsillo de tela, las agujas se habían detenido, el cristal se estaba rompiendo, no soportaba la presión del agua. Akashi lo apretó y lo apegó a su pecho, ¿por qué el reloj no podía dar marcha atrás? ¿Por qué el tiempo iba únicamente en un sentido? Esa sin duda era la auténtica ironía de la existencia.


El reloj se hizo pedazos.


Akashi sintió frío, abrazó el cuerpo de Daiki. Todo estaba oscureciéndose. Pegó sus labios a los de él, aunque ya no sentía nada.


—No quiero que termine así… quiero otra oportunidad…


El tritón sintió terror cuando sintió como algo lo alejaba, se estaba desprendiendo, quería gritar. Estaba muriendo, ya no sentía nada, el tacto le abandonaba, ¡no! ¡No quería alejarse de él! ¡No!


Daiki… Daiki… Daiki…



—¡AHHHHHHH!


El futuro rey del mar se levantó de pronto de su cómoda almeja, su respiración agitada y su corazón acelerado le indicaban que todo había sido un sueño, solo una pesadilla terrible. Si es que había sido una pesadilla, no recordaba que había soñado, al menos no del todo.


Akashi estaba llorando, no entendía por qué.


Observó su alrededor. Todo estaba normal, su cama como siempre, el agua, las cascadas… Todo estaba bien, como siempre había estado.


De pronto, un hombre alto, de tez morena y mirada retadora apareció. Miraba todo con extraña fijación, se notaba que había llegado para robar algo, Akashi pensó que ese hombre era familiar, de hecho ya le había robado algo, le había robado el corazón, o al menos tuvo esa certeza al verlo a los ojos, esos ojos tan azules, tan hermosos.


—¿Tú eres la joya del mar…? Sólo eres un mocoso.


—¿Quién eres tú? —inquirió confuso, aunque, en realidad lo sabía, quería asegurarse y escucharlo de sus propios labios.


—Soy Aomine Daiki, el pirata más grande del mundo.


Akashi se levantó y fue donde él, por alguna razón tenía ganas de tocarlo, de correr a sus brazos, de besarlo.


Y lo haría.


—Daiki…mi pirata…


—¿Nos conocemos? —preguntó Aomine, algo confuso.


Akashi tomó su mano y la colocó en su mejilla.


—Es el destino… —murmuró Akashi.


¿Había sido todo un sueño profético? ¿Una alucinación, o quizá un visión futura? ¿O simplemente el mar le había concedido su deseo?


Esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión. 

Notas finales:

:3 Espero les haya gustado, se que daba para mucho más pero era un One-shot y tenía el tiempo corto. xB

Gracias por leer.

Nos leemos. :'D


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