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Love me, Brother por -oOYUKI-NII-Oo

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Ranting NC17

Pareja: SasuNaru

N/A Naruto no me pertenece. Todo es de su gran autor, Kishimoto-Sensei

Resumen: Dentro de este mundo, se volverán a encontrar, hasta que al fin puedan estar juntos. Y tú, tú amas a Naruto mas allá de lo natural, más allá de lo permitido, amas a tu pequeño hermano con el deseo perverso de hacerlo tuyo por completo.

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Capitulo. 2

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Minato tiene solo 14 cuando las calles se llenan de carteles que anuncian una guerra y la radio explota contra la parte oeste del mundo. Siempre son largos discursos que exaltan con indignación, el ataque sorpresa que por vez primera a sufrido América. Con sus sentimientos de patriotismos en rojo y azul, y como líder independiente en cada una de sus 50 estrellas.

Sleepy Hollow, aun es pequeño, mas una villa de ciudad rural que un punto dentro de todo ese desastre que Pearl Harbol ha ocasionado.

Aun así, la propaganda que instala un diminuto pánico en los corazones de las personas ha llegado ahí, Minato se detiene enfrente de uno de esos carteles de colores monocromáticos y comparte esa empatía con la que todos están reaccionando, como si ese ataque hubiese sido de manera personal y no una estrategia militar.

El grito de Kushina, una recién llegada de Chicago con pelirrojo cabello, hace que un escalofrió recorra la espina dorsal de un distraído Minato, que solo lleva una mano tras su cabeza cuando los enormes ojos verdes le enfocan mirándole con reprobación, llegaran tarde a la escuela.

La pequeña mano de la alta chica se enreda de forma natural a los dedos de piel tostada del rubio que solo puede dejarse llevar por su recién novia. Con una sonrisa de idiota y las mariposas revoloteándole en el estomago.

Y caminando por la calle donde la iglesia holandesa toca sus campanas, Minato rápidamente se olvida que en una isla cerca del mar ha sido destruida. Y que ese solo es el inicio de una era de holocausto y arrepentimientos.

Cuando la carta de reclutamiento llega hasta la puerta del número 432, Minato se ve en medio de la sala, consolando a su madre. El sello de la casa blanca, la milicia y el tío Sam, dicen mucho más que todas las palabras formales dentro de esa hoja que circula de manera masiva por el país. La dirección y el destinatario es el único cambio de una constante que llama para engrosar filas de sacrificios humanos, simple carne de cañón que acercara un paso más a la victoria.

Minato tiene 17 cuando sus padres son forzados a firmar un documento que emancipa al rubio. Ha pasado todas las pruebas físicas, solo es cuestión de asignarle un numero y ficharlo.

Kushina que siempre ha estado ahí, con sus largos cabellos, y sus manos frías, lo sostiene de las húmedas mejillas. Ella se ha mordido el labio hasta hacerlo sangrar. Ambos impotentes ante un destino que se empeña a sepáralos. Ella le abraza, esconde su rostro en el cuello y le susurra palabras de ánimo. Asegurándole que volverá, que ella le esperara, que tienen que ganar. Minato puedo oír como es que la mentira se hace más y más grande mientras la boca de la pelirroja continua moviéndose. Inclina su rostro y sella su boca.

Él prefiere llevarse el sabor a paleta de cereza que deseos vacios.

Minato aun puede recordar el vestido de flores que ella se pusó ese día, como un capricho cumplido para el de ojos azules que siempre quiso verla vistiendo más que vaqueros y jersey. Kushina odiaba verse femenina o hacer el menor esfuerzo para su imagen. Aun así, ella quiso verse linda para él. Soltó su mano y dio dos pasos hacia atrás.

Ella dejó ir a Minato con el corazón en la garganta y un secreto que jamás encontró la valentía para contar.

El pabellón 56 de la fuerza aérea quedaba hasta el final del campo. Minato arrastra los pies, lleva 3 meses de entrenamiento. Y una semana como piloto, ese es su día de descanso y pueden ir al centro del pueblo como una distracción de la formación por la cual se están preparando. Él suele pasarlo en su cama de colchón duro y frazada roñosa en medio de fotografías de una chica pelirroja y con cartas que se sellan con dibujos de tomates. La correspondencia ha ido disminuyendo de a poco.

Minato no quiere preocuparse por el intervalo del tiempo que aumenta a cada nueva carta que recibe. La mano que sostiene el sobre de color caramelo le tiembla, casi como si algo no estuviese bien. Rompe el sobre. Hay dos hoja y una flor que se resbala ya marchita, cae sobre su regazo. Un “no me olvides” muerto se resquebraja encima de su pantalón.

Y lo ignora, sus ojos se mueven a través de la hoja antes de que su cuerpo se incline de forma abrupta hacia adelante. Minato se cubre la cabeza con ambos brazos mientras su boca se ha trabado en un “No, no, no, no, me jodas Kushina”

Respira, irguiéndose, con los músculos tensos y la respiración jadeante, toma la segunda hoja. Huele a bombones de chocolate y tiene manchas húmedas que deforma la tinta de las letras. Está plagada de disculpas, de amor, y despedidas.

Minato casi deja salir el alarido que le ruge desde el pecho, el “no me olvides” ahora yace en el suelo. El rubio camina por el pasillo formado por las literas del lugar, sus pies se mueven frenéticos, es una histeria que se le escapa por los poros de la piel.

Mira con odio las  hojas que ahora son solo un anuncio póstumo.

Kushina ha muerto dos días atrás de acuerdo a la fecha en la que esta. Se le ha detectado el síndrome de Nelson, el tumor ha crecido de forma acelerada, oprimiéndole la corteza cerebral.

Cuando los doctores se dieron cuenta fue un desahucio en todo regla, es terminal, le dijeron con el pésame escondido en la profesionalidad. Ella nunca encontró como decírselo, todo se complico con su reclutamiento. “solo quería hacerte feliz hasta el ultimo día” es la línea final de una carta a medio terminar.

Kushina carecía de fuerzas para escribir. “Tenía una sonrisa” escribió su madre en la segunda misiva, casi como si quisiera aliviar el dolor que se le derramaba por dentro a un Minato que quiso sentirse enojado con los silencios de la siempre hiperactiva pelirroja. Quiso odiarla por no tener la confianza, por no encontrar el momento, quiso odiarla. Porque Kushina le amo tanto, que sufrió por los dos hasta el último respiro.

Una cabeza asomándose por encima de las literas, le hace girar hacia la pared. No hay lágrimas en sus ojos, solo algo burbujeándole en la sangre y la impotencia contrayéndole las venas. La voz que le pregunta si ira al bar le satura los sentidos, le aturde su enervado cerebro.

Minato mira las hojas arrugadas en su mano y la flor que se deshoja a sus pies, alza el rostro, diciendo un si tranquilo junto a una media sonrisa. Introduce la carta de nuevo en el sobre, la guarda baja el colchón junto a los pocos pétalos de un azul frio. Camina con pasos firmes, sin mirar ninguna vez atrás.

Minato esa noche se emborracha con una botella de whisky de dudosa procedencia y con Gleen Mille que toca in the mood desde la rockola de la esquina.

Si el rubio hombre cierra sus ojos, todo lo que puede ver es los millares de hilos rojos que son el cabello de Kushina esparcido sobre el pasto, sus cuencas verdes reflejándole y su voz llamándole. Las lágrimas le resbalan por el mentón mezclándose con el alcohol.

Minato ha perdido lo que le quedaba de su antigua vida.

En mayo de 1944 Minato surca los cielos de un lugar desconocido que se marca como tierras del enemigo, con su Bell P-39 Airacobra. El mar desde abajo, de un azul oscuro y turbio, le mantiene con la mente clara. Ese es su primera vez como piloto de reconocimiento y caza, no ha habido tiempo para simuladores, ha pasado de saber tripular una simple avioneta de ataque terrestre a ser un exterminador a gran escala.

Las montañas con sus halos de nubes, y las orillas de la playa con bunker como fuerte improvisados, son solo fallas geográficas de un terreno que pronto carecerá de vida humana, se encuentra sobre volando el sur de Japón. Con su gente de ojos rasgados y su idioma ancestral que solo le irrita.

Llega hasta las coordenadas marcadas, dos Bell mas se le unen. El viento es una sonata de preludio. La guerra está en su máxima expresión. Se sostiene en la nota más alta y estalla con balas industrializadas y bombas. Minato, que ya ha peleado en el campo de batalla se mira de pronto incapacitado. Hay una escuela muy cerca, las pequeñas personitas, son niños que no rebasan los 6 años, tienen sus caritas alzadas, señalan los aviones como luces del cielo.

De pronto la guerra se siente más real que el olor a pólvora y sangre. Que los gritos y ordenes, que el uniforme verde y las malas noches en el suelo. Es más que miedo de no sobrevivir para ver la siguiente puesta de sol, más que anhelo de regresar a casa y estar en el lugar natal.

La guerra es la destrucción del mundo. De la vida. Es rabia sobre poniéndose a la razón. Es la catástrofe del hombre, que ha traspasado el libre albedrio para convertirlo en un genocidio.

Los aviones vuelven a la base, tras trazar las líneas de reconocimiento. Minato pide su cambio. Los gritos del comandante diciéndoles que se deje de estupideces no lo hacen claudicar, ni el discurso de su deber o los golpes de castigo por insurrección a un superior.

Minato vuelve al campo de batalla un mes después y tras el castigo de confinamiento que le ha dejado con kilos menos y el cabello cayéndole sobre los hombros.

Ese mismo año, cuando agosto va empezando y el verano se dibuja sobre los rayos del sol, el se encontrara lleno de impotencia una vez más. La primera bomba nuclear ha caído. Y eso solo es el principio del final.

El 2 de septiembre de 1945 el infierno ve por primera vez una ventana de escape. Tras la segunda bomba a Nagasaki solo unos días después, Japón ha caído, firmando pactos y mandatos por potencias que le encañonan desde la espalda. Ese día es bautizado como Shousen- Kinebi.

Minato, que está en labor social para ayudar a que los pueblos de las prefecturas afectadas puedan mediamente reponerse, esconde la cara entre las rodillas debajo del puente que cruza un riachuelo. Va esconderse ahí, cuando la realidad le supera y sus manos llenas de sangre son algo demasiado pesado con lo que lidiar.

Así que va, para ocultar sus cabellos rubios y ojos azules de extranjero. Los aledaños le miran con furia, desconfianza y dolor. Con la muda pregunta destilándoles por la punta de lengua “¿Por qué?” Minato no saben si le piden explicaciones de la manera bélicas que los países tienen para arreglarse sus problemas, o es la lista de razones que exigen para comprender porque ahora ayuda a un país que era el enemigo solo unos días atrás.

El no tiene la respuesta. Decirles que es por culpa, seria egoísta, no pretende redimirse ante una isla que solo ha actuado también por las cosas que creía. Un confortamiento de que es lo correcto siempre será algo que se repetirá.

Siente alguien sentándose a su lado. No levanta el rostro, cuando una mano toma las suyas y deposita ahí una bolita de arroz. Cuando los rojos e hinchados ojos salen de su escondite ve como una mujer joven vestida con un kimono de flores y descalza camina por la orilla del arroyo con las espigas de la hierba acariciándole las piernas y el cabello oscuro en una coleta baja  le besa la cintura a cada paso que da.

Minato no cree en segundas oportunidades, pero cuando ella se detiene, gira y le sonríe. Él quiere creer en que se puede crear un mundo mejor, a partir de las cenizas. Como las alas de fuego de un orgulloso fénix.

Mira la bolita de arroz y la come. Nunca algo tan pequeño tuvo tanto valor.

Las circunstancias para sobrevivir obligan a Minato a portar siempre un arma, su uniforme militar con una decoración que estuvo a punto de rechazar, pero que le permitía continuar ahí, en ese pueblo y un japonés básico para comunicarse. La gente de la aldea lo ha visto por 7 años, se acostumbrado a él, y casi podría decirse que han entendido que él no fue el autor de las miles de muertes.

Es un soldado, siguió órdenes y luchó por su país. Tiene el suficiente honor para que los más viejos lo reconozcan y le acepten calladamente. Kansai está creciendo poco a poco, con un Japón en vías de recuperación con ayuda externa.

Minato llega hasta enfrente de una casa de tejas rojas con jardín. Mikoto tararea una canción mientras barre las hojas que caen del viejo árbol de la entrada. Cuando ella lo nota, se inclina levemente y camina hacia el interior.

El rubio termina de entrar y se sienta sobre el suelo de madera mientras mira el Tōrō rodeado de musgos y pequeñas plantas. Mikoto llega de nuevo a su lado con una bandeja con dos vasos de té verde. Se pone en cuclillas a su derecha y se quedan ahí. Sin decir palabra. Solo usan el lenguaje de sus cuerpos.

Minato, que no sabe como declarar ese amor que se la ha ido incubando por años en un idioma entendible, la toma de la mano, la mira fijamente a los ojos y la deposita sobre su pecho, a la altura del corazón. Ella parpadea, sus mejillas se llenan de color y da una tímida sonrisa.

Ahora es ella la que toma la mano de Minato y repite el procedimiento. De manera lenta, como si fuese una ceremonia importante que ambos han esperado. El rubio le sonríe antes de inclinarse.

El Tōrō oculta el beso cargado de promesas y de la redención que Minato estuvo buscando por tanto tiempo. No había notado que se había perdido.

Kushina estaría orgullosa de saber que había encontrado al fin el camino para volver a casa.

Cuando Itachi estuvo en sus brazos por primera vez, Minato sintió que había algo por lo que estar agradecido a la vida, dio su gratitud entre lágrimas, mientras se aferraba a su hijo de no más de una semana de vida. Le murmuro en un japonés más elaborado y con algunas palabras en inglés, un juramento improvisado que estaba lleno de protección, amor y jamás abandonarle.

Minato tuvo una segunda cosa importante dentro de su vida.

Sasuke nació en julio en el 5 aniversario de su matrimonio. Fue diagnosticado como un bebe fuerte y sano. Cuando Minato lo vio por primera vez, durmiendo en una incubadora, y con sus manitas hechas puños. Toco la superficie de cristal que les separaba solo para sentirse un poco más cerca de su hijo y de repetir ese patrón de juramento que podría calificarse como esperanzador.

Itachi a su lado imito el gesto, con una sonrisa pequeña, herencia de su madre, con los cabellos largos cayéndole sobre la frente. Murmuró “Sasuke” y sintió una implosión en su pecho, como si al fin una pieza faltante fuera colocada y todo el engranaje comenzara a trabajar de manera correcta.

Itachi fue, para sorpresa de sus padres, él único capaz de contener el llanto desesperado de su hermano. Y dormirlo cuando parecía resistirse a sus siestas de la tarde después de la leche. Fruncía sus cejas casi inexistentes y soltaba un balbuceo en forma de reproche. Itachi reía ante ello y lo ponía contra su pecho, arrullándolo con la nana que su madre le cantare a él.

Minato tuvo una tercer cosa importante que proteger.

Naruto es el primero en heredar un rasgo físico del rubio americano. Como una copia calcada, o una burla de la genética que se ha saltado a dos hijos. Suprimiéndole las cargas de información de su ADN. Eso, sin embargo, no parece importarle a Mikoto, que se siente orgullosa de haber tenido un bebe tan bonito. A pesar de que llora demasiado y come más de lo reglamentario.

Le limpia la boquita con un pañuelo mientras Naruto se revuelve sobre su regazo. Sasuke está a su lado, como una rutina instaurada después de volver de la escuela  y terminar sus deberes. Itachi le sigue más tarde, casi cuando la tarde está cayendo, el sol se pierde en el horizonte, tras el monte Fuji.

Minato, que aun se siente un poco inquieto por las reacciones de Sasuke, no puede negar el amor que se refleja en las enormes pupilas oscuras. El mayor toma entre sus brazos, a cada oportunidad que tiene, al bebe de pestañas rubias y gorgoteos felices.

Mikoto llega entonces hasta el ima, donde todos permanecen en el suelo haciendo un círculo alrededor de Naruto, para llevárselo, es hora del baño. Sasuke le sigue como un patito. Tomando la manita del menor y dejándose encantar por la voz de su madre que le indica que hacer para ayudarla.

Minato los ve perderse por el corredor. Itachi aun está con él, con la camisa del uniforme a medio desabrochar y los ojos oscuros brillantes. El rubio no necesita preguntarle a su primogénito si es que ha notado como Sasuke ha vuelto a ser el mismo. Es un tema que ha quedado vedado, como si temieran que al hablarlo un hechizo se rompiera y Sasuke volviese a cerrarse al mundo.

Naruto es un sol, es la persona que pudo alcanzar al niño de ocho años que pendía de hilos con su cordura.

Pero todo ha vuelto a la normalidad, llena de comidas, voces, olor a bebé y amor repartiéndose en cada rincón.

Minato tiene entonces esa sensación de que la pieza final de su vida ha sido puesta, todo encaja en su lugar.

 

 

 

 


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