Vuelo.
Hinata tiene cinco años y un sueño inigualable. Sueña con volar. Y ser capaz de tocar con las puntas de sus dedos el cielo infinito. Sueña con descubrir de qué están hechas las nubes, y qué se esconde detrás de ellas.
Sueña con alcanzar al águila más rápida, y jugar con el gorrión más pequeño. Sueña con sobrepasar con sus pequeña alas al castillo más esplendoroso, al circo más audaz, y a lo que se oponga en su camino.
Sueña con respirar el aire del más allá.
Es su sueño desde que es capaz de recordar y no es posible que lo olvide.
Encontrará la manera, lo intentará una y mil veces hasta lograrlo. Ya descubrirá de que modo.
Tal vez no lo logre sólo y necesite alguien que le acompañe en el vuelo. Cuantos más compañeros, mejor.
Volará tan alto como pueda. Y nadie podrá oponerse.
Medicine.
—Tsuki, respira. Vamos, levántate—. Tsukishima escucha un susurro suave y dulce. El sonido más desesperado del mundo, la voz de un guardián, observando el desastre de unos minutos antes—. Levántate, y comencemos de nuevo.
La voz de Kuroo es un murmullo que se pierde entre la realidad y lo imposible.
Siente que lo sujeta del brazo con fuerza. Y escucha la lluvia caer y golpear contra la ventana. Puede distinguir eso al menos.
No puede abrir los ojos porque el dolor es inmenso. Siente frío, y el calor del infierno correr por su cuerpo.
—Tsukishima, mirame.
Es Kuroo, definitivamente. Siente su cabeza volver a nublarse gracias al dolor y lo otro. Sabe que es de noche, que llueve, y que la lluvia golpea con fuerza contra la ventana.
Siente su cuerpo desaparecer de la realidad. Siente lo que es estar suspendido. Otra vez.
—Fue mucho, demasiado, Tsuki.
Siente los brazos de Kuroo cargarlo, abrazarle fuertemente. Siente las lágrimas humedeciendo su hombro.
—Dejalo, Tsuki, y empecemos de nuevo.
Siente la suavidad de un almohadón en su cabeza, y las lágrimas tibias de Kuroo sobre su rostro.
Tsukishima intenta ganarle a la gran confusión que le abarrota la mente, pero es una competencia inútil. Fue mucho, mucha medicina.
Ha intentado dejarlo muchas veces. Ha abandonado toda esperanza.
Siente los labios suaves de Kuroo sobre los suyos. Pero no siente la fuerza suficiente para corresponder al gesto, ni para decirme lo siente, siquiera para mentirle y susurrarle que todo estará mejor.
Sabe que ha empezado a llorar, a derrumbarse en un punto entre lo real y el escape.
Ha visto lo estúpido que es intentar huir. Pero no deseó dejar de intentarlo.
Intentar escapar del mundo, del dolor.
—Aún puedes ser lo que quieres ser —dice Kuroo. Tsukishima escucha la voz quebrarse con cada palabra, escucha a Kuroo flaquear por el miedo—. Lo que dijiste que eras.
Siente una lágrima humedecer su mejilla. Una propia. Una pequeña reliquia preciada, un sentimiento.
Sabe que Kuroo llora a su lado. Llora lo peor. Llora la posibilidad de que haya sido mucho.
Kuroo lo ha dicho muchas veces. “La vida es un tesoro que hay que cuidar”. Pero jamás le ha hecho caso, y la medicina era más adictiva y mucho más fácil.
Se arrepiente. Se arrepiente tanto. Ha leído muchos anuncios en el periódico, muchas advertencias en cada uno de ellos. Y ha ignorado todo.
—Aún podemos ser lo que queríamos ser —susurra.
Una mala jugada, una mala tirada de dados. Sabe que es tarde.
Fuera la lluvia lo empapa todo, arrollándole en un sueño eterno.
Y las lágrimas de Kuroo siguen cayendo, y un frasco vacío descansa sobre la mesa.
Medicine.