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Llévame a casa por Valz19r

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Capítulo 11. Contando historias.





¿Cómo podía llamar a lo que estaba viviendo? Mala suerte le quedaba aún muy pequeño, porque lo que él tenía iba más allá de un simple “mal de ojo”, posiblemente tuviera una maldición encima y él no lo sabía. No era un mal tipo, bueno, al menos no lo había sido en la última semana, pero no sabía que lo juzgarían en base a su pasado porque él no haría eso con nadie. Era muy injusto entonces, que el destino lo tratara de esa manera. Pero en cuestión, es conveniente explicar lo que había ocurrido.


Todo inició esa mañana, un fatídico martes. Su madre lo despertó más temprano de lo usual, él, con el apellido atravesado, atendió al llamado y se preguntó por qué demonios lo jodían a las cuatro de la mañana dado que las clases eran hasta las ocho, debía ser algo importante porque de lo contrario olvidaría el hecho de que es su madre quien estaba importunando y le partiría la madre (sí, así de vulgar). So progenitora le informó que ese día no asistiría a clases porque debía resolver unos “asuntos importantes”, algo de lo que dependía su futuro y, por consiguiente, su vida. Lo único que alcanzó a escuchar era algo sobre “no estar registrado en el sistema”.


—Técnicamente, no existes en Japón.— dijo cruzándose de brazos.


—Técnicamente, ¿por qué debería importarme?— preguntó con voz somnolienta, estaba tan cansado porque la noche anterior no había conseguido dormir. Estaba más entretenido con sus pensamientos, los cuales compartía con el 90% del alumnado del instituto Haruken, y esos eran “¿Por qué Shirou Fubuki no me ama?” si se planteaba de esa manera sonaba muy patético, prefería no decirlo en voz alta pero no podía evitar que sus acciones delataran su estado de ánimo.


—Porque si no existes no podrás entrar a la universidad y si no entras a la universidad vivirás detrás de un contenedor de basura y, seamos sincero, no puedes cargar tu teléfono detrás de n contenedor de basura.— respondió con sarcasmo y una sonrisa torcida.


Se levantó de la cama como un resorte y se alistó en 30 minutos (30 menos de lo que suele tardar). Se subió a su auto y manejó por las congeladas calles, quien diría que se encontrarían abarrotadas de autos a las cinco de la mañana, estuvo una hora en un embotellamiento, maldiciendo al cielo y a todos los habitantes de su ciudad. Se entretuvo escuchando música y se puso a cantar como si fuera el único en aquella carretera. Una niñita no le había quitado el ojo en todo el rato pero él prefería ignorarla, sabía que si le atribuía importancia terminaría por hacerle gestos groseros a la infante y no deseaba ir a la cárcel. Cuando por fin avanzó ya eran las seis de la mañana y el cielo comenzaba a aclararse, condujo deprisa hasta que llegó a los apartamentos de registro. Bajó del auto y entró a las oficinas de atención al cliente, al parecer todo Hokkaido se encontraba fuera del sistema en esa temporada y habían decidido arreglar sus problemas ese día. Se acercó a un cubículo donde estaba sentada una joven mujer de cabellos largos y azabache, usaba montura y labial rojo.


—Quiero registrarme en el sistema.— solicitó luego de un tosco “Buenos días”.


La chica alzó la mirada del papeleo y con una sonrisa cas forzada le dirigió su atención al rubio, tecleó en el ordenador y luego le tendió un cuadrado de papel donde tenía escrito un número. —Espere por allá.— pidió señalando unas incomodas sillas de metal.


Aceptó el papel y observó el número: “450”, alzó la vista hacía la pantalla que mostraba el número siguiente: 180. Sí, sería un día largo. Suspiró.


—Genial.—


Resignado se dirigió a una silla y se sentó en ella con desgano, apenas tenía ánimos para estar en ese horrible lugar, ¿por qué había aire acondicionado si afuera estaba helado? Le incomodaba el frío extremo, le hacía recordar sus ojos.


Shirou.


Revisó el bolsillo de su pantalón y encontró un pedazo de papel celeste, lo desdobló y comenzó a leer. Lo había leído tantas veces el día de ayer que ya se sabía de memoria lo que decía. Intentaba buscarle un por qué, aunque claramente tenía una idea de saberlo. Lo volvió a leer.


“Lo siento y, aunque me avergüenza mucho confesarlo, también me gustas y cuando pienso en ti imagino citas y tardes juntos, viajes y noches divertidas. Me imagino un “nosotros” y es a eso a lo que temo, perdona si estas palabras te lastiman pero sé que al principio no era yo sino otro y deberías seguir pensando en él pues conmigo no tienes futuro. Lo siendo Afuro, pero te quiero y esa es una de las pocas verdades que conozco. Te quiero, pero no eres mío ni yo soy tuyo. Hasta otra. Shirou.” 


Aquello, junto a un gramo de margaritas que reposaba en un florero en su habitación, es lo que había encontrado el día de ayer cuando llegó a casa. Su ama de llaves se lo entregó en sus manos apenas entró por la puerta y él estaba desconcertado. Se sintió como basura y estuvo a punto de pasar la noche llorando, pero no lo hizo por principio, en lugar de eso prefirió pensar y volver a vivir los momentos con su ya no chico, jamás supo que eran pero de un momento a otro Shirou significaba todo. ¿Qué había pasado? ¿En qué momento se había enamorado de ese chico? Ese no había sido su intensión desde un principio. Sólo pasó, como todo en esta vida.


Suspiró con pesar.


—Ah, lo males de amor.— expresó una voz suave y femenina.


Se giró y se encontró a una chica, posiblemente de su edad, pelirroja y de bonitas facciones, sus ojos avellana lo miraban con cierto interesa y una sonrisa amable adornaba sus labios rosados. Era una chica muy atractiva, le regaló una sonrisa torcida y volvió su mirada hacía la nota, no tenía deseos de volver a pensar en todo lo que había ocurrido, o tal vez, necesitaba hablar con alguien sobre lo sucedido porque en esos momentos se sentía muy solo. Extremadamente solo. Dobló el papel hasta que lo convirtió en un cuadrado pequeñito y se puso a jugar con él; no quería perderlo, era lo último que le quedaba de él. Escuchó como la chica dejaba escapar un suspiro pesado.


—¿Qué es lo que te pasó?— preguntó. Afuro levantó la mirada y volvió a enfocarla en ella, aún mantenía esa sonrisa amigable en sus labios. Se sintió extraño, pensando en que era un persona desconocida que preguntaba cosas sobre su vida, pero ella se veía tan tranquila y sin dobles intensiones. Tal vez sólo estaba aburrida.


—Es una larga historia.— respondió, lo que no era tan cierto, sólo había sido un año, pero fue tan extenso que se sentían como muchos más.


—Bueno, mi número es el 400, tenemos mucho tiempo.— respondió sonriendo con tranquilidad. Ella parecía tan imperturbable y su largo cabello caía sutilmente sobre sus pechos.


Suspiró resignado y se reincorporó en la silla para quedar mirándola de nuevo, bueno, si era cierto que tiempo era lo que les sobraba y tal vez, le hacía bien hablar un poco, no estaba perdiendo nada porque a ella no la conocía y posiblemente no la vería otra vez.


—¿Cómo te llamas?— le preguntó curioso.


—Natsumi Raimon.— respondió con solemnidad, como si su nombre fuese las palabras más importantes que escucharía en toda su vida. —¿Y tú eres...?—


—Afuro Terumi.— respondió.


—Ahora que ya nos conocemos, ¿me dirás que sucedió?— insistió.


—Bueno...— ¿Cómo había iniciado todo? Él sabía que todo había comenzado por “alguien”. Sí, así era. Todo comenzó por “él”.



Cuando lo conoció pensó que era le persona más chocante del mundo, con una personalidad difícil de tratar y una actitud cínica y pesada, pasaron unos días y, sus pensamientos eran ciertos. Ese chico era todo menos agradable, pero era tan divertido, joder, su sentido del humor pesado y satírico había llamado su atención a tal punto que siempre estaba con él a pesar de los apodos nada lindos que le había asignado. Con él Afuro era “el afeminado” o “la perra rubia” pero estaba bien, ya no se ofendía porque reconocía que esa era su forma de demostrar que le agradaba... una extraña, muy extraña forma. Pero no sabía quién era más incoherente, si Atsuya por no saber relacionarse con las personas o Afuro por soportar sus tratos bruscos. Ambos eran especiales.

A fin de cuentas, se hicieron amigos y comenzaron a pasar más tiempo juntos yendo a fiestas y caminando por el parque en la tarde, usualmente tenían conversaciones agradables, aunque el silencio también era una buena compañía entre ambos, todo era genial y emocionante. Él estaba feliz de haberse ganado una nueva amistad, pero su mente no estaba conforme con ello, no, de pronto comenzó a interesarse en Atsuya, cuando ya no lo llamaba “Vástago de Lucifer” sino “el lindo demonio”... ¡STOP! Estaba en problemas. Él no podía enamorarse de su mejor amigo, eso era un delito, no, no. Definitivamente no.



—¿Cómo descubriste que estabas enamorado de Atsuya?— preguntó curiosa.


Afuro se relamió los labios y suspiró con pesadez, sus ojos se perdieron en algún lugar del techo intentado recordar, esa noche estaba turbia en su memoria, pero si recordaba las partes importante.


—Era el cumpleaños 15 de Atsuya, habíamos hecho una gran fiesta y bebimos mucho.— relató. —Él se subió a una banca porque quería enseñarme algo que sabía hacer, cabe decir que estaba más ebrio que yo, perdió el equilibrio y cayó al suelo...—

Cuando Afuro vio a Atsuya tirado e el suelo su mundo se congeló, estaba absurdamente asustado. Se inclinó para ayudarle a levantarse pero los ojos de Atsuya estaban desenfocados y perdidos. Se acercó más, llamándole por su nombre varias veces pero el albino cerró los ojos con fuerza y no respondió. Aquello sólo consiguió alertar aún más al rubio, quien creía que su mejor amigo tenía algún trauma cerebral por el horrible golpe que se había llevado. Desde su perspectiva se vio muy feo. Lo quiso tomar de los brazos pero entonces, Atsuya reaccionó e impulso su cabeza hacia delante con tal fuerza que terminó impactando su frente en la nariz del rubio. Afuro se quejó del dolor y tomó a Atsuya en brazos para llevarlo al baño y asegurarse de que estaba bien, aunque era a él a quien le sangraba la nariz.


Había logrado detener su hemorragia pero aún no estaba del todo seguro de que Atsuya se encontraba bien, aunque se veía muy normal, tan normal como podía mostrarse una persona ebria.


—Deberíamos ir al hospital.— comentó con evidente preocupación.


—Claro que no, estamos bien.— negó el albino entre risas flojas, tenía las mejillas coloradas por el efecto del licor en su organismo.


—Te caíste de dos metros y te golpeaste la cabeza, podría ser serio.— señaló sin poder disipar su preocupación.


Atsuya se echó a reír con ganas, apoyó su mano en el hombro del rubio y lo miró directo a los ojos. Su actitud a veces era distinta cuando bebía mucho, a veces era más amable o más insoportable.


—Te preocupas demasiado, estoy bien.— insistió con una sonrisa tranquila.


—No quiero que te pase algo malo.— confesó avergonzado, usualmente no solía ser condescendiente con Atsuya porque su amistad era de aquellas donde sólo habían burlas y bromas pesadas pero aquella sonrisa y sus ojos vidriosos lo habían hipnotizado; eran tan escazas las veces que lo veía ser amable.


—Qué lindo eres, pero en serio me siento bien.— respondió.


No podía ignorar lo cerca que estaban, sentados en un pequeño sofá que apenas alcanzaba para ambos y por ello debían estar casi encima del otro, con Atsuya mirándole de esa manera tan adorable y su mano apoyada en su hombro, los sentimientos comenzaron a revolotear dentro de su estómago; semanas atrás se hubiese preguntado qué era todo aquello, pero ahora ya había aceptado su realidad: estaba enamorado. Pero ahora se sentí nervioso e incómodo, como si se estuviera reprimiendo de hacer algo que de verdad anhelaba.


—Vi a dos de nuestros amigos besándose.— comentó de pronto, interrumpiendo el silencio...—


No recordaba de quienes se trataba, pero sí sabía que había sido dos personas de su núcleo de amigos porque Atsuya estaba consternado.


—No deberían, son chicos...— Pero no pudo finalizar su oración, se había quedado callado, cuestionándose lo que había visto. Su mente era un lio, demasiadas preguntas para poder responderlas todas.


—¿Crees que esté mal?— preguntó curveando una sonrisa.


—No me refiero a eso.— negó con la cabeza. Se sentía tan confundido. —Pero se supone que son mejores amigos, los mejores amigos no hacen esas cosas.— argumento, buscando explicación a su incomodidad.


—¿Sería desagradable si yo te besara?— preguntó, había un resquicio de picardía en su mirada.


Atsuya se quedó callado durante unos segundos, de pronto se sentía aprisionado. —No lo sé.— respondió casi en un hilo de voz. Qué dócil se había vuelto, resultaba increíble.


Aprovechándose de su estado inconsciente, carente de juicio y con actitud retraída, acercó su rostro lentamente aún con temor de ser rechazado, pensando que en cualquier momento Atsuya lo apartaría de golpe y le gritaría. Pero nada de eso pasó, el chico estaba absorto en lo que ocurría, demasiado pensativo para reaccionar. Podía sentir las respiraciones mezclándose y cómo el aliento de Atsuya era dulce y atrayente. Se rostro se reflejó en la claridad de sus ojos y se sintió ahogado, como si estuviera en un mar profundo. Acortó la distancia y ocurrió, estaba besando a Atsuya Fubuki: su mejor amigo y no recordaba haberse sentido mejor, el revoloteo en su estómago era frenético, las manos le sudaban y era como si hubiesen encendido millones de cohetes en su interior. Ese no había sido su primer beso pero lo había sentido como tal, incluso había olvidado dónde estaba y qué había ocurrido para llegar a esa situación. Cuando se apartó, Atsuya lo observaba distraído, como si no estuviera presente, acarició su mejilla y entonces supo que ya no habían más dudas: estaba enamorado de él.


—¿Y qué pasó? ¿Te rechazó?— preguntó la pelirroja con interés.


—No exactamente.— respondió torciendo los labios.


A la mañana siguiente Terumi fue directo a la casa de su amigo pelirrosa, la incertidumbre y aquellos sentimientos descontrolados no le permitían descansar, ni aun cuando había llegado hecho polvo a su casa en la madrugada, él sólo podía pensar en ese beso y todo lo que significó para él. Pero, habían preguntas: ¿había significado lo mismo para Atsuya? Debía averiguar si también sentía lo mismo y, por ello, apenas el sol salió se encaminó a la casa del chico. Cuando llegó fue recibido por el ama de llaves que le indicó que aún estaba dormido, que subiera e intentara despertarlo. Aunque dudaba que diera algún resultado. Lo vio tendido en su cama, impasible como si estuviese pintado en un lienzo, se acercó sigilosamente para no perturbar tan bella imagen pero en cuanto se sentó a su lado el chico abrió los ojos y lo recibió con una sonrisa.


—¿Qué pasó anoche?— preguntó con voz somnolienta.


—Caíste de dos metros y casi te rompes la cabeza.— respondió con una sonrisa burlona.


El chico parecía sorprendido, con cierta impresión se incorporó en la cama, sentándose. —¿En serio?— preguntó recibiendo un asentimiento. —Mierda.— exclamó llevándose una mano a la cabeza.


—No recuerdo muy bien la conversación que mantuvimos, pero si recuerdo que él no mencionó el beso en ningún momento.— relató. —Había olvidado lo que había pasado.— Y parecía realmente abatido.


—¿Y no se lo dijiste?— preguntó alarmada, recibió una negación con la cabeza. —¿Por qué?— Estaba realmente confundida por la actitud de su compañero.


—Tenía miedo, ¿y si él no sentía lo mismo y nuestra amistad acababa?— inquirió gesticulando con las manos, aquello parecía desesperarlo. Él sabía que estaba haciendo algo estúpido, pero en esos momentos no lo vio así, no sabía qué más hacer. —Luego conocí a un chico...—


Cuando lo vio sentado de espaldas pudo jurar que se trataba de Atsuya, su misma contextura y porte, sólo que ahora lucía algo más elegante y soberbio, no le había notificado que asistiría a esa fiesta y eso le pareció una traición porque pudieron irse juntos. Caminó hacia él con una sonrisa en los labios, siempre le alegraba verlo, pero en cuanto más se acercaba se daba cuenta de que no se trataba de su rebelde amigo sino de otro chico. ¡Joder! Había olvidado que había en el mundo otro chico con el rostro de su amado. Lo miró de frente y esos ojos lo adsorbieron, tal y como lo hacía los de Atsuya. Eran tan idénticos, tan parecidos que por un momento se olvidó de que se trataba de otra persona y comenzó a charlar con él. Abordar a ese chico era difícil y eso sólo hacía que quisiera hablarle aún más, era arisco, era soberbio y era, sobre todo, bonito.


—¿Traes aquí a todos los chicos y chicas que conoces?— le preguntó con una sonrisa ladina.


Afuro lo había guiado hacía la torre de Sapporo, donde parecía que todas las estrellas se aglomeraban en la punta de esta y brillaban con intensidad millones de luces, algo muy romántico. El chico, cuyo nombre ya sabía de hace tiempo pero hoy lo había vuelto a escuchar, le había agradado y por ende, mantuvieran una conversación cálida.


—Sólo con los que quiero algo.— respondió dirigiéndole la mirada.


—Tus relaciones suelen ser de una semana, o eso es lo que he oído.— alegó cruzándose de brazos y arqueando una ceja, no podía negar que aquellas palabras habían llamado su atención.


—¿Dos semanas es suficiente para ti?— preguntó divertido.


El albino se acercó y junto sus labios con los de Afuro, iniciando un beso lento y así, lo que podría ser una relación sin fines amorosos.


—¿Estabas con él porque se parecía a Atsuya?— preguntó la chica.


—Exactamente, pensaba que estaba con Atsuya cuando en realidad estaba con Shirou, pero no podía ver las diferencias. Sólo quería drenar el amor que sentía y no podía ser correspondido.— respondió.


—¿Lo estabas usando?— inquirió con rencor en el tono de voz, lo miraba de manera despectiva.


—En realidad no, porque yo no lo amaba y él no me amaba. Sólo éramos dos desconocidos que se besaban, eso era todo.— explicó. —Pero entonces...—



Había comenzado a disfrutar de su compañía, tanto que ya no podía conformarse con sólo verlo en fiestas, quería pasar mucho más tiempo con él. No era un mal chico, hasta podía llegar a ser bastante afectuoso, con una personalidad adorable y alegre, pero aquellas virtudes las tenía bien ocultas y no las mostraba a nadie más que a Terumi y él se sentía especial, aunque no debía. Sin embargo no podía resistírsele cuando se portaba lindo, como en ese momento, su cabeza reposaba sobre su regazo y él le acariciaba el cabello con sus delgados dedos.


—Tienes un precioso cabello.— dijo suave, sólo para que su compañero lo escuchara.


Afuro abrió los ojos y se reincorporó quedando de frente al pequeño albino, aquella expresión avergonzada se le hacía de lo más adorable, le acarició la mejilla y ensimismado en las emociones que lo abordaban le dijo:

—Todo en ti es precioso.— Y ambos se ruborizaron.


En ese momento no se había dado cuenta de lo grave que se estaban poniendo las cosas, lo comprometedor que su extraña relación se había tornado.


¿Cuándo había comenzado a amarlo? Tal vez fue desde el momento en que dejó de verlo como Atsuya (si es que alguna vez dejó de hacerlo), aunque todo para él era Atsuya y el resto no importaba. Pero de pronto había llegado este otro chico, con el mismo rostro pero una personalidad totalmente opuesta, puso su mundo de cabeza y ahora era como si amara a dos chicos a la vez, ¿acaso eso era posible? El problema era que él no quería aceptarlo, pues pensaba que sus ojos sólo podían ser para su mejor amigo, sus sentimientos eran caóticos (como todo en su vida), ¿cómo reaccionaría Shirou Fubuki si se enteraba que comenzaba a enamorarse de él? ¿Lo tomaría bien y le correspondería? Después de todo, ellos no eran oficialmente nada, pero a veces, era como si fueran un todo en medio de ese “nada”.



—Él me trataba como si yo fuera la persona más importante en su mundo, al menos, así me hacía sentir.— confesó con una sonrisa.


—A veces me preocupo demasiado por el futuro y me deprimo por el pasado.— expresó con la mirada clavada en el cielo celeste.

—¿No crees que es más precioso el presente? Por eso tiene ese nombre.— respondió observando las esponjosas nubes y buscando formas en ellas.


—No es tan sencillo, yo...—


—¡Mira que cielo tan bonito!— exclamó apuntando con su dedo. Parecía un niño pequeño.


—Sí, es un milagro, considerando que Hokkaido siempre está nublado.— asintió.


Golpe de realidad. Así era vivir el presente, nunca lo había imaginado si era de esa manera. Rebuscó la mano de Fubuki y cuando la encontró la estrechó con firmeza.



—Así era él, me hacía ver las cosas de otra manera y no se daba cuenta de ello.— Jugueteaba con sus dedos en señal de nerviosismo, revivir esas memoria lo volvían emocional y sensible.

—Porque él te quería.— comentó ella.


Le gustaba observar su rostro cuando dormía, así de tranquilo parecía él realmente, sin esconder sus sentimientos ni siendo sarcástico, solo parecía dulce y amable; como era en realidad. Acarició su hombro desnudo, aquella piel era suave al tacto, le agradaba la sensación tan cálida. Sus ojos se paseaban por su figura agraciada, la sabana cubría su cuerpo delgado. Volvió a su rostro, fue en la tercera noche que dejó de ver su cabello rosa y comenzó a preocuparse, él sabía que nuevos sentimientos comenzaban a surgir y no quería eso. Su intención no era enamorarse de Shirou Fubuki, sólo era un juego y ya, no podía sentir, no amor. Pero todo en Terumi era un caos, él mismo no podía dominar sus emociones.



—Ya deberías dejar de hacerlo.—le aconsejó Endou, de sus amigos él era el único que sabía sobre su relación con Shirou Fubuki. —Podrías salir herido.—

¿No crees que pueda separar lo emocional de lo sexual?— preguntó dirigiéndole una mirada sarcástica.

—Nadie puede hacerlo bien, menos tú.— respondió.

Y tuvo razón.




Pese a sus innumerables intentos por domar sus sentimientos Shirou cabo hondo en su corazón, permitiéndole volver a sentir algo que sólo podía sentir por otro chico. Pero era extraño, aún con Shirou nunca dejó de amar a Atsuya. Aunque eso no impidió que viera las cosas desde otra perspectiva: Atsuya era su mejor amigo, no daba indicios de sentir lo mismo que él sentía y Shirou, él era algo así como su amante y parecía compartir sus sentimientos entonces, pensó que ya era momento de dejar atrás y comenzar de nuevo con alguien que sí lo amaba. Así pensaba, y tenía la plena seguridad de que algo bonito nacería de ese romance, pero entonces...


—Afuro, esto siempre fue un juego... y se terminó.—


¿Por qué le hacía eso precisamente cuando había descubierto que se estaba enamorando de él?


—Sólo te enamoraste de lo que representaba Fubuki para ti.— dijo ella, con un tono suave y taciturno. —Al final, siempre amaste a Atsuya.— aseguró.
Y, nuevamente, otra persona se daba cuenta de cosas que él ignoraba.


___***___




Estaba enojado. Ridículamente enojado. La noche anterior había perdido su dignidad al haber enviado más de 20 mensajes a la misma personas y llamarle 10 veces, sólo quería saber por qué estaba actuando tan extraño, por qué de repente había dejado de hablarle dado que ellos eran los mejores amigos y siempre estaban juntos, siempre, pero de pronto todo eso cambio y Hiroto no sabía por qué. Quedó tan consternado cuando encontró su habitación patas arriba y aquel pequeño obsequio que encontró sobre su escritorio, pero aquella nota fue lo que más le dejó desconcertado, le tomó unos segundos descubrir que Midorikawa no había actuado solo pues lo conocía y sabía que él no haría algo tan infantil (o al menos eso pensaba, nunca se termina de conocer por completo a las personas). Entonces pensó y rebuscó en sus memorias de esas semanas, encontró algo, cuando Midorikawa le comentó que debía verse con Alois y Alois siempre estaba con Shirou Fubuki, claro, ¿quién más sino él? Por ello mismo, en esos momentos se encontraba rumbo a su encuentro. Lo había buscado por toda la secundaria y le valía mucho si las clases ya habían comenzado, él necesitaba descargar su rabia con el causante de todos sus males, ¿por qué debía estar jodiendo siempre? No podía estar tranquilo con su vida, conforme con lo que tenía, es que el peli plata odiaba la felicidad ajena, cuando veía que dos personas estaban bien él se encargaba de crear caos. Al menos, así aseguraba Hiroto. Oh, pero ya le haría pagar.


Ingresó al salón donde vería su clase de física, el profesor lo saludó con su clásico “Buenas noches” que utilizaba cuando un alumno llegaba tarde, siempre causaba risas en la persona que lo recibía, pero en esos momentos el pelirrojo no estaba para chistes. Sus ojos viajaron de inmediato a la última fila, esa que estaba al lado de la ventana y lo vio, estaba de pie junto a quien era su mejor amigo, si, SUYO y no de Shirou Fubuki. Se acercó de manera amenazante, furiosos dispuesto a descargar su ira con ese chico.


—¡Eres un imbécil!— exclamó apartando bruscamente a Midorikawa e impactándole la palma de su mano en la mejilla nívea del muchacho.


El tiempo pareció paralizarse en ese momento. Los alumnos que se encontraban a su alrededor dejaron de respirar por unos segundos y, luego, ya no pudieron apartar sus curiosas miradas de la escena. Shirou se sostenía de la mesa, ante aquel impacto no advertido lo tomó por sorpresa y casi lo hace caer al suelo, su otra mano se mantenía sobre su mejilla que punzaba, un fuerte ardor se había extendido en la mitad de su rostro y sus ojos estaban abiertos de par en par. No se lo habría esperado, no de Hiroto.


—¡¿Por qué tienes que estar importunando en las vidas de los demás?!— preguntó enojado. —¡Eres tan egoísta!— expresó.


Shirou se levantó de un salto y se reincorporó dándole la cara a su agresor, él no iba a permitir que lo trataran de esa manera, mucho menos cuando él no tenía la culpa de nada. Alzó un poco la mirada para poder mirarlo a los ojos, tener su estatura no era de beneficio para esas situaciones.


—¿Yo? ¡Tú eres quien ha estado actuando sólo para tu propio beneficio! ¡No me digas que ahora te importa, porque nunca te importo!— respondió
alzando la voz.


Siempre haciéndose la víctima.

—¡Todo estaba bien hasta que decidiste meter tus manos en esto!— expresó, igualmente alzando su voz. —¡Pude haberlo solucionado!— expresó.


Todo hubiese sido más sencillo si Shirou Fubuki no hubiese aparecido en la vida de mis piezas. 


—¡Esto no se trata de él sino de ti! ¡Eres un maldito egoísta y no puedes ver más allá de tu propia vida, a ti no te importa lo que pueda pasar con los demás!— se defendió. Aquello fue un golpe bajo para el chico pelirrojo quien se acercó y lo tomó del cuello de la camisa. Estaba preparado para recibir un segundo golpe, pero entonces.


—¡Te odio!— gritó y los ojos de Shirou se abrieron de par en par.


—¡Hiroto, suéltalo!— Midorikawa había intervenido en el pleito, apartando a Hiroto y abrazando al pequeño albino de manera protectora. —Déjalo en paz.— ordenó con el ceño fruncido y mirando despectivo a quien era su amigo.


—¿Lo vas a defender?— preguntó consternado. Aquella actitud le desconcertaba, ¿por qué de pronto todos estaban en su contra? Observaba como Midorikawa abrazaba con fuerza a Shirou, quien parecía, de pronto, aturdido. Sintió un suave tacto en su hombro, Gouenji estaba llamando su atención.


—Es suficiente, ya déjalo.— pidió sutilmente, aunque su expresión era seria y en torno al reproche.


—¿Tú también? ¿Qué clase de brujería les hizo para que de pronto lo prefieran a él?— preguntó sarcástico, utilizando un tono de voz burlesco. Claramente se veía afectado por no recibir apoyo de ningún lado.


—Es mejor amigo que tú.— respondió Midorikawa, y las palabras se aglomeraron en su garganta, incapaces de escapar.


—¡Hey! ¿Ya terminaron?— El profesor intervino en la discusión, aunque no parecía molesta sino, cansado. Los cuatro chicos dirigieron sus miradas hacia el adulto, habían olvidado la presencia del adulto y del resto de sus compañeros. —Kira y Fubuki, a la dirección, ¡ahora— ordenó.


Los ya nombrados obedecieron, el albino se zafó del agarre del peli verde y caminó junto al pelirrojo hacía la salida, dejando detrás los sermones del profesor “—Ellos dos siempre peleando.—“ “—¿Es tan difícil que se lleven bien?—“ “—Ya estoy cansado, sinceramente.—“


___***___




—Si no haces algo pronto, todo esto se va a derrumbar.— comenta mi compañero con desinterés.


—Ya lo sé.— respondo arrisco, no necesito que me digan algo que es tan evidente.


—Pero, no comprendo, ¿por qué debe ser Shirou Fubuki el objetivo de tu ira?— pregunta, se reincorpora en su asiento y me observa con curiosidad, sus ojos brillan cuestionándose el porqué de mis acciones.

—Porque él, con sus extremistas ideas es causante de las rupturas que agobian mi juego.— es mi simple respuesta.


—¿Cuándo te darás cuenta que eres tú el que se equivocó?— pregunta con una sonrisa divertida. —Aunque, claro, puedes entrar y apartarlo del camino. No es la gran cosa, sólo un humano más en el mundo.— añade con excentricismo, gesticulando con una de sus manos.


—Esa podría ser una gran idea.— asiento. —Aunque podría esperar, por cómo van las cosas Hiroto lo eliminará por mí.— Una risa floja acompaña mi comentario.


—Yo no estaría tan seguro.— dice mi compañero, dirijo mi mirada curiosa hacia él. —Mira.— Señala el tablero.


___***___




Ellos están sentados, uno al lado del otro y ambos miran el techo blanco, sus pensamientos divagan, Hiroto ya no piensa en lo que hace poco ocurrió y Shirou busca un comentario ocurrente que soltar en tan oportuno momento. Me hace preguntarme si siempre es así. Fubuki mira al frente y entrelaza sus manos que descansan sobre su regazo.


—Qué buena escena la que montaste, nunca había pensado en hacer algo así para salirme de clases.— comentó con una sonrisa ladina, pero su comentario no fue respondido, sólo reinó entre ellos un silencio pesado.


—No es cierto.— dijo el pelirrojo, luego de unos segundos buscando las palabras que deseaba expresar. —No te odio.— añadió mirando al chico a su lado.


El albino de cabellos plata bajó la mirada, estaba agobiado y no quería recordar las palabras que Hiroto le había dicho en aquel momento. Él era bueno olvidando, aunque las cosas que le dolían eran un poco más difíciles de olvidar. Debe ser porque esas pesan más.


—Me gusta pelear contigo, así somos, aunque a veces en serio no te soporto. Pero somos tú y yo, siempre hemos sido de quienes los profesores se quejan porque no podemos estar juntos en una misma clase. Siempre tú y yo.— dijo, ensimismado en su monologo no había notado lo ruborizado que estaba su compañero. —Así que, realmente no te odio.—


—No me importa.— dijo alzando la mirada, sus ojos eran despectivos. —¿Creíste que iba a pasar toda la noche llorando porque me dijiste que me odiabas?— preguntó sarcástico.


—Sé que no lo harías, pero sólo quería que supieras que no era verdad.— respondió con una sonrisa amable.


Entonces su rostro se encendió como un arbolito de navidad, bajó la mirada avergonzado e intentó decir algo, algún comentario sarcástico, pero las palabras se habían quedado estancadas en su garganta y la conmoción de aquel momento impropio de ellos (porque ellos ni siquiera eran amigos), a pesar de eso comprendía vagamente el porqué de pronto el pelirrojo se había puesto cursi delante de él (una persona incapaz de sentir afecto por otra persona), eran divertidas sus peleas, quizás no en el momento, pero luego, cuando se encontraban los dos solos en un salón no podían evitar reírse. Supongo que hay muchos tipos de amistad.


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