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Llévame a casa por Valz19r

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Capítulo 12. Amistad es…




En el término de la amistad y todo lo que esta significaba él era un novato. Parecía que mentía cuando decía que no tenía amigos, porque nadie se encuentra solo en el mundo y, a parte, había chicos que alegaban ser sus amigos, pero sabía que sólo eran condescendientes con él, tal vez porque les había agradado desde el primer momento en que se conocieron (lo le parecía inaudito, pues estaba consciente de su nada simpática personalidad). A pesar de que por su actitud huraña y arrisca no era capaz de mantener una relación por más de una semana, sabía cómo debían ser lo verdaderos amigos. Él sabía que para considerar a una persona su amigo debían pasar momentos juntos, risas, llanto, enojo. Eso pensaba él. Pero, su realidad era que se encontraba solo, lo único más parecido a amistad que había en su vida eran las pequeñas charlas que mantenía con Gouenji y las explosivas peleas con Hiroto. Así era, hasta que Alois y Midorikawa decidieron interesarse en él.


Aunque su paciencia no era la más admirable, pues el espíritu santo no lo había bendecido con ese don, había aprendido a mantenerse sereno cuando esos dos chicos revoloteaban a su alrededor, con sus voces escandalosas y sus risas eufóricas que rompían toda la tranquilidad. Le gustaba el silencio, la paz, eso le permitía pensar con más claridad y seguir criticando a la sociedad que tanto odiaba y no podía tener ninguna de esas cosas con Alois y Midorikawa cerca. Pero no sería justo atribuirle sólo defectos, porque esos dos chicos eran divertidísimos en las fiestas y se lo pasaban genial juntos, hacían cosas que no se atreverían a hacer solos. Supongo que era así como ellos se apoyaban. Y Shirou, él sólo quería hacerse el difícil porque le había empezado a agradar la compañía de esas dos personas y, logró así, descubrir que la amistad se dividía en fases.


La primera fase decidió llamarla Obsesión momentánea o “Síndrome de las bandas de chicos”.


Shirou era una persona muy observadora, su silencio sólo era interrumpido por las voces que debatían en su mente, usualmente se mantenía callado mientras sus dos compañeros charlaban entre sí y fue cuando descubrió que Alois y Midorikawa tenían una cosa en común: ambos eran personas altamente emocionales. Pero Alois era, irónicamente, más cohibido que Midorikawa y eso que él pensaba que el rubio era un exagerado con los abrazos. Era porque aún le faltaba conocer a Midorikawa. Shirou nunca fue fan del contacto físico, de hecho lo repudiaba y mientras más alejado estuviese de las personas era mejor para él, pero Alois le enseñó que un abrazo y un beso de amigos eran agradable de vez en cuando. Aunque aún le costaba diferenciar los besos que se dan los amigos a los que él se daba con sus amantes pasajeros. Le costó acostumbrarse a los abrazos efusivos, y al principio no lo había tomado como algo correcto, luego comenzó a aceptarlo y todo estaba bien hasta que Alois dio un paso sin avisar.


Fubuki esperaba a su rubio amigo fuera de su vecindario, habían quedado para ir juntos a una fiesta y, como Alois no contaba con licencia de conducir puesto que era menor, Fubuki debía llevarlo consigo a todas partes. Cuando el inglés salió a su encuentro corrió hacia él con los brazos extendidos y una sonrisa amplia. El peli plata ya estaba preparado para recibir un efusivo abrazo, ya se había acostumbrado un poco a las costumbres de los extranjeros. Cuando el rubio lo estrechó entre sus brazos también le plantó un beso rápido en la comisura de los labios, aquella acción lo dejó desconcertado y, cuando Alois terminó de saludarle le propinó una bofetada de indignación.


—¡Sólo somos amigos, si querías otro tipo de relación lo hubieses dicho desde un principio!— exclamó exaltado y con el rostro completamente colorado.


Fue entonces que, adolorido y aturdido, le explicó que en su país era común darle besos a los amigos con los que se tuviera mucha confianza, se disculpó porque a veces olvidaba lo reservado que eran los japoneses y entonces Shirou se disculpó avergonzado por ser tan exagerado.


—Entonces, si quiero que sólo seamos novios una noche, ¿aceptarías?— preguntó con una sonrisa ladina.


—Todas las noches somos novios, ¿qué cambiaría?— inquirió arqueando una ceja. En cada fiesta ellos se jugaban bromas que terminaban en roces y, al final, los demás terminaban asumiendo que eran una pareja y alegaban “Qué divertido tener una relación libre” y ellos sólo reían.


—Que tendríamos sexo.— respondió.


Shirou sonrió y rodeó los hombros de su amigo con su brazo, lo acercó más a él y comenzó a caminar. —Cuando cumplas 16 hablamos.— respondió divertido.


—¡Para eso faltan dos años!— expresó. —Voy a tener que esperar mucho.— se quejó desganado.


—Es mejor. Así cuando por fin llegue ese día lo disfrutarás más.— respondió abriendo la puerta del auto.


Ingresó al interior del auto y tomó asiento en el lado del copiloto. —Eres malvado.— se quejó haciendo un puchero.



Dado a que Alois era una persona afectuosa y que había pasado por la llamada “obsesión momentánea” Shirou debió acostumbrarse a ser seguido a todas partes y recibir abrazos y besos a cada momento, no fue fácil para él, tuvo que soportar las miradas desaprobatorias de los profesores que los descubrían, él sólo sonreía y se ruborizaba levemente, era muy mal visto que un chico de su edad estuviera abrazando a otro chico menor con tal soltura. Pero él lo soportaba porque se supone que eso hacen los amigos. Aún no se había acostumbrado a usar ese término, Amigo. Pero volviendo al caso, él pensaba que ya estaba listo para soportar todo tipo de personas que quisieran ser su amigo (aunque él no aceptaría más), hasta que claro, conoció a Midorikawa. Todo lo anteriormente mencionado lo tuvieron que preparar para lo que se avecinaba, pero no, la obsesión enfermiza de Alois no podía compararse con la de Midorikawa cuando comenzaron a ser “amigos”. Tal vez se trataba porque acaba de sufrir por una dolorosa separación. Tal vez necesitaba sentirse querido otra vez. Hacer que alguien se sintiera amado porque él no se sentía así. Aquello fue lo único que Shirou no logró descifrar. Pero, el caso era que, ahora que Shirou le había dejado en claro que ya podía estar con ellos Midorikawa no había dejado de sofocarlo con atenciones y muestras de afecto excesivamente asfixiantes.


—Deja de hacer eso.— Le pedía cada vez que lo abrazaba con fuerza, pero él no lo soltaba y Shirou se sentía avergonzado porque, a pesar de que sólo era unos centímetros más bajo, se sentía extraño escondiendo su cara en el cuello del otro.


—No.— respondía estrechándolo más contra sí.


Y todo empeoró cuando Alois comenzó a sentirse celoso, era un chico posesivo y se sentía amenazado con los repentinos tratos que Midorikawa mostraba con Fubuki. Al principio el albino se sentía como si estuviera en un triángulo amoroso y él jugaba el papel de la chica que debe escoger entre los dos chicos que peleaban por su atención y aquella sensación no le agradaba. Era difícil ser un trio de amigos, siempre hay uno que está de mal tercio. Pero luego de varios día en guerra los dos chicos firmaron un tratado de paz llegando a un común acuerdo: Midorikawa tendría a Shirou en el instituto y Alois en las fiestas. Así estaban bien.


Shirou no era estúpido ni mucho menos inocente, él sabía que Midorikawa siempre quería estar pegado a su persona sólo para darle celos a Hiroto, con quien también había comenzado a tener pequeños problemas, pero nada que no pudiera soportar, desde aquel día el pelirrojo no había vuelto a reclamarle nada ni a pegarle. Cuando recordaba aquella bofetada sus mejillas se ruborizaban y volvía a sentirse indignado. Intentaba olvidar el pasado y, también, intentaba mantener la calma.


—Escuché que Terumi hará una fiesta en su casa, ¿vamos a ir?— preguntó el rubio tomando asiento. Era hora del almuerzo y ellos se encontraban ocupando la misma mesa de todos los días.


—No lo sé, ¿qué dice el príncipe?— inquirió Midorikawa y los ojos de ambos chicos se enfocaron en el albino de cabello plata.


Shirou se llevó una mano a la frente y suspiró con pesadez, su expresión delataba que no se encontraba de buen humor y que aquel comentario sólo había empeorado su estado de ánimo.

—Primero, creí que habíamos dejado en claro que no me gusta ese apodo. — dijo, clavando su mirada despectiva en el moreno.


—Bueno, es mejor que “perra egoísta”.— intervino Alois. Midorikawa ahogo una risa y Shirou puso los ojos en blanco, ya se había acostumbrado a recibir ese trato por parte del rubio, hasta le producía gracia. Pero no lo demostraría.


—No iré.— respondió llevándose la manzana a la boca y mordiéndola con cierta solemnidad en sus acciones.

Aunque había sido él quien corto toda relación con Afuro Terumi no sentía deseos de dirigirle la palabra o verlo siquiera, aun se estaba desprendiendo de sus sentimientos. A veces lo veía en los pasillos y todos los momentos compartidos se arremolinaban en su mente y le oprimían el corazón, no le gustaba sentirse así, su corazón de hielo corría peligro y él debía protegerlo. Sus pensamientos fueron interrumpidos por el estrepito que causo Alois al levantarse bruscamente del asiento e impactar sus manos en la mesa.


—¿Qué? ¿Por qué?— preguntó consternado.


—Estoy ayunando. Quiero estar en paz con Dios esta semana.— respondió con su habitual tono burlesco, aquella sonrisa arrogante no abandonaba sus rosados labios.


Alois le dedicó una mirada de incredulidad y ladeo la cabeza. Midorikawa se había echado a reír por lo divertido que se le había hecho ese comentario.


—Ayer te drogaste.— señaló cruzándose de brazos.


—Era una pastilla para el dolor de cabeza.— respondió con indiferencia.

—¡Era LCD!— expresó indignado, ¿cómo podía mentirle con tanta soltura? Él había estado allí.


Enternecido por las expresiones de su joven amigo Shirou se inclinó hacia delante con una sonrisa, acunó las mejillas del rubio en sus manos y acercó su rostro hasta el del chico de ojos celestes.


—Deja de divulgar mis secretos pequeño chismoso.— dijo negando con la cabeza, su respingada nariz rosaba la de Alois y este se mantenía quieto en su lugar, sorprendido. Eran escazas las veces que Shirou se mostraba cariñoso con ellos, usualmente era frío y distante pero había momentos en que, de pronto, era una persona. Se alejó del chico y se reincorporó en su asiento, como si nada hubiese pasado. —Alois, ve por un sándwich y un jugo de naranja.— ordenó.


—¡No soy tu sirvienta!— exclamó frunciendo el ceño y alzando la voz.


—Te obsequiaré un beso si me haces este favor.— respondió con una sonrisa ladina y, como si aquellas palabras hubiesen sido un conjuro mágico Alois se marchó de allí en dirección a la barra de comida.


—Hoy estás hambriento.— comentó Midorikawa sonriendo con amabilidad. Él solía ser tan dulce que era difícil creer que en su interior albergaba a un chico roto. La mirada del cielo nublado se posó en él.


—No es para mí.— respondió. —Es para ti.— Profundizó aquella penetrante mirada.


Su sonrisa se borró y ahora sólo quedaba espacio para una expresión confundida, sus labios formaron una línea recta y las palabras se habían escapado de su mente como ratas en un naufragio. Hacía tanto que no comía un verdadero almuerzo que ya se veía incapaz de ingerir algo más que una fruta, sus hábitos alimenticios habían empeorado desde que ocurrió todo con Hiroto; aunque sentía que no debía atribuirle la culpa a él de todos sus males. No sabía exactamente cómo había iniciado todo, una mañana simplemente despertó dejando de ser ese chico feliz, una mañana había despertado y no se encontró por ningún lugar. Aún seguía buscando, pero empezaba a darse por vencido. Era notoria su decadencia física y siempre intentaba disimular lo cansado que se sentía con una sonrisa amplia y su habitual carisma, pensaba que así los detalles como su anorexia (porque había comenzado a llamarlo como era) saltarían de la vista de todos. Y había funcionado, menos con Fubuki quien siempre mantenía una mirada sospechosa sobre él, como si supiera todo lo que pasara y buscara el momento propicio para atacar.


—Fubuki, no tengo hambre.— dijo casi en su murmuro. Solo lo llamaba por su apellido cuando la situación se tornaba seria.


—No mientas, ¿desde cuándo no comes?— preguntó a modo de sermón. Aquella expresión serie en su rostro lo hacía ver, de alguna manera, adorable.


—Ayer comí dos manzanas, en el desayuno y el almuerzo.— respondió defendiéndose, pero procuraba no alzar la voz, parecía intimidado. Como si mintiera.


El albino suspiró y negó varias veces con la cabeza.


—Debes alimentarte apropiadamente, no consentiré que dañes tu cuerpo de esta manera. No tienes por qué castigarte, no has hecho nada malo.— señaló con palabras comprensivas. Él estaba aprendiendo a ser un buen amigo, de esos que se preocupan por los demás, aunque claro, no consentía por completo sus acciones. Encariñarse es muy peligroso.


—Ya lo sé, no debes preocuparte.— respondió encogiéndose de hombros, aquellas muestras de atención lo hacían sentir especial.


—No estoy preocupado, sólo quiero joderte la vida como tú me la jodes a mí.— respondió. La magia se había apagado. —Come o te enviaré de vuelta al lugar de donde saliste, ¿okay?— amenazó.


El muchacho estaba por reclamar, frunció el ceño y abrió la boca para decir algo, pero no dijo nada. Sus expresiones se ablandaron. Suspiró cansado y simplemente se dio por vencido. No había nada que pudiese decir para evitar a Shirou Fubuki. Cuando Alois llegó con la bandeja y lo colocó frente a él, sintió que el estómago se le revolvía y sólo quería correr al baño. Miró el almuerzo y luego, volvió su mirada hacía Fubuki quien parecía querer traspasarlo con sus ojos grises. Eran aterradoramente incómodo.


—Come.— ordenó frío, su voz hizo estremecer a los dos chicos. Sabía cómo intimidar.


—Si me miras así no podré comer.— dijo con una sonrisa nerviosa.


—Me aseguró de que no hagas alguno de esos trucos sucios de anoréxicos.— señaló. Rayos, era bueno.


—Está bien.— asintió.


Tomó el sándwich y se lo llevó a la boca, le dio una pequeña mordida y masticó despacio, sintiendo que un pedacito de su alma se escapada de su cuerpo, aquello era todo un suplicio que deseaba terminara pronto. Tardó más de lo que hubiese querido, pero logro acabar todo su almuerzo justo antes de que la campana sonara, estaba seguro de que se habrían quedado más tiempo si no terminaba y él no quería eso.


—¡Si! Lo hiciste.— exclamó Alois aplaudiendo suavemente y sonriendo alegre.


El timbre que anunciaba el final del descanso resonó en toda el comedor llamando la atención de los jóvenes, quienes se dispusieron a levantarse y caminar en grupos, aun charlando entre ellos. Shirou se levantó de su asiento, apoyando sus manos en la mesa, miró a Midorikawa y arqueó una ceja al notar su expresión de desagrado, como si hubiese hecho algo realmente desagradable.


—Debo irme.— anunció con desinterés. —No vayas a purgarte o algo así.— dijo mirando al peli verde quien se sonrojo por el comentario. No lo había pensado siquiera.


—¿A dónde vas?— preguntó el menor del grupo extrañado por la actitud de su amigo.


—A clases, intento ser un chico responsable.— respondió con una expresión de obviedad.


Sus compañeros no comentaron nada al respecto y él aprovechó ese silencio que se había instalado para escapar de allí con gracia, realmente deseaba entrar a su clase sólo para tener la tranquilidad que necesitaba para leer el libro que le había “pedido prestado” a Hiroto Kira, le había capturado desde que había leído las primeras líneas. Caminó apresurado por los pasillos del instituto, como siempre en su vida, llamando la atención de unos cuantos alumnos, no recordaba cuándo había comenzado a tolerar el ser observado, a veces se sorprendía consigo mismo por no haber perdido la cabeza y matarlos a todos al más puro estilo de Carrie, era tan molesto cuando alzaba la mirada de su libro y se encontraba con un grupo de chicas mirándole sin ningún tipo de vergüenza y murmuraban entre ellas, él sólo les obsequiaba una sonrisa ladina y ellas correspondían rubricándose y apartando violentamente la mirada. Y de los chicos, de ellos tenía tanto de qué quejarse pero no lo haría para no recordar malos ratos. Así era su corta vida de adolescente al menos, la que recordaba.


Llegó al laboratorio y logró divisar a su compañero de mesón charlando con un chico pelirrojo, una sonrisa de segundos iluminó su rostro y se acercó como si en realidad no hubiese advertido la presencia de ambos. Tomó asiento en la silla que estaba al lado de Gouenji y dejó su cartera colgando del espaldar.


—Sherlock.— saludó dirigiéndose a Gouenji.


—Watson.— correspondió con la misma formalidad que había utilizado el albino.


Hiroto sonrió divertido por la escena, aquella era una oportunidad que no podía desaprovechar. —¿Ustedes tienen apodos? ¡Qué cursis!— expresó riéndose.


Shirou respiró profundo y se dispuso a buscar el libro dentro de su cartera, cuando dio con el lo abrió sobre la mesa, estaba dispuesto a ignorar a todos.


—¿Ese es mi libro?— preguntó el pelirrojo observando el objeto que descansaba en las manos del menor.


—Es mío hasta que lo termine, y en caso de que me guste, seguirá siendo mío.— respondió sin despegar la mirada de las páginas.


—No importa, te lo regalo.— respondió con una amplia sonrisa. A veces adoraba la actitud de Shirou Fubuki, era divertido cuando se lo proponía. —Disfrútalo.— dijo y luego de despedirse de su novio se marchó de allí, él también debía ver clases y no deseaba llegar tarde.


No se interesó por la clase de ese día, simplemente se había mantenido aislado de la realidad mientras que Shuuya realizaba la práctica por su cuenta, aquello también lo tenía sin cuidado, el dejarle todo el trabajo a su compañero y a este tampoco parecía molestarle. Al menos así pensaba Fubuki, porque en su mente Gouenji ya lo había asesinado tres veces por su falta de interés a la clase, pero intentaba mantenerse sereno. Cuando trascurrió la primera hora ya no podía soportar tanto relajo. Él no era de los alumnos que permitía que le dejase todo él traba a él, no señor.


—Oye, ¿podrías prestar atención y dejar ese libro? La práctica es en PAREJA.— dijo haciendo énfasis en la última palabras más sus órdenes fueron ignoradas olímpicamente por el albino.


—Ahora no Gouenji, está por comenzar la guerra entre los Nefilims bueno y los Nefilims malos, yo sabía que Nathanael no se había apartado de Sophie porque sí. Así no son estos libros.— respondió, hablando más para sí que para su compañero.


—Luego podrás descubrir de qué lado se queda Aurora, pero ahora, préstame atención.— ordenó, pero nuevamente fue ignorado, sus ojos observaron un cuadrado de cartulina que Fubuki escondía en su mano derecha y que, al parecer, usaba como marca libros. Parecía una fotografía, la curiosidad avivó en su interior y quiso saber de quién se trataba, podías saber quién realmente era de interés en la vida de una persona si esta guardaba una foto en su billetera o, en el caso de Fubuki, la usaba como marca libros. ¿Quién sería la persona más importante en la vida de ese cínico chico? —¿Qué estás usando como marca libros?— preguntó arrebatándole dicho objeto.


Shirou se alarmó por lo sorpresa, pero no logró reaccionar a tiempo por encontrarse en su ensoñación, cuando cayó en cuenta, Gouenji ya tenía el libro en sus manos, en el interior de este sobresalía la fotografía, se sentiría tan avergonzado si él llegaba a verla. Frunció el ceño, sintiendo sus mejillas arder.


—¡Devuélveme mi libro!— ordenó alzando su brazo para intentar arrebatárselo pero Gouenji era más alto que él y estaba sosteniendo el libro por encima de su cabeza.


—Claro, cuando lo alcances.— respondió con una sonrisa burlona, le hacía gracia ver al albino dar saltitos en su lugar sin obtener resultados.


—¡Shuuya, entrégamelo!— insistió, se estaba enojando.


—Deberías alimentarte mejor, así crecerías más.— dijo con una pose pensativa. —Sabes, esta escena manchara tu imagen de chico rudo.— comentó divertido.


—¡Uy si! Esos dos centímetros extras que tienes sí que me intimidan.— respondió sarcástico. Como cualquier chico de su edad ser burlado por su altura era un golpe muy bajo y una humillación que no pensaba tolerar, él tenía fe en que podría creer un poco más. Además, no era tan enano, es que lo demás eran muy altos.


—Yo creo que son más de dos centímetros.— dijo arrugando la nariz.


Ambos se encontraban ensimismados en su absurda pelea de niños , Gouenji reía mientras que a Shirou no se le hacía nada divertida esa broma
pesada, en un movimiento brusco por intentar derribar a su oponente terminó por golpear los instrumentos de laboratorio que cayeron al suelo rompiéndose estrepitosamente y derramando la solución previamente hecha. La atención de todos recayó en su mesón, a ambos se les subió la vergüenza y la sorpresa que ocasionó el sonido del cristal rompiéndose los hizo palidecer.


—¿Qué pasó allá atrás?— preguntó la profesora levantándose de su asiento.


Gouenji permanecía estático, incapaz de reaccionar, sólo veía como Fubuki se encontraba en la misma situación que él: avergonzado. El albino despegó los ojos de su compañero para darse la vuelta y ver el desastre que había ocasionado, rogaba porque no fuera tan malo como él lo imaginaba, corroboró a que era peor de lo que su mente pudiese pensar, tapó su boca con ambas manos y abrió los ojos sorprendido. Estaba en problemas (otra vez).


Mientras que Gouenji, por su parte sólo podía sentirse culpable por su imprudencia, su intención no era armar un desastre y meterlos en problemas, sólo quería molestar a su compañero, se comenzaba a cuestionar por qué había actuado de esa manera, usualmente no era así. Todo por dejarse llevar.


—Bueno, qué obra de arte.— expresó la mujer con el ceño fruncido y las manos en la cintura. —Sus padres deberán pagar una generosa suma para reponer todo esto, aunque no seria justo.— señaló.


Los chicos permanecían callado, aún avergonzado por lo ocurrido, los ojos de la mujer se intercalaban entre los dos chicos y el desastre que reposaba en el suelo.


—Bien, busquen en el salón de limpieza un trapeador y arreglen este desastre. ¡Oh! Y así aprovechan de limpiar todo el laboratorio.— ordenó con una sonrisa.


Ambos asintieron y caminaron fuera del salón, cada uno sumergido en sus propios pensamientos, riñéndose a sí mismo o a quien tenían al lado. El albino le había dirigido una mirada despectiva en varias ocasiones, pero sabía que eso no solucionaría el hecho de que tuviera otra acta en su expediente. Suspiró cansado y continuo su camino sin pensar más en lo ocurrido. Gouenji observó el objeto en sus manos, aquello que había iniciado todo, ya no sabía si aún sentía curiosidad por saber qué tenía dentro, aún así, para no desaprovechar la oportunidad lo abrió y se llevó una gran sorpresa. Cerró el libro y carraspeó para llamar la atención de su compañero.


—Aquí está tu libro.— dijo tendiéndole el objeto. Shirou lo aceptó. —Así que, estás enamorado de Hiroto. Quién lo diría.— comentó con una sonrisa ladina.


—¿De qué hablas?— preguntó ruborizado.


—Bueno, usas una foto de él como marca libros. ¿No crees que ese amor es enfermizo?— preguntó. —A parte de que no te corresponderá porque, bueno, ya sabes.— Aquellos deseos por molestarlo aún no lo habían abandonado.


—¡Eso es para recordar de quién es el libro, idiota!— respondió, sus mejillas ardían de vergüenza. Era tan increíble, pero él no estaba mintiendo, era bueno olvidando cosas pero, el cómo consiguió la foto, eso es un misterio.


—Esa es la peor excusa que he oído, no tienes muchos amigos y los que tienes no parecen aficionados a la lectura.— respondió encogiéndose de hombros. —No te agobies, pero no compartiré a Hiroto contigo, tal vez luego tengas una oportunidad.— comentó sonriendo.


—Podría robarte a Hiroto si así lo quisiera, pero no lo hago porque no estoy enamorado de él. Enamorarse es para maricas.— respondió clavando su gélida mirada en el peli crema quien, igualmente, le sostenía la mirada.




—Luego de limpiar, quiero que se queden y me redacten un ensayo de sobre por qué es importante llevarse bien con sus compañeros y me lo entregaran antes de irse.— ordenó observando a sus dos alumnos, quienes traían implementes de limpieza en las manos y una expresión de cansancio en el rostro.


Se volvieron a su mesón y se dispusieron a limpiar, iniciando por la mesa.


—Genial, otro.— expresó el albino. —He redactado tantos ensayos que ya podría ser editor.— comentó.


—¿Por qué?— preguntó tallando con fuerza, aquellas manchas serían difíciles de borrar.


—Hiroto y yo siempre peleamos, adicional a nuestro castigo debemos redactar ensayos de por qué es importante que nos llevemos bien, pero él no quiere ser mi amigo, no entiendo por qué si soy adorable.— expresó con una falsa tristeza, se dio la vuelta y observó al chico que se encontraba sentado a su lado. —Disculpa.— llamó con voz suave y tranquila, el chico lo miró con incertidumbre. —¿Ya me burle de ti porque eres disléxico?— preguntó y él chico se ruborizó de la vergüenza, abriendo los ojos de par en par y mirándole como si hubiese dicho algo realmente inapropiado. —¿Nadie lo sabía? Oops.—


Gouenji ahogó una risa, siendo consciente de lo inapropiado que sería burlarse pero la manera tan casual en que su compañero había manifestado ese comentario se le había hecho divertido, aunque el pobre chico se estuviese muriendo en la vergüenza en su asiento, Shirou Fubuki parecía no conocer la vergüenza o no le importaba en tanto fuese ajena.


—Eres tan desagradable.— expresó conteniendo una sonrisa divertida.


—Tengo preferencia por el TDAH.— respondió encogiéndose de hombros.


El timbre anunció que la primera hora había terminado rompió el breve silencio que se había instalado entre ellos. Gouenji tomó el trapeador y comenzó a limpiar la mancha que se había formado en el suelo, era tan evidente que tendría que esforzarse más si quería dejarlo reluciente, en ese momento se reñía internamente por ser tan estúpido y no actuar como el niño maduro que era. No, él quería joder con Fubuki. Suspiró cansado, como se odiaba en ese momento. Les tomó una hora poder acomodar el desastre y dejarlo todo como si nadie hubiese pasado, pero aún les faltaba el resto del laboratorio. Ese día no parecía terminar nunca. El timbre sonó y los alumnos se levantaron de sus asientos y se dispusieron a salir.


—Cierren cuando terminen.— pidió la mujer y luego salió dejándolos solos.


Se dividieron las tareas a modo de poder terminar más rápido porque ninguno de los dos quería permanecer más tiempo del necesario allí, Shirou se encargaba de organizar las cosas en su respectivo lugar y Shuuya limpiaba. Se quejaban mutuamente porque las personas no sabían cuidar las cosas y todo estaba en lugares que no deberían estar, pero más allá de su momento de obsesivos compulsivos no tenían más tema de conversación y, cuando ya no tenían de qué quejarse, permanecieron en silencio.


—¿Cómo lo conociste?— preguntó irrumpiendo en el silencio. Se sentía incómodo y no sabía sobre qué hablar.


—¿A quién?— inquirió confundido.


—A Hiroto.— aclaró frotando con un pañuelo los estantes.


El permaneció callado durante unos segundos, buscando la respuesta en su mente. Las memorias estaban dispersas y algunas no encajaban con otras, era como dos rompecabezas revueltos e incapaces de acoplarse correctamente. No era bueno recordando los acontecimientos de su vida. Podía recordar cómo conoció a Afuro, Sebastian y hasta Someoka, con quien no hablaba mucho, pero cuando se trataba de Hiroto todo era confuso. Muy confuso. Era como si hubiese despertado una mañana ya conociendo al pelirrojo, como si este fuese parte de su vida desde el momento en que nació, pero Shirou sabía que debió haber una presentación formal pero, ¿por qué no podía recordarlo?


—Claramente aquí, cuando estaba en noveno.— respondió, se podía percibir la inseguridad en su tono de voz, los recuerdos del noveno grado eran los más vividos que tenía. —Siempre ha sido mi compañero de banca en alguna clase, para mala suerte de los profesores.— añadió.


—¿Por qué se llevan tan mal?— quiso saber porque Hiroto no parecía el tipo de persona que odiara a otra, era demasiado amigable.


—Somos muy diferentes. Él es demasiado carismático y agradable. Le gusta estar con las personas y hacer nuevos amigos, mientras que yo soy todo lo contrario.— respondió organizando los vasos de precipitado. —Y bueno, a mí me gusta burlarme de las personas y él no es un chico sumiso.— añadió y rió.


Aunque realmente, como había dicho Hiroto, ellos no se llevaban mal, sus peleas eran la manera en que ambos podían relacionarse, por muy confuso que eso pudiese ser, aquello era lo más cercano a la amistad que ellos podían conocer, porque Fubuki no era bueno teniendo amigos ni mucho menos manteniéndolos.


—No parece que te desagrade, considerando que guardas una foto de él.— respondió sentándose en una silla, se sentía agitado, sólo quería terminar rápido.


Las mejillas del chico se encendieron como luces de tránsito. —¡Ya te dije el por qué!— expresó avergonzado. —Deja los celos.— contraatacó sonriendo divertido.


—No tienes porqué buscar excusas, sé que es feo tener un amor no correspondido, aunque nunca me ha pasado.— insistió con autosuficiencia. Observaba como el chico se impulsaba hacía arriba usando la punta de sus pies, de momentos y sólo cuando estaba en silencio, concentrado en sus cosas, aquel chico se le hacía lo más adorable que había visto.


—Cierra la boca y ayúdame, no quiero irme tarde de aquí.— ordenó frunciendo el ceño, pero aquella escena de él intentando alcanzar las últimas repisas no apoyaba a la imagen de chico rudo que quería ofrecer.


El moreno soltó una risa y se levantó de su asiento para ayudar a su compañero, se acercó a él y tomó los instrumentos para organizarlos en los estantes más altos. —No es mi culpa que seas verticalmente limitado..— comentó sonriendo.


—¿Vas a seguir?— preguntó enojado, regalándole una mirada fulminante.


—Ay el hobbit se enojó.— comentó burlón. El pequeño chico le dio un puñetazo en el hombro, jamás en su vida le había dolido tanto un golpe, se llevó la mano al brazo e hiso presión con fuerza mientras reía. —Maldito.— expresó adolorido.



Luego de unos minutos no hubo más peleas, se dispusieron a iniciar el ensayo que se les había mandado, se sentaron uno al lado del otro y debatían en cómo podrían redactarlo sin que pareciera una carta formal, por suerte, Fubuki tenía un muy buen sentido del humor satírico y Gouenji sabía redactar a la perfección (bueno, exagero, pero casi se acerca). Rieron juntos y charlaron un poco sobre cosas que en realidad no tenían mucha importancia, pero estaban tan entretenidos que se mantuvieron así durante algunos minutos más. Olvidaron las quejas que horas atrás habían compartido, ya no era prioridad el irse tarde o temprano porque se sentía agradable la compañía del otro. Cuando llenaron las últimas líneas firmaron y eso había sido todo.


—Bien, si quieres yo se lo entrego.— se ofreció el albino.


—Podemos llevarlo los dos.— respondió amable.


—Bueno, si insistes.— asintió.


Caminaron por los pasillos sin mucha prisa, retomando una animada conversación y a su agradable ambiente se sumó un tercero que hizo recordarle a ambos que no eran los únicos en el mundo.


—Chico perdido.— saludó alegre el muchacho, mostrando una amplia sonrisa y los ojos brillantes, se dirigía especialmente a Gouenji quien sonrió de manera torcida.


—Hola, Hiroto.— saludó tranquilo.


La atención de Hiroto se enfocó en el más bajo, los observaba de una manera sospechosa, como si los analizara. El pelirrojo sabía lo que hacía, lo conocía tanto como para saber el significado de sus expresiones, a lo mejor se preguntaba por qué eran tan formales, por qué no se tenían apodos cursis como todas las parejas, sí, de seguro era eso lo que se preguntaba y, de cierto modo, no le importaba porque ese día se encontraba por las nubes.


—Hola, niño bonito.— saludó hincándose para quedar a la altura de Shirou y poder mirarle a los ojos, le sonreía tan bonito que el peli plata no hizo más que sonrojarse.


—¿Po-por qué estás hablándome?— preguntó arrisco, frunciendo el ceño y desviando la mirada. Sus nerviosismos lo habían delatado y le hicieron tartamudear.


—No lo sé, de pronto me dieron ganas de ser osado.— respondió. —Aunque, siendo sincero, si te veo desde esta perspectiva no das el miedo que todos insinúan.— comentó divertido.


De nuevo se burlaban de su estatura. Infiernos, deseaba asesinarlos a todos.


—Déjame en paz, no me agradas.— sentenció con indiferencia más sus nervios lo traicionaban. Quiso marcharse, pero Hiroto lo tomó del brazo y lo aceró chocando con él, se sintió avergonzado cuando el pelirrojo lo rodeó con los brazos. Santo cielos, lo estaba abrazando, ¿qué extraña sensación era esa? —¿Qué haces? ¡Suéltame!— ordenó moviéndose frenéticamente para liberarse del agarre.


—Eres tan amargado, lo que necesitas es una dosis de amor.— respondió estrechándolo más. Le gustaba abrazar a las personas que eran más bajitas que él, sentía que podía protegerlas y Shirou tenía la estatura perfecta para un abrazo.


—¡Hiroto, suéltame!— dijo una vez más, pero luego de forcejear se cansó y finalmente se quedó tranquilo, dejándose abrazar y sólo esperando a que todo eso se terminara, le agradaba estar así y ese era el problema. No consentiría que lo trataran con cariño, él no quería encariñarse con nadie. Pero por esa vez, le cumpliría los caprichos a ese chico.


Luego de unos segundos lo dejó ir, se separó lentamente y observó como Fubuki lo miraba sin expresión en sus facciones y con las mejillas ruborizadas, no sabía cómo interpretar ese rostro y, aunque ahora se preguntaba por qué lo había hecho, qué le había impulsado a de repente brindarle cariño a una persona tan borde como él, a pesar de no estar en sus cabales, no se arrepintió. Le regaló una sonrisa para compensar sus acciones, el menor se marchó de allí luego de decir un rápido y tosco “Puedo continuar yo solo” que iba dirigido a Gouenji, lo vio alejarse a paso apresurado. Al final, sólo era un chico tímido que no sabía cómo expresar sus emociones.


—¿No te dio miedo?— le preguntó Gouenji una vez que Shirou ya se había ido.


—Estaba aterrado.— respondió. Decidiendo cambiar el tema de conversación, dirigió su mirada al moreno y le sonrió con tranquilidad. —¿Iremos a la fiesta de Afuro?— preguntó.


—¿Esta noche?— preguntó recibiendo un asentimiento. No estaba muy seguro sobre qué responder, apenas era martes y al día siguiente aún tendría clases pero, él ya estaba por terminar su ciclo en la secundaria y debía disfrutar lo más que pudiera. —Sí, claro.— asintió con una sonrisa torcida.



—Hola, niño bonito.— 


¿Por qué esa frase le sonaba de algún momento pasado de su vida?


___***___





Eran escazas las noches en que su padre se sentaba en la mesa y cenaba con ellos, usualmente se excusaba en su ajetreado trabajo y su limitado tiempo, había sido así desde hace algunos años, Shuuya no se emocionaba cuando su padre disponía algo de su tiempo para ellos, que normalmente sólo eran 30 minutos, a veces un poco más, él no le atribuía gran importancia. Pero para su hermana Yukka, 30 minutos eran como un día entero, ella sonreía y, para Shuuya, aquel gesto valía el cielo. Él jamás había querido tanto a alguien. La niña comentaba su día al adulto, quien la escuchaba con interés mientras cenaba.


—¿Qué hay de ti, Shuuya?— preguntó el hombre dirigiendo su mirada al adolescente.


—Nada interesante.— respondió, pero de pronto recordó algo. —Tienes un admirador.— dijo, la charla que había mantenido con Shirou Fubuki volvió a su mente.


—¿A si? ¿Quién es?— preguntó interesado.


—¿Recuerdas a los chicos de la otra noche? Los que bombardearon la casa, es uno de ellos.— respondió.


—Dime que es el albino de ojos claros.— pidió.


—Sí, justamente ese es.— respondió arqueando una ceja, extrañado por la actitud que había adoptado su padre.


—Es bonito.— admitió dando asentimientos con la cabeza.


Shuuya soltó una risa y enfocó su mirada sorprendida en el adulto.


—No puedes estar con él, tiene mi edad.— señaló arqueando una ceja.


—En unos meses será mayor de edad y no habrá problemas.— respondió encogiéndose de hombros.


—¡Papá!— exclamó, era ese tipo de bromas inusuales las que solían avergonzarlo y divertirlo por partes iguales, esa actitud bromista no era propia de su progenitor pero cómo le encanta cuando de repente se ponía a bromear con él.


—No viviré mucho tiempo, ya que ha notado mi buena presencia debería aprovechar y quedarme con él, ¿no?— preguntó con una discreta sonrisa.


—Yukka, por favor, clávame este cuchillo en la garganta.— pidió tendiéndole el objeto a la niña que sólo miraba la escena con intriga, sin comprender en su totalidad lo que ocurría.


El adulto soltó una suave risa y aclaró su garganta, el plato que reposaba frente a él se encontraba vacío, anunciando que ya era momento de finalizar la escena fraternal y volver a la monotonía de la vida.


—Igualmente, deberías traerlo algún día.— sugirió.


—Consideraré darle tu invitación.— respondió. Vio a su padre asentir y levantarse de la mesa. —Iré a una fiesta.— informó antes de que se marchara.


—De acuerdo, no regreses tarde y si te metes en problemas tu apellido no es Gouenji.— dijo, se despidió con un suave “Buenas noches” y se marchó.


Shuuya también se levantó, aún tenía que alistarse, Atsuya pasaría por él en dos horas y, conociendo la personalidad impaciente del peli rosa no le convenía hacerlo esperar. Sonrió, si encontraba a Shirou en la fiesta le haría saber la invitación de su padre, ¿aceptaría cenar una noche en su casa? Tal vez si o, tal vez no, todo dependía de su estado de ánimo (que era muy variable), aquella sonrisa se desvaneció, aunque su padre había bromeado con respecto a Fubuki y su aparente fijación por él sabía que enloquecería si descubría que su hijo salía con otro chico. No lo aprobaría en lo absoluto y lo más probable es que lo echara de la casa. Debía seguir manteniendo el secreto. Pero, ¿cómo había hecho para explicarle por qué habían bombardeado su casa? No podía mentir, cuando su padre lo atacó con preguntas sudó frío y su cerebro trabajó como una máquina para fabricar mentiras.


“—Salgo con la chica que a uno de ellos le gusta.— Fue la respuesta que, no era del todo mentira. Su padre arqueó una ceja, incrédulo y aquel gesto lo puso aún más nervioso.


—¿En serio? Parecen el tipo de chicos que gustan de otros chicos.— señaló.


—Ya sabes, no hay que juzgar por las apariencias.— respondió. Y así se zanjó la conversación. “



Me miró una vez más en el espejo y en ese momento se escuchó la bocina de un auto, Atsuya había llegado.

____***____



La música sonaba hasta la ciudad vecina y la mansión estaba atiborrada de personas, había llegado hace veinte minutos y ya había logrado acoplarse a un grupo de chicos que no conocía pero había visto en la secundaria, Midorikawa parecía haber charlado antes con ellos pues fue quien los llevó hacia ellos y él no se opuso. Aunque, como siempre, era él quien permanecía callado mientras los demás hablaban y reían, siempre había sido así; tenía dificultades para encajar en los grupos de personas. Sus ojos miraron hacía todas partes, buscando una excusa para marcharse de allí, no podía soportar a los chicos coqueteándose entre sí, siempre le había molestado eso. Le parecía tan cursi. Los vio, sentados en un sofá, se besaban con pasión, como si se encontraran solos en el mundo y Shirou sonrió con malicia; era momento de arruinarles el ambiente. Se quitó el brazo de Alois de encima y se levantó.


—¿A dónde vas?— preguntó Alois.


—A cumplir una misión.— respondió divertido.


Caminó en línea recta y, cuando la estaba frente a ellos uso sus manos para separarlos y tomó asiento en medio de ellos. Hiroto lo miró con una sonrisa divertida y Gouenji mantenía el ceño fruncido.


—¿Qué pasa? ¿También quieres un beso?— preguntó Hiroto tomándolo del rostro y acercándolo a él.


—Hazlo y le asesino.— respondió con frialdad en su voz, pero fue ignorado y el pelirrojo lo besó en la mejilla.


—¿Por qué te haces el rogar? Sé que mueres porque te bese.— dijo con arrogancia, como usualmente era él.


—Eres tan divertido, pero, ¿por qué no aceptas que te gusto?— respondió con una sonrisa sarcástica. Dirigió su mirada hacía Shuuya y le sonrió, el moreno se divertía con la escena que montaban sus dos compañeros, ellos eran realmente peculiares. —Siento informarte que tu novio piensa en mí mientras se acuesta contigo.— dijo. —Pero no te preocupes, ahora siento preferencia por los adultos, ¿qué ha dicho tu padre?— preguntó con una sonrisa ladina.


—Él dice que eres lindo.— respondió. —Quiere que vayas a cenar algún día.—


El albino soltó una risa. —¿Tengo oportunidad? Tendré que aceptar esa invitación.— respondió divertido. Ambos rieron mientras se veían a los ojos, compartiendo un juego que solo ellos dos comprendían. —Bien, no importunaré más. Hasta otra.— se despidió mientras se levantaba del sillón y se alejaba.


Hiroto se acercó a Gouenji manteniendo una sonrisa divertida. —Oye.— llamó captando la atención de su compañero. —Si Shirou gusta de tu padre ¿eso lo convierte en tu padrastro o madrastra?— preguntó.


—Serás imbécil.— Su puño se alzó con intenciones de golpearle el brazo, pero Hiroto lo sostuvo y se acercó para reanudar el beso que Shirou Fubuki había interrumpido.




Se detuvo a mitad de camino de donde se encontraba su reducido grupo de amigos, Alois había desaparecido y Midorikawa charlaba con un chico de cabello castaño y ojos azules, por la cercanía que ambos mantenían y sus sonrisas bobas supuso que no era el momento propicio para interrumpir. Se dio media vuelta y se dispuso a buscar a su rubio amigo, pero una escena lo paralizó. Afuro Terumi charlaba y reía con un chico de alborotado cabello rosa.


—Bueno, no fue tan difícil conseguirme un reemplazo.— pensó. Un dolor se alojó en su pecho y sentía que le faltaba el aire. —Maldición.— murmuró.


Ya no estaba interesado en encontrar a Alois, sólo deseaba marcharse de allí, quería volver a casa. Salió de aquella mansión son un nudo en la garganta y una opresión en el corazón. Las calles se nublaron y se percató de que estaba llorando. Él no solía llorar, ¿por qué lo hacía ahora? ¿Por Afuro? ¿Por Hiroto? Era ridículo y Shirou lo sabía. Cruzó la calle y en ese momento me acercó a él con toda la velocidad que tiene el Volvo que ahora conduzco. Él se encuentra tan ensimismado en sus pensamientos que no advierte que está por ser arrollado. Las luces llaman su atención, si gira pero es muy tarde para reaccionar, sus ojos cristalinos se abren de par en par, mi pie presiona con fuerza el acelerador. Quizás es momento de decir adiós. 


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