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Llévame a casa por Valz19r

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Capítulo. 16 Los chicos grandes lloran.

 

Había despertado por un mano que lo sacudía con suavidad, pensó que se trataba de su madre despertándolo para ir al instituto, como cada mañana y él se quedaba dormido, deseando que el sábado llegase pronto para poder dormir el resto del día, pero al abrir los ojos recordó su frustrante realidad: estaba encerrado en el hospital, prisionero de un trastorno y una enfermera llamaba para darle el desayuno, mismo que él rogaba por poder mantener dentro de su cuerpo el resto del día, intentaría comérselo todo y tomar mucha agua pues ese día tenía cita con la nutricionista, de seguro le recetaría una nueva dieta y charlaría con él sobre por qué es bueno tener una alimentación balanceada y de cómo habían otros métodos para confrontar los problemas. Cosas que ya había escuchado, pero él estaba dispuesto a comprometerse con la situación, desde un principio pensaba que era sencillo; sólo desearlo y ya, pero su mente era cruel con él y no le permitía salir de la cárcel a la cual se había recluido. Le hacía bromas pesadas, comenzando a escuchar voces que le incitaban a caer de nuevo en el agujero negro, usualmente era débil y sucumbía a las tentaciones, pero al final siempre se arrepentía. La noche anterior había vomitado todo lo que ingirió durante todo el día y luego se echó a llorar sobre las baldosas frías del baño, sabía que estaba haciendo mal, pero cómo era difícil cambiar. Y como si no fuese suficiente con las voces que le suplicaban que dejase de comer, ahora también sentía como la depresión le daba un fuerte abrazo por las noches y en la mañana amanecía sin energías ni ánimos. Todo era muy complicado, ni siquiera cuando niño lloraba tanto y eso que él pensaba que las personas grandes no lloran.

 

Dirigió su mirada hacia la enfermera que no paraba de hablar, era una hermosa joven de cabello lila y ojos azules, a Midorikawa le agradaba esa muchacha, era la enfermera más amable que lo había tratado, aunque hablaba mucho y a veces mareaba, pero era  buena persona. Era la única de las enfermeras que le traía galletas de postre y le permitía dejar un poco de comida en el plato porque realmente no podía seguir comiendo más, era así de comprensiva.

—Casi lo olvido, alguien vino a visitarte.— dijo la enfermera con una sonrisa.

 

Sus sentido se alertaron y observó con curiosidad a puerta de la habitación, la alegría lo invadió cuando divisó la presencia de Shirou Fubuki esperándole paciente, sonreía tranquilo y sus brazos se mantenían cruzados a la altura de su pecho, Midorikawa le correspondió la sonrisa con una amplia y alegre incapaz de esconder lo emocionado que se sentía, se preguntaba qué podría estar haciendo tan temprano por los pasillos del hospital pero rápidamente descartó esa pregunta pues lo verdaderamente importante era que lo había ido a visitar. La enfermera le indicó que entrara mientras ella desocupaba la habitación y se despedía con un ademán.

 

—Hola.— saludó tomando asiento en la silla que estaba al lado de la cama, sabía que se había prometido no verle hasta que se recuperara, pero visto que Hiroto aún se encontraba dormido y el padre de Gouenji había sido muy claro en que no debía despertarlo decidió hacerle una visita a Midorikawa sólo para saber cómo se encontraba y entretenerse mientras el pelirrojo despertaba.  

 

—Hola.— correspondió. Se sentía como cuando veía a Hiroto todas las mañanas en el instituto.

 

—¿Cómo estás?— preguntó mirándole, aún no se acostumbraba a la idea de verlo acostado en una cama de hospital usando esa simple bata, siempre lo recordaba como el chico que se reía por todo y siempre estaba feliz, aún se preguntaba por qué ese tipo de personas eran las más afectadas, pero nunca encontraba una respuesta.

 

—Bien.— respondió, llevó su mirada hasta la bandeja, tomó el bol donde habían varías porciones de manzana. —¿Ya desayunaste? Toma.— preguntó ofreciéndole el bol a su amigo.

 

—De hecho no, gracias.— dijo aceptando el gesto del moreno, observó cómo Midorikawa comía su sándwich y jamás pensó alegrarse por algo tan común como ver a alguien comer, ese día no había tenido que obligarlo como la última vez. —¿Cómo van tus terapias?— preguntó llevándose una porción de manzana a la boca.

 

—Son algo aburridas, la verdad. La doctora Kiseki me hace preguntas sobre mi vida y esas cosas. Las nutricionistas no paran de verificar mi peso y en esta habitación hay cámaras hasta en el sanitario, es como una cárcel, pero estoy bien.— explicó.

 

Shirou asintió varías veces, atendiendo a la información recibida, aunque parecía más meditar sus propias palabras, una pregunta flotaba en su mente deseosa de ser respondida, ¿desde cuándo vacilaba tanto? Él no era así. —¿Puedo hacerte una pregunta?— inquirió finalmente.

 

—Sabes que sí.— respondió con una sonrisa.

 

—¿Por qué te volviste anoréxico? ¿Fue por Hiroto? ¿Querías verte mejor para él? ¿Querías llamar su atención?— preguntó, luego se sintió levemente avergonzado porque él usualmente no mostraba interés en la vida ajena y ahora parecía un chismoso.

 

Llevó su mirada al techo, pensativo y buscando las palabras apropiadas que debía decir, de alguna manera había estado esperando esa pregunta, esperaba que alguien le preguntara el porqué de sus decisiones, sentía que si se lo explicaba a alguien tal vez así lograría encontrar una respuesta a sus problemas, pero nadie se había preocupado por ello hasta ese día.

 

—Realmente no fue para llamar su atención.— respondió. —Ni para verme “bien”, sólo lo hice porque no podía manejar nada en mi vida; el chico que me gusta sale con otro chico, mis notas son una mierda, mis padres nunca se han preocupado realmente por mí, entonces me di cuenta que el único control que poseía era sobre mi cuerpo. Sentía que alguien me necesitaba, ¿comprendes?— explicó.

 

—Realmente sí.— asintió. Era difícil explicar cómo podía comprenderlo, pero lo hacía.

 

—Pero ahora estoy dispuesto a cambiar eso, al menos es lo que espero.— soltó de pronto con una alegría renovada. —Gracias por visitarme.— dijo tomando la mano del albino, Shirou correspondió reafirmando el agarre y sonriendo apenas.

 

Se quedaron platicando largo rato, de todo y de nada en realidad, porque de momentos se quedaban callados y sólo miraban sus manos como buscando un nuevo tema de conversación, Shirou no estaba acostumbrado a indagar en temas e iniciar una plática pues era Midorikawa quien siempre tenía algo que contar, siempre estaba hablando pero, supongo que estando encerrado en ese lugar no poseía nada novedoso que fuese digno de informar. Su vida se había vuelto monótona. Se encerraron en un silencio abrumador largo rato,

 

—¿Volverás a hablar con Hiroto?— preguntó mirándole a los ojos, vio como Midorikawa le desviaba la mirada y la enfocaba en la ventana, soltó un suspiro.

 

—He estado pensando al respecto, quiero hacerlo porque lo echo de menos, yo realmente lo quiero y no debí alejarme desde un principio.— respondió. —Pero es que no sé cómo afrontar las situaciones, ¿sabes? Cuando algo me asusta yo sólo me alejo.— explicó.

 

Shirou sonrió. —Lo sé.— asintió. —Y estás en todo tu derecho, pero deberías volver a ser su amigo, él también te echa de menos y mucho.— dijo, en aquel entonces no había sentido lo tan deprimido que se encontraba Hiroto, se había hecho el ciego, pero ya no más. Debía arreglar las cosas. Recibió una sonrisa como respuesta y la puerta de la habitación se abrió dejando pasar a una enfermera; la misma de hace unos minutos.

 

—Midorikawa, es hora de tu terapia.— anunció con una sonrisa amable.

 

Entonces Shirou se levantó de la silla y se despidió del peli verde, habían estado la mitad de la mañana charlando y no se podía quejar, de seguro Hiroto ya había despertado y aún tenía algo que hacer, no podía perder tiempo si pretendía terminarlo hoy mismo. Caminó por los pasillos hasta la habitación del pelirrojo y de ella salió el padre de Gouenji, le obsequió una sonrisa, le agradaba ese adulto, lo que era atípico porque a él no le solían agradar las personas adultas, incluso había llegado a pensar en que prefería que el padre de Gouenji fuese el suyo. Sí, para él eso sería mejor, tal vez su vida de Carrusel no lo mareara tanto y pudiese estar tranquilo, aunque no apostaba a que algo cambiaría porque a ese hombre no lo conocía del todo. Agitó su cabeza, debía dejar de divagar tanto, además, si ese hombre fuese su padre, sería inmoral verlo como a veces lo veía. Estaba enloqueciendo.

 

—¿Despertó?— preguntó.

 

—Sí, ya puedes hablar con él.— asintió. —Chico lindo, usted debería estar en el instituto ahora mismo.— señaló con una falsa seriedad y reproche en su voz que hizo a Fubuki sonreír.

 

—No va a delatarme ¿verdad? Prometo reincorporarme mañana.— dijo mirándole con sus brillantes ojos de cristal, de esa manera, convencería a cualquier persona. He pensado en que Shirou Fubuki podría cometer cualquier crimen y se le perdonaría sólo por la virtud de ser encantador. El adulto le sonrió apenas y asintió, luego le cedió el paso y él ingresó a la habitación.

 

Su querido “hermano” estaba acostado mirando hacia la puerta y en cuanto advirtió su presencia se sorprendió y se reincorporó sentándose en la cama, Shirou se acercó y tomó asiento en la silla que estaba a un lado y le obsequió una cálida sonrisa.

 

—¿Qué haces aquí? Deberías estar en clases.— señaló con el ceño fruncido.

 

—Debía hacer algo antes.— respondió con calma. —Prometo que mañana iré y dejaré de incordiarte.— dijo sarcástico y sonriendo burlón.

 

—No me molestas, de hecho me gusta que estés aquí, de lo contrario me aburriría mucho.— respondió con una sonrisa. —Además sé que no puedes vivir sin mí, Shuuya me ha dicho que guardas una foto mía en uno de los libros que tienes.— dijo divertido y el rostro de su compañero se encendió como un semáforo y bajó la mirada completamente avergonzado, soltó una risa que intentó ahogar en el dorso de su mano porque no quería abochornarlo más.

 

—Es que siento miedo, ¿sabes?— confesó de pronto llamando la atención de Hiroto. —No quiero despertar un día sin saber quién eres, por eso llevó la foto conmigo a donde quiera que vaya; para no olvidarte.— dijo evitando mirarle a los ojos, aunque al final de su monologo terminó por enfocar su mirada en los ojos jades de Hiroto. Vivía con el constante temor de que un día su cerebro decidiera que Hiroto no era importante en su vida y sin previo aviso lo eliminara de sus recuerdos, él no quería eso porque de verdad lo amaba.

 

—Eso no va a pasar, cariño.— respondió acariciando su mejilla. —¿Qué es lo que tienes que hacer?— preguntó curioso y Shirou le sonrió.

 

___***___

 

Había pasado gran parte de la mañana solo y sin hablar con alguna otra persona, exceptuando a Endou, pero eso fue sólo en la clase de historia, esperaba ver a Fubuki en clases de física pero se quedó rodeado de mesas vacías pues sus ocupantes se encontraban en otro lugar, si se enfocaba en ello resultaba extraño pensar que las tres personas se encontraran en un mismo lugar; como si sus caminos estuviesen eternamente conectados, pero, eso era sólo si de repente se enfocaba en filosofar sobre la vida, que es exactamente lo que estuvo haciendo en toda la clase. Cuando sonó el timbre del almuerzo se apresuró a ir al comedor y en pleno pasillo se chocó con Alois quien desde un principio lo miró con desdén, como si estuviera realmente molesto, pero luego volvió a retomar esa actitud suya tan animada, lo saludó con un gesto bonito y prosiguió su camino como si tuviese mucha prisa, si no estaba equivocado ese chico era amigo de Fubuki aunque hacía varios días que no los veía juntos, ¿por qué sería? Sin cuestionarse mucho se dirigió al comedor y ocupó la mesa donde se encontraban Atsuya y Afuro, ellos platicaban animadamente y mantenían sus manos entrelazadas, Shuuya arqueó una ceja ¿se estaba perdiendo de algo?  

 

—Oye, se me había pasado por alto.— dijo Atsuya en cuanto el moreno se sentó y colocó su bandeja sobre la mesa. —¿Cómo sigue Hiroto?— preguntó.

 

—Pues, está en el hospital y...—

 

—¿Cómo? ¿En el hospital? ¿Desde cuándo?— saltó el rubio con evidente preocupación.

 

—Él está bien, sólo fue un susto.— aclaró Gouenji.

 

—Quiero ir a visitarlo, después de clases.— intervino Atsuya, pensativo, parecía estar en otro sitio. Ambos chicos que estaban con él en la mesa asintieron con una sonrisa.

 

Al finalizar las clases se dirigió junto con Afuro y Atsuya hacía el hospital, de camino iban escuchando Sleeping with sirens y el peli rosa soltó un comentario “¿Seguirá siendo su banda favorita?” le preguntó a Terumi y este asintió con una sonrisa, entonces Atsuya volvió a expresar “Por lo menos no olvidó eso? Y continuo hablando sobre que recordaba que esa persona, cuyo nombre nunca dijo, se gastaba todos sus ahorros comprando los Cd y playeras de esa banda e iba a la mayoría de sus conciertos, y así se la pasó todo el viaje hablando sobre una persona cuyo nombre era inmensionable, Shuuya sólo escuchaba sin comentar nada, tampoco deseaba saber. Cuando llegaron al hospital fueron directo a la habitación de Hiroto y se encontraron con el padre de Gouenji caminando hacia ellos, él también iba a ver a Hiroto.

 

—Hey, trajiste amigos.— expresó mirando a los dos chico, pero se enfocó en el pequeño albino y lo miró con intensidad, cosa que incomodo a Atsuya. —¿Tú no estabas con mi paciente?— preguntó. —¿Cómo saliste sin que te viera? ¿Qué le hiciste a tu cabello?— preguntó consternado.

 

—Creo que está confundido y ¿qué tiene de malo mi cabello?— preguntó frunciendo el ceño.

 

—Estaba seguro de que era distinto y tú estabas ahí dentro...— insistió, abrió la puerta y vio a Shirou en medio de la habitación, subido sobre una silla de metal, entonces la respuesta estaba muy clara. —Vaya, gemelos. Qué lindo.— expresó sin mucha emoción. —Vamos, pasen.— indicó cediendo el paso y cuando los tres chicos ya se encontraban dentro prosiguió a imitarlos. —¿Qué haces ahí arriba?— preguntó serio, mirando a Shirou quien sostenía un pincel en la mano y lo miraba con incertidumbre.

 

—Sólo se aseguraba de que tuviera suficiente espacio para descansar.— respondió Hiroto, quien había sido distraído de su lectura.

 

Sus ojos claros se enfocaron en las dos personas que estaban parados cerca de la puerta, lo miraban con un deje de asombro y preocupación por partes iguales, sólo pudo regalarles una sonrisa y el más bajo de los dos se acercó rápido hasta su cama y lo estrechó en sus brazos, se sintió ajeno, Atsuya no era del tipo de personas que obsequia abrazos así que debía estar verdaderamente preocupado. Cuando se decidió a soltarle le tocaba a Afuro obsequiarle un abrazo que él recibió gustoso.

 

—¿Te encuentras bien?— preguntó el rubio acunando sus mejillas, sus ojos carmesí brillaban de preocupación.

 

—Ahora sí lo estoy.— respondió con una sonrisa.

 

—Idiota, nos asustaste mucha.— comentó Atsuya frunciendo el ceño.

 

—Lo siento.— respondió avergonzado, Afuro se había apartado un poco y ahora le sonreía.

 

—Está bien.— asintió el rubio compasivo.

 

Atsuya apartó a su novio para volver a estrechar a Hiroto entre sus brazos, su gesto fue correspondido con cariño, decir que no se preocupaba sería una gran mentira, desde que Gouenji le había dicho que su amigo se encontraba en el hospital no había dejado de pensar en ello, preguntándose si estaría realmente bien. Pero ahora sus miedos se habían disipado y sólo podía sonreírle con un cariño, él realmente lo quería, era su preciado amigo. Escuchó un sonido metálico y dirigió la mirada  hacia la derecha y advirtió la presencia de Shirou, el chico que tenía su mismo rostro. No podía ser, ¿cómo no se había dado cuenta de su presencia? Se alarmó y volvió a abrazar a Hiroto escondiendo su rostro en el espacio entre el cuello y el hombro, con el afán de no ser reconocido.

 

Fubuki colocó la silla en su lugar y observó a los recién llegados; su ex amante y un chico que no conocía pero le hacía sentir celoso por dos claras razones: salía con Afuro y parecía ser muy apegado a Hiroto. Fuera de eso él sabía que no tenía nada que hacer en ese lugar, se sentía ajeno en aquel ambiente tan amistoso del cual no podía formar parte, aunque tampoco deseaba ser parte de algo, estaba bien. Pensó que sería buena idea visitar a Midorikawa y salió abandonando la habitación.

 

No supo que más ocurrió después, sólo le hizo compañía a Midorikawa hasta que el cielo comenzó a oscurecerse entonces decidió que era mejor volver con Hiroto. Cuando llegó los otros dos chicos ya se habían marchado y sólo estaba Shuuya acompañando a Hiroto, ellos charlaban sobre algo pero cuando advirtieron su presencia se quedaron callados y le dirigieron  una mirada curiosa que, por un momento, les hizo creer que hablaban de él, aunque eso no podía ser. Se acercó a ellos y esbozó una penosa sonrisa sin saber qué decir.

 

—¿A dónde fuiste, bonito?— preguntó el pelirrojo ladeando la cabeza.

 

—Estaba con alguien.— respondió entrelazando sus manos detrás de su espalda.

 

La puerta de la habitación se abrió captando la atención de los tres muchachos, el doctor había vuelto.

 

—Bien chicos, es hora de despedirse,— anunció, entonces los chicos obedecieron despidiéndose de Hiroto, Fubuki besó su mejilla y luego se dirigió junto a Gouenji hacía la puerta. —¿Me dirás qué estuviste haciendo todo el día?— preguntó el adulto.

 

—Sólo me aseguraba de que Hiroto esté cómodo.— respondió con una sonrisa.

 

Los chicos salieron y el adulto apagó la luz y cerró la puerta tras sí, la habitación se iluminó con las estrellas fluorescentes que estaban pintadas en el techo, lo que era bastante oportuno para Hiroto considerando que a él no le gustaba quedarse a oscuras, tal y como había dicho Fubuki; sólo se aseguraba de que estuviera cómodo.

 

—¿Quieres que te acompañe a tu casa?— propuso al chico que caminaba a su lado.

 

—Sí, eso estaría bien.— respondió asintiendo con una sonrisa, últimamente su compañía le era agradable. Vio como Shuuya se acercaba y le seguía el paso, él también se había estado esforzando para forjar una aparente amistad, aunque no sabía cómo llamarlo exactamente.

 

—¿Mañana sí irás a clases?— le preguntó mirándole, Fubuki alzó la vista hacia el cielo.

 

—Seguro, es que me extrañas, ¿verdad?— inquirió apreciando las estrellas.

 

Dejó escapar una suave risa y asintió, realmente había sido por eso, las clases le habían resultado aburridas con su ausencia. —La verdad sí.— admitió.

 

—Lo sabía, causo emociones en las personas difíciles de explicar.— expresó distraído, las estrellas del cielo lo habían adsorbido por completo, escuchó una suave risa a su lado que lo hizo sonreír.

 

—Me pregunto de quién habrás heredado la modestia.— inquirió burlón y Shirou rió, entonces descubrió que le gustaba escucharlo reír. No se había percatado de ello antes.

 

Permanecieron en silencio, uno que era agradable y necesario, tal vez esa era su manera de ser amigos; sólo permaneciendo en silencio, sólo acompañándose mutuamente, hasta que Shirou decidió iniciar una conversación, lo que era inusual en él pero sentía que era necesario.

 

—¿Amas a Hiroto?— preguntó de repente llamando la atención de Gouenji.

 

—¿A qué viene eso?— inquirió extrañado, pero más que nada incómodo porque no sabía cómo responder a esa pregunta.

 

—Es que ustedes comenzaron a salir muy pronto, apenas se conocían y yo creo que dos personas no pueden enamorarse en cinco días.— explicó. —Eso ocurre sólo en Disney, y ustedes no están en una película, este es el mundo real.— expresó. —Me refiero a qué...— Pero no pudo finalizar su monologo pues Gouenji le había tapado la boca con una de sus manos.

 

—Sé a lo que te refieres.— intervino suspirando cansado. —Yo lo quiero, es una gran persona, pero es difícil de explicar, ¿comprendes?— preguntó apartando su mano y desviando la mirada al frente.

 

—Pero así no funcionan las cosas, se supone que tú deberías saber.— Escuchó una suave risa proveniente de su compañero, acto seguido sintió como pasaba el brazo por sus hombros y lo acercaba a él.

 

—Ahora eres tú quien habla de más.— expresó mirando al chico.

 

No comentó más nada al respecto, simplemente permaneció callado sin afán de apartarse, continuaron en silencio hasta que llegaron a la casa del peli plata y entonces fue cuando Gouenji decidió dejar ir al chico. Ambos se miraron y Fubuki sólo atinó a sonreír quedamente.

 

—¿Nos veremos mañana?— preguntó el peli crema.

 

—Posiblemente.— respondió.

 

Entonces lo vio sonreír y sintió de pronto que estaba nervioso, era aterrador lo encantador que podría llegar a ser ese chico. Esperó a que entrara a su casa y luego continuó su camino, incapaz de olvidar el rostro de Shirou Fubuki sonriendo. Se preguntaba cómo una persona podía ser tan bonita, de seguro habría hecho un pacto con el Diablo para poder tener ese rostro, de otra manera no encontraba explicación, aunque su atractivo también podría deberse a su aura misteriosa, todos los secretos que él guardaba lo cubrían en un aura oscura que llamaba su atención. Aunque igualmente, había descubierto que era una persona agradable, más de lo que hubiese imaginado, esos dos días había sido amable con él. Tal vez si podían llegar a ser buenos amigos.

 

___***___

 

Había iniciado su mañana mirando los aburridos programas que transmitían en la Tv, entre canal no encontraba nada que pudiese mermar su aburrimiento, tan sólo llevaba  tres días allí y ya sentía que moriría y que había desperdiciado gran parte de su vida. La puerta de su habitación se abrió llamando por completo su atención, se emocionó al pensar que podría ser Shirou quien había ido a visitarle, pero no se trataba de su “hermano” sino de otro chico que también conocía muy bien; Midorikawa yacía mirándole desde la puerta.

 

—¿Mido? ¿Qué haces aquí?— preguntó mirándole, ahora que lo detallaba bien él también vestía ese cómodo atuendo de hospital, ¿le habría pasado algo? ¿Por qué nadie le había informado? También traía en sus manos una muda de ropa.

 

—¿Quieres que salgamos a caminar?— propuso algo tímido.

 

Hiroto sonrió ante aquella actitud, usualmente actuaba así con las personas que no conocía. —No podemos salir de aquí.— respondió.

 

Midorikawa entró a la habitación con pasos lentos y mirando al pelirrojo. —Será fácil.— aseguró. —¿Aún guardas la ropa que tenía cuando te trajeron?— preguntó ladeando la cabeza.

 

—Shirou me dejó una muda de ropa, dijo que la usaría cuando saliera de aquí.— respondió mirando hacía un pequeño armario donde sabía se encontraba su ropa.

 

—Entonces ve por ella, saldremos que aquí.— dijo con una sonrisa que Hiroto correspondió.

Caminaron juntos hasta la recepcionista, intentando parecer discretos y sin levantar sospechas, Midorikawa le saludó con un gesto pero la mujer ni se inmuto, así pues salieron del hospital riendo. Hiroto tomó a su amigo de la mano para impedir que se alejara y lo hizo mirarle.

 

—¿A dónde vamos?— preguntó el pelirrojo sonriendo, todo aquello le parecía muy divertido.

 

—A donde queramos.— respondió. —Vamos.— Y retomó su camino.

 

Llegaron al centro de la ciudad y pasaron frente a una tienda donde vendían vestidos y trajes de gala, Hiroto se detuvo observando un bonito esmoquin que estaba al lado de un vestido de novia. Midorikawa se colocó a su lado, mirándole con incertidumbre.

 

—Llevaré ese traje el día de mi boda.— comentó Midorikawa adivinando los pensamientos de su compañero.

 

—Yo ni siquiera sé si llegaré para casarme.— respondió Hiroto soltando u suspiro pesado. —Posiblemente nunca lo haga.— Dirigió su mirada hacía su amigo y le sonrió para que su comentario no le produjera tristeza.   

 

—Ven, tango una idea.— dijo tomando la mano del pelirrojo y entrando a la tienda. Se acercó a dos trajes que estaban en maniquíes y comenzó a desabotonar el chaleco. —Tú harás del novio y yo seré el otro novio.— comentó.

 

—¿Estás loco? Nos miran.— murmuró sonriendo.

 

Una mujer de porte elegante se acercó a ellos con pasos marcados, mantenía una expresión seria en su rosto, tras observar a los chicos reír y mirarla con discreción comenzó a sospechar de la situación así que decidió ir a ver qué ocurría. Los chicos permanecían ajenos a todo lo que ocurría fuera de su mundo de juegos y bromas.

 

—Disculpen chicos, este no es un lugar para jugar.— dijo.

 

—No nos haga esto.— dijo Midorikawa mirándole. —Somos enfermos que anhelan poder cumplir el sueño de cualquier persona, ¿no quiere usted ser parte de esto?— inquirió.

 

Tras aquellas palabras la mujer no sabía qué decir, la verdad es que ya estaba aburrida de su monótona vida, ¿qué podría salir mal si les permitía a esos niños hacer lo que pedían? Aunque suene increíble la probabilidad de ser despedida no pasó por su mente, pudo haber sido aquello lo que le indujo a acceder.

 

Entonces salieron, vestidos con traje y tomados de la mano, riendo y compartiendo un momento sólo de dos. Ellos dos. Llegaron a una iglesia que quedaba a unas pocas calles de la tienda, se detuvieron tomándose de las manos se miraron mutuamente, con una sonrisa divertida, aquello era lo más extraño que habían hecho en su joven vida. Sólo se miraron a los ojos sin saber muy bien qué hacer o qué decir, las palabras escaceaban y sus mentes eran abrumadas por la adrenalina y emoción del momento. Midorikawa aclaró su garganta, anticipando que estaba por decir algunas palabras.

 

——Ante la iglesia yo, Midorikawa Ryuiji, prometo amarte a ti, Hiroto Kiyama. En lo bueno y en lo malo. En la salud y la enfermedad. Así será siempre.— dijo con una sonrisa y las mejillas coloradas.

 

—Y yo, Hiroto Kiyama, prometo estar siempre contigo, Midorikawa Ryuiji. En lo bueno y lo malo. Para siempre.— respondió avergonzado.

 

Midorikawa sonrió y se acercó para besar a su mejor amigo, fue apenas un suave roce que para él valía el cielo, las estrellas,  el mundo. Hiroto se sorprendió ante el repentino acto, pero no opuso resistencia pues lo había sentido cálido en el pecho, una holeada de sentimientos revolotearon dentro de él, algo que no había sentido antes con tanta intensidad. Algo nuevo. Miró a su compañero, su sonrisa radiante lo hacía lucir hermoso e instintivamente también sonrió. Midorikawa comenzó a guiarlo en un baile sin música y él sólo pudo seguirlo mientras reía.

 

—Te extrañé.— expresó mirándole a los ojos, esos ojos oscuros que de pronto comenzaron a gustarle mucho.

 

—Yo también.— se apuró en responder.

 

—No, en serio, te he echado mucho de menos.— insistió. —Y te quiero, ¿sabes?— sonrió.

 

—Creo que yo también.— respondió, porque su respuesta era un “Yo te amo”.

 

 

 

 

___***___

 

 

La luz del sol apenas se filtraba por los espacios en las cortinas iluminando débilmente el interior de la solitaria casa. El timbre repetitivo del teléfono resonaba en toda la habitación, traspasando las paredes y resonando en toda la casa, varios segundos pasaron sin respuesta y la contestadora atendió la llamada, anunciando que podía dejar su mensaje.

 

“—Bueno, Paris es un agujero de mierda. Es mugriento, caro y todo el mundo es francés. Casi venimos para nuestras vacaciones de verano y si pudieran ver este lugar de mala muerte agradecerían aquellas semanas en Orlando mucho más. ¡Salchichas hechas de colón, ¿en serio este es tu idea de diversión?—“ La voz masculina relataba sus vivencia con cierto tono cansino y el muchacho bajaba las escaleras con parsimonia, vistiendo sólo una camiseta y su ropa interior, con un cigarrillo entre sus dedos. Se sentó en el último escalón sólo para escuchar las quejas del adulto.

 

“—Bueno, malas noticias, la oficina central me quiere otra semana aquí, al parecer no pueden hacer nada sin mi supervisión, lo que ya es absurdo. Así que, sean buenos con su hermana niños. Mantengan limpio el barco.—“

 

Le dio una larga calada a su cigarrillo y expulso el humo por su boca, creando formas en el aire. Se levantó y procedió a tomar el teléfono que descansaba sobre una modesta mesita de manera, levantó el auricular y lo llevó a su oído.

 

—Hola papá.— dijo, sin muchos ánimos.   

                    

—¡Hola cariño! ¿Te estás portando bien con tu hermana?— preguntó.

 

—Sí.— respondió, podía ver a Hitomiko acostada en el sofá del salón, dormía muy profundamente.

 

—¿Ayudándola con la casa?— preguntó nuevamente.

 

—Tengo que irme. Escuela.— anunció con ganas de terminar esa cansina conversación.

 

—Es cierto, aún no descansas.— bromeó.

 

—Adiós papá.—

 

—¿Puedo hablar con...— Pero Fubuki había colgado.

 

Caminó hasta la habitación se arrodilló frente al sofá donde se encontraba la mujer, desde hace algunos días se veía común hacer aquello y encontrarla así, durmiendo hasta tarde como si no le interesara nada más que su mundo de sueños y fantasías, queriendo huir de la realidad. Una frazada apenas la cubría y sostenía en su mano un frasco de somníferos, siempre tomaba dos cada noche y caía profundamente dormida, él lo sabía, ya la había visto antes. Ladeo la cabeza, observándola, ellos no tenían nada en común, ni siquiera una pequeño parentesco físico, a veces se sentía un extraño entre sus propios familiares. Como la leve sensación de no pertenecer allí.

 

—Bueno días hermana— saludó moviéndola un poco, la mujer saltó en su lugar, alarmada.

 

—Hiroto...— Fue lo primero que dijo, él lo comprendió había estado tan preocupada por el pelirrojo que ya ni siquiera podía ir a trabajar.

 

—Hiroto está mejor.— respondió con una sonrisa. —¿Hoy saldrás o... harás algo?— preguntó.

 

—Tal vez más tarde, cariño.— respondió acariciándole el cabello. Shirou sonrió y ella volvió a cerrar los ojos.

 

Pasaron algunas semanas y Hiroto había vuelto a su casa, pero su vida normal aún estaba lejos de volver a ser como antes, tenía reposo medico así que debía permanecer descansando en su casa, lo que suponía una tortura para él ya que no podría ir a clases y eso era lo único que lo mantenía distraído, se aburría mucho estando solo en casa, su única compañía era su hermana pero ella siempre estaba durmiendo así que en las tardes aprovechaba para visitar a Midorikawa, hablaban sobre todo excepto sobre el motivo por el cual el peli verde se encontraba encerrado allí, él no insistía aunque deseaba saber porque le preocupaba. También se había ocupado en buscarle un significado a ese beso tan pequeño que le había robado el sueño por varias noches, ¿qué significaba para él? ¿Qué significó para Midorikawa? ¿Habría sentido lo mismo? Ahora le era casi imposible adivinar lo que sentía su amigo, había cambiado demasiado desde la última vez que hablaron, ahora parecía siempre distraído y con afán de mostrarse alegre. Pero estaba muy feliz de volver a hablar con él, quizás demasiado, tal vez era eso lo que lo tenía tan confundido. Tomó asiento en la mesa, observando el bol frente a él.

 

—La leche está vencida y sólo había yogurt, lo siento.— dijo.

 

—No, está bien. Gracias.— respondió de inmediato, era cierto que odiaba el yogurt pero no podía ser exigente con él, podría soportarlo un día, sabía qué hacía lo que podía.

 

—¿Hablaste con Midorikawa?— preguntó sentándose frente a Hiroto, recibió un asentimiento. —¿Cuántas llamadas le habías hecho para que te hablara?— preguntó con una sonrisa ladina.

 

—34— respondió.

 

—¿Mensajes?—

 

—149—

 

Shirou suspiró. —Lo jodiste.— expresó. —Irrumpiste y lo jodiste todo. Tomaste una decisión de mierda y lo jodiste aún más.— expresó.

 

—Ya déjalo Shirou, no me culpes de hacer algo de lo que no estoy consciente.— protestó, odiaba cuando Fubuki se enfrascaba en señalarle sus errores, aunque no lo hacía muy seguido era insoportable.

—Eres tan idiota.— acusó cansado, comió lo que sobraba en su tazón y se levantó de la mesa. —Hoy te encargas de la ropa sucia, no quiero seguir llevando ropa interior rosa.— anuncio.

 

—Te he dicho que no mezcles la ropa de color con la blanca.— negó. Se levantó de la mesa con su tazón y se acercó a Shirou, le obsequió un beso en la mejilla y sonrió.

 

—Sí, sí. Yo también te quiero.— asintió ruborizado, aquellas cosas siempre lo avergonzaban. Hiroto lo tomó de la mano para observarla con detenimiento.

 

—Hoy no llevas las uñas de negro.— señaló con un deje de asombro.

 

—Estoy renovando mi nuevo yo.— respondió con una sonrisa. Hiroto lo miró con desconcierto e incertidumbre claramente no había comprendido aquellas palabras. —Ya sabes, como mi viejo yo pero mejor.— intentó explicar.

 

Hiroto esbozó una sonrisa, estrechando aquella pequeña mano entre las suyas como si fuese preciso trasmitirle algún sentimiento, por alguna razón aquellas palabras se le antojaron enternecedoras, sospechando las posibles razones de aquellas decisiones. Lo miró a los ojos y Shirou estaba consternado, pero aún así sonreía.

 

—Me gusta cómo eres ahora, ¿por qué cambiar?— inquirió mirándole a los ojos. No negaba que Fubuki era un chico difícil, a veces demasiado malhumorado y descortés, pero él, quien lo conocía desde hace años y lo vio en sus mejores momentos sabía que ese chico tenía sus virtudes, era una buena persona, él lo sabía y siempre pensó que Shirou se sentía cómodo, mostraba esa actitud ante los demás, a veces hasta envidiaba la seguridad que destilaba, entonces, ¿qué había cambiado? Lo tomó de los brazos y lo hizo quedar frente a él, su mirada se tornó sería. —No tienes que cambiar para agradarle a alguien, ¿sabes? Eres perfecto así.—dijo.

 

Shirou sonrió, Hiroto siempre era tan perceptivo, no le había tomado nada descubrir el porqué de sus acciones pero era cierto, últimamente se había estado sintiendo atraído por una persona que había logrado entrar en su “castillo de hielo” y ahora él buscaba maneras de llamar su atención, sabía que con su buena presencia no era suficiente pues esa persona también era bien parecida, él quería mostrarse como un chico maduro que sabía lo que quería, pensaba que así obtendría su aprobación, era importante para él aunque lo hacía sentirse extraño porque había pasado un poco más de un mes desde que lo conoció y ya le gustaba por completo. Me intrigaba saber de quién se trataba, Shirou solía expresar que estaba mal ver a esa persona como su interés amoroso, pero él estaba bien con eso porque tampoco era de los chicos que siguieran las reglas. Yo sólo quiero saber de quién se trata, tal vez algún día, en nuestras paticas, él se sincere y me permita saber.

 

—Lo sé.— respondió en voz baja. —Debo irme, se me hará tarde.— dijo soltándose del agarre y caminando hacía el umbral de la cocina.

 

—¡Suerte! ¡Te quiero!— gritó para que el peli plata pudiese escucharlo.

 

—¡Te quiero!— recibió en respuesta.

 

El camino a clases se hizo más corto de lo que recordaba, quizás era porque se encontraba distraído en sus pensamientos, nuevamente, por más que insista no puedo saber en qué piensa... o en quién, lo que era extraño, tal vez estar tanto tiempo entre los humanos tiene sus consecuencias. Cuando llegó todos los alumnos ya habían entrado a clases, aunque aún no era exactamente tarde debía apurar el paso pues su profesor de matemáticas era estricto. Odiaba a ese hombre y odiaba esa materia que había hecho de su vida en la secundaria una miseria, estuvo a punto de quedarse en noveno grado por esa estupidez y parecía que ese año se volvería a repetir la misma historia.

 

Y como cada clase de matemáticas, él intentaba esforzarse al principio, luego no comprendía nada y metía su nariz en algún libro  ajeno a la materia, la semana que Hiroto regreso a casa, él lo fue a buscar y de camino el pelirrojo entró en una librería y le indicó que escogiera el libro que quisiera, que él se lo pagaría y sería un regalo por haberlo preocupado tanto durante todos esos días. Shirou se emocionó y observó en los estantes, al final, terminó llevándose dos porque no se podía decidir entre Matar a un ruiseñor (el cual llevaba meses buscando) y Desde mi cielo (vio la película y sintió tanto amor-odio que sabía que debía tener el libro). Ese día se llevó consigo Matar a un ruiseñor, porque pensó que se acomodaba mejor a su estado de ánimo; le gustaba pensar que los libros eran cartas que alguien le había enviado, como si alguien le hablara y le hacía sentir menos solo, quizás era por eso que le gustaba tanto leer porque, aunque no lo expresara, no le gustaba estar solo. Se perdió en un mar de letras, se ahogó por completo en ellas y sólo logro volver a la superficie cuando escucho las sellas correrse y hacer un ruido metálico; odiaba ese sonido, vaya que sí. Cuando volvió al mundo real, todos sus compañeros se disponían a abandonar el lugar, algunos lucían tan agotados y otros indiferentes, él recogió sus cosas y se levantó de su asiento suspirando pesadamente; otra clase sin comprender absolutamente nada.

 

—Fubuki.— escuchó a sus espaldas, era la voz de ese adulto que tanto odiaba. Se giró y él lo miraba con desdén; como siempre miraba a sus alumnos, se acomodó las gafas y soltó un suspiró pesado, cansado. Se dio la vuelta para encararlo, su expresión demostraba que no tenía tiempo para los rutinarios sermones. —La próxima semana será la prueba, te aconsejo que estudies lo suficiente, si obtienes una nota aceptable no te haré reprobar. Realmente no deseo que te quedes aquí mientras tus compañeros se gradúan sin ti.— dijo, bueno, no esperaba algo así. No pudo más que asentir con timidez. —Promete que vas a esforzarte.

 

—Lo prometo.— dijo casi en un murmullo y salió.

 

Él realmente deseaba no mentir con respecto a ello, pero le resultaba difícil. Ahora estaba comprometido hasta el cuello y no habría manera de romper las palabras que había pronunciado, después de todo, no existe fuerza capaz de deformar una promesa. En la clase de física le pidió al profesor que le prestara el diario que estaba leyendo, ya había terminado los ejercicios y, aunque él no era partidario de la política decidió dedicar esa hora para informarse sobre los problemas de su país y esas cosas, era parte de su nuevo “yo” aunque no terminaba de comprender por qué quería parecer un adulto en miniatura, eso no es atractivo para nadie, al menos, así pienso yo. Si tan sólo supiera quién es la persona que ha logrado llamar su atención, quería saberlo porque él es realmente una persona agradable y creo que un poco de amor endulzaría su vida tan amarga, sé que está mal estimar a un ser humano pero es que no pude evitarlo, le había tomado una especie de cariño durante este mes y tantos días, me preguntó si él sentirá lo mismo.

 

Cuando el timbre del descanso sonó él abandonó el salón de clases como una bala hacía otro salón, donde yo me encontraba. Estando cerca dejó de correr porque pensaba que se vería como un desesperado si llegaba y lo veía agitado, ese día no guardaba una historia nueva para él como todos los días y eso era porque sabía que no me la pediría. Se acercó al escritorio un poco brusco y apoyó las manos en la mesa impulsándose hacia delante, en ese momento no podía descifrar lo que quería decirme, sus ojos eran de un gris tan oscuro que sólo quería adentrarme en ellos.

 

—Salgamos esta noche.— soltó de un tirón. —Nos veremos en el parque.— dijo y luego se alejó sin darme tiempo de darle una respuesta, supongo que así me comprometería sin pensarlo siquiera.

 

Entonces no lo pensé siquiera, porque tampoco me parecía sospechoso, Shirou Fubuki de por sí ya era un chico peculiar, fui al lugar que él me había dicho y lo encontré sentando en los columpios, meciéndose y me pareció lo más lindo que había visto desde que estaba en la Tierra. Al advertir mi presencia él dejó de hacer lo que hacía y se acercó con una sonrisa, en ese momento me percaté que se había esmerado en escoger su vestimenta, pero supongo que así son los chicos como Shirou Fubuki, en cuanto nos encontramos comenzamos a caminar sin tener claro el lugar al cual queríamos ir, a mí realmente no me importaba y supongo que a él tampoco porque no paraba de hablar y sonreír, entonces me pareció aún más peculiar porque él no era de los que hablaba sin parar. Me contó sobre el nuevo libro que estaba leyendo.

 

—Matar a un ruiseñor, ¿sabe cuál es?— me preguntó.

 

—Claro que sí, lo leí cuando estaba en la secundaria, en ese entonces era mi libro favorito.— Una mentira que ni siquiera necesité pensar, salió tan natural que hasta yo mismo me creí una persona normal.

 

Él se extendió en una larga platica sobre lo que para él significaba el libro, lo que me parecía impresionante porque sólo había leído unas 50 páginas, pero él ya tenía muy en claro el concepto de la historia. Llegamos a una colina donde se podía ver gran parte de la pequeña ciudad y nos sentamos en unas bancas que se encontraban estratégicamente colocadas para que se pudiera disfrutar de la vista. Después de algunos segundos de silencio en el que sólo nos dedicamos a contemplar la pequeña parte del mundo que se nos permitía ver, él se giró para mirarme y me sonreía, recuerdo la primera vez que hablamos, él no quería ni sostenerme la mirada.

 

—Si no fuese profesor de sociología, ¿qué sería?— me preguntó.

 

—Escritor.— respondí sin pensarlo siquiera, porque era una verdad absoluta, si yo no fuera lo que soy quisiera haberme dedicado a las palabras. Sus ojos parecieron brillar y sus mejillas se tiñeron de rojo y no sabía si era por el frío que de pronto comenzó a soplar o por algo más que yo desconocía.

 

—Yo aún no sé qué es lo que quiero hacer.— confesó. —Sólo sé que no quiero arrepentirme de mis elecciones cuando mi vida ya esté hecha.— Jugueteó con sus dedos, denotando que le era vergonzoso compartir algo que él consideraba muy personal.

 

—Sé que encontrarás algo que realmente te guste.— dije, porque no sabía qué consejo ofrecerle. Él sonrió y rozó discreto su mano con la mía.

 

Hablamos de muchas otras cosas pero Shirou Fubuki nunca me dijo si estaba enamorado de alguien o si algo le agobiaba, él se mantenía en un estado de felicidad inminente donde sólo había espacio para temas alegres y poco importantes. En ese momento no sospeché nada y no lo hice después, cuando nos despedimos en la puerta de su casa.

 

Al día siguiente, él llegó al instituto un poco más animado que los días anteriores, se había fumado un cigarrillo antes de ir a clases e intercambió algunas palabras con Hiroto. En los pasillos se topó con Shuuya Gouenji y el pequeño chico que de los ojos bonitos, sonrió sólo un poco y se acercó para darle un abrazo, lo que resultaba inusual en él pero no podía evitarlo, pensaba que ese niño era lo más lindo que había visto, entonces Ciel lo miró con incertidumbre y del bolsillo de su cartera sacó una caja de poki’s y se la tendió, él la aceptó sin comprender muy bien el mensaje.

 

—Si sigues fumando, te vas a enfermar.— alegó Ciel con una expresión inocente que hizo sonrojar a Fubuki.

 

Estuvo el resto de las clases comiendo varitas de chocolate sin importar que los profesores le mirasen con desdén, porque ya estaban cansados de pelear a él y en cierto punto lo agradecía. Se quedó dormido en la clase de literatura y soñó con un niño que nunca antes había visto, aunque de alguna manera su rostro se le hacía familiar, tal vez era porque se parecían mucho, y entonces, sonó la tan anhelada campana de descanso y él se apresuró en ir al salón donde siempre lo esperaba para charlar, ya me había acostumbrado a su presencia y quizás eso estaba mal. Ese día se sentó frente a mí para hablar sobre Matar a un ruiseñor, que se había leído en una noche y por eso no había podido dormir y, a pesar de ello él parecía realmente animado sumido en su relato. Cuando terminó me sonrió y me tomó de la mano, un gesto que yo consideré atípico pero al no comprender la mayoría de las acciones humanas no quise pensar en nada malo o extraño, pero supongo que debí hacerlo. Clavó su mirada en la mía y parecía estar sintiendo millones de cosas a la vez, podía percibir su confusión. Después de una semana le obsequié un libro llamado “Nada” que pensé que podría gustarle, y más vale que no lo hubiese hecho, regalarle libros a personas como Shirou Fubuki es como una declaración de amor, dejó pausado su lectura de Desde mi cielo sólo para iniciar el que yo le había obsequiado.

 

Me di cuenta de las cosas cuando ya llevábamos un poco más de dos meses, llegó al aula con una sonrisa de oreja a oreja, antes de salir de su casa se había armado de valentía hasta los dientes y caminó decidido hacía su destino. Lo primero que expresó al sentarse es que le había encantado el último libro que le había obsequiado y que se había enamorado profundamente del personaje y ahora quería un amigo como él y todas esas cosas, de pronto se quedó en silencio y tomó mi mano entre la suya como había acostumbrado a hacer desde hace un mes, me miró a los ojos y me sonrió, yo desconocía las intenciones que guardaban sus acciones. Nos quedamos mirándonos durante algunos segundos, él se acercó más y entonces lo dijo.

 

—Realmente me gusta.—

 

Un escalofrío recorrió mi espalda, ¿qué era lo que había dicho? No dije nada al respecto, sólo lo dejé terminar.

 

—Y si me permite decirlo, es la mejor persona que he conocido, entonces ¿qué dice? ¿Está dispuesto a vivir un romance con un adolescente?— me preguntó y yo aún no salía de mi asombro. 

 

—¿Qué es lo que estás diciendo? Eso está mal, muy mal.— dije, una vez que había salido de mi impresión.

 

Él se echó hacía atrás. —¿Por qué? ¿Me estás rechazando, acaso?— preguntó inocente. Se veía en sus ojos un inicio de tristeza e ira.

 

—Cariño, quisiera no hacerlo pero, comprende que está mal siquiera pensar en la posibilidad de estar juntos.— respondí a modo de que él no se ofendiera, pero luego de repasar mentalmente mi dialogo me di cuenta de que en realidad no sabía cómo tratar a las personas.

 

—No me digas cariño. No veo por qué estaría mal que estemos juntos, ¿es porque somos hombres? ¿O no soy lo suficiente atractivo? Puedo mejorar, te lo prometo, cambiaré mi actitud.— insistió, de pronto se mostraba tan desesperado, el tipo de desesperación que no mostró con Afuro Terumi.

 

Entonces me vi forzado a adoptar una actitud más comprensiva, como la persona adulta que no era, ese chico me agradaba pero no podía concederle su deseo por más que sintiera su corazón haciéndose añicos y eso, inevitablemente, me produjera una incomodidad fuerte.

 

—Eres perfecto así como eres, pero no puedo corresponderte...—

 

—¡Pero por qué!— exclamó levantándose de la silla de un golpe, él se veía tan indignado, como si le hubiese dicho algo realmente ofensivo.

 

—Eres mi alumno, soy mucho mayor que tú, ¿lo comprendes ahora?— Y porque eres un humano y no me gustan los humanos.

 

—¡Esas son sólo excusas!— gritó, sus ojos se empañaron y yo me levanté para intentar tranquilizarlo pero él se alejó, volvía a ser el chico frío y arrisco que había conocido. —¡Sólo es una hipócrita que quería ser condescendiente! Realmente nunca le agradé, ¿verdad? Entonces hubiese sido honesto desde un principio y no ser mi amigo.— Dio unos pasos hacia atrás.

 

—Nunca te mentí, pero no puedo ofrecerte más que mi amistad.— respondí colocando una de mis manos en su hombro, quería abrazarlo, a pesar de que esos tratos no me gustasen, quería hacerlo porque él era mi amigo y yo le estaba haciendo mucho daño.

—Entonces no quiero nada de ti.— me dijo, gélido, ya no gritaba, ya no parecía alterado y eso me preocupaba, esperaba que me golpeara y se mostraba histérico, pero no lo hizo, sólo me miró con prepotencia y apartó con sutileza mi mano de él. —Realmente fue agradable, gracias, Mikaela Hyakuya.— dijo y sonrió con arrogancia para marcharse, apartando sus ojos grises de los míos tan azules.

 

Después de aquello lo seguí discretamente durante el resto del día, su última clase era química y él estaba en el mesón junto a Shuuya Gouenji quien ya sospechaba sobre sus ocultos sentimientos, pero se mantenía callado adivinando las expresiones de su compañero porque ese día se mostraba más insoportable y cruel que los días anteriores, y eso que había un avance en su persona, pero esos cambios habían sido influenciados por la misma persona que le había roto el corazón. Cuando sonó el timbre que culminaba esa clase salió al estacionamiento sin mirar a nadie, ni decir nada, se quitó la chaqueta del uniforme y la ató a su cintura, en aquel lugar al aire libre había una esquina donde el conserje dejaba fierros de metal, él sostuvo uno y se acercó a los autos que se encontraban estacionados, se paseó por todos ellos y se quedó parado frente a un Volvo, detalló el rojo de la pintura y las luces delanteras, ese era mi auto (o el que me había asignado durante mi estadía en la Tierra) y él lo golpeó con el fierro de metal. Empleó todas sus fuerzas y las luces se rompieron y el capo se hundió, él seguía golpeándolo sin parar descargando toda su furia contra algo que me pertenecía porque se veía incapaz de hacerlo directamente.

 

Las lágrimas le escocían los ojos y se perdían en su cuello blanquecino, sólo podía preguntarse por qué le era tan difícil amar, por qué no podía tener en sus manos un romance como una persona normal, siempre había algo que salía mal. Siempre. Golpeó el auto tantas veces que la parte delantera parecía haber intentado atravesar una pared, cuando sus brazos empezaron a dolerle se detuvo jadeando, estaba tan cansado pero se veía incapaz de frenar la ira que corroía sus venas. Unos pasos lo alertaron y la brisa de la tarde le llevó hasta su nariz una fragancia que conocía muy bien.

 

—Fubuki.— Aquella voz la escuchaba cada día desde hace varios meses. Sonrió y se dio la vuelta para encontrar a Shuuya Gouenji quien lo miraba y sonría como acostumbraba a hacerlo.

 

—¿A qué has venido?— preguntó pero no le dio tiempo de responder. —¿Vas a burlarte de mí? ¿Me acusaras con el director? ¡Hazlo!— bramó y le soltó otro golpe al auto, el sonido y las bruscas acciones hicieron saltar a Gouenji.

 

Pero él no estaba ahí para ninguna de esas cosas, lo había seguido para sólo un motivo, quería confirmar las dudas que se aglomeraban en su cabeza, esas que le decían que Fubuki había sido lastimado por el amor, porque Shuuya era muy perceptivo y podía ver esas cosas que eran invisibles para el resto y él no iba a permitir que alguien lastimara a ese chico y salieran impune. No señor.

 

—De hecho, vine a ayudarte.— respondió mostrando el bate que traía en sus manos, lo había tomado prestado del club de beisbol.

 

Al principio se sorprendió, pero pronto sonrió alegre y así los dos chicos acabaron con un Volvo rojo, aún con el cielo cubierto de arrebol. El miedo de ser descubiertos había quedado en segundo plano y, aunque me encontraba observando no me atreví a acercarme, considerando que ambos estaban sumidos en una excitación motivada por la ira, portando armas blancas, tal vez la muerte no pueda tocarme pero el dolor puedo sentirlo muy vívidamente. Sólo los observé hasta que se cansaron, sus rostros eran iluminados por sonrisas de satisfacción, incrédulos a lo que acababan de hacer, aún Fubuki, con su largo historial de malas conductas, no podía creer lo que había hecho, frente a él tenía un auto irreconocible por su culpa y nunca se sintió mejor que esa tarde y Gouenji, sólo estaba bien porque su compañero lo estaba. Se sentaron en la banca para descansar, el cielo se había oscurecido.

 

—Fue muy divertido.— comentó Gouenji con una sonrisa.

 

—Gracias por hacer esto conmigo.— dijo, se veía ligeramente avergonzado pero su gratitud era más fuerte, nadie se habría atrevido voluntariamente a hacer algo así con él.

 

—No agradezcas, de verdad quería hacerlo. No me gusta verte deprimido, tú no eres así.— respondió dirigiéndole la mirada. —Tal vez tú no me consideres igual, pero te creo mi amigo.— confesó.

 

Sus mejillas se tiñeron de carmín, no había esperado un comentario así de cursi. —¿De verdad?— inquirió aún incrédulo. Gouenji asintió sonriendo, entonces hizo lo mismo; le regaló una sonrisa, pequeña pero sincera y desvió la mirada hacía el auto mientras soltaba un suspiro. —Una vez me preguntaste por qué no tengo amigos, ¿lo recuerdas?— preguntó.

 

—Sí, quedamos en que yo lo descubriría y, para ser sincero, aún no he podido dar con el motivo.— respondió.

 

Shirou volvió a suspirar. —Ya no hace falta que busques más, te contaré una historia.— dijo girando su cuerpo, de modo que ahora estaba frente a Gouenji. Shuuya lo miraba atento, interesado por las palabras del muchacho albino. —Cuando entré en octavo grado yo no conocía a nadie y era el centro de atención de todos en los pasillos, en casa siempre estaba con Hiroto pero en el instituto él tenía su propio grupo de amigos y yo no quería inmiscuirme en su vida más de lo que ya lo hacía, sabía que él necesitaba su espacio, entonces, vagaba por los pasillos siempre solo, sin intensiones de entablar conversaciones con otras personas. No me agradaban ¿sabes? Siempre los escuchaba hablar de mí, había personas que eran amables conmigo pero otras eran realmente crueles y yo no sabía por qué, jamás les había hecho nada malo. Fue ahí cuando comencé a discernir entre grupos sociales en la escuela entonces me di cuenta que no quería pertenecer a ninguno. Pero, realmente no sé por qué te cuento esto, estoy divagando.— rió. —Un día, mientras caminaba por el pasillo hacía la salida, vi a un grupo de chicas acosando a otra. Generalmente esas cosas no me importan, era habitual presenciar a los brabucones abusando de otros chicos pero, no lo sé, en ese momento pensé que era muy injusto que cinco chicas atacaran a una sola, entonces me acerqué, la que lideraba el grupo me miró y sonrió como si estuviera feliz de verme, eso hacían siempre las chicas a pesar de que yo nunca hablé con ellas. Me preguntó si no quería divertirme con ellas y me enojé tanto que recuerdo que les grité, en ese entonces yo no solía ser así con personas que no conocía, pero todas las facetas que estaba descubriendo en ese lugar habían conseguir crispar mis nervios. Les dije que si la volvían a molestar las golpearía y mucho, supongo que notaron que lo decía en serio porque se marcharon al instante. Ayudé a la chica a levantarse y ella me agradeció avergonzada, en ese momento descubrí que se llamaba Haruna Otonashi e iba en un mayor que yo. Haruna se convirtió en mi primera amiga.

 

Haruna era una niña buena, siempre tratando dar lo mejor de sí, le gustaba la comunicación y soñaba con ser reportera. Fue sencillo acoplarnos, desde que nos vimos en ese pasillo supimos que debíamos ser amigos. Ella me enseñó a tomar fotografías y a cocinar cupcakes, en su habitación siempre hablábamos de lo que queríamos hacer cuando fuéramos grandes, mientras sus padres discutían en el piso de abajo. Yo daba lo que fuera porque ella estuviera bien, era mi mejor amiga y realmente la quería, sabía que no la tenía mejor que yo en la vida y quería que fuera feliz. Recuerdo la primera vez nos besamos, sólo estábamos experimentando, ninguno de los dos había besado antes y queríamos saber qué se sentía. Entonces lo hicimos. Sus labios sabían a cereza. Me asuste de poder enamorarme de ella y le dije que siempre me había parecido bonita, ella aún intentaba descubrir que significaba ser chica.

 

Nunca fue buena en la escuela, le asustaba romper las reglas. Yo era bueno en casi todas las materias y no me importaba meterme en problemas, pero aun así siempre la cuidaba, la ayudaba en cuanto podía. Era mi mejor amiga y yo estaba enamorado de ella. Cuando fuimos a una fiesta descubrimos las drogas, pero yo me sentía más cautivado por la música y Haruna comenzaba a olvidar sus sueños de niñas. Estaba creciendo rápido. De golpe. Comenzó a salir con un chico, ambos sabíamos que era malo para ella pero aun así lo escogió por sobre mí y no me importó, yo seguía enamorado. Y los rumores se hacían más grandes mientras ella se volvía más delgada, pero ¿sabes? Aún seguía siendo hermosa para mí. Nunca la juzgue, sólo sabía amarla.—

 

—Pero, ¿dónde está ahora?— preguntó con un nudo en la garganta. Shirou sólo negó con la cabeza mientras cerraba sus ojos.

 

—Yo debí protegerla, pero no pude hacerlo. Por eso no me gusta crear lazos con las personas, no puedo protegerlos, ¿entiendes?  Haruna se perdió en el mundo. Hiroto está deprimido, Midorikawa está internado en un hospital por problemas alimenticios, y yo no puedo hacer nada para cambiar lo que ya está hecho.— Sus ojos se cristalizaron, era la segunda vez que lo veía llorar y Shuuya sentía que una parte de él también quería llorar.

 

—No te culpes por eso.— dijo, pasó uno de sus brazos por la espalda del albino y lo atrajo en un abrazo.

—No me estoy culpando.— negó. —Sólo no quiero tener amigos, amarlos y luego verlos sufrir sin poder hacer nada por ellos.— explicó.

 

—Eso es inevitable, para sufrir cualquier ocasión es buena, pero si estás ahí para ellos les alegrarás la vida, así sea un momento y un momento es mejor que nada.— dijo reconfortante, sonriendo.

 

Fue como Shirou acomodó su cabeza tímidamente en el pecho de Gouenji, cerró los ojos y se dejó reconfortar, sumido en las caricias que el otro le otorgaba a su cabello. Tal vez ya era momento de dejar el miedo a un lado y avanzar, atreverse a tomar la mano de alguien y ser guiado por senderos de amistad y todo lo que viene con ella. Se reincorporó mirando fijamente a su compañero, sus ojos oscuros le transmitían una calidez que ni Afuro había logrado transmitirle, le rodeó el cuello con sus brazos y se acercó para abrazarle, apoyando su cabeza en su hombro jamás se había sentido mejor que cuando abrazó a Shuuya Gouenji y este le correspondió.

 

—¿Realmente soy tu amigo?— preguntó susurrando en su oído.

 

—Lo eres, sí.— asintió sin saber muy bien qué responder, quería decirle que todo iba a estar bien y que permanecería siempre a su lado, pero aquellas palabras sobraban, él sabía que Shirou ya lo sabía.

 

—Entonces tú también eres mi amigo.— dijo. —Prometo que te cuidaré, trata de no causarme tantos problemas.— El corazón se le encogió en el pecho cuando escuchó aquellas palabras, “Te cuidaré” había sonado abrumadoramente sincero.

 

Cuando se separaron permanecieron un momento en silencio y luego intercambiaron números, en ese momento Shuuya advirtió lo que Shirou tenía escrito en su brazo, lo tomó y observó con detenimiento, a Fubuki le molestaba que las personas hicieran eso pero tratándose de Gouenji lo dejaría pasar sólo por esa vez.

 

—¿Qué significa?— preguntó. —“Creo en ti”.— Leyó y en ese momento no lo comprendió.

 

—Significa que tengo fe en que conseguirás hacer todo lo que te propongas. Pienso que es gratificante que una persona crea en ti, pase lo que pase.— explicó.

 

—Eres mejor persona de lo que simulas ser.— comentó. —Ven conmigo.— Se levantó del suelo y le tendió una mano a Fubuki.

 

—¿A dónde?— preguntó aceptando la mano que le era ofrecida.

 

No le respondió, sólo lo guió y llegaron a la azotea, Shuuya sabía que aún se encontraban ahí pues Hiroto había asistido ese día y probablemente le estaban haciendo una bienvenida después de tantos días. Abrió la puerta y su mundo, el que había obtenido desde el primer día que llegó, se abrió antes sus ojos, pero ahora traía a un invitado de la mano, no reparó en eso hasta que ya estaban dentro y todas las miradas se posaban sobre ellos dos, aunque para Gouenji aquellas reacciones fueron peculiares, era como si Fubuki fuera Medusa y los hubiese convertido a todos en piedra con su mirada. Hiroto había posado su mirada en aquellas manos entrelazadas y no pudo evitar que aquel pensamiento golpeara su mente: se veían bonitos juntos. Y Shirou, él paseo su mirada por todos hasta que cayó en sólo una persona, un chico que también lo miraba a él.

—¡Fubuki! ¿Qué haces aquí?— preguntó Hiroto rompiendo la terrible tensión que se cernía sobre sus cabezas.

 

—Tiene el corazón roto, ahora es uno de nosotros.— respondió Gouenji, le dirigió una veloz mirada a su compañero, este parecía sorprendido y agobiado por igual, siguió sus ojos con la mirada y encontró a Atsuya mirándole de la misma manera.

 

—¿Qué ocurrió?— preguntó Hiroto, evidentemente preocupado.

 

Shirou soltó la mano de Gouenji y caminó hacía el muchacho de piel clara y cabellos rosa, se sentía como atraído por una fuerza ajena a él y sus recuerdos se arremolinaban en su cabeza siendo sólo manchas sin forma ni coherencia, ya había visto a ese chico antes, era idéntico al niño con el que siempre soñaba, cada noche sin descanso, lo veía, hablaba con él, reían juntos, ¿qué significaba aquello? Buscar respuesta y sólo obtenía un fuerte dolor de cabeza que era insoportable. Y Atsuya sólo lo miraba sin decir nada, su mente era todo un enredo, ¿por qué Gouenji lo había llevado allí?

 

—Me robaste el rostro.— expresó Shirou luego de algunos segundos. Estaba nervioso y asustado, muy asustado. —¿Cómo?— preguntó.

 

De pronto se sintió extraño, era como un horrible deja vu y una sensación de miedo inminente que se apoderaba de sus sentidos, aquellos rostros los conocía a pesar de ser la primera vez que los veía, sabía sus nombres aunque nunca hablara con ellos. Los recuerdos golpeaban su cabeza, uno tras otro en una sería de flash back que no podía comprender. Todo a su alrededor comenzó a dar vueltas y la confusión lo sofocó, escuchó a ese chico que tanto se parecía a él decir su nombre, la voz le había temblado en las primeras silabas y eso fue lo último que escuchó antes de desvanecerse y caer al suelo.

 

—¡Shirou!— gritaron todos, al ver al chico en el suelo se levantaron de sus asientos y se apresuraron en ayudarlo. Hiroto se acercó a él con una expresión de más preocupado y Shuuya no tardó en arrodillarse a un lado del inconsciente Fubuki

 

“—¡Date prisa!.—“

 

“—¡Espera, Atsuya!—”

 

Atsuya... Atsuya. Ese era su nombre: Atsuya y de apellido Fubuki igual que él, ¿por qué lo sabía? Abrió los ojos y lo primero que vio fue a Gouenji llamando y sosteniendo su rostro, se sentía desorbitado y él no hacía más que preguntar tonterías “¿Cómo te llamas?”, “¿Cuántos años tienes?”, “¿Te puedes levantar?”. Sólo intercambiaba la mirada entre Gouenji y Hiroto, cómo ambos se veían abrumados, se sintió avergonzado y él pelirrojo intercambió unas palabras con Gouenji.

 

—No debiste hacerlo.— le dijo con el ceño fruncido. —No debiste traerlo.— ¿Qué significaba aquello?

 

Hiroto lo tomó en sus brazos y se levantó del suelo, se abrazó a él en busca de una superficial protección pues su cabeza le dolía tanto que ni siquiera podía pensar con claridad, todo daba vueltas y parecía que se lo había tragado un bucle que lo envió directo al pasado, un pasado turbio e incierto del que no encontraba una explicación. Cerró sus ojos para no ver más al chico de cabello rosa pero, aun cuando todo se volvió oscuro podía seguir viendo aquellas facciones tan conocidas para él. ¿Quién era Atsuya Fubuki y por qué sentía aquello por él?

 

Gouenji por su parte, se encontraba casi tan confundido como el peli plata, todo lo ocurrido lo había dejado con nuevas incógnitas. Esa noche recibió una llamada, eran más de las doce y él dormía hasta que el timbrar de su móvil lo despertó la pantalla luminosa y el brillo lo cegó momentáneamente y aun así pudo ver de quién se trataba: Shirou Fubuki.

 

—Siento que he olvidado algo muy importante.— Fue lo primero que dijo cuándo atendió la llamada.  

 

Entonces lo supo, tenía que preguntarle a la única persona que parecía saber todas las respuestas: Hiroto Kira.


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