Sus habilidades como dibujante siempre habían sido envidiadas por todos y halagas por sus maestros. Pero sus obras tenían algo distinto, bizarro y único. Cada uno de sus dibujos mostraban a la muerte en su más explícita descripción, teniendo siempre sangre de por medio. Todos y cada uno de ellos eran hermosos a su manera, y no había nada que Jim amase más que aquellas creaciones propias. Soñaba con ser un gran artista, tener los halagos de muchas más personas.
Frente a él, estaba su más reciente obra, el suicidio de un hombre, tirado sobre la acera de las calles de Londres. El brillante color carmesí de la sangre resaltaba en todo su esplendor y cada detalle se disfrutaba a plena vista, desde los ojos desorbitados de aquel hombre, hasta la herida producida cuando su cráneo chocase contra el pavimento. Era simplemente hermoso, pero toda belleza se vio desgraciada por la bandeja de comida que acababa de ser vaciada sobre él.
— ¡Oye! — Exclamó Jim, encarando con furia al sujeto que había hecho aquello.
Carl Powers lo miraba con desprecio.
— Eres un enfermo — Escupió, presionando la bandeja de comida aún sobre el dibujo. — ¿Qué clase de monstruo llama a eso arte?
Jim apretó sus manos en puño. ¿Pero qué iba a hacer?, ¿golpearlo? Jim era mucho más bajo que él y notoriamente más débil, pero no podía dejar que simplemente continuase molestándolo, o más importante, metiéndose con sus obras de arte.
— ¡Vete a la mierda! — Gritó, alzando su barbilla.
Carl torció su labio superior y tomó a Jim por la camiseta, acercándolo a su rostro.
— ¡Voy a partirte la jodida cara, monstruo! — Gritó.
— Y yo te romperé cada dedo que pongas sobre él, Powers — Advirtió un chico de cabellos rubios, parándose detrás de Carl y justo frente a la mirada temerosa de Jim. — Suéltalo — Ordenó.
Carl resopló burlonamente y se apartó de Jim, quien cayó sobre su asiento como una marioneta sin cuerdas.
— Tú estás igual de enfermo que él, ¿no es así, Moran? — Murmuró Carl, posando su mirada llena de desprecio en todo el ser de Moran. — Eres igual que tu padre, un asqueroso enfermo que fue echado del ejército por ser un jodido psicópata. — Sonrió con superioridad y se giró para caminar en dirección a la salida de la cafetería. Golpeando a su paso a un joven rubio de baja estatura que caminaba acompañado de otro más alto de piel lechosa con cabellos rizados y azabaches.
— Gracias… — Susurró Jim, mirando con pesar su obra de arte destrozada.
Moran se giró y lo observó sin una expresión en especial en su frío rostro.
— Alguien debe poner en su lugar a ése imbécil — Vino en respuesta.
— Nadie lo va a hacer — Murmuró Jim, tratando de apartar la comida que había arruinado todo.
— Yo sí — Afirmó Moran, atrayendo hacia él la mirada impresionada de Jim.
— ¿C-cómo? — Preguntó, parpadeando insistentemente.
— Lo he visto entrenar en la piscina... ¿Qué tal te suena la idea de tener tu propio modelo para una de tus obras? — Ofreció con una sonrisa de lado.
Los ojos de Jim se iluminaron y la sonrisa en sus labios fue enorme. Aquello iba a ser algo muy divertido.