VIII
Deseo
—Y, dinos ¿cuál es tu deseo?
Sus ojos celestes cual reflejo de un día hermoso, observó a su par de idéntico color, luego a la sonrisa que, si esa mirada no lo hacía ya, iluminaba aún más ese rostro, pequeño y adorado. Le imitó, sonriendo mientras acariciaba los cabellos que coronaban la pequeña cabeza, suaves y castaños, perfecto. Su pecho se infló, de vanidad, sí, porque parte de él estaba en esa criatura que aguardaba con eterna paciencia y atención su respuesta. Parte de sí mismo había sido tomada para crearlo, y aunque admitiera a toda voz y con orgullo que de él, nada poseía – porque el pequeño era la viva imagen de su madre – no podía evitar regodearse cuando le comentaban que su hijo también había tomado gran parte de él.
Entonces, ¿qué deseaba?
Su mirada oceánica se elevó para distinguir a un lado de su hijo, al hombre que representaba todo lo bueno y lo malo que era. Porque jamás supo que podía poseer un lado perverso hasta que lo conoció. Porque jamás imaginó que un día iba a desear asesinar a alguien, como quiso hacerlo con él.
Porque no iba a amar en su vida – ni en ninguna otra – a alguien, tan intenso y tan verdadero, como amaba a Tony Stark.
Tony le sonrió, conocedor de sus pensamientos. En ocasiones parecía tener la necesidad de sentirse impresionado y aterrado de que el Hombre de Hierro lo conociera tan íntimo, pero recobraba la compostura casi al instante, porque el ingeniero no era el único que poseía ese poder en su relación. Demasiados años que corrieron entre medio de guerras y días de campo, cuyas lágrimas podían compararse en intensidad y sentimiento a las sonrisas, a los besos y a sus caderas golpeando las de Stark.
Había tenido tanto miedo de amarlo en primer lugar y de odiarlo cuando el suelo se quebró entre ellos. Quizá, siendo sincero con su alma, amarlo fue el mayor de sus miedos, porque una vez que lo hiciera, ningún odio le superaría, nada estaría por encima, dejándolo expuesto y vulnerable incapaz de vivir ya sin los arrebatos de Tony. Haberlo marcado tampoco era garantía de pertenencia.
Sin embargo, contra el fuego cruzado de sus pensamientos, el genio se alzó para demostrarle a las voces que le rodeaban, que él no era el egoísta. Steve contuvo el aliento con el conocimiento de quien posee un secreto que no debe ser divulgado. Amar a Tony era su mayor miedo, porque en sus manos poseía el poder para aniquilarlo.
Suspiró, ahuyentando sus temores, concentrándose en el ahora. Steve había vivido dos vidas, y en ambas había amado, temido y deseado un mundo mejor. Una vida sencilla. En ambas había cometido errores, llorado y sonreído. Pero en una sola existía Tony Stark.
Sonrió nuevamente mientras daba unos pasos cargando a Peter, su hijo, entre sus brazos, besó su mejilla deleitándose con sus risas infantiles y sus pequeños brazos rodeándole el cuello, devolviendo el beso. Acomodó al niño en uno de sus brazos para estirar el otro en busca de la mano de su esposo. Tony no se hizo de rogar, entrelazando sus dedos con los del soldado. Entonces, junto al par de castaños, se inclinó para soplar las dos velas que formaban un “99”
¿Qué deseaba?
Qué cada Steve Rogers en el multiverso, tuviera un Tony Stark a quien amar.
Las velas fueron apagadas, mientras besaba a su esposo e hijo, justo a tiempo para contemplar en familia, el cielo siendo iluminado por los fuegos artificiales.