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Est Immanens por Kamyu-Rose

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Notas del fanfic:

Espero sea de su agrado :)

Era casi el amanecer, y aunque el galopar de los caballos no causaba agitación al carruaje, algo más mantenía al joven heredero de Antaria desvelado. Le había sido imposible conciliar el sueño en las horas nocturnas, aunque sus ojos ardían y su conciencia parecía perderse entre el agotamiento, se preguntó si esta era la forma en que pasaban sus últimas horas de vida los bandidos y asesinos condenados a muerte, esperando en silencio el cumplimiento de su destino ante el patíbulo, aunque para él nada de lo que ocurriría se relacionaba con la muerte de su cuerpo, o al menos eso esperaba. Por un instante el carruaje se detuvo, abriéndose la puerta de este, para dejar ver el apacible rostro del canciller, responsable de guiarlo hasta los límites establecidos

–Pronto llegaremos, su majestad. No tiene de que preocuparse– Mu notó la mirada poco amable del príncipe, más decidió ignorarla. Por su mentor, el Sumo Sacerdote de AltoDestino, era lo menos que podía hacer, escoltar al joven Príncipe, su amigo de la infancia además, a su próximo destino, la corte de la Casa Aurore, en las tierras de la brisa helada de Saadalsud

–No te di permiso para asumir lo que crees que me inquieta– Milo se sentía traicionado por el joven de mirada apacible. Lo conocía desde la infancia, y compartían más que su edad y juguetes, pero ahora el cooperaba con la mentira que lo traía a tierras lejanas, para unirse a otra persona de quien poco conocía, excepto que la misma no salía de su castillo y su aspecto, eran desconocidos por los reinos que al igual que Antaria, se guiaban por las reglas del AltoDestino, el mismo que lo señalaba como parte de una historia y de un compromiso del cual no quería formar.

–Bien– Dicho aquello Mu retomó su posición

Transcurrieron un par de horas desde su última parada, en las cuales Milo rememoró viejos recuerdos del palacio de Antaria, sus escapadas a la capital, las personas que lo conocían, al igual que el olor del mar y de la costa de desembarco. Recordó las lágrimas de su hermana pequeña la noche antes de partir, el listón que ella misma tomó de su cabello para atarlo al de él. Ninguna de esas experiencias volverían, tan solo para cumplir un mandato del AltoDestino, uniéndose a un príncipe del cual solo rumores existían, como aquellos en los que relataban como su piel se caía, o de sus ojos con cataratas y el único diente que existía en su boca. Supuso que debía haber una razón para que el príncipe heredero de Saadalsud no se dejase ver, pero Milo ya no quería pensar en nada escabroso por los momentos. El carruaje se detuvo, y con este, la puerta se abrió nuevamente. Milo no les daría el gusto de ver más allá de lo que él quería mostrarles. Ajustó su espada, Antaria, el máximo tesoro de la corona que heredaría algún día, permitiéndose ver firme, imponente, al igual que los celestes que permanecían impenetrables ante las miradas de los guardias y escoltas. Frente a ellos, hizo acto de presencia una figura masculina de cabellos verdes y vestimentas purpuras, al igual que sus ojos, resguardados por los cristales de los anteojos, que Milo encontró familiar en los maestros que le obligaron a aprender el idioma de Saadalsud. Según le había explicado Mu horas antes, se trataba del Duque de Krest, Degel, el hermano mayor del príncipe heredero y su mano derecha. A Milo le parecía extraño que no fuese ese el heredero, pero según las tradiciones de Saadalsud, es el hermano siguiente al mayor el que hereda la corona, ya que un rey debe gobernar con pureza, y es el mayor quien lo asiste como consejero principal y Jefe de Estado a su lado. Es el hermano mayor quien representa la rigidez de las normas, la política interna y externa y el conocimiento. Se trataba del cargo de mayor jerarquía luego del Rey. Degel se veía relativamente joven, pese a su expresión de estoicismo. Eso le daba a entender a Milo que al menos, su futuro esposo era alguien joven.

Los pensamientos de Milo se esfumaron al sentir un sutil golpe del baston que Mu llevaba en su mano, a modo de indicarle que debían acercarse al Duque. Mu fue el primero en hablar, tras una leve reverencia

–Su alteza, Duque de Krest, me dirijo a usted en representación del trono de Antaria. Su majestad, el joven Príncipe Milo, heredero del trono, ha venido con el objeto de cumplir con la ceremonia– Mu bajó su rostro, inmutable, respetuoso. Milo solo miraba fijamente al Duque de Krest

–Puede usted descansar. En cuanto al joven príncipe, si no es molestia, quisiera pedirle que nos acompañe al recinto donde daremos inicio a la ceremonia de inicio– Degel era un hombre directo, firme pero a su vez mantenía un tono de suavidad para el heredero de Antaria, lo veía joven y después de todo, el sería aquel que conviviría junto a su hermano.

Milo no respondió, tan solo asintió para seguir al Duque hasta las afueras de una pequeña edificación, un monasterio en medio de la nada, no lejos de ellos, que en otros tiempos servía de refugio para los que buscaban descanso y amabilidad en medio de su viaje. Ahora se trataba del puente entre Antaria y Saadalsud, un territorio neutral en donde Milo dejaría atrás a su familia, para adoptar la tradición y costumbre de la casa real de Aurore, del reino de Saadalsud. Milo sabía lo que significaba. Una vez que entrara a ese lugar, dejaría atrás por completo la vida que conocía tras su cálido reino. Giró sobre sus talones para ver a aquellos que lo acompañaron, en especial al canciller, quien alargó su brazo para despedirse de este, no como el príncipe, sino como el chico jovial y aventurero que lo hizo meterse en infinitas travesuras

–Ahora somos adultos, con un destino que cumplir– Mu esperaba el saludo de Milo, esperando que comprendiese su papel. Milo estrechó su mano, abrazándolo inesperadamente, sin pensarlo, al descubrir en el momento la realidad de la que ahora formaba parte. Tras estrechar las manos de los guardias y contener sus emociones sin decir palabra alguna, se dio la vuelta para encontrar al intermediario al cual despreciaba, a través de sus cristales, preguntándose si acaso había alguien con emociones allí. Siguió los pasos de Degel al entrar al recinto.

Un par de monjes los guiaron al interior del monasterio hasta llegar a una puerta, la cual descubierta, permitía ver una amplia habitación, decorada a último momento.

–Después de usted– Degel indicó a Milo el acceso a la habitación, quien solo asintió, observando a su alrededor los finos candelabros, la cama decorada con tonos blancos y azules, propios de la casa Aurore. Milo supuso que aquello solía ser una bodega, desocupada para la ocasión, a juzgar por el penetrante olor a alimentos y sal que llegaba a sus fosas. No quiso probar alimento alguno desde el día anterior, pero más que hambre, sentía náuseas y un desagrado profundo hacia todo lo que el momento representaba para él. Degel le siguió, y detrás de ellos los dos monjes, quienes cerraron la puerta.

– ¿Qué asunto tan importante tiene el futuro rey debe atender que envía un emisario a recibir a su prometido, en la víspera de su matrimonio? ¿O acaso no toma esto con la seriedad que debería?– Milo dejó descansar sus brazos detrás de su cabeza, soltando palabras que pretendían ser acidas como su humor

–El Príncipe heredero está atendiendo compromisos previos al matrimonio. En este momento se encuentra realizando uno de los rituales más importantes previo a la boda. Al igual que usted, en este momento. Ahora le pediré que se desvista completamente, antes de comenzar

– ¿Qué pretendes? – La petición le tomó desprevenido, e hizo enfurecer a Milo

–Según el acuerdo, al ser un miembro de la casa Aurore, usted debe desprenderse de todas aquellas pertenencias que lo vinculen a tierras extranjeras, a excepción de su espada– El Duque de Krest acomodó el tabique de sus anteojos con el dedo índice mientras cada monje se ubicaba a los lados de Milo, esperando a que este extendiera sus brazos para ayudarlo a desvestirse

– ¿No crees que yo mismo pueda desvestirme? Suficiente tengo con que me arrebaten otras cosas– El heredero de Antaria sentía su sangre hervir y su rostro arder

–Si usted lo prefiere así, entonces sírvase de hacerlo, pero debo permanecer en la habitación- Degel era paciente ante el reto del chico. Con una mirada a los religiosos, estos comprendieron, retirándose sigilosamente –Es la tradición de Aurore que un miembro de la casa por nacimiento observe la investidura del nuevo miembro– Informó el joven Duque mientras Milo desataba el listón de su cabello para ajustarlo en su espada, sin que el otro lo notase.

– ¿Debe mantener los ojos puestos en mi piel como parte de la tradición? – Retador, Milo se despojó de las prendas que cubrían su torso

–No existe una norma para eso, pero debo asegurarme de que solo vista las telas de Saadalsud, al igual que las joyas– Degel se mantuvo estoico –Ahora sírvase de escoger los atuendos que se encuentran en el baúl. Dejo a su criterio la ropa que usted crea conveniente para vestir– Señaló un enorme cofre con bordes dorados.

Milo quiso golpearlo, su puño apretado lo pedía, incluso sus uñas enterradas contra la palma de su mano señalaban la ira y la humillación a la que sería expuesto. ¿Qué tal fácil era huir? Pero no iba a darle el gusto. Emitió un gruñido antes de dirigirse al cajón indicado. Lo abrió para encontrarse con que el gusto del Duque para la ropa no era nada malo, sino bastante impecable. Lo que más le atrajo entre las telas fue un doublet blanco, con detalles dorados en las mangas y solapas, al igual que el indigo que buscaba predominar, pero eran los bordes rojizos alrededor del azul lo que llamó la atención. Más que agradable a su vista, era el rojo simbólico que representaba a Antaria, y el cual no se cubriría con los azules de una casa fría y de tradiciones absurdas. Hizo caso omiso de Degel mientras cubría su desnudez con la ropa escogida. Al menos le permitía eso, antes de adentrarse en la vana y brillante prisión que tenían para en el la corte de Aurore.

–Estoy listo– Afirmó Milo preparado, a lo que Degel asintió, para adelantarse y abrir las puertas de la habitación, retirándose de los interiores del monasterio, en donde, en el jardín donde momentos antes estaba la guardia de Antaria, se ubicaban majestuosos, dos carruajes blancos, decorados con el ya común dorado y azul, al igual que las ropas que cubrían a los caballos. En nada se parecían los miembros de la caballería de Saadalsud a los de Antaria, quienes, lucían tan pulcros y elegantes que para Milo, seguramente no sobrevivirían a una batalla al preocuparse tanto por su apariencia. Pero las apariencias podían engañar y Milo lo sabía. No en vano Saadalsud era conocida por el uso de su magia elemental, y con ello la sangre no corría, pero muchas vidas podían perderse a manos de aquellos soldados. Con aquellos pensamientos subió Milo a uno de los carruajes destinado para él, ensimismándose en sus propios recuerdos y pensamientos, perdidos entre los copos de nieve que empezaban a caer, los cuales nunca antes habían sido vistos, pero ahora la idea representaba algo agridulce para él, de la belleza entre la prisión de la corte a la que iba a pertenecer.

A partir de ahora, todo sería blanco e inesperado para Milo, como la nieve.

Notas finales:

Notas adicionales: Explicaré algunas cosas en las notas adicionales. Si tienen alguna duda sobre la historia, como sus elementos, también las explicaré aquí

El AltoDestino es el pilar religioso de los 6 reinos, los cuales incluyen Antaria y Saadalsud. No tiene una forma otorgada por el hombre, por lo cual se desconoce si su forma es humana. A través del Sumo Sacerdote, envía sus designios, ayudando a guiar el destino de los reinos. Decreta que el amor es universal y no es egoísta, por lo cual las uniones en matrimonio no tienen un carácter reproductivo obligatorio, razón por la cual no es mal visto que los acuerdos matrimoniales sean entre personas del mismo sexo.

Una vez mas, gracias por leer


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