Terytawn, un pequeño poblado alejado de las grandes urbes. Los pintorescos colores de las casas contrastaban de forma irónica con lo que se vivía en las calles; hombres y mujeres por igual exhibiendo sus cuerpos en reveladoras prendas ofreciendo sus servicios por unas miserables monedas, burdeles y cantinas llenas hasta reventar, cuerpos inertes siendo llevados a montón por carretillas. Y apenas era medio día, en la noche se pondría peor.
Asesinatos, hurtos, violaciones, nada de eso era novedad en aquel lugar. No por nada era conocido como la nueva versión de sodoma y gomorra.
Una frase popular decía; el que con lobos anda, a aullar se enseña. Y Terytawn era la prueba más clara de la veracidad de esas palabras. Todo aquel que naciera o se criara en ese pequeño pueblo estaba condenado a llevar una vida nada recta.
En Terytawn existían dos principales opciones. Si eras de familia pobre terminabas trabajando en burdeles o en las calles ofreciendo tu cuerpo y en el mejor de los casos como obreros o trabajadores de algún negocio. En cambio, si tu familia o tu poseían un negocio de cualquier índole, este les alcanzaba para subsistir y tener el dinero suficiente para contratar los servicios de cuanta persona quisieras.
Así es señores, ya sea practicándola o contratándola, la prostitución era algo a los que casi todos recurrían.
Pero como todo siempre hay sus excepciones. Misaki era una de las pocas personas que no pertenecían a ninguno de esos dos grupos. Aun con la ausencia de sus padres, su hermano se había encargado de educarlo, letrarlo- pues no habían, ni hay escuelas- y tratar de mantener al margen todo el caos que los rodeaba. Si bien Misaki era consciente de todo las atrocidades que pasaban a su alrededor, nunca- aun en sus 19 años -había dejado que ese ambiente influyera en su conducta.
Takahiro- su hermano- había encontrado un trabajo como vendedor en una editorial de una ciudad a cuatro días de Terytawn. Misaki siempre escuchaba fascinado los relatos de los diferentes lugares que Takahiro visitaba, la tecnología, los avances médicos dignos de este siglo entrante.
- El siglo veinte traerá muchas maravillas- Le había dicho su hermano. Él le creía, pero no podía ver nada de eso estando en Terytawn.
En fin, solo un poco más y por fin su hermano reuniría el dinero para conseguir una casa muy lejos de ese infierno.
Bien, ya había divagado demasiado. ¿Qué decía la lista de compras? Oh, ya lo recordaba. Leche, huevos, pan, carne de cerdo, queso, zanahorias, tomates......
Unas risas lo habían sacado de sus pensamientos.
Frente a él se encontraba una de las razones por las que prefería quedarse en casa en vez de salir. Una joven se marchaba sonrienente con un hombre que fácilmente le triplicaba la edad. Su escotado vestido y el maquillaje cargado intentaban aparentar mas edad, pero el busto apenas desarrollado y las facciones regordetas aun infantiles, delataban que no tenia mas de 15.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Era en esos momentos en el que agradecía haber tenido a su hermano siempre a su lado. En esta ocasión se trataba de una señorita, pero era muy común encontrar a jóvenes varones en la misma situación, actuando con tal naturalidad que asustaba. ¿Qué hubiera sido de él sin Takahiro? No quería ni imaginárselo.
Aunque vivía consciente de su entorno, no podía evitar sentir una sensación de vértigo cada vez que veía una situación desagradable. Se sentía afortunado de que aun sin padres, hubiera sido criado bajo la protección y amor de su hermano, deseando desde lo mas profundo de su ser, que aquellos jóvenes hubieran crecido igual. Pero en la vida no todo es justo.
Un pequeño puesto de un vendedor ambulante llamo su atención. Un camafeo idéntico al que portaba su hermano se encontraba exhibido sobre la pequeña manta extendida.
Rápidamente corrió a tomar el objeto entre sus manos comprobando que tenia dentro la fotografía de sus padres. No había duda era el camafeo de su hermano.
- ¡Hey mocoso! ¿Piensas comprarlo o no?
- ¡De donde saco esto!
- ¿Humm? No entiendo a que te refieres. Pero me podría refrescar la memoria si me compras el camafeo.
- ¡El camafeo no es suyo! Pero bien ¿Cuanto quiere?
- Veamos, dejame pensar.... ¡Ya se! Entregame esa esclava de oro que traes en la mano izquierda y te daré el camafeo y diré todo lo que se.
Misaki volteo a ver su muñeca izquierda. Aquella esclava se la había regalado Takahiro al cumplir los diez. Claramente era una proposición injusta, la esclava valía mucho mas que aquel camafeo de plástico, pero por otro lado, el valor sentimental del camafeo era mayor. Además, su hermano ya se había retrasado un día mas de lo esperado. ¿Y si le había pasado algo? Tenia que ir a buscarlo y aquel mercader estafador es el único que le podría dar una pista de su paradero.
- Hecho. Tome. - Dijo extendiéndole la pequeña esclava- Ahora diga todo lo que sabe.
- ¡Que gran trato!- Soltó una risa triunfante- Escucha, no vi a ninguna persona cerca. Estaba escondiendo mi mercancía de unos policías que venían siguiendo mis pasos, así que tuve que meterme por el sendero de nieve. Allí encontré el camafeo tirado junto a unos libros. Solo tome el camafeo por que aquí nadie lee.
- ¿E.. El sendero de nieve?-Pregunto con voz temblorosa.
- ¿Por que esa cara de espanto?- Comentó burlón- Ahora que te dije todo, haz el favor de quitarte, estorbas la vista a otros compradores.
Misaki se retiro sin más. El sendero de nieve era uno de los lugares a los que pocos se atrevían a entrar. El bosque era un lugar muy hermoso, pero si se adentraban a las profundidades se topaban con dos caminos, en uno la vegetación y la frondosidad se conservaban mientras en el otro se formaba una espesa niebla junto con nieve y arboles marchitos.
Nadie se explicaba el como se había formado aquella cosa en un bosque tan hermoso. Algunas personas se habían adentrado a aquel lugar pero nunca llegaban tan lejos, otros regresaban locos y otros tantos... Digamos que nunca se volvía a saber de ellos.
¿Qué podría haberle pasado a Takahiro?
Tenia miedo, mucho, pero mas grande que el miedo era el deseo de que su hermano estuviera a salvo.
Las compras podían esperar, solo conseguiría algunos víveres, iría a su casa por unos abrigos y se marcharía en cuanto aun haya luz.