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Cage por Dolores

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Notas del capitulo: ¡Hola a todos! Lamento haber tardado tanto en actualizar, pero de ahora en adelante planeo hacerlo cada dos semanas.

 

Cuando despertó, muy temprano por la mañana, respiraba entrecortadamente y había empapado su cama vergonzosamente con sudor. Trató de no hacer mucho ruido, y comenzó a calmarse a sí mismo de la manera más silenciosa posible, no quería despertar a su compañero y que lo observara en ese estado. Se rodó sobre su costado y abrazó contra su pecho la única almohada que tenía, inhalando y exhalando contra ella lentamente, tratando de regular el ritmo de su respiración.Cuando por fin pudo calmarse, el sueño se le había espantado. Aún no se acostumbraba a no ser despertado por su mayordomo todos los días a las siete de la mañana, cuando aún vivía en la mansión de sus padres, cuando aún vivían ellos. Sabía que cada noche tenía el mismo sueño, y también sabía que era sobre sus padres, pero cada vez que despertaba, le era imposible recordarlo. Lo único que quedaba de las pesadillas eran un mal sabor de boca y dolores de cabeza. No sabía qué hora era, pues les tenían prohibido portar relojes y el único que había en la prisión estaba en el comedor, por lo que el tiempo se volvía un concepto desconocido en su celda. No sabría si es de noche o de día, si no fuera por la luz del sol que se entrometía a través de una pequeña ventanilla en lo alto del muro de su celda. Sintió cómo su compañero de la cama de arriba comenzaba a removerse entre las sábanas, por lo que estaba a punto de despertar. Las luces del corredor comenzaron a encenderse, así como las de su celda, una voz se escuchó en toda la prisión: “Buenos días, son las siete en punto. Es hora de despertar.” Dijo un guardia a través de un micrófono. Observó los pies descalzos de su compañero asomarse en el borde de su cama, lo escuchó bostezar y lo vio dar un salto, para aterrizar de pie en el suelo.


“¡Ciel, estaba por despertarte!” Lo saludó enérgico. El menor se preguntó si era así siempre. “¿Dormiste bien?”


“Tan bien como dormir en una prisión puede llegar a ser.” Respondió sarcásticamente, rascándose la cabeza como si hace dos minutos no hubiera estado al borde de hiperventilar.


“¡Vamos Ciel, no seas así! Tenemos que apurarnos si queremos ser los primeros en las duchas.” El menor tragó en seco al escuchar las palabras que salían de la boca del hindú.


“¡Apúrate!” Insistió, tratando de tomarlo por el brazo.


El menor retiró a su compañero con un golpe, que tomó por sorpresa a ambos. “¡No quiero!” Exclamó, al borde de las lágrimas. Normalmente no se daba la libertad de llorar, pero ya había sido demasiado, era demasiado.


Soma lo observó con ojos compasivos, a diferencia de Abberline, no le tenía lástima, lo que sentía por Ciel era empatía, pues se veía reflejado en sus grandes ojos azules y ahí podía ver a un Soma más joven e inmaduro que pasó por lo mismo que ahora pasaba su compañero.


“No te obligaré a nada si no quieres hacerlo, Ciel.” Trató de calmarlo, sentándose en el borde de su cama y mirándolo a los ojos. “Pero vas a tener que ducharte algún día, o los guardias te obligarán a hacerlo, tarde o temprano.”


Ciel no supo cuál de los dos escenarios le causaba mayor pavor, pero se decidió por ponerse de pie y seguir a su compañero de celda. El guardia abrió la celda para ellos y los llevó hasta las duchas, donde Agni ya esperaba a su amo. Este le entregó a cada uno un jabón, una toalla y un par de sandalias. El lugar tenía azulejos de color blanco, tanto en el piso como en las paredes, varias filas de casilleros, donde los prisioneros guardaban su uniforme mientras se duchaban, y el área de las regaderas, las cuales eran comunales y no contaban con ninguna división. Ciel sintió como toda la sangre se le iba a la cabeza al ver a tantos hombres desnudos en un mismo lugar. Instintivamente, retrocedió un par de pasos, pero Soma le sostuvo por los hombros.


“¿A dónde crees que vas?” Lo interrogó divertido, de pie detrás de él, completamente desnudo.


Ciel no pudo evitar dejar escapar un pequeño grito al tenerlo tan cerca. No estaba acostumbrado a ver tantos cuerpos desnudos. En su vida solamente había visto el suyo y el de su padre. Y mucho menos estaba acostumbrado a ser visto por tantos ojos, más que los de sus padres y su mayordomo. Soma lo obligó a quitarse el uniforme e inmediatamente se envolvió con la toalla blanca que Agni le había entregado.


“No te preocupes, mientras estés con nosotros nadie va a molestarte.” Le guiñó un ojo el joven de tez morena, guiándolo hasta las regaderas que se encontraban en el fondo.


 


El joven Phantomhive jamás había visto tantos hombres desnudos en su corta vida, y estaba seguro que algunas imágenes se quedarían tatuadas en el fondo de sus ojos para siempre. Abrió la llave de agua caliente y la dejó correr, cuando con la piel de su mano determinó que era la temperatura correcta y después de pensarlo por lo que le pareció una eternidad, se quitó con recelo la toalla que estaba envuelta sobre sus estrechas caderas, dejando que las gotitas de agua se deslizaran por su piel blanca y tersa. A su lado, Agni y Soma se duchaban también, y no pudo evitar sentirse enormemente avergonzado al darse cuenta de que él era el más pequeño de los tres. ¡Incluso Soma era mucho más grande! Sus mejillas se pintaron de un rojo más brillante, si acaso eso era posible. Se avergonzaba por haber visto las partes más íntimas de sus compañeros y por el hecho de que esto lo afectara. Chasqueó la lengua y fingió que cerraba los ojos para que el jabón no le entrara en los ojos, cuando en realidad quería evitar ser atrapado observando a sus compañeros.


“¿Se encuentra bien, joven Ciel?” Preguntó amablemente Agni, al notar su incomodidad, de pie frente a él.


Instintivamente, Ciel apartó la mirada bruscamente. Agni era un hombre que las mujeres podrían considerar atractivo, de piel tostada y figura atlética. Ciel sabía que no debía avergonzarse por eso, al fin y al cabo, ambos eran hombres, pero no podía evitarlo.


“Er… si, todo está bien, muy bien.” Balbuceó, cerrando la llave de la regadera. “Tengo que ir al baño.” Dijo, alejándose rápidamente de ahí.


“¡Hey! ¿A dónde vas, Ciel?” Lo llamó Soma, tratando de evitar que se alejara.


Ciel lo ignoró por completo. Caminaba a paso veloz, con la cabeza baja y sin mirar a nadie a la cara, observando como sus pies provocaban un sonido particular al caminar sobre el agua. Solamente quería salir de ahí y regresar a su celda. Llevaba tanta prisa y estaba tan desesperado por huir, que no se percató de la persona que se encontraba de pie frente a él, provocando que tropezara y cayera al suelo. Un silencio sepulcral atestó el lugar. El menor levantó la mirada para observar al responsable, y su corazón casi da un vuelco al percatarse de quién se trataba. Un par de ojos borgoña lo inspeccionaba con meticulosidad. Ciel deseaba morirse en ese momento, pero sabía que no sería necesario desearlo, pues ese sujeto de seguro lo haría sin que se lo pidiera.


“L-lo siento.” Fue lo único que logró salir de su garganta, congelado como una escultura de hielo en el suelo, deseando haber escuchado a Soma y haberse conseguido una mamá gallina más pronto.


El aludido entornó sus orbes demoniacas y dio un paso más cerca del niño escuálido que temblaba a sus pies, este retrocedió instintivamente y para su sorpresa, y la de todos los hombres que observaban en silencio la escena, el mayor le extendió una mano para ayudarlo a ponerse de pie. Ciel, confundido, se negaba a tomarla, por su orgullo y por temor a que le rompiera el brazo como un palillo de dientes, pero temía aún más la furia que podría desatar, por lo que fue inteligente y aceptó el gesto sin decir nada.


“¡Lamento mucho lo que sucedió, señor Sebastian!” Se disculpó cortésmente Agni, pero aun dispuesto a proteger al amigo de su amo de ser necesario.


Ciel se sintió aliviado al ver a Agni y Soma aproximarse, pero a Sebastian no parecía intimidarle la presencia de ellos. Ni siquiera porque Agni era visiblemente más alto y musculoso que él. Sintió como el agarre en su mano se volvió más fuerte, y por impulso trató de soltarse, provocando que el mayor lo atrajera hacia sí mismo. El pequeño y frío cuerpo de Ciel fue presionado contra el abdomen mojado y firme del mayor.


“¡No me toques!” Exclamó, vencido por el orgullo y el pudor sobre el miedo que sentía por aquel hombre. El menor utilizó toda su fuerza y lo empujó con ambas manos, alejándose. El mayor lo observó de nuevo con mirada indagadora, y con una sonrisa burlona y sin decir nada, se fue del lugar.


“¿Qué rayos sucedió allá, Ciel?” Lo cuestionaba su compañero de celda, con la boca llena de comida. Ciel trataba de ignorarlo, fingiendo que comía su desayuno, que consistía de cereal que sabía a cartón y una naranja demasiado agría.


“No lo sé.” Se limitó a contestar, harto de la insistencia del hindú.


“Pero ¿cómo es que los guardias de seguridad no te están recogiendo con una espátula del suelo de las regaderas?” Insistía, aún emocionado por la “escena” acontecida más temprano esa mañana.


“¡No tengo idea! ¿Está bien?” Respondió exasperado, tratando de controlar su voz. “Solamente sucedió, todo pasó demasiado rápido.”


“Otros han terminado en la enfermería por menos, Ciel.” Farfullaba el hindú, llevándose una tira de tocino a la boca.


“No me interesa, Soma, solamente quiero largarme de aquí lo antes posible.” Suspiró el menor, sobándose el puente de la nariz con el índice y el pulgar.


Llevaba dos días en la prisión y ya se había involucrado en una riña, si así se le podía llamar a lo sucedido en las duchas. Quería concentrarse en planear lo que haría para regresar a su hogar, pero en su mente no podía parar de repasar los hechos. Con molestia, recordaba la mirada depredadora de quien ahora sabía que se llamaba Sebastian, así como la fuerza de su agarre, obligándolo a acortar la distancia entre ellos. Lo que más le irritaba era la importancia que él mismo le estaba dando a las cosas. Probablemente era solo una estrategia para intimidarlo; seguramente conocía a sus padres y esperaba conseguir algo de dinero amenazándolo. Trató de convencerse a sí mismo con ese argumento, que no sonaba tan errado del todo. Decidió dejar de cavilar tanto al respecto, y desayunar algo tranquilamente, pues no comerían el almuerzo hasta el mediodía. Trataba de enfocarse en esa tarea, cuando de nuevo lo invadió una sensación que ya conocía. Trató de ignorarla, pero su curiosidad fue mayor, por lo que escudriñó en el comedor, en busca de un par de ojos familiares. Los encontró en la mesa de siempre, observándole. Sostenía entre sus manos un libro diferente al de ayer y sobre este, lo miraba, borgoña, indescifrable, imperturbable, con atención, como un lobo estudia los movimientos de su presa. Decidió que no se dejaría intimidar más por ese sujeto, por lo que mantuvo el contacto visual con el mayor (a pesar de la voz en su mente que le gritaba que se mantuviera fuera de problemas), quien tampoco parecía rendirse. En un giro inesperado de los acontecimientos, cerró las páginas de su libro con un pequeño clap, y se puso de pie, caminando hacia su mesa. El corazón de Ciel comenzó a golpear como loco contra su pecho, podría asegurar que en cualquier momento atravesaría sus costillas y saldría corriendo de ahí, sintió como sus manos sudaban y como su garganta se hacía un nudo; quería advertirles a Agni y Soma, pero ellos estaban de espaldas a Sebastian y su lengua no podía moverse. No repararon en su presencia hasta que estuvo de pie frente a Ciel. Sin decir nada, sacó algo del bolso de su pantalón y lo puso en la mesa, sobre la charola de Ciel. Era un pequeño pudín de chocolate. Le dedicó una última mirada al menor, quien, patidifuso, lo observaba también. Una sonrisa casi imperceptible se dibujó en los labios de Sebastian, y al igual que antes, sin mencionar una palabra, salió del comedor. Hubo un momento de silencio entre los tres compañeros.


“¿Qué demonios fue eso?” Se atrevió al fin a hablar Soma.


“No tengo la menor idea.” Respondió Ciel, más desconcertado que nunca.


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