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Lovesomniac por Aomame

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Lovesomniac

Las contradicciones

Un evento de sonambulismo. Así fue como Bruce calificó el extraño suceso dónde Steve había terminado durmiendo en mi habitación. “Debes estar muy estresado, Steve” le dijo “Estás caminando dormido, pero no te preocupes, te daré algo para que descanses como debe ser”.

Steve me lo contó sentado en el borde de mi cama, al mismo tiempo, jugaba con el pequeño frasco con las tabletas que Bruce le había dado. Le dije que aquello sonaba bien, que ya no tendría que preocuparse por aparecer en algún lugar extraño. Steve, sin embargo, no parecía tranquilo.

“El problema no es tomar medicamentos” me dijo “es que siento que hice algo que no debí haber hecho”

Recuerdo que lo miré intentando poner mi mejor cara inexpresiva. Me crucé de brazos y suspiré.

“¿Cómo qué?” le pregunté, preguntándome a la vez, si  él recodaba algo de nuestros encuentros a media noche.

Sus pupilas claras me devolvieron la mirada, una mirada en la que se adivinaba la confusión. “No lo sé” acabó diciendo y después se dejó caer en la colcha de mi cama de espaldas. Levantó el frasco y observó la luz del foco del techo a través del color ámbar del vidrio. “No lo sé” repitió más bajo y desfalleciente.

Lo convencí de que no pasaba nada, que sólo estaba preocupado por el hueco en su memoria sobre lo que sucedía durante sus episodios de sonambulismo. Nada más y nada menos. Lo convencí de que, tal vez, lo más vergonzoso que puso haber hecho habría sido atravesar el pasillo hasta mi habitación; lo que, sin duda, no importaba y se quedaba entre amigos. Terminé convenciéndolo de que todo estaba bien, y que él estaría bien una vez que tomara los medicamentos. Sin embargo, como él había dicho, ese no era el problema. Yo no podía sentirme bien con ello.

Las contradicciones me asolaban una y otra vez. Por un lado quería que él estuviera bien. Esos episodios, evidentemente, no eran normales, ni sanos, ni buenos, ni nada. Y yo lo amo, así que ahora y entonces, lo único que quería para él era su bienestar, siempre había sido así, desde nuestra lejana infancia. Siempre había querido su salud por encima de todo, incluso de mí mismo. Pero, por el otro lado, no quería dejar a un lado los encuentros sexuales que compartíamos; el placer es algo muy adictivo. Y como un adicto, los días posteriores a los que Steve empezó su tratamiento, sufrí síndrome de abstinencia.

No podía dormir. Rodaba en mi cama durante horas, hasta que me hartaba del colchón y las sabanas. Terminaba abandonando el uno y aventando las otras. Salía al pasillo y me dirigía con paso firme a la habitación de Steve, él había decidido cerrar la puerta con seguro, como una medida de precaución contra sí mismo. “No sé qué es lo que haga, Bucky” me dijo, “temo hacerle daño a alguien”. Así que ahora, si quería entrar, tenía que tocar. Siempre me detenía con la mano en alto sobre la madera; me arrepentía, daba media vuelta y me encerraba en mi habitación, o buscaba algún lugar alejado para pasar la noche. Me dije mil veces que tenía que resistir, que tenía que aceptar que entre Steve y yo solo hubiera amor de hermanos.

Intenté mantenerme alejado de Steve lo suficiente como para ni siquiera tocarlo un poco. Supongo que él lo notó. Mi distancia era evidente, incluso para los demás. “¿Estás molesto con Steve o algo?” me preguntó Sam, y a pesar de que le aseguré mil veces que no era así, él no me creyó del todo. “Te comportas raro con él”, fue lo único que me dijo cuando le pregunté la razón por la que me preguntaba eso. Steve mismo me preguntó si me pasaba algo, lo negué, por supuesto, pero ni siquiera lo miré a los ojos.

No hizo falta que él me dijera algo más para saber que mi rechazo constante y mi escape de cualquier momento en el que pudiéramos estar a solas, le dolía, incluso más que a mí. Me dije que no tenía opción, que debía curarme de mi obsesión, y para ello debía desintoxicarme de su presencia, de su cuerpo y hasta de su voz.

Controlar mis deseos después de haberlo tenido, era una tarea monumental. A veces el control no estaba de mi lado. Y tampoco pude escapar de las misiones compartidas.

En ese entonces, tuvimos que acampar en una zona selvática y calurosa. Aún recuerdo la pegajosa sensación de la ropa adherida a la piel sudorosa durante la travesía a pie bajo el sol. La noche no fue más benévola, montamos el campamento y Steve intentó entablar una conversación conmigo, pero, de nuevo, como llevaba haciendo durante esos días, lo evité: contesté con monosílabos y sin mirarle nunca a la cara. Lo escuché resoplar, realmente molesto, pero no me dijo ni reclamó nada. Se puso de pie y se alejó sin avisarme a donde iría. La culpa me carcomió mientas los minutos pasaban y él no volvía. Decidí buscarlo.

Quería decirle que lo que estaba haciendo, lo hacía por él. Sólo tenía que esperar un poco y yo volvería a ser su amigo de siempre. Me estaba protegiendo a mí mismo, en cierta manera, había traicionado su confianza y me había aprovechado de su condición, condición que lo hacía sentir ansioso, para satisfacer mis deseos. No quería que él se molestara conmigo por ello, no quería perderlo, pero mi actitud actual era una contradicción al respecto.

Steve se estaba bañado en el río. Su uniforme estaba sobre la hierba junto con sus botas. Su cuerpo, ese que me había rodeado varias noches atrás, era iluminado por la luz mortecina y blanca de la enorme luna en lo alto. Verlo fue suficiente para sentir la punzada de deseo atravesarme como un rayo.

Volví al campamento y me metí en la tienda de campaña. Me tumbé sobre el improvisado lecho. Al calor infernal del ambiente, se le sumo el calor que las imágenes en mi mente se mantenían fijas, como marca de fuego frente a mis ojos alucinados.

Abrí el cierre de mi pantalón, y tenté  mi sexo firme y húmedo; lo acaricié por encima de la ropa interior. Y luego, aparté la tela, para sentirlo arder bajo mis dedos. Durante ese momento, sólo pude recordar, en medio de la bruma, las caricias recibidas por él, el roce tibio de sus dedos, sus besos que me robaban el aliento, el peso de su cuerpo y el aroma inconfundible de su piel. Mareado y jadeante, terminé y al hacerlo murmuré su nombre. Abrí los ojos y levanté mi mano frente a mis ojos. Entre mis dedos mi lujuria derramada, y sólo pude expresar la verdad. “Te extraño, Steve” sollocé sintiéndome culpable “extraño tus besos y caricias, extraño tanto ser tuyo”.

Steve volvió poco después, se recostó a mi lado y me llamó suavemente. No respondí; fingí dormir. Escuché el murmullo de sus movimientos, un suspiro y después, silencio.

 

La tortura no había terminado, la misión todavía tendría ocho días enteros y agonizantes. 

 

 

Notas finales:

Espero que les haya gustado. 

Perdón por la demora, no tengo excusa que valga, peeero la verdad es que me han absorbido otros fics :/ 

Poco a poco me iré poniendo al corriente, eso espero y si no, jalenme las orejas.

¡Nos estamos leyendo!


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