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My Name Is John Watson And I'm Not Your Husband por SweetandCoffe

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Notas del capitulo:

Despertar siempre ha sido el momento más alegre del día para John, aunque en este caso, tendrá que hacer una excepción.

Su cabeza cobra el triple de peso cuando despierta súbitamente con el aroma de especias desconocidas entrando por sus fosas nasales.

Se incorpora entonces en la gigante cama. Su vista al fin parece estar funcionando al cien por ciento… Mira a su alrededor.

¿Dónde se encuentra?

Hace a un lado las sábanas sin prestar mucha atención y lanza un grito aterrorizado.

“¿¡Q-Qué…!?”

Sus pies… Sus pies parecen haber pasado por un problema muy grande. ¡Son enormes! Además de tener pelo encima. Con inseguridad, los toca para verificarlos y en verdad, son reales. Los siente, y tiene miedo.

Saca su cuerpo fuera de la gran cama, vacila en asentar sus pies y se para con dificultad sobre la alfombra.

Intimidado, inspecciona el lugar… Todo allí es inmenso, apenas si puede distinguir los detalles del techo,  todo a su alrededor lucía hecho de algún material precioso. Para su suerte, o desgracia, tenía un gigantesco espejo frente suyo.

Cubre su boca con sus manos, esta vez para no gritar al ver sus orejas… Eran puntiagudas, grandes y extrañas, demasiado para su gusto. Vuelve a mirarse con atención, y no es ninguna broma, son suyas.

¿Su idea o el espejo era demasiado grande?

Escucha unos pasos próximos fuera de la extravagante puerta que acaba de notar –presume que es la salida de esa habitación- y se vuelve a meter violentamente en cama. No tiene ninguna conclusión, así que asume que todos son peligrosos.

“¿Acaso el piso se ha convertido en lava mi querido Bilbo?” escucha a una voz graciosilla hablarle.

Como un fruto envuelto en su cáscara, John solo muestra sus ojos sobre la densa sábana.

¿Bilbo? ¿Así se llama?

Lo observa detenidamente. Es un ser con mucha barba, está seguro de que le llega hasta su regordeta barriga, además de contar con una nariz grande y redonda.

Lo comprueba… esa criatura no tiene orejas puntiagudas.

“Thorin ha ido a atender algunos asuntos con Bard en el pueblo de los hombres, seguramente estará aquí en el anochecer” sigue él, con una pequeña risa al ver que el hobbit no daba ninguna respuesta. “Si deseas algo, búscame en el salón. Estoy ayudando a Kili en un asunto de una dama, ya sabes cómo es él”

¿Kili?

Lo ve dejar un abrigo al filo de la cama y vuelve a sonreírle,

“Ve lo más pronto posible”

Junto con otra risa, sale dejándolo solo.

Precipitado, vuelve a saltar fuera de la cama, con su respiración agitada. ¿En qué lío se ha metido?

¿Kili? ¿Bilbo? ¡Eso suena a libro de fantasía!

Quizás este en uno, y tiene urgencia en salir de él.

Se pone el abrigo que ha dejado el señor barbudo con recelo, busca algo más que deba llevar llegando a la conclusión que con sus nuevos pies, no tiene que llevar zapatos.

Con dificultad logra empujar la pesada puerta quedando sorprendido al ver por fin fuera.

Los pasillos de roca esculpida son inmensos, los detalles, exquisitos al ojo y no puede dejar de fijarse en la más mínima curva del piso. Está sin duda en un palacio, uno grande.

Más de esos señores barbudos y curiosos pasan caminando y le sonríen. No es hasta que uno de ellos se arrodilla y lo llama por “su majestad” que John comprende la gravedad del caso.

¿¡Majestad dicen!? ¿Él? ¿Un rey?

Quiere lanzarse  por el borde del pasillo, parece que allá abajo le espera una reconfortante muerte a comparación de lo que está viviendo.

Asiente al saludo con fingida solemnidad mientras acelera el paso… Muchas más de esas personitas lo siguen saludando. Comienza a desesperarse.

“¿Bilbo?”

Bien. Queda claro que todo aquel que lo llame así, es por lo menos un poco de fiar.

Regresa su atención, parece que ahora es alguien con unas divertidas trenzas en su barba, que no parece muy larga. Su expresión cómica le trae algo de seguridad

“Em… Hola” dice inquieto, apretando su puño por detrás de su espalda “¿Mmh…?”

“¿Mmh…?”

John mueve su cabeza en semblante de confusión. Esto no estaba resultando como esperaba. Decide probar suerte.

“Mmh… ¿Kili?”

“¿Qué pasa con Kili?”

Intento fallido, él no es Kili. Traga saliva.

“Está… Está ocupado. Me dijo que necesitaría ayuda”

Inesperadamente, ese hombre le brinda la más cálida de las sonrisas

 “¿A qué estamos esperando? ¿Dónde está?”

John asiente intranquilo, viéndolo hacer una reverencia invitándolo a avanzar primero; sin embargo, decidió esperar hasta que él lo hizo. Apenas si reconocía el camino de vuelta a la habitación donde despertó.

Pasaron por varios corredores enormes, con algunos cuartos llenos de oro y varias salas tan lujosas que ni siquiera cree que puedan ser reales.

¿Y él es realeza de todo eso? ¡Debe ser la broma más pesada que le han jugado! Y eso que vive con Sherlock.

Llegan al dichoso salón.

Cuenta a cinco hombres barbudos discutiendo en una mesa desbordante de joyas, entre ellos, el que le había dejado el abrigo.

Se une al hombre que lo acompañó, y ahora John cree que está en una parodia bien trillada de Blanca Nieves.

“Kili” exclama apenas se sienta uniéndose a los barbudos dejando a John atrás “Bilbo me ha dicho que necesitan una mano… ¿Para qué soy bueno?”

Trata de procesar los nombres y encajarlos con cada uno. Se sienta y de repente, todas las miradas en él.

“Es sobre elegir una gema para la bella Tauriel” respondió uno.

Este era diferente. No tenía las hilarantes barbas de los demás ni tampoco sus cómicas narices. Lo bautiza como Kili.

“Yo digo que la redonda, ¿no?” dice otro.

“No mi querido Ori, es demasiado simple. ¿No ves que el rubí gigante de allá queda mejor?”

“Yo digo que el collar ese” comenta una voz a su lado.

“Qué no…”

 

 


 

 

 

Asume que han pasado horas y horas, de gritos, peleas, discusiones, disculpas, cantos y todo lo demás para elegir dicha pieza.

John hace rato que había colocado su mejilla en su puño que posó sobre la mesa. No había el más mínimo movimiento de él, más que para parpadear.

“¡Hermanos!” grita repentino Kili interrumpiendo a los demás. “Olvidamos la opinión más importante de la mesa…”

Todos automáticamente fijan su atención al hobbit, que bueno, no le resultó una buena experiencia en ese momento.

“¿Qué opinas Bilbo?” cuestiona el señor barbudo -que ya ha bautizado como Balin en la discusión- señalando a la piedra en la mesa.

John observa que en la mitad de ella, se encuentra la piedra redonda propuesta al inicio.

“¿Qué esa no era la pie-..?”

“¡El Rey ha hablado!” grita Ori y todos festejaron su elección.

Indeciso, opta por dejar la sala despacio, sin llamar la atención de nadie.

El sol ya se pone, y él aún no despierta de ese cuento de fantasía. Todo ha resultado demasiado real. Tiene que salir de allí, de una vez por todas, pero… ¿cuántos pozos hay en todo su reino? ¿Existen más? ¿Es de verdad el pozo su problema?

Tantas preguntas y un sonido inesperado lo asustan. Lo descarta como trompetas, corriendo junto con el grupo de barbudos hacia el bullicio.

Observa un gran salón rectangular y logra encontrar la salida del inmenso palacio, aunque no le toma mucha importancia, pues ahora un grupo de soldados entra siendo recibido por los aplausos de la mayoría.

Balin lo empuja de manera precipitada y John termina por recorrer varios pasos hacia adelante para evitar su caída.

Hay dos sillas en frente suyo con los detalles más hermosos que alguna vez haya visto, y una luz desconocida, brilla sobre ellas.

Sus ojos regresan a la marcha de soldados y distingue a dos figuras al final.

Son de tamaño considerablemente diferente. El más alto tiene una túnica gris y un gorro de punta que le resulta bastante interesante. El más corto de estatura, en cambio, tiene las mismas ropas que los barbudos de hace rato, con su única diferencia de una corona.

¿Una corona? ¿Qué no era él el rey?

El más pequeño de ellos lo mira como si fuera su programa favorito de televisión y John quiere salir corriendo cuando ve que parece querer acercarse.

“Mi dulce Bilbo” dice audiblemente antes de subir las cristalinas escaleras que los separan.

Ya que este lo llama Bilbo, lo cataloga como bueno.

Iba a saludarlo de la manera en la que siempre ha leído en los libros fantásticos que se debería saludar a un rey. Pero no es hasta que lo toma en brazos y le planta el más fogoso de los besos que lo alarma de improvisto.

Por instinto lo empuja con sus brazos, aunque sin llegar a ser totalmente brusco.

No, no puede. La gente se manifestó de manera tan alegre ante eso, él… no.

“¿Bilbo?”

Los palpitantes ojos azules lo miran con pura confusión. John no puede hacer más que abrazarse a su pecho con la mirada pérdida en lugar de poner cualquier excusa boba sobre lo que acaba de pasar.

Él… Él parece haberse casado con un rey, con un hombre barbudo, enano, o como sea.

Todos gritan de regocijo de nuevo y el hombre con el sombrero extraño lo mira atento sobre la espalda del hombre al que abraza… Ahora lo recuerda… Thorin debe ser.

Éste se separa del agarre y con el puño al aire grita al pueblo.

“¿Pero qué estamos esperando? ¡Vuestro rey ha vuelto!”

Lo mira de manera tierna y lo toma de la mano para llevarlo hacia donde van todos los hombres barbudos.

El portador del sombrero  los detiene impulsivo.

“Thorin, espera”

Ha acertado con un nombre, eso es un progreso.

“¿Qué pasa ahora Gandalf?”

“Tengo un asunto que tratar con…” lo observa detenidamente. “Bilbo. ¿Me permites?”

Thorin no suelta su mano en ningún momento, mas después de algunos segundos de pensarlo, lo hace suavemente. Vuelve tocarlo con un beso y se lo entrega al supuesto Gandalf.

“Me lo cuidas ¿eh?”

“Claro que sí, Thorin Oakenshield”

Él desaparece con un guiño de ojo hacia John y la persona a su lado lo guía sin palabra alguna al lado contrario de donde parte Thorin.

John lo sigue lentamente y termina por entrar a la habitación donde Gandalf se había metido.

Sin embargo, al querer cerrar la puerta, el curioso bastón que tiene -el cual no había notado hasta ahora- choca con la puerta intimidantemente, bloqueándola por completo. Mira a Gandalf atemorizado ante sus palabras.

 “¿Quién eres… farsante?”

Notas finales:

Un enorme graaacias a los que leen esto. Me verán por acá pronto.


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