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Red rose por Dakuraita

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Cuando supo que la reina convalecía en tan penoso estado, no pudo más que sentir dolor, en el fondo de su corazón sentimientos habían sido enterrados, para nunca más volver; se equivocó, neciamente, y sabía que era crueldad lo que le había hecho, sabía que apartar a una madre de su cría era algo inhumano. Sin embargo, ¿cómo esperar humanidad de alguien como él, cuya alma estaba perdida para siempre, y cuya naturaleza le condenó en un principio a no ser el dueño del corazón de la reina? Sí, pudo darle las rosas al rey sin pedir nada a cambio, actuando altruistamente, demostrando que su amor por ella permanecía intacto, y que sin importar nada deseaba su bien antes que la felicidad propia… Pero no pudo. Aun sabiendo que le haría daño, decidió tomar a su primogénito. 
Por supuesto era consciente de que las probabilidades de que ese primogénito se pareciese a su padre y no a su madre eran altas. No había método seguro para develar qué aspecto tendría el niño… Y había tomado una decisión. Si el niño crecía para convertirse en la viva imagen de su padre, le sacrificaría. Obteniendo así una cruel satisfacción en venganza contra aquel hombre que había conseguido conquistar el dulce corazón de la reina. Si el niño crecía mostrando parecerse a su madre, entonces le mantendría con vida. 
Quince años, solo tenía que esperar quince años más. ¿Qué son quince años, cuando se tiene la eternidad? Una minucia, por supuesto comparado a los años que había pasado en soledad, alejado de su único amor. 
(…)
Había sido preparado para su partida durante quince años. Nunca había comprendido porque debía marcharse en ese tiempo, ni porque sus guardianes eran tan insistentes en que siempre cargase una cruz consigo mismo, que aprendiese los rezos, y que supiese todo sobre sobre las criaturas de la noche. Aunque tampoco era de extrañar, dado a que había sido criado por una anciana benevolente, cuyos conocimientos eran amplios como el camino que había recorrido en su juventud. Ella, según sabía el joven, lo había acogido cuando era solo un bebé, y que, algún día, habría de entregarlo a las puertas del castillo que se encontraba cruzando el bosque el gran bosque, subiendo el enorme risco, que pese a la distancia permanecía visible. 
La anciana le había enseñado todo sobre plantas medicinales, sobre los espíritus y criaturas del bosque, sobre las estrellas, y los cielos en general. «Haz de leer los mensajes que nadie más puede ver», decía ella, con su usual taciturna voz «No has de ser necio ante los susurros del viento, y leerás lo augurios del cielo». La anciana jamás explicó el porqué de sus acciones. Ella se limitaba a prepararlo, para que estuviese listo y para que pudiese protegerse en caso de que ella no estuviese a su lado. 
La vida de ambos jamás fue sencilla. En inicios, vivían en el pueblo, como todos, pero con el tiempo tenían que alejarse, luego esconderse, en incluso unirse a una caravana de gitanos que se marcharía al bosque que quedaba resguardado tras las montañas. La anciana era llamada bruja por la gente del pueblo, y si no se hubiese marchado, habría sido asesinada y quemada. «No saben de lo que hablan, y su temor se disfraza de ira, indignación y repudio», le explicaba la anciana a Akashi, cada que había necesidad de alejarse más. 
Por supuesto, esto había resultado conveniente. La anciana que conocía los secretos del chico, al darse cuenta de cómo este se parecía a su madre, la gran reina, se ocultó al niño como pudo. Entre los gitanos no hubo problemas, ya que ellos ignoraban a los gobernantes de aquella tierra en la que solo estuvieron de paso. 
Aún recordaba la anciana aquella charla. 
—Su majestad, ¿cómo podría negarme a dar asilo a una criatura inocente? —dijo la mujer, tomando al bebé en brazos—… Alguien como yo jamás juzgaría las elecciones del rey, mi lealtad pertenece a la corona, aún si el pueblo me da la espalda, pues usted ha de saber lo que se rumora de mí. 
—Lo sé, y por eso he acudido a ti —el rey miró a su hijo, y acarició su pequeña cabeza—. Quiero que sepa todo cuanto se pueda saber, que sepa protegerse de los males, de las criaturas del bosque, de la noche y del mal… en quince años tendrás que entregarlo al vampiro que vive en el castillo pasadas las montañas, en la punta del risco. 
—… Ya comprendo —la anciana agachó la cabeza solemne—. No ha de temer mi rey, y debe tranquilizarse en que ha obrado bien. Para antes de entregarlo, él estará bien preparado… y si tiene suerte, si el destino es noble, él mismo encontrará su libertad. 
Con los años la anciana le tomó cariño a Akashi, quien mostraba ser un niño brillante y capaz, siempre obediente y… poderoso. La anciana se alegró en su corazón al percatarse de su potencial. Mostró al chico como hacer escudos, dijes, amuletos y círculos de protección con ciertas hierbas del bosque. Mostró como defenderse y prevenir los ataques de ciertas criaturas. Pero jamás le dijo respecto a su destino, ni a qué aguardaba por él. Los resultados de su futuro descansaban en sus manos, puesto que el destino puede ser desafiado tanto como obedecido. Ese es el verdadero truco secreto del libre albedrío. 
—Feliz cumpleaños Akashi —dijo la anciana, con suma tristeza—… Oh mi niño, si tan solo pudiese hacer algo para atrasar este día… —la mujer acarició el cabello pelirrojo del joven que aún dormía y que había ignorado el amanecer, cuya luz apenas acariciaba su rostro—. Akashi, mi niño, despierta. 
Akashi abrió los ojos, mostrando aquellos tiernos rubís, la mujer soltó un respingo. 
—Hoy es el día —dijo Akashi. 
—Eso me temo. 
—Así es como tienes que ser… ¿cierto? —inquirió el joven, mirando los sinceros ojos de la anciana, que asentía con cierto pesar. 
—Ven, tengo que prepararte. 
La anciana se llevó a Akashi al lago, donde este se sumergió, sin quejarse por el agua helada, a la que estaba acostumbrado desde hace muchos años. La anciana llevaba en una cesta aceites y otras cosas que fue vertiendo en el cuerpo del joven. Talló sus brazos, su espalda y su cabeza, luego dejó que este terminase con el resto. Cuando terminó de ungirlo en aquellos aceites le sacó del lago y vertió perfumes en todo su cabello, y luego lo ayudó a secarse. El cabello de Akashi era tan largo que la mujer lo peinaba siempre con una preciosa trenza. Luego lo vistió con ropa que el pelirrojo jamás había visto, a diferencia de las usuales prendas viejas y sucias que solía usar, estas ropas eran elegantes e impecables. 
—Luces muy apuesto —le dijo la anciana, con una sonrisa maternal. 
Más tarde ambos rezaron juntos, agradeciendo a la vida por un nuevo día, y tras desayunar, la mujer sentó a Akashi en un círculo especial compuesto por velas e inciensos. Akashi reconocía aquel rito, era uno de protección, no había visto a la anciana usarlo desde hace muchos años. 
Luego la mujer sacó una vela negra.
—Ven mi niño, partiremos ya mismo.
—¿Qué es eso, abuela? —preguntó Akashi, sin quitarle los ojos de encima a la vela. 
Pero ella no respondió, tomó la mano de Akashi, encendió la vela y cerró los ojos. Lo siguiente que supo Akashi era que estaba siendo arrastrado, no comprendía qué clase de magia era aquella, o qué era esa fuerza que parecía arrebatarlo de la tierra como si de tornado se tratase, y sin más, abrió los ojos para darse cuenta que estaban frente a un castillo. 
—¿Dónde estamos? 
—Hemos llegado a tu destino —respondió la anciana, más triste que nunca, y sin pensarlo, golpeó la puerta. 
Las puertas, inmensas, como si estuviesen hechas para un gigante, se abrieron de par en par. La mujer observó con gesto melancólico el oscuro interior. Había llegado el momento. 
—¿Quién eres? Preséntate —dijo una voz, desde la oscuridad, grave y suave. 
—Mi nombre no es algo que seas digno de conocer —respondió la anciana, con firmeza.
—¿Qué deseas aquí, anciana? —preguntó la voz. 
—He venido a cumplir con lo que se pactó hace quince otoños —la anciana miró con pena a Akashi—, muéstrate.
Un hombre altísimo, de cabello lila, largo, peinado elegantemente con una coleta, de ropas elegantes victorianas apareció, colmillos sobresalían desde la comisura de sus labios, un bigote del mismo lila daba a entender que se trataba de un hombre que circulaba entre los treinta y cinco a cuarenta años. Los ojos del hombre con colmillos eran del mismo lila intenso, y que, al ver a Akashi, parecieron brillar por un segundo. 
—Me parece entender de qué se trata esto, sin embargo, no hace falta que dude, él es su vivo reflejo. ¡Márchate, anciana! Márchate ahora, y no vuelvas nunca, perdono tu vida, sin exigirte pago alguno, pero solo será por esta ocasión. 
La mujer volteó con Akashi. 
—Cuídate, mi niño. 
La anciana comenzó a caminar, para irse, pero Akashi la detuvo, dándole un abrazo. No se dijo más, este la dejó ir, y la mujer se marchó. Pronto Akashi y el hombre quedaron a solas. 
—¿Quién es usted? —inquirió el joven.
—Mi nombre es Azuka Atsushi, bienvenido al castillo de los Atsushi —hizo una reverencia— ¿Cómo te llamas?
—Me llamo Akashi Seijuuro… ¿qué pretende… con?... ¿Por qué yo…?
—¿Por qué estás aquí, preguntas? —Azuka sonrió—, eso es sencillo, porque de hoy en adelante servirás a la familia Atsushi.


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