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Red rose por Dakuraita

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Akashi jamás había tenido que enfrentarse a una mirada como aquella, seguramente si no supiese lo que sabía, estaría temblando, asustado. Pero no era el caso, sabía cómo protegerse, la anciana le había enseñado toda su vida a protegerse del mal, de las criaturas de la noche…

—¿La familia Atsushi…? —inquirió Akashi, incrédulo, dado a que jamás había escuchado algo así.

—La familia más poderosa que existe, y el linaje más respetado en cuanto a vampiros se refiere —orgulloso Azuka esbozó una sonrisa elegante, sus ojos destilaban poder, fuerza y… crueldad. Akashi lo miraba sin ninguna especie de pena, y ya que el vampiro se lo permitía…

Hubo un momento de silencio. Sus miradas chocaron, casi obligadas por algo más allá del misticismo. ¿Era esto obra del vampiro? ¿Sus poderes tenían que ver con este irresistible impulso? Akashi apartó, por voluntad y sin esfuerzo, su mirada, comprendiendo así que no estaba influenciado por hechizo o magia alguna. Aquello había sido, lo que podría llamarse cursimente, un capricho.

—Primero, será oportuno mostrarte el castillo, después te presentaré a mi hijo, el único habitante vivo en este castillo aparte de nosotros —dijo Azuka, sonriendo, afablemente… 
¿Dónde estaba esa expresión terrible de hace unos momentos? Era casi como si estuviese jubiloso ahora que se habían quedado a solas.

—¿Puedo preguntar…?

—Me parece que puedes, sin embargo, depende de tus cuestionamientos las respuestas que habrás o no de recibir, sígueme.

Akashi le siguió sin protestar; Azuka le dirigió por un largo pasillo, cuyo techo era quizá más alto que las enormes puertas por las cuales el menor había cruzado. Luego, subieron una larga escalera de caracol que terminaba en el piso siguiente. Akashi advirtió unas puertas extrañas al lado del inicio de la escalera. Parecía ser un mecanismo con poleas y maquinaria. Sería imposible para un joven como él saber que aquello era un elevador. Los vampiros se fiaban más de la tecnología y las ciencias, los avances verdaderos y nuevos… más que en la magia y los rezos. Azuka consideró prudente no revelar de momento aquel aparato tan singular.

—Disculpe… ¿señor…?

—Tú has de llamarme amo Azuka.

—¿Amo…? ¿En qué momento me he vuelto…? —Akashi fulminó al vampiro con la mirada, pero a este poco le afectó, parecía incluso emocionado por ello, tanto que pudo percibir un destello malévolo en esos ojos violetas.

—No estás aquí solo como un invitado —Azuka sonrió—, digamos que eres más una pertenencia nueva… No un esclavo, no del todo un sirviente común y cualquiera, aunque me servirás, espero que con el tiempo devotamente, y por ende a mí has de llamarme amo. A mi hijo, quien te he de presentar, puedes llamarle como él te permita… aunque no es precisamente mi problema, ¿me he explicado, Akashi?

—Sí, amo Azuka… —Akashi a regañadientes cedió, ¿qué otra cosa hacer? Pelear ahora sería imprudente, primero tenía que reconocer su terreno, estudiar su ambiente y así calcular cuales eran sus posibilidades; esto le provocó un sentimiento similar que ir de cacería. Se debe observar silenciosamente, y a veces incluso, llenarte las manos con algo de lodo. La paciencia apremia—. Quisiera saber por qué yo… ¿Por qué he vivido huérfano con mi guardiana durante todo este tiempo solo para ser entregado en su morada?

—Aquello no te incumbe, pero la curiosidad es buena, espero la conserves a la hora de tus lecciones.

—¿Lecciones? ¿Qué me enseñarán aquí?

—¿Crees acaso que un ignorante me servirá propiamente?

Debes ser una joya por dentro y por fuerza —los colmillos de Azuka brillaban tanto como sus ojos, no parecía buena señal. De pronto este rió, tras ojear nuevamente a Akashi de arriba abajo, añadió: —En tu particular caso… llevamos ventaja en el exterior.

—¿Algún día podré saber la verdad?

—… Si sobrevives hasta cumplir veinte años, puede que sí, pero no seas codicioso, primero debes sobrevivir un año.

—¿Puedo saber a qué tengo que sobrevivir… amo? —decir amo era complicado, lo olvidaba de tanto en tanto, pero Azuka parecía tener paciencia de sobra en ese aspecto, como diciendo «Ya se acostumbrará». Azuka, al notar la fiereza con la que esos ojos escarlata lo interrogaban, sonrió otra vez.

—A mis hijos, a mis invitados… a mí —Azuka seguía caminando, Akashi en el trayecto veía cuadros exquisitos, floreros maravillosos y esculturas exuberantemente realistas, muchas de ellas eran escenas, unas cuantas parecían sacadas de la biblia (como vio Akashi una vez que había estado afuera de la iglesia del pueblo, una capillita preciosa llena de retratos que detallaban divinamente la cruel pasión del que los hombres llamaban «Nuestro señor». El resto de las esculturas eran mujeres, esculpidas hermosamente, parecían mujeres desnudas que vestían delicadas telas que se pegaban a sus cuerpos. No obstante era el efecto visual de la maravillosa artesanía.

—¿Va a lastimarme entonces?

—No… bueno, puede que duela, sin embargo es meramente un procedimiento. Tu vida corre riesgo si me desobedeces o desatiendes mis indicaciones.

—¿Y si deseo defenderme? ¿Y si me protejo de los suyos y huyo de aquí?

—Sería deleitable verte intentar, pero sería inútil.

—¿Qué me ata aquí, además de su voz? —inquirió Akashi, incrédulo.

Azuka no respondió, solo se detuvo en seco, quedando al frente de dos hermosas puertas negras, en cuya madera de caoba había gravados pequeños de rosas, que recorrían los bordes de las puertas. Azuka las abrió de par de par, revelando así una enorme y maravillosa habitación. Todo estaba lleno de plantas, en su mayoría eran rosales. En el centro había algo que parecía un pequeño estanque.

—Esta habitación es importante, espero que memorices donde está —comentó Azuka, dando algunos pasos en dirección al estanque—. Este pequeño estanque es especial, puede curar cualquier herida, y es especialmente benéfico para las novias de sacrificio.

Akashi no quiso preguntar.

—¿Padre? —se escuchó de pronto.

—Oh, Murasakibara, justo iba en tu búsqueda —Azuka sonaba helado, la emoción con la que hablaba con Akashi parecía haber muerto en una helada.

Murasakibara era alto, no tanto como su padre, pero tenían el mismo rostro. Murasakibara no estaba elegantemente peinado como su padre, y su rostro parecía de vello alguno, lo cual lo hacía ver como una versión joven de Azuka, aunque este en lugar de tener un brillo malicioso en los ojos, lucía aburrido, como si nada le importase en la vida… eso hasta que…

—Me preguntaba qué hacías aquí y… —sus ojos por fin conectaron con Akashi. Murasakibara sintió una ráfaga de fuego por todo su cuerpo, sus ojos se dilataron, y pareció sentir como que alguien clavaba sus pies con estacas al suelo—. ¿Quién es ella…?

—¿Ella? —Azuka no pudo sofocar la sonrisa en su rostro—. No, no. Él es Akashi, y será mi nuevo sacrificio.

—¿Sacrificio? —preguntaron Akashi y Murasakibara al mismo tiempo.

—Oh, no te alarmes, no serás sacrificado —Azuka volteó con Akashi, y sin poder resistir la tentación tomó la pelirroja trenza de Akashi, acariciando ese larguísimo cabello—. Es el nombre denominado al sirviente del amo de la casa, en tiempos antiguos se les decía así, dado a que la gente los entregaba como sacrificio para apaciguar nuestra sed y que no atacásemos al pueblo… ya no se tiene tanta cortesía hoy en día, la gente del pueblo se ha vuelto escéptica y atribuye las desapariciones a los demonios… y los vampiros prefieren tomar las cosas a la fuerza y con discreción en lugar de anunciar su llegada.

—Si usted es tan poderoso como dice… amo —por poco lo omitía, Azuka parecía complacido por ese esfuerzo de recordarlo él solo—. ¿Qué le detiene de ir y reinar como le place? ¿Por qué el secretismo…? Nadie jamás habla de vampiros en el pueblo, tampoco entre los habitantes del bosque… solo mi abuela… los mencionaba.

—Esa, querido mío, es una larga historia que no será revelada hoy.

Murasakibara, harto de sentirse excluido de la conversación, intervino.

—Pero tú estás todo el tiempo de viaje y los demás…

—Tus hermanos y hermana, que ya se han asentado y encontrado sus propios castillos, vienen de vez en cuando, y siempre se les pasa la mano con la comida —comentó Azuka—. Necesito alguien que ponga un poco de orden mientras no estoy, y alguien que pase tiempo contigo, el menor —Azuka sonreía embelesado mientras jugaba con aquel cabello hermoso, preso en algunos recuerdos—. Pero, no es un juguete, Murasakibara. Él es mi sacrificio y yo dispongo de él en su totalidad. ¿Me has entendido?

—Sí, padre.

—Muy bien —Azuka dejó ir la trenza de Akashi—. Ahora, es hora de prepararnos para la cena, por lo que voy a llevar a nuestro querido nuevo miembro por algo decente que vestir, y tú, a componer ese aspecto tuyo, te quiero presentable.

—Sí… padre —gruñó Murasakibara, a regañadientes, no quería irse, quería saber más de Akashi… quería…

Azuka dirigió a Akashi por otra puerta que conectaba con otra habitación; cruzaron así algunas cuantas y dieron un par de giros hasta que llegaron a una habitación grande, con una cama, un armario y un escritorio.

—Esta es tu habitación aunque… a veces tengo caprichos, ¿entiendes?

—Sí, amo Azuka.

La verdad no entendía a qué se refería.

—Qué buen chico.

Los armarios se abrieron y mostraron que estaban vacíos. Azuka sacó una cinta de medir y comenzó a tocar el cuerpo de Akashi, sacando medidas por aquí y por allá. Cuando estuvo satisfecho, chasqueó los dedos, y las puertas de los armarios se cerraron para luego abrirse otra vez, mostrando muchos atuendos. Azuka extrajo un hermoso camisón blanco y entonces lo puso en manos de Akashi.

—Esto es… —comenzó él.

—Es necesario que uses esto, esta noche, sin embargo el resto podrás elegir tus vestimentas con libertad… alguien tan hermoso como tú lucirá cuanto se ponga.

Azuka tomó asiento en una silla que había en el cuarto.

—Desnúdate —ordenó.

—Pero… —Akashi titubeó.

Akashi suspiró, pronto comenzó a despojarse de aquellas peculiarmente ropas nuevas, que parecían sentirse nuevamente viejas a comparación del hermoso camisón blanco que aguardaba por él. Luego deshizo su trenza. Su largo cabello cubría hasta la mitad de su espalda, y unos mechones al frente cubrían su pecho.

—Pareces una dama cohibida —se burló Azuka—. ¿No eres acaso varón?

Akashi cubrió sus genitales con una mano.

—No disfruto de ser observado —repuso, lo más grosero que pudo.

Azuka dio un par de aplausos secos y entonces aparecieron muchas mujeres en el cuarto. Todas portaban un uniforme de sirvienta. Sus pieles eran blancas por completo. Akashi estaba por preguntar, pero pronto observó cómo estas flotaban ligeramente. No tenían rostro. Eran, sin lugar a duda, como muñecas de porcelana, del tamaño de una mujer real.

—Prepárenlo, báñenlo adecuadamente y después llévenlo para la gran cena.

(…)

Las "muñecas" (como Akashi decidió llamarlas) lavaban con total esmero y cuidado el cuerpo de Akashi, untaban sustancias aromáticas en su cuerpo, aquella fue la primera vez que un jabón de verdad pasaba por su cuerpo; la anciana lo bañaba con unas plantas especiales que era una especie de «jabón natural» pero aquí todo era diferente, y de alguna manera era tan agradable que el joven se sintió con sueño por lo relajado que estaba; parecía como que mujeres reales lo masajeaban tiernamente. Cuando terminó se puso de pie, y estaba por tomar una toalla cuando se quedó mirando algo…

El cuarto donde Akashi se había bañado constituía en una enorme tinta, también parecía un estanque, pero este tenía los bordes y el fondo de cerámica, además de que el agua provenía de unas llaves enormes y elegantes que se situaban en un extremo de la dichosa tina. Alrededor, en lugar de paredes lizas, había espejos de cuerpo completo. Akashi observó su reflejo muchas veces y se quedó embobado. Se había visto a sí mismo, por supuesto, en lagos, en espejos pequeños… pero solo su rostro… por primera vez veía cosas como su espalda. Y ahí fue cuando por primera vez notó algo extraño, algo que la anciana jamás le contó: había tres rosas tatuadas en su espalda, eran de un color rosado hermoso, cruzaban toda su espalda en una línea irregular, cada rosa se unía a la otra por un camino de lo que seguro eran espinas. 
Akashi estaba sorprendido. ¿Había estado eso siempre ahí? 
Cada vez tenía más preguntas.

Cuando estuvo seco y su hermoso cabello estuvo peinado (las muñecas solo lo secaron y cepillaron), Akashi se colocó el camisón… cerró los ojos solo un momento, cuando los abrió de nuevo, solo se encontró con más oscuridad, entonces todo se nubló, incluyendo su conciencia.

(…)

—Se ve hermoso… —susurraba una voz a la distancia.

—Podría comerlo ahora mismo.

Akashi abrió los ojos y descubrió estaba recostado. No podía moverse, sus manos estaban atadas tras su espalda y sus piernas parecían inmovilizadas. Sintió un dolor punzante por su cuello, piernas y brazos… algo se clavaba sutilmente. Akashi observó que estaba rodeado de rosas. Luego notó que estaba sobre una mesa enorme, y a su alrededor, muchos vampiros que jamás había visto en su vida.

Uno rubio, con tatuajes. Otro rubio también pero de aspecto mucho más afable… había tres de cabello negro… uno pelirrojo de cejas extrañas, uno moreno con aspecto de estarse aburrido… había uno con lentes que le miraba casi con odio. Había otro que parecía aburrido, tenía el cabello gris como sus ojos, como si se hubiese bañado en plata.

—Agradezco a todos por honrarme con su presencia —dijo Azuka, que estaba en la cabecera de la mesa. Se puso de pie y levantó una copa, todos le imitaron—. Me honra presentarles a mi sacrificio, Akashi Seijuuro, y como es la tradición y como indica el ritual, el anfitrión debe permitir que la corte goce y se deleite de su sacrificio la primera noche —Azuka sonreía peligrosamente—. Sean dulces con él, jamás lo han mordido. Conocen las reglas, yo su amo he de dar la primer mordida y luego ustedes podrán degustar también.

Los vampiros intercambiaban comentarios entre susurros.

Azuka se puso de pie y se acercó a Akashi que estaba en el centro de la enorme mesa. Hizo que Akashi levantara el cuello, intentó protestar pero no podía moverse, y sus labios estaban también cubiertos por un lazo delgado de pequeñas espinas, aquella era una mordaza dolorosa.

—He esperado mucho por esto… de ahora en adelante, me perteneces… —Akashi juraría que escuchó la palabra “Hiyori” pero supuso que fue producto de una alucinación.

Azuka clavó sus colmillos en su cuello, pronto el caliente liquito rojo brotó y el vampiro se deleitó a sus anchas con la deliciosa sangre de su sacrificio, suspirando de vez en cuando para tomar un poco de aire, sin detenerse, frenético parecía ebrio por la deliciosa bebida. Cuando se apartó, la herida se cerró. Y la rosa roja que estaba en el cuello de Akashi se hizo blanca.

Atsushi fue el segundo en acercarse, él tomó la muñeca de Akashi, la cual besó y lamió hasta que por fin clavó sus colmillos en ella. Aquello había sido doloroso a más no poder, pero los gritos del joven estaban siendo sofocados. La lágrimas cayeron lentamente, y esto pareció maravillar a los vampiros.

—Oh, es hermoso Azuka, te felicito —dijo uno de los vampiros de cabello negro—. En el nuevo mundo no hay bellezas como esta…

—Gracias Himuro, tus palabras me honran, ¿por qué no vas y pruebas por ti mismo?

Este le tomó la palabra, y en lugar de morder el cuello o el otro brazo de Akashi, alzó un poco el camisón blanco, y encajó sus colmillos en muslo.

No importaba cuantas veces lo mordieran ni cuanta sangre bebiera cada uno, Akashi solo sentía agonizante dolor, pero no perdía el conocimiento. Cada herida sabana, y por cada vez una rosa se tornaba blanca. Aquel era un encantamiento por supuesto, de lo contrario el joven ya habría muerto. ¿Quién podría sobrevivir sino?

Hubo un punto en la velada donde más de siete mordían a Akashi a la vez, y mientras que el punzante dolor era insoportable, las espinas se clavaban más en su piel, pero estas no le hacían sangrar, sino que le estaban inyectando la sangre de aquellas rosas rojas.

Azuka era el más feliz de todos, pues ahora le besaba con dulzura, había quitado las espinas de sus labios y sencillamente gozaba lamiendo y chupando la sangre de los labios de Akashi, quien ya no intentaba gritar, solo derramaba lágrimas por el dolor en silencio, sintiéndose extrañamente somnoliento, hasta llegar a un punto en donde estaba perdido y lo único que sentía esa la lengua de Azuka, recorriendo la suya, haciéndole sentir hirviendo… como si el sol estuviese dentro de su cuerpo, sentía calor en todo su cuerpo.

—Esto es…—dijo el vampiro de gafas y cabello verde—…No sé qué es… pero es maravilloso.

Todos estaban bebiendo, riendo, y charlando, tomando descansos o esperando su turno para encontrar lugar ya que el joven sacrificio estaba casi todo el tiempo por completo ocupado, y era complicado morder a alguien así. Todos los vampiros participaban y muy activamente; Nash, el vampiro de los tatuajes, el que parecía bañado en plata que era Mayuzumi y el moreno, que se llamaba Aomine, habían perdido toda su indiferencia.

El aroma de la sangre de Akashi los volvió locos, enervando sus sentidos hasta un punto que rozaba la locura, su sangre estaba más apetitosa, porque estaba intoxicada con la ternura de las caricias y gestos de Azuka. La sangre es deliciosa para los vampiros, y aunque mezclada con dolor y sufrimiento es un manjar… cuando hay otras emociones esta se altera, y, si se calienta más, es como alcohol inyectado directo en sus cerebros. Por lo que todos acariciaban también a Akashi, lascivamente, en busca de incrementar la dulzura.

El dolor no paraba, estaba siendo devorado, torturado...

En algún punto de la velada… El joven sacrificio perdió el conocimiento.


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