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Mi pequeño y amado Icaro por Mokona negra

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Notas del fanfic:

Otro fanfic sobre mi pareja hetaliana favorita.

Notas del capitulo:

Espero que lo disfruten, esto será como una corta introducción.  




Nota: los personajes ni las imágenes me pertenecen, créditos a sus respectivos autores (que son mucho, mucho, mucho (bueno, ¿se entiende no?), mejores que yo XD ) 




Advertencias: Por ahora no. Pero ya saben cómo soy.  

...  




Aun no lo sabía, pero él era la llama que me haría perecer. Como aquella historia que me encantaba, como Ícaro y el sol. 




...   




 El césped verde se sentía húmedo y la calidez del sol rosado de un eterno atardecer vertía su luz en los límites del paraíso. 




 Arthur había optado por sentarse bajo la sombra de enorme morus alba, un hermoso árbol de moras que desparramaba sus frondosas ramas de quince metros al cielo en aquel momento de eternidad. 




¿Por qué aquel ángel estaba ahí? ¿Por qué parecía que se ocultaba? Porque era así. Arthur deseaba estar solo y lejos de querubines y ángeles. Deseaba tener un momento para sí mismo y librarse de sus tareas.  




 Haciéndose un ovillo entre las raíces de morus alba, recargó su espalda en el tronco y observó la luz crear orbes de luz entre las hojas.  




 El prado era tranquilo. El viento vehemente y un silencio perfecto para una cosa.  




El ángel guardó sus alas y comenzó a cantar. Su voz arrulló las ramas altas del árbol y lentamente su voz milagrosa comenzó a hacer en el efecto. Los frutos pequeños y verdes, tomaban el rosado de la maduración baya por baya, luego, como siendo salpicadas por el oscuro violeta comenzaron a madurar.  




 Y Arthur se detuvo, abrazó sus piernas y sus alas se abrieron solo para abrazarle en un capullo.  




 Era tan tonto sentirse solo cuando uno mismo buscaba la soledad. 




 ¿Qué le sucedía al ángel? 




 Sintiéndose inquieto, Arthur decidió que era mejor marcharse de ahí, pero no tardo en regresar. 




 Aquella era su pequeña rutina. Regresar a su trozo de paraíso ubicado en los límites, acurrucarse bajo el cuidado del árbol de moras y cantar para si antes de irse, antes de sentirse de nuevo solo. A veces sus canciones eran lentas, seguían el ritmo de lágrimas que no existían en sus mejillas, otras dulces como las bayas de moras que sus labios nunca probaron y algunas veces más, melancólicas como el eterno atardecer rosado.  




 ¡Ah! ¡Si alguno de sus hermanos se enterara de esto! Eso no debía de suceder, nunca. 




 Pero Arthur seguía hiendo bajo al árbol a cantar, seguía buscando la soledad. 




 En una nueva ocasión Arthur escogió una de las raíces del morus alba para recostarse en ella, mientras cantaba, sus dedos acariciaban la rugosa y dura corteza ocre y de nuevo cesó su canto de forma cortante... 




 De nuevo, ahí estaba el sentimiento de soledad.  




-Me gustaría que acompañaras mi canción.-Dijo por primera vez desde que había optado su rutina de ir aquel prado.-Tal vez así... 




 Arthur suspiró. Los arboles no cantaban, eran lentos al hablar y el canto improvisado no era su fuerte. 




-Solo un poco mas...-Dijo y su tranquila melodía volvió a escucharse. 




 Su voz se elevó unos segundos, pero comenzó a decaer rápidamente, de nuevo cantaría sin terminar la canción, de nuevo sentiría la soledad zurcirse en su pecho a pesar de que él la había buscado y entonces lo escuchó. 




 Un silbido acompañó las primeras notas y un solo siguió a continuación ya que Arthur se había detenido. 




 Las notas de su canción improvisada comenzaban a tener un ritmo diferente por aquella música. 




Asustado, Arthur se levantó desplegando sus alas decidido a irse. Pero el silbido cesó.  




 Sus ojos esmeraldas buscaron aquel que le había descubierto cantando, temía que fuera uno de sus hermanos. No quería reprimendas. Pero el autor, no se mostró. 




 Confundido, alzó vuelo, alejándose del morus alba. 




... 




 Hoy el atardecer eterno se veía despejado, el sol mantenía sus colores rosados y los limites eran más claros. Arthur contempló la muralla infinita que separaba al paraíso de una nada acojinada de inmensas nubes blancas y se preguntó porque había regresado, así mismo, se respondió que le gustaba pasar el tiempo eterno en el prado, bajo el cobijo del árbol. No deseaba buscar un nuevo sitio, el había encontrado este antes que nadie. 




Y volvió a cantar... 




 La verdad, es que Arthur no creía que iba a volver a escuchar la música de su canto de nuevo, era por eso, que no se esperó que, de nuevo, aquel silbido improvisado comenzara a acompañarle.  




 Arthur abrió la boca, pensando que después de todo, era mejor marcharse, pero algo dentro de él le sugirió quedarse. Tal vez porque le gustaba el tono bajo del silbido, tal vez porque sabía que alguien le escuchaba y no le regañaba, tal vez, porque seguía estando solo, pero la sensación fría de la soledad, se había atenuado. 




 La rutina de Arthur había cambiado solo un poco. 




El ángel seguía hiendo y viniendo, hacia sus tareas y luego regresaba a su sitio y comenzaba a cantar. Con las primeras notas, el ángel daba pie a que su música se le uniera y entonces, las notas musicales del desconocido y la voz de Arthur creaban algo nuevo. En una danza que le animaba y alentaba, una y otra vez, su pequeña rutina de cantar con el desconocido, le regreso una pequeña sonrisa. 




¿Pero quién era ese quien le acompañaba? ¿Por qué no se hacía visible ante el esmeralda de Arthur? 




 La muralla infinita se había ocultado de nuevo y las moras maduras comenzaban a dar pequeños saltos al césped.  




En esta ocasión, Arthur cantó, pero al final, su voz se escuchó. 




-¿Puedo verte? 




 La pregunta flotó y Arthur apretó sus manos sintiendo ansiedad al no obtener respuesta. 




 Una tras otra, más moras cayeron al césped cuando el viento sopló. El corazón de Arthur sintió como una pequeña presión le obligaba a tomar el silencio como una respuesta negativa.  




¿Qué esperaba el ángel? 




-Al-menos... ¿Puedo escucharte? 




 El silencio regresó y Arthur se encogió, la sonrisa que había nacido comenzó a apagarse. De nuevo se comportaba extraño, de nuevo estaba experimentando sensaciones que no eran propias de un ángel. 




-Me gusta escuchar tu canto.  




 Sin evitarlo, las alas del ángel se desplegaron emocionadas al obtener una respuesta. Agachó la cabeza y miró el sol, porque no quería asustar a quien le acompañaba. 




-A mí...me gusta también escucharte. -Hubo un calor en sus mejillas y agregó. -Quiero decir, esa música que creas con tu silbido...me gusta.  




 El ángel estaba nervioso, la voz que había escuchado sonaba como había pensado. Era grave, pero baja, era... 




-Debo irme. 




 Era... 




-¿Acaso dije algo malo? 




-Debo irme. 




 Repitió y el silencio regreso. 




… 




… 




… 




 Sus alas batieron elegantes y su soberbia desbordada le hacía pasear por donde deseara. Sabía que la muralla infinita estaba prohibida, pero sentarse en ella le daba la mejor vista de todas, era fantástica y además, desde ese lugar había podido escuchar su bella voz. 




¿Qué hace un ángel en los límites del paraíso? 




 Se suponía que solo los arcángeles o ángeles guardianes se atrevían a andar por los límites del paraíso. Era extraño que un ángel común anduviera por esos lugares. 




 Cansado de escuchar solo de lejos, sus impulsos hicieron que se acercara mas y más, hasta dar con el lugar donde se encontraba el ángel cantante. Oculto, decidio escucharlo. Aquellos ángeles de fina piel y blancas alas eran muy asustadizos, no quería espantarlo. 




 La eternidad paso y su melodía transformó los frutos del árbol, las moras hacían de botana para el espectador hasta que escuchó con más atención la tonada de la voz del ángel. 




<<Pareciera que estuviera llorando>> 




 ¿Qué le pasaba? ¿Cómo es que una dulce melodía podía ser tan triste? 




 Con cada fruto, con cada canción y con cada nueva visita, podía darse cuenta que aquel ángel solitario cantaba para no llorar.  




-Tsk. 




 Molesto, agobiado por aquella verdad que de alguna manera le afectaba, comenzó a acompañar al ángel, el problema fue, que debía hacerse notar. 




El primer intento, no salió como pensaba, había asustado al ángel como pensaba... ¿Porque eran tan asustadizos? Y con esa cuestión, algo le peso en el pecho ¿Y si ya no volvía aquí? ¿Y si no volvía a escucharlo?  




Pasando más tiempo del que debía en aquel lugar, espero a que el ángel regresara y regresó. 




 Un alivio le tranquilizo y una nueva canción se escuchó, pero esta vez diferente, esta vez, fue una invitación. 




 Sin darse cuenta, comenzó a disfrutar silbar para el ángel.  




Hasta que preguntó... 




 El deseaba verle, eso no era posible. Jamás.  




Entonces, su sonrisa se borró y su impulso lo llevo a la segunda osadía. Habló. 




 Y de nuevo su sonrisa regresó haciendo que notara lo bello que era, era el ángel más hermoso que había visto del paraíso. 




-Debo irme. -Dijo repudiando aquella sensación que afloró en su estómago.-Debo irme.-Repitió y se fue antes de cometer otra tontería. 




… 




… 




… 




 

Notas finales:

  Y aquí el inicio de algo de lo que necesito liberarme -w- jeje, espero que les guste y perdón por escribir algo nuevo al tener otros fic en proceso y bueno, supongo que ya saben quién es el que está acompañando a nuestro lindo ángel cejon XD 




 Personitas que ya me seguían desde cierto fic, encontraran esto familiar.  




Gracias por leer y comentar, ¡saludos!   




 




 –huye-


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