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Crónicas de un noviazgo por MissLouder

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Notas del capitulo:

Este fic está más enfocado al presente, pero para el siguiente nos enfocaremos en el pasado. Debo decir que aunque tenía las ideas, lo escribí casi sin inspiración.

Como sigo usando historias paralelas será: Pasado-presente.

Última escena del capítulo anterior: Yamato medita sobre su relación con Taichi, antes que éste mismo le llamara sobre un nuevo caso de distorsión.

Capítulo 3: Sentimientos a la deriva.

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Bajó aparatosamente las escaleras, saltando de dos en dos, casi de tres en tres, hasta llegar al vestíbulo con la respiración saltando de su garganta. Taichi le esperaba en la entrada con los goggles colgando del cuello y Yamato al verlos despolvó de su mente el ácido peso que había significado tener esos artefactos simbología de coraje.

Sus miradas se enlazaron en un cruel silencio y solo pasaron dos segundos cuando la de Taichi se desvió. Sintió como algo dentro de él empezó a hervir, frunciendo el ceño, usando todas las energías espirituales para no agarrarle del cuello.

Con un vasto esfuerzo, logró controlarse, siendo el primero en hablar:

—¿Qué pasó? —preguntó, apartando esas espinas que entorpecían su relación.

—Hay una distorsión. —le manifestó brevemente andando el paso—. ¡Vamos!

La sorpresa dio decoro a las líneas de su rostro y se encontró preguntándose por qué diablos tenía que ocurrir eso ahora. Se suponía que ellos habían... eliminado a Meicomoon. Habían salvado una vez más el mundo, ¿o sólo fue un telón de imaginaria paz?

—¡¿Cómo que distorsión?! —exigió saber, persiguiendo los pasos de su amigo—. Se supone que acabamos con ese… problema.

Un espectro de oscura expresión apareció en el rostro del elegido del coraje.

—No lo sé, Koushirou me dijo que podía ser un residuo. —respondió Taichi, corriendo como si para él fuera una clase de danza. A Yamato le gustaba verlo precipitarse, le recordaba cuando lo veía jugar como si la cancha fuera un salón de juegos, pero también le recordaba que esa misma ímpetu fue la misma que casi lo llevó a las manos de la muerte—. Si quedaron Digimon infectados...

Él no quería adivinar el resto. Significaba añadirse esos miedos sobre pérdidas y lamentos. Pesadillas que negaban a desaparecer incluso con el sigilo del amanecer.

—¿Crees que Gabumon y los demás...? —No terminó de hablar, y no era necesario. Sabía que Taichi podía armar la sopa de letras que estaba regando a la mesa.

—Debemos evitarlo.

Llegaron al parque de Odaiba, placeres de diversión sino fuera porque allí tuvieron su primer encuentro con Alphamon. Yamato veía todo en orden, empero, al dar una rápida repasada notó una cierta vibración perturbando el aire. Taichi ya tenía los goggles velándole los ojos y la mandíbula tensa no le dio buen presagio.

Antes de preguntarle qué estaba viendo, una explosión sacudió sus oídos y el bramido de gritos no tardó en escandalizar al público. Había una retorcida familiaridad en todo aquello cuando sus ojos captaron como una lluvia de escombros, precisaba su objetivo hasta donde ellos estaban y solo sintió como unos brazos le rodearon con una fuerza que lo impulsó lejos.

Todo pasó demasiado rápido para captar todos los sucesos con la vista; rodaron sobre un bache descuidado de escaleras, deteniéndose cuando aterrizó con fuerza sobre su espalda perdiendo todo el aire de sopetón.

Le costó recobrarse, con la cabeza palpitándole y algunas de sus costillas golpeadas. Abrió los ojos con esfuerzo y el cielo azul se dibujó sobre él. Jadeó de dolor, al despertarle ciertas dolencias, costándole unos segundos tomar su cerebro nuevamente.

Buscó a su amigo con la vista y lo encontró a unos pasos de él, con el rostro incrustado al suelo.

—Tai... —llamó, levantándose con voluntad, para luego encender sus articulaciones con la viva adrenalina—. ¡Taichi!

Corrió hacia él, arrodillándose a su lado para tomarlo en sus brazos. Lo primero que notó era un arañazo en la sien que ya empezaba a lagrimear gotas escarlata, mientras los ojos del Taichi temblaron débilmente antes de abrirse nuevamente. Aquel color trigueño que le daba la sensación de hogar. Cálido. De un despertar tranquilo y seducido por el aroma del café.

—¿Yama...?

—¿Puedes levantarte? —quiso saber—. Debemos salir de aquí.

Recibió un asentamiento en respuesta y tres segundos más tarde, ambos se encontraban de pie.

—Es Leomon, Yamato —dijo después de un momento—. Logré verlo.

—¿Qué?

—Leomon está atacando el parque. —repitió.

Otra explosión se alzó al aire y Yamato no sabía a qué hebra de razonamiento aferrarse, porque ser parte de un aglomerado y sintético grupo de adolescentes que los hacían llamar 'los elegidos', le habían roto esa vena de no creer en lo imposible.

Una nube de polvo y escombros les bloqueó la vista que, al disiparse, notaron como Leomon había aparecido frente a ellos, soltando roncas rezongadas en tanto se acercaba con fuertes pasos.

—Niños... Elegidos... —gruñó, soltando espirales infectadas que desintegraban su alrededor.

Retrocedieron, sintiendo esos temores que la piel tendía a alertar. Yamato estaba buscando una salida de escape, y en su periferia no tenía nada más que el lago a sus espaldas.

—¿Por qué diablos está infectado? —murmuró Yamato, siguiendo de cerca los pasos del Digimon.

Taichi no respondió. Tenía esa mirada centrada en sus ojos, alerta y firme, que en ocasiones le hacía temblar. Leomon soltó un desgarrado rugido y se abalanzó hacia delante; directo hacia ellos. Lo esquivaron lanzándose a los costados, tratando de alejarlo de la multitud que salía a trompicones, entre gritos e histerias suplicando un aliento de auxilio.

Yamato se había abierto la piel de los codos al aterrizar sobre el pavimento rústico, despertando punzadas en sus nervios. El dolor era lo que menos le importaba, en esos momentos sólo eran pequeñas punzadas que no molestaban. El verdadero problema era que el Leon digital había fijado su vista hacia él, yendo en su caza.

—¡Yamato, levántate! —lo alertó Taichi a lo lejos, previniendo la embestida.

Un borrón dorado embistió contra él, que logró esquivarla por los pelos cayendo una vez más, arañándose las palmas que tanto se esmeraba en cuidar por su instrumento. Sintió unas manos debajo de sus axilas que lo obligaron a establecerse sin cuidado alguno y no tenía que girarse para darle una minuciosa identificación.

—Vamos a llevarlo hacia el muelle, allí lo alejaremos de la ciudad —dijo agitado Tai, con la línea de sangre que ya había hecho un largo sendero sobre su rostro.

Asintió. Era vagamente consciente que, su celular oculto en alguno de sus bolsillos, vibraba con insistencia y que se molestó por ignorar drásticamente. Tenía otros asuntos de que encargarse cuando digiriendo la mirada al frente, Leomon fijaba sus ojos enloquecidos y asaltó una vez más. Si ellos tuviesen a sus Digimon consigo podrían hacerle frente, podrían defenderse sin sentirse indefensos. Y claro que esos debían ser los designios sino fuera que desde Himekawa traicionó a la organización del cual nunca recordaba su nombre, habían ordenado que por un tiempo los seres digitales debían permanecer en su mundo.

Y ahora ellos debían alejar a Leomon de la sociedad para que no infringiera daños y terminara de volver trozos la poca reputación que le quedaban a los de su especie. Ya de por sí la credibilidad y el miedo que envolvían a los seres digitales seguía siendo comprometida incluso a esas alturas del partido.

«No nos dará tiempo», era lo que pensaba Yamato. A lo que se dieran vuelta, serían una galleta frágil en los dientes del Digimon infectado.

La presión que se cernía sobre su hombro le daba a entender que Taichi pensaba lo mismo. Quién diría que terminarían con final tan lamentable. Tomó su mano, tal y como hacían cuando la situación los enredaba en hilos de muerte, porque el contacto le hacía pensar que juntos podrían superar cualquier cosa. Recibió una ligera sorpresa y luego una respuesta; sus dedos se enlazaron.

Leomon atacó una vez más y ellos solo cerraron los ojos, dejándose caer ante lo inevitable.

«Yamato, perdóname»

.

.

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[Presente]

Caía la tarde en el café donde se encontraban. Estaba aglomerado y abarrotado por personas que tuvieron la misma idea que ellos de disfrutar del especial de la nueva exhibición de postres, robando el poco aire que habitaba sobre ellos. A penas y cabían dentro del establecimiento, sintiendo de alguna forma retintines de claustrofobia al ver esa afluencia humana.

—¿Quieres ir a otra parte? —le preguntó a Yamato, que permanecía frente a él con una mirada fruncida y clara desaprobación.

Éste se encogió de hombros.

—Ya estamos aquí —se resignó, recargándose en su puesto con el fantasma de un puchero en sus mejillas.

Taichi quiso reírse y sólo una dulce curva dobló las costuras de sus labios. Eso claro, fue hasta que vio como Yamato miraba el reloj que le envolvía la muñeca, para luego dejar ir el más lamentable suspiro.

Para su mala suerte, él sabía el significado.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —Le sonrió con indulgencia, jugando con la pajilla de su bebida.

Yamato le observó, lucía un poco demacrado que hacía resaltar sus pómulos hundidos. Tenía unas ligeras ojeras y la mirada caída. Sus ojos seguían igual de azules, igual de hermosos, pese a la sombra de tristeza que batallaba por robarle brillo. El golpe que había recibido la noche anterior recogió color que, para evitar malas lenguas y especulaciones, lo había disfrazado con algo de maquillaje.

—Lo siento —fue lo que dijo el rubio, lanzando la mirada a las vidrieras que los dividían de la sociedad y allí encontró a un hombre, embutido un sedoso traje negro de seda.

Taichi lo conocía y alzó la mano para saludarle. Era el guardaespaldas de Yamato. Se llamaba Brutus, un afroamericano de procedencia extrajera que la agencia donde Yamato estaba, sembró contrato. Sabía que sus cejas se arrugaron un poco con la idea que no volvería a verlo en un tiempo, y casi deseó que todo se detuviera para estar más de lo que gozaban juntos.

Unos dedos rozaron los suyos, trayendo su mente al establecimiento y vio a Yamato sonriéndole.

—¿Vendrás al concierto? —susurró, inclinándose sobre la mesa para decirlo a una proximidad más privada.

Él lo pensó.

—Por el momento, creo que sí. —bromeó, sólo para aligerar el ambiente. A veces se le olvidaba que ya vivían en mundos diferentes, a pesar de tener de resaltantes a las estudiantes de secundaria que se acercaban a ellos con chillidos, suplicando fotos y hermosos trazos que le hacían llamar autógrafos por parte de Yamato.

Ese pensamiento le distrajo un momento, y obvió que Brutus le respondía con una sonrisa también agitando la mano. Se levantaron, serpenteando entre la multitud que se apretujaban contra ellos.

El sol de la tarde lo encandiló y tuvo que taparse del sol que atravesaba su córnea.

—¡Hey, Brutus! ¿Cómo estás? —saludó Taichi afablemente, sonriendo a conciencia.

—Buenas tardes, estimado Yagami —contestó cordial inclinando la cabeza, con un acento que complicaba su entendimiento. La lengua japonesa no era su fuerte, y prefería hablar en inglés cosa que, sólo por ser juguetón, Taichi se tomaba la molestia de hacer—. Espero que esté usted bien.

—¿Todavía con la formalidad? —Se rió, haciendo vibrar los hombros—. Me debes una pizza.

—¿Disculpe?

—¡Ese fue el trato! —alertó, inclinándose, listando los castigos por las formalidades y respeto que no venían al caso. O, al menos, para él.

Atrás de él, los pasos de Yamato resonaron y en su rostro se dibujaba un atisbo de indiferencia.

—¿Ya están los otros en el estudio? —fue directamente al grano.

Brutus asintió.

—Sí, señor, están esperando por usted.

Yamato soltó un sonido gutural y Taichi le codeó el costado con reproche.

—No seas así, él solo hace su trabajo.

—Y yo hago el mío —contestó entrecerrando los ojos y le tendió la bebida que había traído consigo, palmeándole el hombro—. Te veo luego.

Taichi canturreó una afirmación, recibiendo el vaso. El guardaespaldas esperaba delante de un rolls royce phantom negro, que atrajo la vista de muchos curiosos cuando abrió la puerta en gesto teatral. Toda la atención se centró en Yamato, y no se hicieron esperar las exclamaciones al reconocer esas tiernas facciones.

«¡Es Matt, vocalista de Knife of Day!»

«¡Estuvo tan cerca y no pude conseguir su autógrafo! »

Las miradas puntiagudas ahora cayeron en Taichi, los murmullos de quién era él y por qué estaba con Matt Ishida. Algunos supieron que era el mejor amigo y otros lo cuestionaron. A punto de adentrarse, notando también el cambio de ambiente, Yamato pareció recordar algo y rehízo sus pasos.

—¿Olvidaste algo?

No le respondió sino que, a cambio, le tiró del cuello de la camisa y lo estampó sobre su boca. Un barullo de sorpresa exaltó a los concurrentes y Taichi no podía concentrarse cuando cientos de ojos ahora los apuntaban. No era que no se lo haya esperado, porque después de los últimos acontecimientos que habían hecho grietas en su relación; Yamato se concentró en demostrar públicamente que salían.

La sorpresa no duró demasiado, rodeó aquellas esbeltas caderas y lo pegó hacia su cuerpo. Se hundió más en el ensueño de aquellos labios, siguiendo el hechizo de su contorno. Yamato soltó un sonido placentero que tomó con aprobación y, solo cuando se aseguró de sonrojarle las comisuras por tanta fricción, fue que le soltó.

—Te quiero, Yama —susurró, pero Yamato no respondió.

Nunca lo hacía, en realidad. Sólo se dejaba caer sobre él, y le sonreía de esa forma que no había necesidad de unas palabras que formaran un 'yo también'. Sin embargo, esa vez, Yamato respondió:

—Te espero bajo el puente a las 23:00.

—Pero... ¿no se suponía que tú...? —balbuceó, desconcertado.

Yamato esbozó una sonrisa enigmática y se alejó sin decir más. Brutus los había flanqueado, protegiéndolo con su proporcional cuerpo para evitar molestias de los paparazzi que ya los habían acechado. Suspiró en resignación.

—Su noviazgo me va a costar el empleo. —dijo, ya volviendo al automóvil.

Taichi soltó una carcajada y vio con tristeza como el vidrio templado ocultaba la imagen del rubio y se perdía en el fragor de las avenidas.

En el suelo, a sus pies, yacía la bebida entera que Yamato nunca probó. La observó en silencio y una bruma de pensamientos nubló su mirada. Se alejó con pasos solemne, ignorando los murmullos, tratando de idear un plan para traer de vuelta el Yamato de quién se había enamorado.

El que estaba allí, portando solo su rostro, era como una muñeca rota. Sabía que él era el culpable, porque debió ser más cuidadoso con esconder aquello que había casi roto su relación. Convirtiéndola en negros páramos de silencio.

Todo había comenzado con unos mensajes y notas en el casillero de la universidad, al principio los había ignorado pero su insistencia pasó a tales grados que debió incluirle cierto ápice de atención. Todos contenían lo mismo:

«Aléjate de Matt»

No era 'Yamato', ese nombre estaba reservado como un privilegio para su cercano grupo. Para el mundo, sus fans, era Matt. Allí supo de quienes provenían tales amenazas.

Luego empezó la sensación que cientos de ojos lo observaban cada día. Vigilando sus pasos. Conociendo su rutina. No era persona de aferrarse a ideas imaginarias, y sin embargo, cuando tuvo una caída en su bicicleta porque a ésta le habían cortado los frenos fue su señal de alarma.

Le había hecho jurar a Koushirou no decir nada a ninguno del grupo, y aunque sus raspones no fueron serios, salvo de un golpe en la rodilla, Yamato las encontró al sorprenderlo en su casa en una imprevista llegada. Eran esas bienvenidas que él se encargaba de patrocinar atrayéndolo hacia sí y besarlo como si los siguientes amaneceres fueran a desaparecer. Pateando la puerta de su habitación y arrojándolo a la cama sin hacer.

Fue cuando Yamato le quitó la camisa que notó la presencia de los cortes. Eso había paralizado el momento, pese a sus insistencias que no era nada. Por supuesto, eso conllevó una fila de preguntas que no se saciaron hasta que soltó una mentira con ciertos harapos de verdad. Se había caído de la bicicleta, sí, por motivos de distracción.

Había costado que Yamato le creyera, porque los hematomas eran coloridos y creía que se metió en una pelea callejera. Al anochecer, cuando apenas quedaban luces en el cielo, lo persuadió de recostarse juntos y disfrutar del calor recíproco. Sus padres no vendrían hasta el día siguiente y Hikari los había acompañado. Eso conllevó un ambiente tranquilo, lleno de besos perezosos y esa dulzura que producía cada roce como si fueran notas de música. Yamato logró confesar —después de repasar las palabras en su mente—, que esos seis meses de gira habían sido un éxito pero un mal sabor en la boca por el tiempo que tuvieron sin verse.

Taichi solía seguir los hashtag de Knife of day para ver los vídeos que subían de la banda. Se quedaba por horas viendo a Yamato brillar en el escenario, cantando y sonriendo como si hubiese nacido para ello. Cuando enfocaban sus líneas, él solo contenía la respiración de ver aquella magnate belleza en HD. Los ojos marinos y filosos; el cabello dorado y brillante por el sudor; la ropa cerniéndose a su cuerpo en zonas que lo hacían lucir como maniquí.

Le daba felicidad ver el sueño cumplírsele, llegando a la cúspide de las bandas juveniles en ascenso, que crearon un abanico de fans que cada vez más enviaba un fuerte viento labrado de apoyo. Y, como era de esperar, les molestaba que Yamato dedicara su ocio a él. Hikari había notado ese cierto rechazo, comentándole que tuviera cuidado y lo hablara con Yamato.

Cuestión que se negó, porque no quería arruinar los ojos encantados que hablaban sobre los conciertos. El público. La sensación de excitación que los fans enviaban hacia ellos. No, no podía arrebatarle esa felicidad a Yamato, como si fuera una novia que se quejara por la atención.

Solo fue un error. Un descuido en no ocultar debidamente las pequeñas notas de amenazas y, el uniforme deportivo acuchillado, que había encontrado hecho tiras en su casillero. Ardió en ira, porque tenía pisándole los talones la fecha de un partido de fútbol contra otra facultad. A pesar que consiguió que uno de sus amigos le prestara un uniforme, ya algo dentro de él había traqueado.

Había decidido tomar cartas en el asunto, platicándolo con Koushiro y con la ayuda de Takeru. Él nunca se sintió atraído por las redes sociales como lo eran Mimi, Hikari o incluso el mismo Yamato, pero para poder traer a un pez gordo; debió hacer uso de ellas.

Se hablaron de diferentes formas, soluciones, hackers y advertencias, más nunca llegaron a nada. Era como buscar una aguja en un pajar y no se sabía con exactitud si provenían de la misma persona o una multitud.

—Quizás debas atraer personas, Taichi-san —le había sugerido Koushiro—. Hacer que un número de personas te apoyen y que pueda minimizar las negativas.

—¿Y cómo haría eso? Mi hermano no tiene la cantidad de fanaticada que tiene Yamato —añadió Hikari, con una sonrisa.

Koushiro se dejó enredar por esas dobladuras, sin embargo, fue Takeru quien apoyó en alentar el humor que iba en picada.

—Quizás no te hayas dado cuenta, pero nuestros hermanos son bastante populares en sus diferentes círculos —apuntó, desplazándose en la información de su teléfono. Al conseguir, lo que fuera que estuviese buscando, mostró su pantalla para que el grupo pudiese observarla—. Miren, esto lo publiqué hace unas semanas y…

—¡Oh! ¡Ese fue el partido del final del verano! —recordó Taichi, viendo la foto posteada en twitter, atrayendo el apacible sabor de aquella victoria que fue recibida con vítores y abrazos grupales que prometían esperanzas para entrar a las líneas de los jugadores para los profesionales.

—Sí, y si te fijas en la cantidad de comentarios, likes y retweets, podemos decir que eres tan conocido como mi hermano —concluyó con una mirada divertida—. Si utilizaras con frecuencia tus redes sociales, podrías atraer más público.

—Me aburren esas cosas —Se encogió de hombros—. Además, ¿qué podremos conseguir con ello?

—Mi hermano tiene razón…

Sin embargo, cayendo en hilos tensados, Koushirou mantuvo una mirada tímida dirigida a Taichi y cerró la conversación con su último veredicto:

—Sólo haz una publicación, y yo haré el resto.

Para nada convencido, fue así como se mezcló con esas telarañas de burocracia tecnológica —pese a que había convivido con ella desde la infancia— las actuales nunca terminaría de entenderlas o atarle sus cabos. Hikari se encargó de crearle las respectivas cuentas, Takeru en hacerle la publicidad al as delantero que estaba en las líneas que representaría al país; lo que trajo en un par de días una lluvia de seguidores apoyándolo con gran efervescencia.

La trampa para el ratón fue una idea casi maléfica de Takeru, publicando una foto en la que Yamato, ajado en altas dosificaciones de alcohol pululando en su sangre, había recostado la cabeza en su hombro tomando su mano y Taichi riéndose, guiñándole el ojo a la cámara.

Escribieron algo estúpidamente cursi como: "Siempre mi hombro estará para ti", o algo así recitaba que no terminó de leer porque si lo hacía mandaría ese plan a la mierda. Para concluir, la cereza bien presentada para el pastel, coronaron la publicación etiquetando la cuenta verificada de Matt Ishida que más tarde la comentó con altos vocabularios no aptos para menores, amenazas entusiastas que los mataría cuando los viera y que torcería el pescuezo a Taichi por seguir esa jugarreta.

Al día siguiente, había salido a una presentación del equipo; una entrevista con algunos patrocinadores que fue del todo aburrida y que acabó saliéndose de la sala para patear el balón en la cancha para aplacar la ansiedad de lo que embrujaba su mente. Eso trajo ciertas reprimendas por su entrenador pero también algunas ganancias. Los gerentes que habían visto por la ventana su viva juventud y maestría que corría por sus tobillos, alegaron que, en caso de aceptarlos, él debía estar en la primera línea de la lista.

Fueron las buenas noticias que pintaron su día, hasta que llegó a su casa y toparse con un escenario que fue capaz de hacerle soltar un grito que, en su creencia devota, Dios podría haber escuchado. Todo empezó, grave error de su parte, olvidando su teléfono en casa que conllevó a que el terror de su hermana con su secuaz Takeru, hicieran estragos con el aparato y todo con la banal excusa que el plan funcionaba.

Lo que trajo un decorativo declive, fue leer todo el show que formaron por su red social. ¿Y le preguntaban por qué las odiaba?

En twitter, haciendo recordatorio de la anterior publicación, desató una serie de comentarios que multiplicaron sus seguidores cuando, en la respuesta a Yamato, los hermanos menores decidieron contratar:

»Sí, sí, yo también quiero verte, Matt. Y también te amo. (heart) (heart)

Él lo diría claro, en forma de burla, obviamente… ¡Y en la privacidad de su cuarto, llenando a Yamato de gemidos! Los golpearía sino fuera obrado de cabecilla su hermanita.

Y suponía que eso despertó llamas en el post, de personas que se reían y los apoyaban, otras que no creían que Matt fuese gay, pero que ya existían rumores que era bisexual.

»Cállate, cuando te vea te golpearé. ¿Desde cuándo usas esto?

»Yo sé que quieres verme, amor, han sido muchos meses sin estar juntos. Y todo lo hago por ti.

»Takeru, Hikari, o los dos, denle el maldito teléfono a Taichi y dejen de joder.

Eventualmente, con un cielo ensombrecido e iluminado por estrellas, Yamato lo había llamado enfurecido por dejar su móvil a merced de los dos diablillos que tenían como hermanitos.

—¡Tenía prisa! ¡¿Qué querías que hiciera?!

—No sé, ¿devolverte? —replicaba Yamato detrás de la línea—. Darte cuenta que no contabas con algo inteligente en tus bolsillos, porque era obvio que tu cerebro no lo es.

—¡Oye! —exclamó, luego tras una pausa, añadió—: ¿Y cómo supiste que eran ellos y no yo, de cualquier forma?

—Primero, tú no me dices "amor", te mataría por ello. Y dos, eres el único que me sigue diciendo Yamato. —dijo y aunque no podía verlo, podía adivinar una petulante sonrisa trazándose en aquellos finos labios.

Sonrió.

—Me gusta tu nombre, no necesito acortar algo que me gusta.

Se extendió un silencio tenue y no lo interrumpió. La brisa de la noche acariciaba el balcón y el mundo de las calles se dibujaba bajo sus pies. Estelas, auto, personas, un hermoso real que, pese a sus hilos de asfixia, le gustaba vivir en él.

No lo dejes. —dijo Yamato al fin, como si las palabras pesaran en su boca.

—¿Qué cosa?

Mi nombre de pila, idiota. Concéntrate —respondió—. Es lo único que me devuelve a casa. No te perdonaré si una vez me llamas con esa indiferencia que siento cuando me llaman "Matt".

Silenciosamente, eso fue promesa.

Lejano de saber lo que ocurría con la cascada de comentarios que también empezaron a atacarlo, fue Koushirou quien hizo su parte. Trayendo... un extraño resultado. Recordar todo aquello le sembraba amarguras, pero trató no traerlo demasiado al presente.

Ese día se desplazó perezoso, sumergido en recuerdos para el momento que sonó su reloj sonó en su muñeca cuando ya caminaba hasta el encuentro, amparado por el aliento frío de la noche y un silbido desprendiéndose de sus labios.

Llegó sin prisa, con diez minutos de sobra, a la pequeña rivera donde un manto de pasto  que apenas se adivinaba bajo la espesura de la noche. Descendió el tramo de escalera, viendo bajo el abanico de sombras que se desprendía bajo el puente; una silueta esbelta. Era recortada por los haces de luna y no tuvo que esforzarse demasiado para saber qué era Yamato. Estaba apoyado a la barandilla con la mirada perdida en el río que seguía su curso frente a él.

—Llegas temprano —se anunció él—. ¿Tienes mucho tiempo esperando?

Yamato rodó la vista para encontrarse con la suya y negó con la cabeza.

—Acabo de llegar, estaba a punto de escribirte. —dijo, separándose con gracia y al verle las manos, preguntó—: ¿Qué traes ahí?

Se rió un poco.

—Algo para ti. —reveló, extendiendo la pequeña bolsa blanca que había llenado con unas cuantas hamburguesas del menú de la tarde—. Te conozco, para mi desgracia. Y apuesto mi cuello que en ningún momento te dignaste a comer en todo el día.

Esta vez fue el caso de Yamato en sonreír y acercarse.

—¿Te escribió Brutus? —adivinó, tomando la bolsa y dejando que el olor tibio sedujera sus fosas nasales—. Me insistió toda la puta tarde.

—Sí, pero yo ya me lo había imaginado. Me escribió para decirme que mañana saldrían para el concierto que tenían en Nagoya, y que por favor, al verte reticente, hablara contigo porque no quería meterse en problemas —Sonrió con una mano en el bolsillo—. Ahora, ¿debo yo de adivinar que te escapaste?

Yamato no respondió, observando con ojo clínico la fuente del embalsado olor.

—Es buen tipo, Yamato. —continuó—. Al menos, informa que tendremos unos momentos antes de que te vayas.

—No estoy acostumbrado a que alguien esté encima de mí todo el tiempo —expresó indiferente, encogiéndose de hombros—. Y menos estar informándole lo que hago. Es mi vida, Taichi. No necesito permiso para llevarla.

Taichi suspiró. Masajeándose el cráneo.

—Entiendo tu punto, pero… todo esto es por lo que pasó, ¿verdad? —saboreó sus propias palabras—. ¿Es mi culpa que ya no te guste lo que amabas?

Recibió una mirada de desconcierto, luego, un desvanecimiento de ella para dar paso a un ceño fruncido.

—Taichi, no. —Palabras firmes y duras—. Es mi culpa por no darme cuenta a donde me estaba dirigiendo.

—Que ahora tengas guardaespaldas es normal, Yamato, eres una persona reconocida ahora.

—Soy muy consciente de ello, Taichi, no soy un niño. No tienes que sermonearme como si fueras mi madre —contestó Yamato, el tono recogiendo severidad—. No vine aquí a tocar ese tema, por favor.

Lo sabía, pensó, pero no podían seguir viviendo esas últimas horas fingiendo que no ocurría nada. Eso no arreglaría las cosas.

Tomando una calada de aire, decidió que sí debían tocar ese tema. Cuando estuvieron rozando ese tema, Mimi con su exuberante energía, los había visitado y arrancado de su zona de confort para arrastrarlos al bar porque no todo el tiempo podían aprovechar a Yamato en la ciudad. Luego, ocurrió la pequeña discordia que los llevó a las puertas de una comisaría y, más tarde, a las sábanas de un hotel. Fueron buenos momentos, no obstante, no podían vivir una mentira todo el tiempo. La mirada afligida de Yamato en el hotel, el silencio en el bar, la poca importancia en la estación de policía…

—Yamato, sabes que debemos hablarlo. —lo dijo en serio, su mirada enfrentándose pese a la poca iluminación.

Sin embargo, Yamato le observó con ese filo que podía cortar vidrio.

—Taichi he dicho que no. —aseveró—. Estoy harto de ese tema. Tengo suficiente con vivirlo.

—¡Disfrutabas vivirlo! —gritó, porque no era persona de conservar la gracia de paciencia menos la rectitud. Yamato, por supuesto, mucho menos.

—¡Suficiente, Taichi! —espetó, dándose vuelta. La comida había abandonado sus manos hacía rato ya—. Había venido a verte, no a esto.

No, Yamato estaba muy equivocado si lo iba a dejar ir tan fácilmente. Estiró la mano para atraparlo del brazo, encontrando una férrea respuesta. Forcejearon. La pelea era un lugar donde sabían entenderse, y no pasa demasiado tiempo cuando Taichi lo empujó para derribarlo al piso.

Antepuso las manos para protegerle la cabeza, no quería lidiar con reclamos de su manager que el líder de Knife of Day sufrió una lesión en la cabeza por su culpa. Rápidamente, atrapó las muñecas que buscaron empujarlo y las afirmó sobre la cabeza. Ambos estaban jadeando y Yamato no dejaba de revolverse, claramente enfadado.

—Suéltame, Taichi. —ordenó.

—El Yamato de antes se hubiese librado fácilmente —habló después de unos segundos, afirmando su agarre—. Estás dejando de comer, has perdido peso, estás enojado todo el tiempo y, para variar, buscando todas las herramientas posibles para arruinar tu carrera. ¡¿Qué demonios pasa contigo?!

—No hables como si me entendieras —atacó sin pensar y lo sintió casi como una puñalada—. No me hables como si pudieras entender cómo me siento.

—Yamato, basta de eso. Te conozco más de lo que te conoces a ti mismo —expresó, soltándole suavemente y apoyándose ahora con las palmas a los costados de la cabeza—. Estamos juntos, podemos enfrentarlo. Como siempre ha sido.

—¿Enfrentar qué?

—Lo que sea que te esté torturando —subrayó, dejando caer su peso sobre él para abrazarlo.

Yamato, sorprendido de ese giro casi descomunal de la conversación, no atrapó del todo como esos brazos lo acunaban apretándolo contra él. El peso de Taichi era su alivio, siempre lo había sido y la fuerza de la ira que había nacido empezó a perder fuerza. Después de minutos de vacilación, subió los brazos, abrazándole cuidadosamente la espalda. Era el esa extraña sensación mutua que nacía cuando estaban juntos que los reconfortaba.

—Por favor, dime, Yamato. —Escondió el rostro en el cuello—. No soporto verte así, como si tuvieras una pelea contigo mismo todo el tiempo. —Se separó, su rostro cayendo sobre el rubio—. ¿No siempre hemos resuelto juntos las peores catástrofes? Tú y yo.

Su amor había nacido de ello mismo, de la adrenalina, del sentimiento de perderse y de los juegos de batalla. Valentía estaba dispuesto a quemarse las manos por una Amistad corrompida. Le rozó la mejilla con el pulgar, descendiendo por el pómulo herido y perderse por los rieles de la mandíbula.

Yamato abrió la boca pero las palabras no acudieron a él. Lo intentó de nuevo, y esta vez logró decir:

—¿Cómo no me odias? —declaró con los ojos cristalizándose—. ¿Crees que puedo vivir con el pensamiento que por mi culpa no te aceptaran en el equipo para las nacionales?

Ahí estaba. Lo sabía, lo supo desde el principio. Yamato se castigaba con abandonar su sueño, porque él perdió el suyo.

—No fue tu culpa, ¿cuántas veces, demonios, debo decirte? —Disponía a ser enojado, pero había una sonrisa en su rostro—. Y no decidía mi acceso, decidía el patrocinio. Nos darán otra oportunidad el mes entrante, ya te lo dije.

—¡Eso no cambia el hecho que también casi te matas en esa bicicleta! —confesó con la rabia quemándole los ojos—. No puedo dormir pensando en todo lo que pasaste. Te arruinaron el uniforme, te atacaron en los vestidores y que el como entrenador tuvo que sacarte para no comprometer al equipo… Y todo por mí —Listó cada una de los daños que le habían hecho, encogiéndose sobre sí mismo cada vez más—. No soy yo quien necesita protección, Taichi.

Taichi abrió los ojos en sorpresa. Como siempre, Yamato haciendo latir su corazón en una órbita distinta. Un silencio se hizo presente y Taichi podía ver el deseo de afecto que pendía de aquellos ojos azules.

Él lo entendía perfectamente, y sosteniéndose de ello, dejó que las palabras se disiparan en el aire para abrazarlo. No hubo rechazo. Quizás un momento de perplejidad, luego de abertura. Habían prometido abrirse el uno al otro y eso era antes de ser lo que eran ahora. Primero hubo amistad antes que amor, o al menos, amor de pareja, y siempre fue fácil abrir a la fuerza esos caudales que los ahogaban.

Unas tímidas manos se deslizaron sobre sus omóplatos y él lo arrulló en sus brazos. No pasó demasiado tiempo para cuando los hombros de Yamato, trémulos, danzaron en una línea que era conducida por gimoteos. Yamato se aferró a él, agrupando la tela de su camisa en las manos, ocultando el rostro en su pecho para hacer más íntimo su dolor, incluso a él.

Lo dejó ser, Yamato siempre sería así. Lidiando con sus propios sufrimientos y no dejar que nadie se acercara demasiado a ellos. Por miedo, quizás, de mostrarse vulnerable. De ver en un espejo cuan débil podía ser. Sus suaves llantos le conmovieron, haciéndolo que lo abrazara un poco más fuerte hundiendo la nariz en aquellos rubios cabellos.

—Yamato, no pienses en ello —susurró débilmente, derramando las palabras directamente al oído—. No te culpes por algo que es mi responsabilidad. Debí decirte…

—Sí…, debiste hacerlo —dijo con dificultad, por su rostro estaba en su pecho.

Pasaron unos minutos así, hasta que, avergonzado, Yamato se apartó limpiándose con la manga las lágrimas que habían bañado sus mejillas. Su piel se había tornado carmesí por el esfuerzo que aunque sus ojos seguían húmedos, tomó del cuello a Taichi y lo presionó con furia en su boca.

Fue un beso agresivo, con rabia y dientes que casi podría abandonar la definición. Pero Taichi sabía recibir ese fuego y controlarlo. Terminaron nuevamente en el suelo, abrazándose con posesión, y tocándose con necesidad.

—Yamato… espera —pidió, deteniendo las manos que había desabotonado su bragueta.

El ceño fruncido no tardó en aparecer y eso le hizo reír. Lo besó, aquellas tensiones de pieles que parecían tener un amor fraternal porque siempre estaban juntas.

—¿Quieres que nos vuelvan a arrestar por tener sexo en público? —musitó, aun con los labios sobre la frente.

—No nos arrestaron por eso —aclaró Yamato, tironeándole de los cabellos y apartándolo para verle el rostro—. Nos arrestaron por…

Una risita salió de los labios de Valentía, y Amistad no tardó en cortarle con la mirada. Debía moverse rápido antes de sentir sus uñas.

—Vámonos, Yamato —soltó, mirándolo directamente—. A un lugar donde podamos estar sólo tú y yo.

—¿Qué? —balbuceó, como si no acabara de entenderle.

Tomándole del rostro con ambas manos, lo acercó.

—Vámonos, lejos. Sin agencia, sin futbol, sin niños elegidos.

—¿Eres consciente de lo que estás diciendo, Taichi?

—¿No eres capaz?

—Cállate —Levantó los brazos, rodeándole el cuello—. Esto es una mierda, no lo soporto.

—¿Eso es un sí? —quiso confirmar sonriente—. A donde quieras ir, nos iremos, Yamato.

—No me importa el lugar —expuso, y cuando creyó que el silencio se extendía lo suficiente, culminó—: Sólo si es contigo.

Podrían llamarlos estúpidamente cursis, pero juntos era donde sus problemas se reducían a granos de arroz.

Continuará.

 

Notas finales:

En la escena del pasado, como podrán notar coloqué que ambos ya tenían daños colaterales. En Tri, nunca se muestra nada de ello lo cual es tan fantasioso que pierde credibilidad. En fin, en el siguiente capítulo lo plantearé mejor.

En la escena del presente, poco a poco voy mostrando que hay conjeturas entre ellos. Tal y como el pasado pero de diferente formas. Quiero crear algo de como enfrentan sus problemas, a la vez que revelo y ato los cabos de pasado y presente.

El acoso de Taichi por parte de los fans de Yamato, lo inspiré específicamente en el caso de Selena Gómez cuando ésta fue novia de Justin Bieber.

Gracias por leer.


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