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Crónicas de un noviazgo por MissLouder

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Notas del capitulo:

Seguimos con esta pequeña serie. Para dar más entendimiento en los saltos temporales será: pasado-presente-pasado.

Capítulo 2: Fragmentos esparcidos

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Culminaba el último período de clases para cuando el cielo empezó a pintarse por mantos carmesí, decorados por ríos de nubarrones que  anunciaban la proximidad de la noche. Velando y amparando la espera de Ishida Yamato, quien aguardaba sentado en un banco. A su alrededor, lo envolvía una cierta aura de tranquilidad que volvía hielo su alrededor, como un aliento que escalaba con dedos puntiagudos por los puntos sensibles.

Su hermano lució preocupado, pero dejó en claro a Takeru que tenía la situación bajo control; que sus preguntas y ansiedad eran  innecesarias. A su vez, porque no quería interrupciones, envió un mensaje escueto a su padre avisándole que llegará tarde a cenar.

Recibió una respuesta pero no se molestó en abrirla. Estaba interesado en la hora, y en los minutos que se deshacen en las manecillas del reloj que colgaba de la pared. Es una espera continua, pasan dos horas y ya siente su imperturbabilidad perderse en orificios que cuentan los siguientes segundos.

La primera campanada marcó el fin de su espera y la impaciencia afloró en sus poros.

El equipo de fútbol empieza a salir como hormigas sometidas al fuego, correteando, riéndose y   vociferando comentarios sobre la injusticia de un tiro de esquina. Yamato conoce muy poco del deporte y no le es difícil de ignorar lo que le rodea. Atrapó la mirada de unos cuantos jugadores que le observaron con recelo, cuestionando su presencia en esos territorios. Y sin embargo, no le importa. Está dispuesto a enfrentar a cualquiera, a quién sea, porque de allí sus pies no se moverían sin ver a Taichi. Y, oh, la suerte parece sonreírle cuando lo alcanza a ver dentro del gimnasio. Parecía distraído y la mayor parte del equipo había salido.

 Arrinconar a Taichi era casi un terreno versado para él y no dejó que el tiempo se escapara cuándo emprendió marcha. Sus pasos sobre la madera pulida resuenan, y para cuando Taichi levantó la vista ya era demasiado tarde.  La grave reverberación de la puerta metálica hizo un brusco eco al cerrarse y ahora brindó peso a las miradas que se encuentran.

—Yamato. —reconoció Taichi  y el nombre sonó pesado. Como si lo hubiese arrancado con un gancho.

Aun quedaban dos jugadores más recogiendo algunos balones y eso le molestó. Les lanzó  una mirada sigilosa, sin decir realmente nada. No era necesario, y éstos parecen entenderlo perfectamente. Observaron a Taichi en busca de apoyo, pero éste sólo asintió y eso bastó  para que dejaran sus intenciones para salir corriendo a sus espaldas.

A solas, Yamato sintió que respiraba gelatina pero está tranquilo. Da un paso.

—Taichi —Su voz evidencia su desazón—. Iré directamente al grano —Los latidos resuenan en sus oídos, casi dejándolo sordo—: ¿Por qué diablos me estás evitando?

Notó que la mejilla de su amigo había un rasguño perdiendo color y eso le provocó un hueco en el estómago. El silencio aplastó su respuesta y Yamato no dudó en empujar sus pasos para agarrar a Taichi por la camisa. La presión era lo que único que hacía salir los que los acongojaba, y eso era lo que estaba dispuesto a hacer.

—¡¿Por qué?!

—Suéltame, Yamato —dijo fríamente Taichi.

Dos segundos más tarde, un vendaval en forma de dos manos fuertes, lo hicieron retroceder unos cuantos pasos.

—No te estoy evitando —Es lo que dice y Yamato sintió la ira hervir sus venas—. Sólo no he… tenido tiempo.

La última oración era floja, quebradiza y son los pedazos lo que hacen que se enfurezca más por esa patética mentira. Dispuesto a volver ese vidrio transparente escarcha; lanzó la primera piedra.

—¿Es por el beso? —adivinó—. ¿Es por eso?

La sorpresa brotó en las facciones del jugador, evidentemente no esperaba eso y no pasa demasiado cuando sus mejillas se tiñen de rosa. Bajó la mirada y las líneas que se formaron en su cuello, develan que está apretando la mandíbula.

Seguía sin decir nada.

Segundo estoque. Lo siento, Taichi.

—No es la primera vez que un chico me besa, ebrio, Taichi —Lo dice con apremio, con el deseo de eliminar la vergüenza. Si eso es lo que sentía su mejor amigo, estaba dispuesto a barrerla bajo cualquier medio—. Cuando estamos así, hacemos cualquier estupidez…

—¡No es eso! —Después de callar por más de cinco minuto, finalmente decidió interrumpirlo—. No es eso.

—¿Entonces? ¿Qué te pasa para que crees esa barrera entre nosotros?

Taichi lo observó directamente y, por un momento, Yamato calló. Pasaba siempre. Cuando lo penetraba de esa manera con esos ojos marrones, se sentía indefenso, como si su amigo fuese a soltarle algo más que un puñetazo. El dolor no es lo que le importa, ha aprendido a vivir con él; sin embargo, algo dentro de Taichi es capaz de dominarlo. Existe y no sabe lo que es.

—Esa barrera siempre ha existido, Yamato —reveló con tristeza—. Y yo la atravesé…

—¿Qué quieres decir? —preguntó, y en su interior se dijo que era un idiota. Estaba arrojando varias conclusiones y no quería tomar la que tenía más sentido. Hay un cierto nerviosismo entre ellos, como una barrera magnética que les impide el paso. Yamato se preguntó si lo que hay detrás en ciertamente peligroso, o existe algo más. Y si Taichi ya lo había visto.

—Me gustas, Yamato —confesó finalmente—. Me gusta mi mejor amigo. Puedes odiarme por ello.

A Yamato se le vino el mundo a los pies.

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Presente.

La luz del amanecer entró a raudales por las ventanas, en la estancia de ese motel barato que Taichi se había molestado en costear después de, literalmente, haber sido rescatados de la estación de policía.

Yamato y él habían pronosticado ese hecho; pero el motivo varió totalmente. No fueron llevados a la comisaría precisamente por tener sexo al aire libre y ser etiquetados como exhibicionistas. No. Hubiese sido más fácil si las circunstancias tomaban esa tangente, sin embargo; la vida social, en su versión más precaria, era más difícil de predecir.

Lo recuerda como sucesos atropellándose entre sí. Taichi no podía olvidar la impaciente lengua de Yamato paseando por su cuello, y la sensación de tenerlo clavado contra la pared. Pero todo acabó como una piedra en una ventana cuando unos pasos llamaron su atención.

Eran cinco, había contado y, por la expresión de sus rostros, claramente ellos marcaban el final de su búsqueda. Un gruñido por parte del músico fue su primera alerta y lo demás, sólo fue un declive. Según entendió, esos chicos tenían anteriores desacuerdos con Yamato. Desacuerdos que sólo se arreglaban  con unas cuantas botellas rotas y gotas de sangre. Reconoció a un anterior miembro de los Teen-Wolf, de la ex banda de su compañero y ya los otros eran rostros sin nombres.

Ocurrió rápido, palabras furiosas, reclamos que pasaron a gritos y posteriormente a puños. Y todos llegaron a la misma conclusión; celos. El esfuerzo de Knife of Day estaba labrando en cada concierto, estaba creando un abanico de enemistades vistiéndose de recelos.

Observó en silencio la disputa, hasta que el puño de Yamato —famoso por romper innumerables mandíbulas— se alzó en lo alto  con un elegante arco para atravesar el primer rostro. Entre hombres, los asuntos enmarañados personales se resolvían volteándose las quijadas y eso fue lo que precisamente ocurrió. Aquel ex miembro de la banda y Yamato compartieron una disputa justamente no verbal. Nadie intervino, eran asuntos de dos y si la suma llega a cinco, sin duda tendrían que improvisar.

Sólo cuando los gritos angustiados de una mujer que transcurría por la calzada, lanzando afligidos socorros fue que la policía hizo su aparición, llevándose a todos, incluyéndolos a ellos. No fue un protocolo que le gustara, pero ser parte de la lista de ‘Los niños elegidos’ que los laboratorios y departamentos del gobierno se encargaban de encubrir, les dio cierto beneficio.

Con una advertencia y un sermón, abandonaron las instalaciones con aire ausente.

Yamato permaneció callado la mayor parte del tiempo, hasta que él le había tomado de la mano para detener el paso. Se observaron entre la bruma de la madrugada y la neblina danzando en espirales, como dos buenos amigos. Y, no obstante, ellos no eran buenos ni menos amigos. Corrió su dedo por el pómulo que empezaba a hincharse, acercando sus labios para depositarle un roce.

—Me duele, no hagas eso —se quejó Yamato.

—Déjame ser romántico, idiota —Se rió, buscando su mano para enlazarla.

—Puedes serlo sin tocarme las zonas donde tengo verdugones. —resaltó, apartándolo—. Esto apesta.

  —Para mí le rompiste la madre —mencionó él—. No creo que sea capaz de tan siquiera dar una declaración oficial.

Una pausa, corta y algo pesada pero fue suficiente para insinuar el asomo de una delgada torcedura en los labios del elegido de la amistad.

—No quiero regresar al bar —anunció el músico. Se dio un vistazo rápido y, más que una hinchazón tomando terreno en la mejilla, todo estaba en perfecto orden—. Ese idiota me rasgó la camisa.

No era un corte profundo que llame la atención, y sabía que Yamato sólo buscaba una excusa para no volver tras penosa salida. Sugirió un escape más profundo, a una cueva sin fondo en las entrañas de un motel  donde quisieron apartarse un poco de sus identidades y estar a solas.

Ascendieron por la escalera de una espiral lamentable, cubierta de una mugre que apenas se adivinaba al reluz ocre de bombillas desnudas y cansadas que pendían de un cable pelado. Las llaves eran sólo una tarjeta gastada que tenía innumerables grietas y Taichi podría juzgar que pronto podrían quedar sólo trozos. Rota, quizás, como ellos estaban ahora.

La habitación olía a humedad y estaba de más decir que nadie se había molestado en cubrir ciertos servicios básicos de limpieza a las paredes. No era un detalle que tuviera importancia, ninguno se tendía en líneas ostentosas y eso era algo que pasaba a segundo plano cuando sus cuerpos estaban ocupados en otros asuntos. Yamato se tiró boca arriba en la cama, el olor agrio se desprendía de la tela así como la rigurosidad dentro de su fricción.

Se sentó junto a él, hundiendo con su peso ese lado del colchón que chilló aparatosamente  y Yamato hizo amago en los labios al tener un beso dejando caer las alas bajo su ombligo.

—Me preguntaba cuándo íbamos a tomar lo que dejamos a media —Giró la cabeza, extendiendo su mano para acariciarle la mejilla.

Lo siguiente, lo evocó con imágenes más mórbidas, dulces gemidos y el sonido de cama revoloteando contra la pared. La sudorosa piel plateada que resbalaba ante la suya, la curvatura perfecta de la espalda de Yamato que prometía más doblaje. Le clavó los dedos en los muslos y apuró aún más sus caderas, penetrando con avidez y perdiendo la cordura en el pasaje cuyos sendos lo enloquecía.  Su compañero parecía sentirse igual, lo percibía en su sonrisa gastada, en sus ojos azules cubierto de una bruma de éxtasis y los movimientos que se acoplaron  en una clemencia de pantomima que exigía más. De esa boca puritana salieron muchas palabras, quizás algunas que no estaban en el decoro, porque si estaban embarrados de suciedad; era lógico que inclusos sus oraciones estuvieran cubiertas para armar algo coherente salvo de palabras de embriaguez. Aquel lecho parecía tan inocente al principio, ahora, chillaba en coro con ellos en el afán de unirse al concierto.

Compartieron miradas que envolvían profundos significados, mimos, besos eternos que se transformaban en sonrisas secretas que soportaban el peso en los labios. Incluso hizo reír a Yamato con una ocurrencia, haciendo eclipse de una buena carcajada. Yamato siempre había tenido una risa maravillosa. Era como un arrullo.  Como la música, tal vez. Habían pasado meses desde la última vez que la oyó.

En el aire había un perfume grasiento; olía a comida y a sexo. A sudor y placer.  No supo en qué momento se había rendido ante el cansancio y buscar en el paradisíaco mundo de los sueños algo de energía. Durmió quizás una hora, no lo sabía con exactitud, pero si juzgaba como la luz penetraba en la habitación, debió pasar un buen tiempo.

Estiró el brazo para localizar a Yamato, resbalando los dedos por la curva dorsal que brillaba al rubor del amanecer, provocando un ligero murmullo que ahuyentó el silencio. Quizás como hacían con los sueños deshilachados y medio olvidados.

Se acercó más a él, desfilando la mirada sobre la silueta boca abajo y, desnuda, cubierta sólo por un manto con rapaduras de la cadera para abajo. La piel brillaba, como si fueran lágrimas de cuarzo que se trenzaban antes los hilos de luz dorada. Con su aliento sedujo los omóplatos, enamoró a la clavícula, depositando plumas de roces sobre los hombros que su benefactor no tardó en esbozar una sonrisa.

—Tai… —soltó con suavidad.

—Quiero perderme contigo  —susurró al oído, cubriéndolo como una capa con su cuerpo—. Incluso en la oscuridad.

Los ojos de Yamato, anillos azules que cautivaban cualquier corazón, se abrieron lentamente con las largas y rubias pestañas que parecían pequeñas coronas. Recorrió con la incesantemente la habitación, como si buscara una salida y, al detenerse al contacto visual, la encontró.

Sonrió nostálgico, y ladeó la cabeza para buscarle los labios.

—Desde hace mucho que lo estamos, Tai. —fue lo que dijo, el aliento de la tristeza tintando cada palabra, antes soltar una honda respiración y estirar los músculos dormidos.

Taichi observó con placer, como aquel cuerpo parecía perfecto para desperezarse. La soltura de liberar la tensión de sus músculos que afinaban los huesos de las caderas. La expuesta la espalda que profundizaba la sonrisa de la columna. El modo en que alzaba el vientre, el pecho, echando la cabeza hacia atrás exponiendo el cuello, como si hinchara su mente con una oración que pedía  una caricia.

Esperó el momento indicado luego atacó. Empezó rodeándolo con un brazo, tomándolo por sorpresa pero ya era demasiado tarde. Lo abrazó y sintió la rigidez liberarse en sus brazos, como un alambre que han cortado. Yamato hizo el afán de llamarlo pero no le oyó, estaba muy entretenido atendiendo a la súplica de su cuello. Besando su pulso, sintiendo  como la respiración se formaba en el pecho y saltaba por el ducto de la garganta. Respiración, saliva y un delicado gemido era lo que ocupaba ahora aquella tráquea, y no puede evitar sonreír ante el estremecimiento que nació en aquellos poros. No pasó mucho cuando unos brazos lo tomaron de los hombros y lo abrazó también con las piernas.

Permanecieron un rato así, juntos, como si esperaran el nacimiento de Omegamon.

—¿Te sientes mejor? —le pregunta, neutral, la acompaña con un silbido.

Sólo durmieron un par de horas, menos tal vez, aún así, Yamato le observó silente.

Asintió, porque  no quiso decirlo, no quería verse mintiéndose a sí mismo o a Taichi. La poca exactitud en una vaga respuesta permite ocultar la verdad sin convertirla en una mentira. Ya su propio semblante estaba escrito con tonos trágicos.

Al rato, Yamato se giró en la cama, reposando su pecho en la fría colcha. Observaba la ventana en silencio, y el elegido del coraje se preguntaba qué pensamientos estarían ejercicio el rol de castigo.

Una idea vino a él al ver un objeto en el buró cerca de la cama, y como era natural que si no había aseo en la recámara, el aire acondicionado también estropeado sólo soltaba respiraciones roncas y sólo producía gruñidos que perturbaban el aire. El calor era ligero, pero con actividad rítmica el sudor los viste delicadamente.

Con ello, posó nuevamente un dedo en la espalda lánguida y trazó en la fina capa de sudor una letra.

“Y”

Hizo otro giro, y dibujó tres más.

“A” - “M” - “A”.

El músico se rió, muestra que había entendido. Continuando, más abajo, en medio de los huesos del lomo zigzagueó la siguiente palabra.

“QUIERES…”

Hubo una ligera tensión, y eso esbozó una picardía en su boca. Su dedo volvió a resbalarse dando como nacimiento la siguiente letra de una forma deliberadamente lenta…

“C…”

Hubo la deformación de arrugas que se formaron en la frente de Yamato, y era su momento justo para culminar. Se acercó a su oído, viendo como seguía como los ojos cerrados, ligeramente temblando.

—Di que sí —pidió al fin, resbalando un pequeño aro al dedo anular.

Yamato abrió los ojos de sopetón, pero no le dejó lanzarse a la verdad y terminó su pregunta:

“COCINARME…?”

Si pudiese darle sonido a la escena en el momento, Taichi podía imaginarse una colisión de autos.

Un furioso rubor incendió las mejillas de Yamato, y no hubo evitar soltar la más grande carcajada cuando éste le observó turbado.

—Por favor. —suplicó con ojos dulces.

Yamato le maldijo.

—¡Eres un idiota! —rugió, levantándose molesto, exhibiendo su pecado en desnudez. Arrojando al suelo, donde yacían sus ropas libremente esparcidas, el pequeño alambre que había conseguido y el actor principal en su pequeña travesura.

Taichi perdió el aire ante las retorcidas carcajadas  y se revolvió en ellas hasta que, Yamato, transformando su vergüenza en enojo, se situó sobre sus caderas empezándolo a asfixiar con la almohada.

Las risas flotaron en el aire, los insultos, pero el objetivo de Taichi había sido certero. Un día él abrirá su boca y dirá eso. Esa propuesta con la que desea enredarse con Yamato. Pero no en ese motel y definitivamente no en esas condiciones.

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Desparramado totalmente en su cama, con sus rubios cabellos cubriendo sus ojos y su propia oscuridad; Yamato contuvo con esfuerzo férreo las ansias que tenía de asesinar a alguien. Golpear, romper algo, lo que sea. Había pasado un mes desde que habló con Taichi sobre lo que sentía respecto a él, y con esas sencillas palabras fuera como si quitaran una carta en su castillo de naipes.

Sabía ya entonces que la huella de la realidad no tardaría en borrar el espejismo de su última salida juntos, sin verse envueltos en aires de incomodidad. Tenía la espina en el pecho, le dolía y le molestaba. No podía lidiar con la indiferencia con la que Taichi estaba tomando un patético gusto como le llamaba.

Intentó hablar con él, disuadirlo de la idea que se había metido entre ellos, rompiéndolos. Es decir, no podía negar que a él también le había agradado la sensación de los labios tropicales sobre los suyos, aún bajo la cúpula de sorpresa y ebriedad, despertó un cosquilleo que lo recorría incluso en las noches donde el sueño lo abandonaba completamente.

Casi todos los días desenterraba la conversación pasada y en como las líneas de palabras terminaron retorciéndose. Yamato nunca podría decir lo que pensaba sin que escoltara las palabras  con gritos y enfado  que voltearan su significado a lo que originalmente venía desde su interior.

Suspiró con desgano, girándose sobre su cuerpo para observar la cimbra de techo que estaba sobre él. Estiró su mano y observó su palma. Las líneas  que la atravesaban y se derivaban hacia otros surcos lo distrajeron por un momento. Tan libres y nacientes que cada una seguía su ideal. Esa mano sostuvo una vez la de Taichi, dándose la fuerza para mantenerse a flote en un mar rugiente con ángeles proyectando sus halos para sembrarlos de esperanzas y milagros.

Cuando sentía los dedos de Taichi rozar los suyos, era como si una luz lo cubriera y ahuyentara todas las penumbras que se hundían en él. Se preguntó desde cuándo unos simples dedos pueden rociar dentro tanta tranquilidad.

¿Se debía al efecto de las flechas sagradas de los ángeles? ¿O eso sólo materializó aquello que existía en la sombra?

Él había probado a los diferentes géneros: hombres, mujeres, se sentía como un gusto al cual te acostumbras cuando la nicotina, el alcohol, la adrenalina y el olor pulgoso  podían escoltar. Taichi no iba a ser menos en ello, pero era la primera vez que se encuentra reviviendo una y otra vez esa escena. Como si quisiera armarla nuevamente con otras piezas.

Taichi rozaba en él teclas que nadie podía tocar, y escribir en él letras que sólo entre ellos entendían, como si fuera un idioma. Lo sentía tan dentro que el simple hecho de pensar en perderlo, lo abrumaba torpemente.

Su experiencia en el digimundo acarició su corazón y le arrancó cada pedazo de nervio al ver a su amigo perderse en el abismo. Había desarrollado cierta paranoia y miedo desde entonces, con tan sólo recordar ese momento cuando  no pudo permitirse ser débil, gritar su nombre y arañar a Omegamon por atender a una precipitada orden que él no consentía. Dejarse llevar por el dolor, ahogarse en su congoja,  pero si él se corrompía, dejaba que su corazón se allanara al más frío sentimiento, Tsunomon sería el principal perjudicado.

"Si algo llega a pasarme, no dudes en tomar el mando", le había dicho Taichi antes de acudir a los mandos que los llevarían al mundo digital. Las advertencias volaron como hojas secas siendo arrastradas por las circunstancias, y ellos debían cavilar mejor sus posiciones como niños elegidos.

Un hueco estuvo almacenando los más oscuros miedos que acechaban su corazón. Taichi, Taichi, Taichi, por favor que estés bien.

Koromon sollozó lo suficiente para atormentarlo, ¿y cómo culparlo?

Ahora, en esa realidad, él creía que podía sentirse de la misma forma.  Una punzada de dolor se le había abierto en el pecho y se prolongaba hasta el brazo derecho, en un reguero de pólvora encendida, pulverizando sus nervios con crueldad.

La mano cayó como peso muerto sobre su rostro, y el ardor en los ojos que empezaba a ser molesto. Una de sus especialidades adheridas que aprendió con los años, es que podía sentir cuando algo en Taichi se rompía. Era como si pudiera sentir la grieta vibrando y sollozando, en busca de un socorro.

Se preguntaba si su amigo podía sentir lo mismo…

Un profundo cansancio le asaltó tan pronto consideró esa red de recuerdos. Cerró los ojos, cediendo sus fuerzas al nefasto agotamiento y dejarse cautivar unos minutos por la oscuridad. Dormitó, quién sabe cuánto tiempo, para cuando una vibración empezó a perturbar sus sueños. Fue demasiado insistente para molestarle y buscar a tientas el móvil con el entrecejo fruncido.

Seguía la llamada cuando lo encontró y se lo llevó a la oreja en gesto automático.

—¿Qué? —La voz le salió pastosa, atajada aún dentro de su garganta.

—¿Te desperté?

Los ojos se le abrieron en par y lo que le restaba cubierto por una nube de espesura, se retiró como si rayos de luz lo atravesaran.

—¿…Taichi?

—¿Estás en tu casa? —Sonaba ansioso.

Se incorporó lentamente de la cama, notando una molestia que empezaba a nacer en su sien. Mal momento para un dolor de cabeza.

—Sí  —Corto y escueto fue su respuesta. No esperaba estirar más pese a sus impulsos. Primero, después de días de silencio, sin responder ni sus llamadas ni sus mensajes. Huyendo como si él fuera una peste de las que todos se corroen.

—Te espero abajo, tenemos un problema. —le respondió, y por el tono de su orden, las alarmas se encendieron—. Y trae tu digivice.

Sí, muchos problemas. Al parecer, sólo en el desastre donde ellos pueden entenderse.

Pueden salvar el mundo y no pueden salvarse a sí mismos.

Así de irónica era su vida.

 

Continuará.

Notas finales:

Taichi es todo un engendro del mal jaja. Gracias a todos los que depositaron sus reviews, motivándome. Pronto subiré el siguiente capítulo. Me disculpo si hay errores, no pude revisarlo. 


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