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Deseos En La Noche por ghylainne

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Mu miraba impasible a su maestro, sentado en su trono, mientras a su lado Máscara de la Muerte hacía una mueca de desagrado. Shion no hizo caso y les siguió dando las instrucciones necesarias. Durante dos semanas serían los únicos Caballeros de Oro del Santuario. El Patriarca iría a reunirse con Atenea en Japón y se llevaría a Leo y Sagitario como escolta, Dohko había regresado a Rozan, Saga y Kanon se habían tomado lo que llamaron “unas vacaciones de reconciliación”, y el resto había decidido regresar a sus hogares por unos días. Incluso Shaka se marchaba a la India. Sólo se quedaban ellos dos: Mu porque no sentía ninguna urgencia por regresar a Jamir, donde podía ir siempre que quisiera, y Máscara se había negado a dar explicaciones, pretextando simplemente que no le apetecía ir a ningún sitio.

Shion terminó las explicaciones y los dos Caballeros se retiraron con una leve reverencia. Cáncer bajó las escaleras refunfuñando por lo bajo, sin molestarse en mirar a Mu, que lo seguía con el ceño fruncido, desaprobando la actitud del guardián de la cuarta Casa, en su opinión más propia de un chiquillo que de un Caballero de Oro. Esperaba que aquello cambiara, o aquellas dos semanas serían una tortura.

A Máscara de la Muerte lo único que le molestaba de aquel plan era tener que ayudar al carnero, alias el todo-poderoso-discípulo-de-Shion, a llevar el Santuario. Hubiera preferido quedarse con Shura, si hubiese podido escoger, incluso Camus hubiese sido más soportable que aquel joven que no dejaba de soltar discursos interminables y que, para colmo de males, siempre tenía razón. Con un gruñido de frustración se encerró en su dormitorio dando un portazo, ignorando a Mu, que atravesó el Templo negando con la cabeza, rindiéndose al hecho de que Máscara no iba a cambiar.

 

 

 

 

 

Al día siguiente, muy temprano, Mu subió hasta Virgo para ayudar a Shaka con sus maletas y acompañarlo al puerto para coger su barco.

—¿Tienes todo listo? —preguntó después de saludarlo.

—Sí, ya está todo.

Señaló la única maleta que esperaba a los pies de la cama. La recogió y los dos se encaminaron a la salida.

—Llevas poco equipaje.

—Sólo serán unos días —explicó el rubio—, y pienso dedicarme más a la meditación que a las reuniones sociales.

—Muy propio de ti —rió Mu, que guardó un silencio sepulcral al atravesar el Templo de Cáncer.

A Shaka no le pasó desapercibido el cambio de actitud de su amigo al atravesar el Templo camino de Géminis, pero no dijo nada hasta que estuvieron fuera de Aries, camino del pueblo.

—¿No te importa quedarte sólo con Máscara?

—No le tengo miedo.

—No lo digo por eso —explicó Shaka—, pero no es una compañía agradable.

Mu hizo un gesto de resignación. Por muy poco que le agradara la compañía de Cáncer, eran órdenes de Shion y no podía desobedecer, sin contar que eran los únicos Caballeros de Oro que se quedaban, con lo que no tenían más alternativas.

—Seguro que no será tan malo como lo pones. Además, no tendremos que estar juntos en todo momento, sólo se trata de asegurarse de que todo vaya bien —lanzó un suspiro de cansancio—. Supongo que eso me tocará a mí.

—Mucho me temo que será así —acordó el rubio con una sonrisa, lo que le valió una mueca de desagrado, no dirigida a él, sino a la perspectiva de estar trabajando dos semanas sin que Máscara de la Muerte se dignase hacer acto de presencia—. Vamos, anímate, conociéndote seguro que todo sale bien.

Entretanto, ya habían llegado al pueblo y buscaban el barco de Shaka. Se despidieron y Mu esperó hasta que el barco se perdió en el horizonte antes de regresar al Santuario. Shion y los hermanos Aiolos y Aioria ya estarían camino de Japón. Oficialmente había comenzado su pequeño liderazgo sobre los doce Templos.

 

 

 

 

 

A la semana, Mu ya estaba harto de la situación. Máscara de la Muerte no aparecía ni la mitad de las veces que debía hacerlo, y cuando por fin se dignaba hacer acto de presencia, no hacían más que discutir a gritos, y el siempre amable Mu ahora llevaba muchas veces un rostro que era de todo menos pacífico, todo cortesía del custodio del cuarto Templo, que no hacía más que sacarlo de sus casillas con sus observaciones estúpidas y sus salidas de tono. El único momento de paz era cuando podía regresar a su Templo después de encargarse del Santuario. El único lugar en el que no tenía que preocuparse por el cangrejo. Aunque no le importaba tener que ocuparse de todo, hubiera agradecido un poco más de colaboración.

De todas formas, sentado en la mesa de Shion se sentía un poco incómodo. Era como si aquello le viniera grande, como un niño vestido con la ropa de su padre. Sin embargo, pasaba las hojas, revisando todo lo que el Patriarca le había dejado como ayuda, pequeñas anotaciones en hojitas añadidas a las fichas que tenía que examinar. Aquello lo hacía todo más fácil, pero lo hacía añorar su presencia.

La puerta se abrió de pronto, golpeando la pared con fuerza y sobresaltando al carnero. Máscara entró con paso chulesco, se sentó al otro lado del escritorio, frente a Mu, y, como de costumbre, cruzó los pies sobre la mesa, echándose hacia atrás en la silla, bailando en las patas traseras.

—Bueno, ¿qué se supone que tenemos que hacer hoy?

Mu lo miró con una frialdad que hubiera sido la envidia de Camus, le apartó lo pies de un empujón, mirándolo con furia mal contenida, lo que no hizo ni pizca de gracia al mayor, que estuvo a punto de dar de bruces en el suelo.

—No vuelvas a hacer eso —lo riñó Mu en un susurro furioso—, esto no es el jardín de tu Templo.

—Usted perdone, señor Patriarca interino —respondió de mala manera, sentándose de forma más adecuada—. ¿Qué hay que hacer? —preguntó secamente.

Mu se sentó de nuevo y le tendió una de las hojas que Shion había dejado preparadas.

—Necesito que te encargues de esto —pidió sin mirarlo, pasando al siguiente tema en su lista.

—¿Qué carajo es esto? —preguntó agitando la hoja sin molestarse en leerla.

—Si la leyeras lo sabrías —Mu seguía colocando y revisando informes sin hacerle caso.

—Gracias, don perfecto —susurró leyendo la hoja en cuestión. Al parecer era un pequeño problema con las instalaciones de los Caballeros de Plata, algo aburrido que sólo era avisar para que lo arreglaran y asegurarse de que se hacía. Aquello era puro trámite, y no se le escapó que el carnero se lo pedía por deshacerse de él. Y como a él tampoco le agradaba demasiado la compañía, lo aceptó sin más discusiones. Se levantó y se marchó sin despedirse, dándole vueltas a la hoja, sin ganas de tener que organizarlo todo, pero resuelto a no pedirle ayuda al carnero.

Cuando Cáncer salió del cuarto, Mu dejó escapar un suspiro de alivio, permitiéndose relajar la tensión que, sin darse cuenta, había agarrotado sus músculos. Aquellos encuentros fugaces lo ponían en un estado de alerta como ningún enemigo lo había hecho antes. No quería hacerlo, pero se obligó, como siempre esa semana, a comprobar si Máscara de la Muerte seguía las instrucciones de Shion. Ordenó todo y se fue detrás de él.

 

 

 

 

 

Máscara colgó el teléfono. Realmente Saori pensaba en todo, serían hombres de la Fundación los que se encargaran de reparar las instalaciones, al igual que lo habían hecho con los Templos, facilitando enormemente el seguir manteniendo el lugar en secreto. Agitó la cabeza con una sonrisa de aprobación y bajó corriendo las escaleras hasta llegar a la zona de los Caballeros de Plata, sin notar la figura que lo seguía a lo lejos.

Los obreros no tardaron en llegar, les dio las instrucciones necesarias y se sentó a esperar mientras fumaba un cigarrillo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no era el único Caballero en el lugar. Se puso en pie de un salto y arrojó el cigarro al suelo con furia. Quienquiera que fuese quien lo estaba observando se dio cuenta de su reacción, porque comenzó a alejarse de allí.

Cáncer avanzó a grandes zancadas hasta que cerca de las escaleras de Aries agarró al misterioso observador del brazo con fuerza y lo obligó a girarse hasta quedar frente a él.

—¿Qué coño estás haciendo, Mu? --preguntó, ofendido por la falta de confianza que el carnero tenía en él—. ¿Ahora te dedicas a hacer de espía?

—Suéltame —ordenó, intentando liberarse sin éxito.

—¿Qué estabas haciendo? —insistió.

—Asegurarme de que hacías lo que tenías que hacer —dijo soltándose de un tirón.

—Gracias por la confianza —respondió con ironía.

—De nada.

Mu se dio la vuelta con la intención de regresar a su Templo, pero Cáncer no se lo permitió. Lo agarró de nuevo por el brazo cuando ya había comenzado a subir las escaleras y lo obligó a mirarlo otra vez.

—¿Eso es todo lo que confías en mí? —preguntó—. A mí tampoco me gusta esto, pero no te voy siguiendo por el Santuario.

—¿Como te atreves? —estalló, empujando a Máscara de la Muerte al soltarse, estando a punto de tirarlo escaleras abajo. No haces ni la mitad de lo que deberías, no tienes derecho a reclamarme nada.

Subió las escaleras y se encerró en su cuarto, apoyándose en la puerta, ignorando al furioso guardián del cuarto Templo, que atravesaba Aries como un tornado rumbo a su Casa. Mu se sentó en el suelo, reprochándose haber caído de nuevo en las provocaciones del voluble Caballero de pelo gris.

 

 

 

 

 

—¿Pero quién carajo se cree que es? —gritó Máscara tirando una jarra llena de agua al suelo de un manotazo, desperdigando cristales por toda la habitación.

Tenía que vengarse, tenía que hacer algo para humillar al carnero, tenía que enseñarle que a él nadie lo seguía para vigilarlo como si fuese un niño. Abrió un cajón de su escritorio buscando papel para escribir y un bolígrafo. Se iba a enfrentar a él de la única forma que sabía: a golpes. Terminó de escribir la nota y le pidió a un sirviente que la llevara hasta Aries. Luego se tumbó en el sofá con una cerveza y un cigarrillo, disfrutando de antemano de la victoria que estaba seguro de obtener sobre Mu.


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