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Deseos En La Noche por ghylainne

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Al guardián de la primera Casa se le abrieron los ojos como platos al recibir el desafío de Cáncer. Aquello era lo único que le faltaba, tener que responder a las tonterías de Máscara de la Muerte. Hizo una bola con la hoja y la arrojó al cesto de los papeles. No se molestó en responder, pretendía ignorar aquella provocación y seguir como si nada, al fin y al cabo, esas cosas no iban con él, él no era así, pero sentado detrás de su mesa era incapaz de concentrarse en el trabajo, y la mirada se le iba hacia la papelera. Después de media hora dándole vueltas a los mismos tres párrafos decidió que era suficiente y se fue a dormir.

Se puso el pijama, se metió en cama y cerró los ojos, pero no consiguió dormir. La cara de Máscara de la Muerte riendo a carcajada limpia mientras se burlaba de él no lo dejaba en paz. Y Mu sería una persona tranquila, pero desde luego no era un cobarde. Tendría que hablar seriamente con él, aquella actitud no podía ser consentida en el recinto del Santuario.

Una vez tomada aquella decisión, lo mejor era ponerla en práctica inmediatamente, así que a la mañana siguiente lo primero que hizo fue subir hasta Cáncer en busca de su guardián para dejarle bien claro qué era lo que se esperaba de él. Ya que Shion no estaba, la responsabilidad recaía en él. Cogió aire y se preparó mentalmente para soportar los desaires y burlas de su compañero. Entró sin molestarse en pedir permiso, pero Máscara de la Muerte no parecía estar por allí. Abrió puertas buscándolo, hasta que lo encontró en su dormitorio, durmiendo a pierna suelta con todas las sábanas desparramadas a su alrededor. Por un momento se debatió entre el enfado porque estuviera durmiendo tan tranquilo en vez de trabajar y la impresión de ver el trabajado cuerpo del cangrejo medio desnudo.

—“Es Máscara de la Muerte” —se obligó a pensar en lo que hacía allí, y se acercó para zarandear sin contemplaciones al bello durmiente, que se despertó pegando un respingo.

—¡¿Eh?! ¿Qué ocurre? —preguntó mientras se levantaba de un salto para enfrentarse a la dura mirada de Aries—. ¿Pero qué coño haces, Mu? —gritó irritado por la sorpresa de verse despertado de aquella forma.

—¿Se puede saber a qué narices viene esto? —preguntó intentando mantener la calma por todos los medios. La sola presencia de ese hombre lo sacaba de quicio.

Máscara cogió la arrugada nota que le enseñaba el carnero. Por un momento la miró como si nunca la hubiera visto, hasta que la dejó tirada en la cama y se cruzó de brazos.

—Lo que ves, es la mejor forma de arreglar nuestras diferencias.

Mu dio un suspiro de resignación.

—La violencia no arregla nada…

—Ya, vale —lo interrumpió—, deja de hacer de predicador conmigo, sólo la fuerza te puede otorgar la victoria —dijo apuntando con un dedo brillante hacia Mu—. Si no tienes la fuerza necesaria no importa lo que te esfuerces, porque no serás capaz de derrotar a tu rival.

—Eso es una tontería, no puedes esperar que…

—¿Listo para comprobarlo? —dijo muy serio, no se le volvería a presentar otra oportunidad como aquella de atizarle al carnero de forma más o menos justificada, aunque eso le importara bien poco. Claro que Mu no estaba dispuesto a dejarse golpear sin defenderse. Una cosa era no ser partidario de la violencia injustificada y otra ser tan tonto como para dejarse golpear así por las buenas.

—Cuando quieras —respondió listo para levantar su muro antes de que Máscara fuera capaz de alcanzarlo.

Resultaba una escena bastante extraña, los dos en el dormitorio principal del Templo de Cáncer en posición de combate, su guardián todavía en ropa interior y el pelo revuelto, frente a un carnero vestido con toda su acostumbrada pulcritud. Y entonces Máscara de la Muerte lanzó su ataque, que se reflejó en el Muro de Cristal, dándole el tiempo justo al cangrejo de apartarse antes de que fuera a dar contra la pared, haciendo un agujero del tamaño de un puño. Máscara juró por lo bajo y se lanzó a por el carnero, sin contar con que, al intentar esquivar su golpe, el ariano resbalase con la alfombra y terminara tumbado sobre él en la enorme cama.

Cáncer quiso protestar, sacárselo de encima, pero el suave pelo de Mu resbalaba por su cuello, sentía su cálido aliento en la mejilla, el calor de su cuerpo sobre su pecho desnudo, y se descubrió aturdido por el deseo de besarlo y hacerlo suyo inmediatamente.

Otro que no sabía qué hacer era el carnero. Tumbado sobre el joven de pelo gris, con aquellos músculos que se marcaban por todas partes bajo las manos que había extendido para amortiguar el golpe, con la mirada sorprendida y confusa del cangrejo clavada en él, y sin pararse a pensar en lo que hacía o por qué, le plantó un violento beso al que se vio correspondido con la misma o mayor intensidad mientras su ropa desaparecía como por embrujo. Y besando el cuello del guardián del Templo comenzó a recorrer aquel firme abdomen hasta alcanzar la poca ropa que lo cubría, y se la arrancó con urgencia, riendo divertido al descubrir la poderosa erección que había provocado en sólo unos minutos.

Le sonrió provocativo y antes de que pudiera decir nada deslizó sus manos por los muslos mientras su aliento golpeaba contra su miembro. Cálido, demasiado cálido, tanto que Máscara jamás había sentido tanto calor en toda su vida. Sintió su lengua húmeda y juguetona quemar la fina piel, mientras un escalofrío recorría su espina dorsal y dejaba escapar un gemido. Eso pareció darle alas al ariano, que se dejó de juegos y se introdujo en la boca el impresionante miembro de Máscara, que no dejaba de gemir y de agitar las caderas desesperado. Desesperación que aumentó al sentir un inquieto dedo explorar los alrededores de su entrada antes de atreverse a entrar con mucho cuidado.

El dolor punzó un momento, y Cáncer gimió bajito, estrujando las sábanas con fuerza. Mu notó la tensión de su amante y dejó lo que estaba haciendo para besarlo con pasión, utilizando sus poderes para no dejar su miembro desatendido, intentando que Máscara se relajara.

—Vamos —susurró en sus labios entreabiertos—. No te haré daño, confía en mí.

Con un hábil gesto de la mano consiguió introducir un segundo dedo, a lo que el gimiente canceriano arqueó la espalda, pero cedió ante la anunciada intrusión de un tercer dedo, que se unió a los otros dos, que ya exploraban a sus anchas la estrecha cavidad del peligris, que volvió a agitar las caderas, ansioso porque el carnero hiciese algo más que jugar de aquella manera.

Mu debió de pensar lo mismo, porque sacó los dedos y se aferró a las caderas de Máscara de la Muerte antes de penetrarlo muy despacio, dejando que se acostumbrara a lo que, estaba seguro, no había hecho antes. Empezó a moverse con lentitud, aumentando el ritmo a medida que Cáncer empezaba a agitar las caderas al tiempo, mientras deslizaba sus manos por el cuerpo de Mu, olvidado todo dolor, sólo pendiente del placer de las embestidas y la masturbación de las que estaba siendo objeto, y a las que correspondió con un apasionado beso, hasta que no lo soportó más y se derramó en la mano de su amante, que se aferró a él con más fuerza para darle una última estocada antes de vaciarse en su interior.

Se dejaron caer en la cama, con las respiraciones todavía agitadas, mientras Máscara, instintivamente, acercó a Mu, que se abrazó a él antes de quedarse dormido. El mayor sonrió y se abrazó más a él antes de imitarlo y cerrar los ojos.

 

 

 

 

 

—¿Que has hecho qué? —casi gritó Saga, con el neceser en una mano y el cepillo de dientes en la otra.

Acababa de llegar de su viaje y estaba deshaciendo su maleta, mientras Mu le contaba cómo le había ido durante aquellas dos semanas, y la confesión de que se había acostado con Máscara de la Muerte lo había pillado por sorpresa. Miró a Shaka, sentado junto al carnero con los ojos abiertos como platos. Saga dejó a un lado lo que estaba haciendo, acercó una silla y se plantó delante de su amigo, dispuesto a prestarle más atención.

—No sé lo que me pasó, de repente estaba encima de él y… —sacudió la cabeza con un gemido de frustración. Aquel comportamiento no había sido propio de él, él no solía dejarse llevar por arrebatos, sino que meditaba las cosas antes de actuar.

—¿Sientes algo por Máscara? —preguntó el rubio un tanto dubitativo.

—No lo sé.

—Pero si te acostaste con él… —comenzó a decir Saga, pero fue interrumpido por Mu.

—Ya te he dicho que no sé lo que me pasó, no lo pensé, sólo reaccioné.

—¿Y él? ¿Te dijo algo? —preguntó Shaka.

Mu negó con la cabeza.

—Cuando me desperté ya se había ido, y ya sabes como es, no hemos sacado el tema.

—¿Vas a hablar con él?

Mu lo miró un momento. No estaba seguro de que aquella fuera una buena idea. Por un lado, deseaba saber qué pensaba Máscara acerca de aquella noche, pero por otro, teniendo en cuenta su carácter, no quería que lo mandara a freír espárragos de mala manera. Su cabeza le decía que sólo había sido sexo, pero su orgullo quería que aquello hubiese significado algo más para el cangrejo. Tal vez sí se atrevería a ir hasta Cáncer a averiguarlo.

 

 

 

 

 

Un Templo más arriba, su guardián estaba sentado en la barandilla del balcón, echando miradas furtivas al dormitorio mientras encendía un cigarrillo. Jamás se le había pasado por la cabeza la idea de acostarse con un hombre, fuera o no un compañero del Santuario, y no acababa de entender qué los había llevado a tener sexo de aquella forma. No era que se arrepintiera, sólo que no sabía a qué atenerse. Habían pasado de gritarse a no dirigirse la palabra desde aquel encuentro si no era imprescindible. Y a pesar de su apariencia fría y arrogante, no podía engañarse tratando de fingir que le había sido indiferente.

—Hay que joderse —susurró. Quién le iba a decir que un simple revolcón con el carnero lo fuera a afectar tanto. Una voz que lo llamaba lo hizo salir de sus pensamientos.

—¿Máscara?

Se giró y allí, en medio de su dormitorio estaba Mu.

—¿Podemos hablar?

—No tenemos nada de qué hablar —respondió con indiferencia.

—¿Ni siquiera de lo que hay entre nosotros? —preguntó acercándose y apoyándose junto a él en la barandilla, contemplando el paisaje.

—No hay nada entre nosotros.

—Eso no impide que podamos hablar.

Máscara bajó de la barandilla y lo miró a los ojos, de lo que se arrepintió de inmediato, sintiéndose hipnotizado por aquellos inmensos ojos verdes. A que iba a tener razón con aquello de que tenían que hablar, porque cada vez le resultaba más difícil contener las ganas de abrazarlo de nuevo. Pero aceptar aquellos sentimientos recién descubiertos habría sido demasiado fácil.

—A ver, cabeza dura, no hay nada de qué hablar, sólo fue sexo.

Aquello estaba empezando a ser lo de siempre, y Mu, por una vez, no tenía ganas de discutir. Había ido hasta Cáncer para poner en claro lo sucedido entre ellos, y si Máscara no quería hacerlo por las buenas, lo haría él por las malas. Le pasó un dedo por la camisa, abriéndola suavemente mientras rozaba su pecho.

—No te creo —le susurró con sensualidad en el oído, dándole un pequeño mordisco mientras deslizaba la mano por el interior de su camisa sin pudor.

Máscara no se molestó en contener un gemido ante las caricias del carnero. Total, ya no le servía de nada seguir fingiendo que no deseaba aquello. Pero esta vez quería ser él el que llevase las riendas. Le plantó un apasionado beso a la vez que introducía sus manos en el pantalón de Mu, que desabrochó con urgencia para devorar su intimidad allí mismo, alentado por los gemidos incontrolados que escapaban de la garganta de Mu, que había enredado sus manos en su cabello, urgiéndole a ir más deprisa, hasta que estalló gritando el nombre de su amante.

Agarró al carnero de la mano y lo llevó al dormitorio, quitándole la ropa por el camino y colocándose entre los muslos que separó con suavidad, acariciándolos con lentitud antes de aferrarse a las caderas y seguir subiendo, recorriendo el cuerpo de su amante con caricias, besos y mordiscos, sonriendo con lujuria ante la urgencia de Mu, que movía las caderas desesperado porque el cangrejo hiciese algo más, así que sin previo aviso introdujo un par de dedos en su entrada, que pronto fueron sustituidos por su miembro.

Mu sintió una corriente eléctrica recorrer su espina dorsal al sentir el miembro de Máscara abrirse camino en su interior con una certera embestida, imponiendo el ritmo rápido que les exigía su excitación, hasta terminar en un violento orgasmo.

Cáncer se acomodó al lado del carnero, todavía jadeando.

—¿Sigues pensando que sólo es sexo? —preguntó Mu entrecortadamente.

—¿Siempre tienes que estropearlo todo con preguntas? —dijo abrazándolo con fuerza.

—Esa no es una respuesta —protestó, pero se acurrucó entre sus brazos, luchando por mantener los ojos abiertos el tiempo suficiente para escuchar su respuesta.

—Tú nunca serás sólo sexo —respondió con un beso.

Mu sonrió y se acurrucó todavía más, cerrando los ojos. Para él, con aquello era suficiente. Viniendo de Máscara ya era bastante. Cáncer también sonrió y le acarició el pelo con ternura. Demasiados cambios en poco tiempo, pero aunque su relación fuese a ser algo más que sexo, no le cabía duda de que tendría una gran importancia para los dos.

—Hay que joderse —susurró con una sonrisa antes de quedarse dormido.

 

 

~~FIN~~

Ferrol (Galicia), España

21 - Enero - 2007


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