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PROTCOLO: GHOST por J Young

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Notas del capitulo:

Hola, se que he tardado mucho en actualizar, y me disculpo por ello, pero aca estoy de nuevo! 

El humo del cigarrillo inundaba sus pulmones. Calor condensando en el pecho. Al paladearlo, su lengua adoptaba el sabor metálico y fuerte del whisky añejado.

-Esto no tiene sentido, Mathew – cavilaba Irelia Akhil – La Singularidad, sí. Apareció en el espacio de Alexander Sher hace un tiempo, pero lo catalogaron como un fenómeno espacial. Como una supernova, o una nebulosa. Pero, ¿lo que tu insinúas? Alienígenas, seres indescriptibles… No puede ser posible. Algo así se sabría en todo el imperio.

Mathew fumaba posado en la única ventana de la habitación, mirando hacia abajo, al patio. Unos reclutas trotaban, otros se reñían, los oficiales vociferaban, y marines hacían sus rondas.

-Le dije lo que sé, Prefecta. – refutó – todo lo que recuerdo.

-Si lo que dices es cierto, si Alecia Corp. está intentando una clase de… contacto con lo que fuera que sea esta Singularidad. ¿Cuáles son sus objetivos? ¿Qué es lo que quiere lograr?

Se giró para verla. El lugar era sencillo; Suelo de piedra, y techos altos; un escritorio de metal alargado y bajo, con una silla fija de respaldo alto, con un enorme rifle de exhibición colgando justo por encima en la pared; una estantería a un lado con tomos físicos, medallas, y pequeños cuadros; y una bandera con la insignia del imperio a la izquierda de la puerta. La prefecta se encontraba parada casi en el centro, con las manos cruzadas en la espalda.

-¿Qué es lo primero que ve, cada crio del sector Koprulu, cuando aprende a andar?

-Un arma – suspiró – Conozco ese acertijo, pero Alexander Sher es casi dueño absoluto del comercio armamentista. ¿Por qué tomar tales riesgos? Provocar la ira de Valerian, pactando con alienígenas.

Mathew terminó el cigarrillo, y arrojó la colilla al cesto de basura en un gesto inconsciente.

-Esas criaturas no eran simples alienígenas.

-Según lo que me cuentas, sonaban como templarios Protoss.

Como un arconte Protoss. Sonrió con amargura. Esto es inútil.

-En comparación, estábamos desarmados. Nuestra fuerza se mermaba a cada segundo. Y lo que siguió, tres meses inconsistentes. Tres meses de imposible oscuridad, que se sintieron como un par de minutos – negó con la cabeza – Ni un Protoss me había provocado algo como eso antes. Ni arma Terran. Ni un zerg.

Cerró los ojos para serenarse. El neuroajustador absorbiendo la energía que había liberado, y ajustando.

-Tu sabes que es posible, Mathew. Incluso aquí trabajamos con pantallas psi, y catalizadores de poder. Y existen miles de técnicas para anular vuestros dones. No son imbatibles – desenlazó sus manos – nadie lo es.

-Como fuera. No me importa si Alexander Sher quiere iniciar otra guerra civil contra Valerian, los Umojianos, o los malditos Corsarios. – pasó una mano por su rostro – algo está pasando allí afuera en alguna parte del espacio. Algo me sucedió a mí y… al resto de mi escuadrón. Y no saberlo me está agotando la paciencia, prefecta – dio unos pasos para acercarse – necesito salir de esta Academia.

La prefecta Irelia Akhil lo miró con detenimiento, y fiel a su título de instructora en tácticas, preguntó:

-¿Qué te dijo exactamente Fullerton, para hacerte regresar?

Mathew volvió a girarse hacia la ventana, contrito.

-Eso es, prefecta, lo que quiero averiguar. Lo que no puedo recordar. Imágenes, ruido, disparos. Pero ninguna conversación – se volteó para mirarla – sé que Sabana y yo hablamos antes de encontrarnos en la nave. Que fue a buscarme en persona. Pero ¿Qué me dijo? ¿Qué era tan importante como para reunir al equipo?  - Negó nuevamente con la cabeza – hay un montón de agentes a quien Hammacher pudo haber citado, pero Sabana pidió por nosotros.

-Estaba sola, trabajando para Alecia Corp. incluso, tal vez de encubierto. Pudo haber sentido dudas, Mathew. De repente algo en el meollo del asunto no le gustó, pero estaba demasiado adentro como para salirse, y quería gente de confianza a su alrededor.

-No lo creo. – Respondió Mathew, recordando el rostro de su compañera captado por el ojo óptico – Parecía verdaderamente entusiasmada con toda esta operación. Y estaba esa oficial, Erika Riwood… sus ojos brillaban con absurda admiración cuando nos la presentó.

-Pudo haber estado actuando. La conoces, me atrevería a decir mejor que nadie, y sabes cómo es todo esto.  

Mathew se mesó el cabello.

-Pero si así, entonces ¿Para quién trabajaba? ¿Hammacher? ¿Alguna otra organización secreta? Y sobre todo ¿para qué nos quería? – se humedeció los labios–  ¿Chivos expiatorios? ¿Testigos de algo que no pudieron ver? ¿Únicos sobrevivientes de una misión ridícula y nefasta?

Irelia Akhil no respondió, y el silencio se ensanchó entre ellos en los minutos que siguieron. Mathew miró por la ventana, el escenario poco había cambiado; novatos inútiles haciendo ejercicio, oficiales fanfarroneando, un joven rubio que corría en solitario…

-Sabes que recuperaron la nave, ¿verdad? – volvió a hablar la prefecta.

Mathew asintió.

-El imbécil de Dalton Dojhall me lo mencionó.

Irelia Akhil caminó hasta situarse a su lado

-Técnicamente tú, y el resto de tu escuadrón, fueron catalogados como los únicos sobrevivientes como bien lo dijiste, pero eso es solo porque…

Ella sigue con vida. La miró a los ojos. Ella está muerta.

-Porque…

-Porque la nave estaba vacía – dijo al final –Si, había signos de batalla. Pero todo estaba intacto, todo estaba en su lugar… y por lo demás, ni rastro de la tripulación. Ni un cuerpo. Ni un alma. Solo era un cascaron vacío surcando el espacio.

Antes de abandonar la torre de los oficiales, la prefecta volvió a llamarlo por la espalda.

-¿Qué es esto? – preguntó Mathew, tomando el carpetin que tendió por el escritorio.

-Un camino.

Dio una ojeada rápida. Se trataba de informes; fotografías y descripciones.

-¿Acaso quieres de torturarme, y ponerme de niñero de estos novatos?

-Te estoy dando la opción de elegir a tu escuadrón, lo que es toda una oportunidad.

-Son unos críos – refutó Mathew con cansancio.

Ninguno de ellos estaría a su nivel. ¿Aun con el neuroajustador? Sobre todo, con el neuroajustador.

-Si encuentras alguno que sea de tu interés, házmelo saber. – prosiguió Irelia Akhil, haciendo caso ominoso de sus caprichos – Y Mathew, examina hasta el último de ellos ¿De acuerdo?

Mathew asintió con entendimiento, y se retiró con los expedientes bajo el brazo.

 

 

 

 

Ofrenda.

Esa era la palabra que acudía a la mente de Mathew. La única que podía adjudicar, a la expedición de la que había sido parte

Luego de repasar una y otra vez todo lo que recordaba, todo lo que le habían mostrado la grabación obtenida por el ojo óptico de Karl, había llegado a esa conclusión. Desde la clase de nave utilizada, el personal, hasta el cuerpo de oficiales, todo allí ostentaba un aire ceremonioso, ensayado y especial. Planificado.

Pero el cargamento fue lo que terminó por confirmar su teoría; las estatuas de mármol de toda clase de criaturas, la magnífica representación de la reina de espadas, las banderas, los símbolos, la cantidad desmesurada e invaluable, de mineral y piedras preciosas.

Como a un dios antiguo, la nave entera era una canasta, y todo en su interior, el tributo.

Pero ¿Para quién? ¿para… que? Mathew conocía a fanáticos de toda clase: animas que sucumbían a los efectos del terrazine; adoradores de la antaño Reina de Espadas, la salvadora del universo; profetas de los Xel’naga, agriosos del vacío, y de criaturas más extrañas aún. Hasta había tenido la suerte de luchar contra los tal’darim, cuyas costumbres eran, entre los Protoss, de lo más salvaje y sanguinaria.

Pero sabía que ninguno de estos adoraría lo que fuera que habitaba, o provenía, de lo que llamaban la Singularidad. Alexander Sher había sido muy meticuloso a la hora de evitar que nada escapara de su pequeñísima porción del sector, pensó. Así estuviera tratando con un nuevo poder, o tipo de energía, lo quería solo para él.

No escatimaría en costos ni en bajas, pensó. ¿Ofrenda, o sacrificio? ¿Cuál era la diferencia?

Tarde o temprano la información se filtraría, todo el imperio voltearía sus ojos hacia aquellos mundos. Si es que no lo habían hecho ya. Y Mathew también sabia, que por inercia se vería arrastrado en la marejada. Que, en el espacio, todas las cosas que eran más grandes que uno, inevitablemente terminaban por condicionar sus siguientes pasos. Como la fatal atracción de un agujero negro, o la onda expansiva de una supernova.

Un nuevo encargo. Una nueva misión. Una nueva guerra.

No tenía intención de que eso sucediera. No pensaba quedarse con el culo plantado en aquella estúpida academia hasta que los acontecimientos arribaran hasta él. Debería actuar.

¿Qué te dijo Fullerton, para hacerte regresar? No tengo idea, pero pienso averiguarlo.

Muy a su pesar, el único camino que veía factible, por el momento, para salir cuanto antes de la luna de Ursa, era el brindado por la prefecta Irelia. Sentado en el suelo del camarote que le habían proporcionado, leyó detenidamente cada uno de los informes de los novatos. Y ninguno servía, a menos que su objetivo fuera estar mínimamente, dos años más en el programa.

Eso, si no terminaba por perder la paciencia, y asesinando a más de un pobre diablo que se le cruzara en el camino.

Además, estaba el documento al final de los expedientes. Aquel del que la prefecta hizo énfasis. Y entre palabrería burocrática, básicamente decía:

Por decreto del CoronelHammacher Armand y el Cuerpo Oficial de Administración Militar, se ordenado transferir a los agentes <> que fueron capturados luego del repentino brote psicótico sufrido entre las fechas xx-xx-xxxx y xx-xx-xxxx, a las instalaciones de la Academia Fantasma de la luna de Ursa, para que sea evaluado su desempeño y reinserción al servicio.

De modo que Mathew ya no sería especial.

Si algo caracterizaba a los agentes luego de graduarse de la Academia, era el desgaste de capacidad para trabajar en equipo. Y estaban punto de meter a un montón de tipos desquiciados al lado de un montón de novatos que no sabían la verdadera forma de zergs. Y si para Mathew ya era un infierno estar allí, no quería imaginar lo que sería para aquellos que solo se limitaban a hacer sus encargos. Los que no proferían palabras. Los que eran nada más que un arma del imperio: fríos y mudos, una muerte calculada y silenciosa.

No pensaba quedarse para ver los resultados de aquel experimento. Si quería salir de allí, debería hacer trampa en clases, adelantarse. Y de nada la servía un escuadrón de novatos a los que no le habían bajado las bolas.

Necesitaba hacerse con uno que ya se encontrara en la carrera.

 

 

 

Corría la noche. Los marines hacían sus rondas por los pasillos, cerciorándose de que los reclutas no rompieran el toque de queda más que para ir al baño. Algunos jugaban a los naipes en la cafetería, despojados de sus trajes, otros dialogaban con su compañero de turno, sobre el trabajo, sus mujeres, sus hogares. Y estaban los que simplemente se limitaban a hacer para lo que los habían contratado: observar con aburrimiento, deseando que algo interesante pasara.

-Valerian hace mal en no responder a los ataques de los corsarios – decía el de la cicatriz en el rostro, que fumaba un habano – debería asestar el primer golpe, y masacrarlos a todos.

-Que Valerian no es su padre – replicaba su compañero, más joven y menos curtido, pero más sensato – y además ¿Quiénes son esos Corsarios? Parecen insurgentes, nadie conoce el rostro de sus cabecillas.

-Bah, deberían de capturar a uno de aquellas naves que tanto les gusta provocar, y retorcerles las pelotas hasta que cante un nombre.

-¿Hablas de torturar? ¡Valerian jamás de haría tal acto repudiable! ya te digo, que la diplomacia es su fuerte, el acabara con esto sin derramar una gota de sangre.

-Y yo te digo, que lo que tiene es miedo, chico. Eres muy joven para entenderlo.

Mathew, que había estado escuchando la conversación agazapado en las sombras, dio un paso para dejarse ver. En la sorpresa, el marine de mayor edad levantó el rifle de asalto, apuntándole al pecho.

Eso no te serviría ni en tu mejor día.

-A la cama, Chaval. Hay toque de queda por órdenes del subdirector.

Mathew los miró en hito. El viejo ahora expresaba indiferencia, pero el rostro del más joven se había retorcido en una mueca de recelo. Mala cara, chico. Pensó. Sin duda, te hace falta aprender. En el lugar equivocado te costaría el pellejo.

-¿El subdirector? – preguntó en su lugar, con un levantamiento de cejas, encantador e ingenuo al mismo tiempo. - ¿El mismo que los ha mandado a revisar los váteres, en los baños? 

El joven hizo asomo de querer replicar, pero al instante, embaucados bajo la voz y los ojos de Mathew, la expresión de ambos cambios abruptamente.

-Ya te decía que nos tocaba hoy en los baños – reprendió el viejo a su compañero más joven – mueve el culo, chaval ¿o quieres que el subdirector se las de con nosotros?

Al instante, se alejaron pasillo abajo, y la conversación volvió a tomar su antiguo curso, sobre los Corsarios, y el emperador Valerian.

-…¿Qué hay de su vida? la prometida parece ser una gran mujer…

-…Los Umojianos tienen leche en las venas…

 Mathew contaba con algunos minutos, antes que los guardias apostados allí los mandaran de vuelta a sus puestos, en la entrada de los dormitorios. Aunque claro, jamás recordarían que él estuvo por aquel lugar, ni entenderían el porqué, de su repentino paseo por los pasillos.

La acción hubiera sido imposible si los marines en cuestión hubiesen llevado puestas, como les habían ordenado, sus pantallas psi. Mathew había estado todo el día, almacenando a cuenta gotas, energía psionica para llevarla a cabo. Las mentes débiles eran fáciles de manipular, pero a causa del neuroajustador, hacerlo lo había dejado exhausto en aquel aspecto.

Para su suerte, los marines eran estúpidos, y esa suponía la única barrera que debía flanquear. No habría centinelas de allí en más, o estarían centrados en sitios más específicos, como el lobby, el patio, o fuera en los barracones, holgazaneando. Después de todo, a esas horas se esperaba que los reclutas estuvieran en sus camas, y las otras áreas de la academia no requerirían siquiera supervisión. Si se topaba con algún otro, sencillamente mentiría.

Entró a la cafetería, débilmente iluminada por la luz nocturna, y uno que otro farol. Los soldados que jugaban a los naipes reían a carcajadas, y tomaban cerveza. No estaban de turno. Ni caso le hicieron. Mathew se dirigió hasta la barra, y pasó por la puerta que había a un lado de esta, la que daba a la cocina.

Dentro, la luz era más fuerte, más pura. El rumor de una máquina se escuchaba en el ambiente cargado de olores a desinfectante y comida grasienta. Mathew anduvo más allá de los artefactos automatizados, y de los enormes refrigeradores y surtidores, hasta la puerta corrediza del almacén de descarga.

No se requería mucho personal para hacer funcionar aquel establecimiento, con una docena, u docena y media de personas bastaba. Pero siempre había alguien que estaba cargo, que conocía el lugar y el funcionamiento de los trastos como nadie, que era un veterano tratando con chiquillos imberbes, ya que estaba entrenado para alimentar a todo un batallón.

Mathew sabía que lo encontraría en el almacén, ya que era el día en que llegaban los navíos de suministros, directo desde Korhal. Había cajas y capsulas apiladas por todas partes, y sin querer, tropezó con una haciendo que otra más pequeña despuntada en la cima callera, rebotando con estrepito metálico.

-¿¡Quién es!? – farfulló una voz áspera, desde algún lugar entre las arcas - ¡Largo! ¡Está cerrado!

Mathew se encaminó hasta su origen, y al doblar en un recodo, casi choca de lleno con la barriga del hombretón bajo. Hubo un asomo de incertidumbre en su rostro al verlo, y luego, una contrariedad iluminada.

-¿Hanson? Qué demonios… ¿Acaso estoy ebrio?

Su nombre era Bob Burcham; calvo y gordo, de mejillas rubicundas y bigote espeso y gris; lucía una grasienta chaqueta color rojo, pantalón oscuro, y gruesas botas negras. La mitad de su brazo izquierdo era lo más destacable de su imagen, ya que se trataba de una enorme pieza robótica de acero oscuro, con terminación intercambiable; las enormes pinzas que usaba en aquel momento giraban sobre su propio eje, abriéndose y cerrándose, impacientes.

-No lo estas, Bob – dijo Mathew – pero nada que no pueda arreglarse.

-Qué demonios, chico. Un momento ¿Percy está contigo, en alguna parte, esperando?

Mathew esbozó apenas una sonrisa.

-No tengo idea de donde esta Stella, pero no se encuentra conmigo. Puedes estar tranquilo.

El hombre se relajó.

-Bien. Ahora, ¿piensas decirme que haces aquí, o solo estas de visita? – preguntó, al tiempo que le daba la espalda y tomaba con la mano robótica una pesada caja de una pila, y la ponía en el suelo.

-De verdad no te enteras de nada, ¿Eh? – replicó Mathew – ¿hace cuánto a que no sales de esta cocina?

-Estoy viejo, chico. Y mi mente comienza a fallar. – Bob sacó de algún lado un pequeño taburete, y tomó asiento –  Al poco bien tu podrías ser un fantasma que viene a acabar con mi vida.

Mathew rio ante el juego de palabras, he hizo su tanto acomodándose en una caja.

-Te lamentas como una vieja, sí. Pero si te interesa saber, ahora mismo estoy en penitencia.

-No tienes casó. – negó con la cabeza –  Tú y Percy, montaban unos líos aquí dentro y aun así siempre se salían con las suyas, y os llevabais lo que fuera que escondieran en esas cajas. ¿Qué hicisteis, para que lograran pescarte?

-El juego se volvió aburrido – contestó Mathew, con indiferencia – me deje atrapar.

-Bien. Eso no es para nada propio de ti. De modo que dime con sinceridad, ¿Qué puedo hacer por ti?

Mathew se mesó el cabello, pensando. La prefecta Irelia le facilitaba información, pero no la suficiente. No soportaba hablar con los novatos, y menos aún con los prefectos y sus miradas recelosas. Los marines solo deseaban tener la oportunidad de dispararle, y la incapacidad de conectarse a la red del dominio lo tenía prácticamente aislado. De modo que dijo:

-Necesito saber que ocurre allí afuera. Parte de mi condena implica que nadie me cuente nada, y quiero saber que está pasando ahora mismo.  Pero nada de tonterías, como la boda de Valerian, y esas estupideces.

-Pues, lo de Valerian es lo único interesante, chico – Bob rebuscó en su chaqueta grasienta, y sacó una botella pequeña de metal, a la que desenroscó y dio un sorbo antes de hablar – y supongo que lo de no enterarme de nada era solo un chiste. En fin, los ataques de los Corsarios se han intensificado, hablan de rebelión, anarquía, y esas chorradas. Inmolaron una poderosa nave de la flota real hace poco, aunque claro, esta se encontraba en un puerto de mantenimiento, lo que prácticamente resultó solo un atentado sin víctimas. Aun así, los adeptos a sus filas siguen incrementando.

-Los corsarios me traen sin cuidado, que más.

-Un leviatán zerg ha sido avistado en el espacio terran, sin embargo, la bestia parecía muerta. Un pedazo de carne en descomposición. No había reina al mando, ni colmena, ni ninguna otra criatura zerg. Y nadie sabe con exactitud como llego allí. Apareció de la noche a la mañana. Una compañía que trabaja en investigaciones biogenéticas alienígenas la reclamó, y el senado le concedió permiso para estudiarla.

Mathew sufrió un estremecimiento en su espalda, que disimuló con su voluntad férrea. No necesitaba unir puntos para encontrar enormes similitudes con su propio episodio. O tal vez, solo estoy viendo fantasmas.

Bob, sin embargó, pudo leer su reacción, y le tendió la petaca. Mathew la aceptó y bebió, y al instante, un licor fuerte inundo con fuego desde su garganta hasta su pecho.

-Y hay más, pero lo que te voy a decir no te lo enteraste por mí – prosiguió el hombretón gordo.

-En lo que respecta, ahora estoy en mi cama, masturbándome antes de dormir.

Bob soltó una risotada, tosió y, por último, carraspeó. Mathew le regresó la botella con licor.

-Van a traer a una de esas tandas de agentes que se desquiciaron, de vuelta aquí a la Academia – su rostro se había tornado en seriedad – el subdirector en persona pidió por ellos… les presentara la oportunidad de ser voluntarios en sus investigaciones.

Presentar oportunidad era una bonita forma de decir obligara.

-¿Qué tienen de especiales estos agentes? – pronunció Mathew sus dudas, inconscientemente.

-Dímelo tú, Hanson. Tú no pareces haber perdido la cordura.

Mathew pasó una mano por su rostro.

-Yo no estaría tan seguro, Bob, pero gracias por el cumplido.

La conversación siguió un tiempo más, desviándose por diferentes rumbos; Si habría guerra, o no, desde el nuevo régimen que buscaba afianzarse en la Academia, los cada vez más inexpertos novatos, hasta al pasado, cuando Mathew pertenecía a ese último grupo y el sinfín de fechorías que llevaba a cabo al lado de Stella, muchas de las cuales dejaban en una situación embarazosa a Bob Burcham.

Antes de marcharse, cuando ya el licor había encendido su rostro como si tuviera fiebre, y el cocinero Bob soltaba risotadas por absolutamente cualquier chiste vulgar de Mathew, soltó, simulando vacilación.

-Estoy en el programa de nuevo, por si no lo sabias. Quieren someterme a una dura prueba Psi – mintió – de nivel experto. Y quería saber si tu tendrías… algo para ayudarme a pasarla.

El rostro de Bob se contrario.

-Ni hablar, chico. Te pescaran. – se negó – Grosenvor está metiendo las narices en todos los rincones de la academia, y el subdirector os analiza hasta los meados. Puedo hacer la vista gorda con los que vienen a buscar sus mercaderías personalmente. No es asunto mío. Pero no puedo arriesgarme.

-Mira – Mathew se puso de lado, y tiró de su oreja para dejar ver la fina hendidura metálica de la parte interna – ¿Ves esto? Me lo pusieron al llegar acá. Es un pedazo de mierda electrónica, que no me deja dormir – Se acercó para ganar confidencialidad – solo quiero colocarme un poco unas noches antes de el examen, ya sabes, para estar relajado.

Bob lo pensó, mirándolo de hito en hito. Mathew le mantuvo la mirada, reflejando falsa sinceridad, y el hombre suspiró.

-¿Qué necesitas?

-Algo fuerte. Lo más fuerte que tengas.

-¡Ja! Menudo yonki te has convertido.

Bob se quitó una bota, y rebuscó en su interior. Como Mathew sabia, aquella extremidad tampoco existía en su cuerpo.

-Ten – dijo, tendiéndole una fina capsula de unos cinco centímetros de largo – Qourum refinado. No te lo zampes de una, a menos que quieras palmarla. Un cuarto de capsula por vez.

Mathew quedó perplejo, dudando por un instante de si se trataba de una broma a la cual caería cuando lo aceptara. Una sola capsula de qourum refinado debía de costar una fortuna. Y él la estaba recibiendo a cambio de nada.

-G-gracias, no sabes cuánto me ayudas - dijo, tomándolo y escondiéndolo en su propia bota, en una vieja costumbre – no sé cómo pagártelo

Bob ya estaba en pie nuevamente, reanudando las tareas de las que había sido interrumpido, dándole la espalda.

-Con que Percy no se meta en mi cocina me es suficiente… aunque envíale mis saludos si la vuelves a ver. Ahora, vete, chico. Antes de que alguno de esos marines se le ocurra entrar a intentar hacerse una hamburguesa.

 

 

 

Desde su vuelta a la Academia, Mathew no realizaba ninguna rutina en específico. Poseía más tiempo libre del que jamás había tenido en su vida. Y era tiempo desperdiciado.

Estar en el programa de nuevo, no significaba tener que seguirlo. Si, asistía a las fútiles clases teóricas de Orson When, y practicaba toda la calistenia y ejercicios físicos a los que eran sometidos los novatos, pero solo porque los marines lo sacaban de su litera a punta de rifle de asalto. Por lo demás, estaba vetado de cualquier otra clase u actividad.

No podía visitar la armería, ni el campo de tiro. Las pruebas de simulación de combate requerían de un escuadrón, y él ni siquiera era bienvenido como espectador. Su solicitud de entrada al hangar fue denegada con sorna y carcajada por parte del oficial a cargo, y se crispaba con la sola idea de asistir voluntariamente a las clases psionicas de Carol Grosenvor, aunque tenía que admitir que sería interesante.

Por otro lado, Ezekiel Yu le había concedido la oportunidad de seguir participando en las clases de Combate Cuerpo a Cuerpo, con la condición de que no se enfrentara a ningún recluta a menos que este no contara con contrincante, lo cual era muy infrecuente. Sin embargo, aquello se acabó cuando Mathew provocó la ruptura de muñeca a una novata, y aturdió hasta la inconciencia a otro novato.

Desde entonces, luego de los gritos y amenazas de Yu a escasos centímetros de su rostro, solo servía como supervisor de los combates.

Aunque se aburría en sobremanera, y su lucha constante con el neuroajustador lo inundaba de una ira fría y dolorosa, nada le impedía observar, estudiar su entorno, y esperar.

Los reclutas eran jóvenes, adolescentes apiñados en un internado. Y como en cualquier otra institución, se sucedían las mismas actitudes, los mismos comportamientos que conllevaba vivir lado a lado con otras personas de sus mismas edades, así fuera en una academia militar. Formándose normas y pautas entre ellos, roles que respetar, reglas implícitas.

Mathew lo sabía, en parte, porque también lo había vivido.

Aunque estaban prohibidas las relaciones interpersonales, Mathew reconocía a las parejas con tan solo ver como se miraban entre las mesas a la hora del desayuno. Identificaba aquellos cuya presencia marcaba autoridad, y a los otros que se limitaban a seguir el programa, eventualmente, subyugándose.

Los que se pasaban el tiempo en el gimnasio, y los que preferían la biblioteca. Los obsesionados con la energía psionica, y los apasionados por las armas. Los perezosos, los taimados, los inteligentes y astutos, y los que solo querían medallas de honor. Tal vez, desde siempre, el imperio se esforzará por moldearlos a todos ellos con el mismo cuchillo, pero no podían hacer nada para evitar sus aspiraciones y deseos humanos. 

Nada, más que una resocialización neuronal con toda la letra, claro.

Mathew prestaba atención a un asunto en particular: el contrabando. En ese aspecto, los reclutas se convertían casi en reos de filmes. No era difícil meter algo en la Academia, como bien sabia, sino mantenerlo oculto. Que no te atraparan con él.

Aquellos reclutas que tuvieran contactos externos, así fueran hijos de personas importantes, como un senador, eran los proveedores principales. Tan solo necesitaban contar con alguien en el servicio de distribución del Domino, más precisamente de Korhal, que enviaba naves con suministros de abastecimiento, todos los meses a la Academia.

De esta forma, se metía cualquier tipo de cosas que cupiera en una capsula de vegetales u otro alimento, por medio del almacén de la cocina. La moneda de cambio prácticamente no exista, los reclutas comerciaban entre ellos otros objetos, como alcohol, drogas, armas de poca monta, créditos obtenidos, o servicios.

En el patio recreativo, bajó los rayos del sol, Mathew observaba, mientras los reclutas practicaban captura la bandera entre obstáculos. Los oficiales conversaban entre ellos y supervisaban con desgana. Los marines hacían sus rondas. Y a la sombra de un muro, un escuadrón de hombres reía y blasfemaban, pasándose uno a uno un balón.

En un momento, otro grupo de reclutas se acerca al primero, y un novato flaco como una lanza se detiene, pretendiendo que conversa con uno de los otros cinco, de complexión física desmesurada, con músculos demasiado tonificados. Dialogan alrededor de cinco minutos, luego se palmean las espaldas, y se despiden con un rápido saludo que implica entrechocar sus manos. Los oficiales apenas si le echan un vistazo.

Aquel era el indicado, pensó Mathew, abandonando rápidamente el patio al igual que el recluta delgado, que seguramente se excusaría con vacilación de sus demás compañeros para estar a solas un rato. No podría darse a entender, y tampoco le interesaba demasiado.

Mathew se dirigió directo al baño de hombres. Se cercioró de que estuviera vacío, y sacó de su bota la capsula de qourum refinado que le había dado Bob Burcham, y una jeringuilla que no le costó para nada robar de la enfermería. La llenó de agua de un lavado, y diluyó tres cuartos capsula en ella, deshaciéndose del restó por el desagüe.

Una pena. Pensó, mientras ajustaba el objeto de vidrio y plástico. Letal, pero no lo suficiente.

Luego, buscó el cubículo intermedio entre la pared y la entrada, y se sentó en el retrete, a esperar. Un robot de limpieza trabaja justo en pared a su lado, con su andar lento y perezoso. Mathew se distrajo recordando un episodio, en el que, presas del hastió y la indisciplina, él y sus compañeros habían llevado a cabo un exterminio de las pobres criaturas metálicas, compitiendo por quien hacia estallar la mayor cantidad.

Estaba tan absorto en sus pensamientos y en el particular roer del agua en el interior de las paredes, que casi no escuchó los pasos del exterior. Con un rápido sondeo psionico que mermo su energía, se percató de que no se había equivocado, y sin perder tiempo, salió de su escondrijo.

El recluta ya se estaba metiendo a la última caseta contra la pared, Mathew lo alcanzó antes de que lo hiciera y la puerta se cerrara, lo que podría significar perder su única oportunidad, y tomándolo antebrazo y la nuca, aprovechó su sorpresa para empujarlo dentro, solo los dos.

-¡Oye! ¿¡que mierda te sucede!?

El novato había caído de bruces contra el retrete, y se sostenía a duras penas al tiempo que se daba la vuelta. Mathew lo miró con frialdad calculada.

-¿Qué carajos…?

Sin previó avisó, Mathew extrajo la jeringuilla y se abalanzo sobre el recluta, inyectándola directamente en su cuello con una mano, y ahogando sus gritos con la otra.

Hubo un forcejeo rápido, de resistencia física inútil, y energía psionica liberada. Pero ya era muy tarde, el efecto de la sustancia era casi inmediato. Mathew no desvió ni un segundo la mirada: por sus ojos danzó el terror, la sorpresa, la ira, y luego, la inconciencia. El cuerpo del adicto se desplomó a un costado, y Mathew dejó la caseta abierta al salir, para que alguien lo encontrara.

Se lavó en un lavado, y al salir de los baños de hombres, y pasar bajo las cámaras puestas en la entrada de los dormitorios, esbozó una sonrisa concienzuda al tiempo que metía las manos en los bolsillos de sus pantalones.

 

 

 

Ocurrió un ajetreo polémico. Un protocolo el cual seguir, y las fuerzas de las autoridades, repentinamente espabiladas, que tomaron cartas en el asunto. Mathew presenció cómo los novatos eran víctimas de sus acciones, un nerviosismo generalizado, y el descontrol mantenido a raya.

Para el final, entre otros tantos castigos, un culpable fue hallado y sometido a las comedidas consecuencias.

-¡Soltadme! ¡Maldita sea! ¿Acaso sois estúpidos? – se debatía el recluta mientras los marines se lo llevaban - ¡Que solo les doy pastillas para dormir! ¿Saben lo que es tener los pensamientos de decenas de imbéciles en tu cabeza? ¡soltadme!

Yo lo sé. Pensó Mathew, al verlo pasar a su lado. Te entiendo, pero no es tan grave como lo pintas. Es un puto asco.

-¡Mi padre se enterara de esto! ¡Los voy a matar a todos! ¿me oyen? ¡les quemare la puta cabeza!

Uno de los marines, harto del parloteo, hizo aparecer una pequeña macana en su mano, la que aplicó sin remediar en la espalda del joven, que sufrió una descarga eléctrica, quedando aturdido casi al instante.

Más tarde, Mathew encontró a Irelia Akhil en su correspondiente despacho en la torre de los oficiales.

-Ninguno de estos niños me sirve – anunció, arrojándole el carpetin de vuelta por el escritorio.

La prefecta suspiró.

-Mathew, yo no puedo hacer…

-Pero ya me he decantado por otro escuadrón. – la interrumpió, mirándola fijamente a los ojos.

 

 

---

 

 

Los hologramas tridimensionales se movían por el campo de tiro; figuras de luz azul que representaban unidades terran se enzarzaban en una lucha contra criaturas zergs avivadas en luz roja. Desde su posición, Kay Sheky se esforzaba por darle al enemigo.

-Lo piensas demasiado – reñía Grace – Tienes que ser uno con el arma.

-No es tan fácil – Refutaba Kay entre dientes – se mueven muy rápido.

-Es la velocidad indicada para nuestro nivel, genio.

El Campo de Tiro quedaba justo a un lado de la pequeña armería; un ala enorme separada en secciones donde los reclutas podían practicar su precisión y puntería, con la ayuda de más de una docena de simulaciones holográficas. De esta forma, si bien ni las armas ni la munición eran reales, o el ambiente tan inversivo como el de las clases de combate, lograba agudizar sus sentidos en ejercicio ameno, pero efectivo.  

Hayden se encontraba de pie sobre la plataforma con aspecto de barricada semicircular, junto al resto de su escuadrón, calibrando y ajustando su rifle, distrayéndose cada tanto solo para echarle un ojo a Luke Hite, quien supervisaba los preliminares de la clase. Kay y Grace estaban asomados al borde, con los ojos puestos en las mirillas de sus rifles; Grace daba indicaciones, advertencias, y un que otra burla entre risas, mientras que Kay se resignaba solo a disparar.

-¿Saben qué? ¡Perdieron mi paciencia! – Había vociferado Jonas, durante el desayuno de hacía unos días, dando un golpe sobre la mesa.

Hayden estaba tan concentrado mirando a su alrededor que había pegado un leve respingón en su asiento. Grace y Kay que, como todas las mañanas, se reñían y discutían por algún tema sin sentido, callaron de inmediato y se giraron para ver a Jonas, asombrados. Todd continuó dando cuentas de sus gachas como si nada hubiera pasado.

-Se los advertí, chicos. – dijo con un bostezo. - ¿Me prestas tu tenedor, Hayden?

-Cada día es lo mismo; nos sentamos los cinco aquí para desayunar como un equipo, pero ustedes prefieren incordiarnos al resto con sus estúpidos pleitos.

-No es para tanto, Jonas – comenzó a balbucear Kay – Solo era, solo estábamos…

- ¡Kay empezó! – Lo interrumpió Grace - ¡Me llamó estúpida por reprobar el examen del otro día!

-¿Qué? Lo único que dije fue que deberías haber estudiado lo que puntualicé, y no hacer el tonto con Barret Bobbles.

-Estas celoso porque eres un inútil con las armas – Lo atacó Grace.

Las mejillas de Kay se encendieron.

-Por lo menos yo no tengo el coeficiente intelectual de un zángano.

Al instante Grace profirió en una sarta de insultos, que se tornaron cada vez más bajos a medida que Kay respondía.

- ¡Eres un capullo! ¡Y estoy segura de que te encanta chupar…!

- ¡Suficiente! – Jonas volvió a golpear la mesa con el puño - ¡Callaos los dos!

Algunos reclutas de las mesas contiguas se habían volteado para ver que sucedía, y Hayden se removió en su asiento, incomodo.  

-¿Por qué tus cubiertos son mejores que los míos, novato? – le preguntó Todd, admirando el tenedor muy cerca de su rostro.

-¡Estoy harto de vuestras actitudes! – Continuó Jonas – Puedo tolerar una o dos pullas, lo entiendo. Son mis compañeros, y ambos sois mis amigos. Puedo entender que no se lleven bien. Pero no puedo aceptar que vuestro comportamiento nos afecte como equipo.

-¿A qué te refieres, Jonas?

-Estoy hablando, Kay. No me interrumpas – Se masajeó las cienes para serenarse – miren, vuestros puntajes individuales han sido muy bajos últimamente. Kay, de verdad necesitas mejorar tu uso con las armas. – El joven desvió la mirada – y Grace, no pongas esa cara, tus notas conceptuales son muy pobres. No, no digas nada – Jonas juntó las manos a la altura de su cara, y puso su típico rostro de concentración – Trabajarán juntos de ahora en más, dependerán el uno del otro. Kay, continuaras dándole clases teóricas, y por tu parte, Grace, te encargaras de que Kay mejore su puntería con el arma. Sin faltas, y sin estupideces.

Ambos dos intercambiaron una mirada por encima de la mesa.

- ¿Y si me rehusó? – preguntó Kay – ¿y si alguno… no asiste al horario establecido?

-No me has entendido, Kay. Lo harán porque yo soy el líder, y se los estoy ordenando. Si reniegan de esta orden, me estarán diciendo que no están de acuerdo con mi liderazgo. Y no me quedara otra opción que solicitar un cambio de escuadrón para cualquiera, o los dos si es el caso. ¿Creen que no puedo hacerlo, o me han entendido?

Grace, quien estaba con los brazos cruzados, los desenlazó de repente, y los miró uno a uno.

-No puedo ayudarte en esta, Kamikaze.

-Lo haremos. – cedió al final, con un suspiro - No tienes que echarnos ni nada, Jonas. Nos comportaremos como dos soldaditos. ¿Verdad, Kay?

-Si, trabajare con Righte, si es lo que quieres, Jonas.

-No voy a echarlos – esta vez, fue el líder quien suspiró – solo no me obliguen a hacerlo. Hayden, ¿me alcanzas mi botella de agua?

El golpe en la mesa la había mandando a rodar hasta el otro extremo. Hayden se estiró para tomarla y se la tendió

- ¡Lo has matado! – prorrumpió Grace, entre risas - ¡No puedo creerlo!

-Ese marine era un estúpido – se defendió Kay, mientras la simulación con la que estaban practicando, terminaba – estoy seguro de que ni siquiera tenía licencia.

Hayden los escuchaba, mientras paseaba la vista por el lugar; Mas reclutas subían a sus plataformas, algunos practicaban, otros solo esperaban la orden de Luke Hite, quien conversaba con Tarrence.

No está aquí.

-¡Ey, Novato! – Llamó su atención Todd, quien sostenía el peso de su cuerpo apoyado en la culata del rifle apuntando al suelo, en una posición para nada aprobable. - ¿Qué estas mirando?

Hayden se rascó detrás de la cabeza, caminando hacia donde estaba. A su lado se hallaba Jonas, de pie con el rifle colgando del hombro, y una tableta en sus manos, dando un vistazo a las simulaciones, tal vez.

-Nada, nada. Solo estoy mmh un poco impaciente.

- ¿Estás seguro, de que no estabas viendo a Luke Hite?

Hayden se ruborizó.

- ¿Qué? ¡No! Yo… solo estaba…

-Tranquilízate. – Todd se río – de todas formas, entiendo si lo haces – simuló una mirada perdida – él es tan atractivo.

-Sí, tan atractivo como una aberración – Se unió a la conversación Kay, poniendo los ojos en blancos.

-Tan atractivo como tú, Kay. ¿ya terminaste de flirtear con Grace?

-Ja, ja. Muy gracioso, Olwhys.  

Antes de que ninguno pudiera replicar, Luke Hite apareció al pie de la plataforma. Vestía su habitual atuendo de prefecto, con la capa color carmesí cruzada sobre el pecho. 

-Conocen las reglas, Deltas – les comunicó – desarmad sus rifles, comenzaremos en veinte segundos. Sera la simulación Cuarta.

Y volvió alejarse tan pronto dijo la última palabra. Hayden lo vio marcharse, como en trance.

-Venga, Novato. – le palmeó el hombro Todd.

Atendieron a la orden al tiempo que tomaban posición detrás de la barricada, hincando las rodillas. Hayden quedó al lado de Kay, quien le seguía de Todd, luego Jonas, y al último Grace, separados a distancias de casi un metro. Dio cuenta de que cada pieza del rifle estuviera en su lugar, y esperó.

Al momento, Tarrence hizo sonar la alarma. Un haz de luz roja los recorrió desde la espalda hasta el extremo opuesto, y un paisaje surreal cobró vida frente a sus ojos, de árboles holográficos, adoquines, un ruido propio de un ambiente de batalla, y hasta cierta atenuación de las demás luces que daba la impresión de un ocaso, la propia barricada tomo aspecto de bunker transparente.

-Simulación A-22 en curso. Reclutas, prepárense en t menos 5…4…3…

Uno. Pensó, montando su rifle C-10 en movimientos automáticos, de rapidez ensayada y casi sobrehumana. Por encima de sus cabezas, un contingente de vikingos, en sus formas áreas, perseguía a otra docena de mutaliscos Zergs que soltaban alaridos al ser alcanzados por sus proyectiles. Hayden los vio perderse en la espesura computarizada antes de volver su concentración a la misión.

Una avalancha de zerlings se aproximaba hacia su posición, decenas y decenas que, en circunstancias reales, hubieran hecho temblar la tierra. El objetivo era claro: abatir a toda forma de vida extraterrestre, antes que de que ninguno llegara al límite que custodiaba su escuadrón. Perdían puntos si alguno lograba colarse, y ganaban créditos demás si alcanzaban una puntación perfecta.

La primera oleada apareció; destellantes en luz roja, con su corretear en forma de pequeños saltos; a diferencias de los primos bilógicos que habitaban en la academia, las proyecciones holográficas captaban su verdadero tamaño y forma. Hayden apretó el gatillo sin apenas pensarlo, y en segundos la mitad de ellos se disolvió en enormes pixeles que terminaban por desparecer.

A su lado, Kay farfullaba por lo bajo, sus ráfagas eran más cortas y menos metódicas, sin embargó, el suelo adoquinado estallaba en pixeles allí donde sus tiros fallaban. Hayden continuó con lo suyo, presa de una grata concentración, al igual que el resto de su escuadrón, manteniendo la oleada a raya, cada uno custodiando su flanco.

La primera fase de los primeros minutos terminó, y al momento la dificultad aumento sin previo aviso. Hayden se tomó un respiro para recargar su fusible, mientras que Jonas, impasible, les comunicó por el canal psionico:

-¿Pueden ver la escaramuza área?

-¿La de los mutaliscos y vikingos? Si. – apuntó Kay.

Hayden siguió disparando mientras echaba una ojeada al cielo.

-Cada tanto vuelan justo encima de nosotros. Si matamos a los Mutaliscos, nos darán puntos de más.

-Yo me encargo. – Se ofreció Grace al instante.

-Kay, tú también encárgate – Ordenó Jonas.

El joven no objetó nada al respecto, poniéndose en pie para ganar rango y estabilidad. Eso los dejaba un poco desarmados en tierra, pero nada de lo que no pudieran encargarse.

Nuevas criaturas se habían unido al combate artificial: la tierra se movía allí donde cucarachas con garras tuneladoras avanzaban al resguardo de sus disparos, solo para emerger en puntos aleatorios, pero muy próximos al bunker; sus cuerpos esféricos acorazonados, y de cuatro patas, eran lentos, pero se requerían más munición para hacerlas caer, lo que costaba tiempo que a su vez ganaban los zerlings para avanzar sus anchas.

A su vez, nidadas de pestelings emergían de a pares, haciendo rodar sus cuerpos a velocidad sorprendente. Hayden había hecho su tarea, y sabía que un tiro certero en la membrana que, de ser real, contendría el ácido corrosivo de las criaturas autodestructivas, los hacía estallar. Sin embargo, al hacerlo dejaban tras de sí una pantalla de partículas luminiscentes, que dificultaban la visión.

-¡Gotcha! Y ese fue el último – festejó Grace.

Kay había vuelto a tomar su posición justó cuando el ultimo mutaliscos caía del cielo. Hayden ya iba por su ultimo cargador de munición.

-Buen trabajo, chicos.  Ahora…

Jonas no pudo terminar de hablar, ya que se vio interrumpido por aquel que sería el asalto final: Un enorme ultralisco emergió en el centro de la sala de simulación, los haces de luz roja lo recreaban al tiempo que emitía un rugido ensordecedor, y comenzaba a caminar con sus pesadas extremidades hasta su posición.

-Si, ahora estamos muertos – dijo Todd.

-¡Concentren sus ataques en él! ¡Ahora!

-Son muchos… Zerlings…

-¡Solo háganlo!

Hayden atendió a la orden sin titubeos, aunque en un principio sus esfuerzos parecían ser inútiles; no lograrían penetrar el exoesqueleto acorazado del ultralisco con simples rifles C-10, y el resto de los zergs continuaban con su asedio, algunos incluso, traspasando el límite.

El ultralisco ya estaba a poco menos de tres metros del bunker. La munición de Hayden se habían acabado. Arrojó el rifle C-10 con fastidió a un lado, y desenfundo su pistola auxiliar de la cadera, aunque fuera igual de efectivo que intentar aporrearlo con un palo de hule. El animal holográfico se paró sobre sus patas traseras, dispuesto arroyar la fortaleza con todo su peso, y el filo de sus cuatro cuchillas delanteras, cuando de repente cuatro cazas clase fénix sobrevolaron desde los picos de los arboles hasta por encima de ellos, haciendo en el recorrido una descarga de bombardeo, que hizo estallar a todos los zergs en un fotograma de luz roja.

Hubo un parpadeo, como la intermitencia de corriente, y la simulación holografía terminó. La luz blanca recobró su intensidad, y el paisaje despareció por completo; hasta el bunker volvía a ser una simple plataforma con bases de barricada. Hayden se puso en pie, y reparó en su rifle C-10 en modo asalto, en el suelo, sus cargadores, y su pistola. Nunca habían sido reales, claro, solo simulaban que disparaban.

-¿Ganamos? – preguntó Kay.

-Eso estuvo cerca, casi pude ver mis sesos saliendo por mis cuencas.

-Tú no tienes sesos, Todd.

Luke Hite apareció nuevamente al pie de la plataforma, y los cinco de giraron para verlo, formando una fila de miradas al frente.

-Tarrence, análisis.

-Simulación de Campo de Tiro. Escuadrón: Delta. Simulación Cuarta, A-22; ‘’Azote Zergs’’. Tiempo: siete minutos con treinta segundos. Numero de victimas abatidas: 1458 de 1500. Daño del bunker de nivel bajo. Objetivos adicionales: completados. Bonificación obtenida.

-Bien hecho, reclutas – los felicitó en tono monocorde el prefecto – Tarrence, análisis individual.

-Recluta Jonas Moabs. Tercera Prueba se Simulación de Campo de Tiro. Mejora de puntuación 85%. Enemigos eliminados: 325

-Recluta Berttodd Olwhys. Tercera Prueba de Simulación de Campo de Tiro. Mejora de puntación 75%. Enemigos eliminados: 242

-Recluta Kay Sheky. Tercera Prueba de Simulación de Campo de Tiro. Mejora de puntuación 70%. Enemigos eliminados: 220

-Recluta Grace Righte. Tercera Prueba de Simulación de Campo de Tiro Mejora de puntación 90%. Enemigos eliminados: 339

-Recluta Hayden Kingston. Segunda Prueba deSimulación de Campo de Tiro. Mejora de rendimiento 85%. Enemigos eliminados: 332

Mientras abandonaban la sala, Jonas los alentó a reunirse más tarde para planificar la siguiente clase; Todd se excusó diciendo que tenía el estómago tan vacío como espacio había en su ajetreada agenda; y Grace manifestó una sobreactuada preocupación acerca de la miopía balística de Kay.

-Tienes que darle a los Zergs, genio, no a los marines. Imagina que es como ese árcade, ¡Zergs! ¡Zergs! ¡Zergs!, de la sala de recreación.

-Espera… ¿Te gusta ese juego? – Kay la miró con cautela – nunca te vi en la sala de recreación.

-Hay muchas cosas que no sabes de mí, Kay – se desentendió la joven, alejándose.

Más tarde, sin embargó, Hayden volvió a encontrase con ella, a solas en el pasillo, mientras caminaba absorta con el rostro oculto detrás de un libro. La imagen lo sorprendió tanto, que quedo de pie en el lugar hasta que casi chocaron el uno con el otro.

-¡Novato! ¿Qué demonios hacer ahí parado? Ven, mira esto.

Grace se encimó sobre él para enseñarle la página que iba leyendo; un trabajado dibujo de carboncillo ocupaba la mayor parte, que casi desbordaba por los márgenes, y en la que se podía apreciar la detalla figura de una reina zerg. Habían anotadas sobre la misma, referencias marcadas, que podían consultarse en la página subsecuente, y brindaban precisa información sobre la criatura.

-Kay me lo dio ¿no es genial? – le contó su compañera – dice que lo encontró en una estantería vieja en la biblioteca, entre polvos y otros trastos. Que no sabe quién lo escribió, pero que contiene datos interesantes sobre estos bichos que difícilmente encuentras en los cristales. Mira, yo no soy aficionada a lo que un tipo desquiciado haya descubierto, pero tienes que admitir que esos dibujos son una pasada.

Y lo eran, Hayden estaba tan ensimismado pasando las páginas del libro, admirando cada uno de los dibujos y absorbiendo los datos, que no se dio cuenta de la impaciencia de Grace, hasta que le arrebató el libro bruscamente de las manos.

-Lo siento – se disculpó.

-No te disculpes, pero Kay fue muy específico – adoptó una pose firme de soldado, y frunció el ceño exageradamente –  nada de distraerse hasta la cena.

Hayden sonrió, entendiendo la peculiar forma con la que se la estaban arreglando el uno con el otro sus compañeros de escuadrón. Pero la simpatía le duro poco, cuando al seguir con su camino a la cafetería, otro recluta se dio de bruces con él, y en el aturdimiento distinguió un cabello negro, y unos brazos que lo ayudaban a recuperar el equilibrio.

Se le cortó el aliento, pero en lo que se recomponía, la decepción se abrió paso dentro de él. El recluta desconocido profirió una disculpa vaga, y pasó de largo entre las risas de su escuadrón.

No era él.

 

 

 

Mathew Hanson no había vuelto a dirigirle la palabra desde que lo echó de su propia habitación, solo para abandonarla diez segundos más tarde; dejándole un cristal hecho trizas, y una tableta partida en el suelo. Hacía ya varias noches.

Hayden, no sin cierto resentimiento, había solicitado otra tableta al oficial técnico, alegando haberse recostado sobre la anterior por un descuido, y recibiendo una torcedura de boca a cambio, pero un dispositivo nuevo, al fin y al cabo.

Cuando pudo acomodar sus ideas, lo primero que hizo fue navegar en la red de noticias del imperio, con las palabras espacio – Alexander Sher – Dominio – y, sobre todo – Singularidad, como referencias claves. Pero su búsqueda resultó poco más que fútil.

Abundaban los títulos como: ‘’Los Nuevos Emprendimientos de Alexander Sher’’ ‘’Corsarios, Enemigos del Imperio y del Dominio’’, o incluso ‘’Cruceros Vacacionales: Viaje por el Espacio’’, irrelevantes y, en algunos casos, sensacionalistas.

Solo una nota, en la contraportada de una revista independiente, hablaba sobre lo que buscaba, pero no lo de lo que quería. ‘’Singularidad: Fenómeno de Extraordinaria Belleza’’ En cuanto sus ojos lo captaron, Hayden se enderezó en su cama, ansioso. Pero se llevó una decepción al leerla, cuando descubrió la falta de información certera, o de la cual ahondar, de quien fuera que la había escrito.

Relataba su asombrosa luminiscencia y resplandor, y el magnetismo que irradiaba. Pero ni una palabra sobre entidades alienígenas, incursiones de naves Terrans, o investigaciones secretas.

De esa forma, lo que había presenciado en aquella grabación junto al agente Mathew, lo mantenía en vilo hasta altas horas de la madrugada, repasando las imágenes mentalmente; Había reconocido a tres de los fantasmas, ya que eran los mismos con los que se topó en la biblioteca, y dedujo que la cuarta agente era el integrante que faltaba en su escuadrón; el logo de Alecia Corp. era algo que se hacía ver por todas partes en el video, y según las conversaciones captadas, los agentes parecían estar haciendo un recado para la compañía. Pero entonces, ¿Por qué Dalton Dojhall los había acusado de traición? Y de ser así ¿De qué forma los habían traicionado?

La idea aún lo incomodaba, y si bien el agente Mathew Hanson no mostraba más que un frio desdén hacia él, Hayden era consciente de que solo alguien muy corto de luces confiaría plenamente en la palabra del CEO.

También estaba la otra cuestión: la fuerza alienígena que había asaltado la nave, haciéndolos huir. Lucían como Protoss, pero no eran Protoss. No había ninguna constancia de ello. Y habían abandonado a la otra fantasma, Sabana. Sino también a todo el resto de la tripulación. Aquellos últimos segundos de la grabación habían desatado algo en el agente a su lado, de lo que Hayden no se dio cuenta hasta más tarde: una ira fría y electrificante.

La incertidumbre se entremezclaba con su ansiedad, y se vio tentado a dirigirle el mismo la palabra a Mathew Hanson, pero, aunque se moría de ganas, no era tan ingenuo como para hacerlo.

No eres mi amigo, recordaba la advertencia desalentadora, no eres mi colega.

Aún se cruzaba al agente de forma ocasional en los peajes de la Academia, procurando no volver a hacerlo en las duchas, pero el otro siempre pasaba de él como si no estuviera; ni siquiera había vuelto a hablarle por un canal psionico – pero en ocasiones se sentía nervioso, y al voltearle, allí estaba él –O invadido su mente mientras dormía –  no obstante continuaba teniendo sueños enturbiados, de los cuales despertaba sudoroso y jadeante – De modo que, luego de unos días, creyó que su pequeña travesía había tocado su fin.

Sabía que no debería importarle. Las cosas en su escuadrón marchaban bien, y eran estables. Sus puntajes aumentaban con cada clase, de forma moderada pero continua. Y por primera vez desde que había ingresado a la fase de grupos, Hayden se sentía enfocado y resuelto. Capaz de enfrentar cualquier reto, y animado de tener los compañeros que lo rodeaban.

No quería contrariar las ordenes de Jonas, y, por lo demás, Mathew Hanson ya había dejado claro con sus insultos que era lo que opinaba sobre él. Era mejor mantener las distancias, de nada le servía que cambiara de idea, y decidiera soltar la boca. Hayden no tenía nada con que defenderse si eso llegara a ocurrir.

-Así que ahí estaba yo, en el granero de mis padres, corriendo de un lado a otro a esos bicharracos que otorgan leche dulce. Los que tienen seis ojos – Todd hablaba con la boca llena, mientras daba mordiscos a su hamburguesa – tenía que encerrarlos antes de que siguieran haciendo desastres en el lugar, o mi padre me mataría, pero las bestias torpes ni caso me hacían de quedarse quietas. Fue entonces cuando mi paciencia ya se estaba acabando, y como la de Jonas el otro día, di tal grito de frustración que retumbo en todo el granero y, de repente, el ganado entero comenzó a levitar. No, en serio, no te rías. Fue así como sucedido.

Hayden comía vegetales fritos mientras escuchaba el relato de su compañero. Ambos se encontraban en la cafetería, y habían canjeado créditos a cambio del refrigerio, antes de que iniciara la siguiente clase.

-¿Fue así como… te diste cuenta? – preguntó – quiero decir, que eras un… bueno, que tenías energía psionica.

-Siempre supe que era… diferente. Sabes, lo sentía. Esa manifestación, aunque duró apenas unos segundos, terminó por confirmármelo. Costó un par de becerros. Yo tenía diez años, y cuando se los conté a mis padres, no podía entender porque estaban tan horrorizados. No fue hasta que cumplí los trece años, y los reclutadores arribaron en mi ciudad, que entendí la magnitud de lo que era, bueno, de lo que somos.

Los reclutadores eran individuos con un factor psi de nivel muy bajo, benigno, pero que resultaban de utilidad a la hora de detectar e identificar a otros Terrans con facultades psionicas. La mayoría de los prefectos contaban con dicho nivel de factor psi.

-No sé nada de ellos desde que implantaron las nuevas reglas – reflexionó Todd, en un murmullo, pero su rostro volvió a iluminarse en un segundo – De todas formas, estoy seguro de que se encuentran bien. ¿Qué hay de ti, Hayden? – le preguntó - ¿Lesionaste algún becerro inocente? ¿Tienes familia?

Hayden se removió en su asiento, y carraspeó antes de contestar.

-Bueno, tengo un hermano que se alistó en los marines cuando yo era pequeño, y no lo veo desde entonces y bueno, en cuanto a mis padres…

No sabía cómo proceder. Hayden jamás había hablado con nadie sobre aquel día en que los corsarios devastaron su planeta, su hogar. Cuando perdió una vida y comenzó una totalmente inesperada. Ya no lo entristecía como en un principio, sin embargo, pensar en ello aun le oprimía ligeramente el pecho.

Y, además, desde la clase de lucha en la que Mathew Hanson había susurrado aquellas palabras a su oído, se sentía afligido en lo tocante a su información personal. Expuesto.

-Entiendo – le confió Todd, leyendo su reacción, tal vez - ¿Relación difícil?

Antes de que pudiera responder, dos marines enfundados en sus moles de metal se acercaron a la mesa que compartían, y provocándole un deja vu, preguntaron:

-¿Berttodd Olwhys?

Llevaban los cascos echados hacia atrás, por lo que Hayden podía ver sus rasgos duros, curtidos, e indiferentes.

-¿Quién pregunta, guapo? Ya me han quitado toda la caña, si es lo que te interesa.

Hacia unos días había ocurrido otro incidente particular; un recluta tuvo que ser hospitalizado de urgencia luego de uno de sus compañeros lo encontrara, víctima de una sobredosis, en una de las cacetas del baño para hombres.

Hayden sabía, que entre los reclutas se contrabandeaba todo tipo de objetos, desde mecanos electrónicos, armas de bajo calibre, suplementos, esteroides, cigarrillos alterados, o hasta pequeñas botellas de licores extraños. Los oficiales y prefectos constaban de que esto sucedía, pero poco hacían para evitarlo, más que una sanción con agravantes de conductas si atrapaban a algún pillo infraganti.

Había sustancias y narcóticos, sin embargo, que estaban altamente prohibidas, como el gas terrazine (Implementado en un principio en el proyecto Animas), o el qourum refinado, debido a la capacidad que tenían de potenciar la energía psionica del individuo por determinados periodos de tiempo. La exposición a estas drogas causaba adicción, y muchas veces conllevaba nocivos efectos secundarios, tales como la psicosis, o la locura. Ser sorprendido siquiera con ellas, podía significar una expulsión directa de la Academia, a un centro de resocialización.

El recluta en cuestión presentaba un cuadro de sobredosis de qourum refinado, pero él, simplemente era un pobre adicto. Rápidamente se llevó a cabo un rastrillaje en toda la Academia; desde la cafetería, el patio, los puzles de la sala de recreación, hasta debajo de las literas de cada recluta. Muchos objetos fueron encontrados y embaucados, y más de un recluta había sido sancionado.

Hayden se alegró en sobremanera de no contar más con el cristal. Para el final, el principal dealer había sido capturado; se trataba de un joven de quien apenas recordaba el nombre, que protestó y se retorció mientras los marines se lo llevaban, profiriendo amenazas, que iban dirigidas desde el director, hasta los pinches de la cocina. En su habitación, habían sido hallados desde mini pistolas, cuchillos, navajas psionicas, hasta esteroides, alcohol y, lo más polémico, capsulas de terrazine. Pero ni un gramo de qourum refinado.

-Venga, chaval. – atusaron los marines de voz rasposa – La prefecta Carol Grosenvor quiere hablar contigo.

¿Carol Grosenvor, acaso no sería…? Hayden entendió súbitamente lo que los marines estaban haciendo. Miró a Todd de reojo, manteniendo la calma, y este le devolvió la mirada con los suyos entrecerrados.

-Busca a Jonas.                

Se puso en pie.

-Supongo que tarde o temprano a todos nos llega la hora. ¡Pero antes!  - se estiró para tomar el ultimo vegetal frito que le quedaba Hayden sobre el plato, y le guiño un ojo antes de retirarse – ahora sí, estoy listo.

Todd se alejó con los marines con absoluta tranquilidad. Hayden espero unos minutos hasta que hubieron desaparecido, y luego, echó a correr en busca del líder del escuadrón.

 

 

 

 

Nadie sabía con exactitud qué era lo que la prefecta Carol Grosenvor preguntaba, o hacía, en su examen psicológico. Los reclutas que eran sometidos a él, regresaban algo aturdidos, y aunque ilesos, respondían de forma vaga a las interrogantes de sus compañeros.                   

-…solo miden tus ondas cerebrales…

-…Te pregunta cómo te va en la academia…

-…es solo un examen psionico...

-…Se percata de que no estés loco…

Todos coincidían, sin embargo, en el malestar posterior. Un retraimiento que duraba algunos días, como si fueran asaltados por un mal recuerdo que habían olvidado, y ahora tuvieran que digerirlo.

Hayden no sabía si aquello era del todo cierto, pero de serlo, la idea no le gustaba. Había cosas que no quería recordar, mucho menos revivir. Recuerdos e imágenes que llevaba en forma de cicatrices emocionales. Y, además, estaba lo consecuente a su actividad reciente, su fraternización con el agente al que le habían dicho explícitamente que no debería acercarse.

¿Qué pasaría si, bajo presión, confesara todo lo referente a su acuerdo? ¿si revelaba lo del cristal, lo que había visto en aquella grabación? ¿Qué harían con él? ¿Qué haría Mathew Hanson al respecto?

No quería pensar en ello. Pero por suerte agria, esta vez no se trataba de él, y con una respiración agitada a causa de su corrida a través de la academia, encontró a Jonas en el gimnasio, levantando pesas.

-¿Qué pasa, Hayden? – le preguntó al verlo llegar, dejando lo que estaba haciendo a un lado –  ¿Por qué estás tan agitado?

-Se lo… se lo llevaron – respondió Hayden, recobrando el aliento.

-¿A quién se llevaron? ¿de qué estás hablando?

El rostro de Jonas estaba perlado de sudor, y su camisa adherida al cuerpo. Así y todo, su templanza seguía siendo la misma.

-Todd. Grosenvor ha citado a Todd para el examen psicológico. – dijo por fin.

Jonas frunció apenas el entrecejo, y se rascó la barbilla.

-Bien.

-¿Bien?

-Hayden, tarde o temprano todos seremos sometidos a ese examen. – explicó el líder –  Pero, ¿y qué? Solo quieren cerciorarse de que aún estamos en nuestros cabales, y que podremos terminar el programa como es debido.

-Pero… no lo entiendo. Todd dijo… dijo que te buscara.

-Ya veo… mira, no hay nada de qué preocuparse – Lo tranquilizó Jonas – ninguno de nosotros presenta un comportamiento inusual. Estoy seguro de los cinco lo aprobaremos sin ningún inconveniente. Todd solo quería que me mantuvieras al corriente, y te agradezco por ello. Ahora, permíteme darme una ducha antes de la clase de Orson, ¿Está bien?

Jonas pasó a su lado, y Hayden pudo escuchar cómo tronaba su enorme cuello, antes de palmearle el hombro al tiempo que murmuraba un venga, novato. Una repentina sensación de incertidumbre lo asaltó al quedarse solo. La leve noción, de que no se estaba enterando de todo.

Casi por inercia, o tal vez por instinto, levantó su mirada hacia el frente, hasta la pared del otro extremo, más allá de las máquinas para ejercitar los músculos. Cuatro reclutas gritaban y reían a carcajadas, viendo una clase de broma estúpida, que le habían tendido a uno de ellos.

¿La división Red? Pensó Hayden, reconociendo a Barret Bobbles.

Y apartado del grupo, sentado sobre una banquilla, con un par de mancuernas a sus pies, Mathew Hanson lo observaba. Sus ojos azul profundo mirando directo a los suyos.

-Te ha mentido, y lo sabes.

 

 

---

 

 

En el silenció de la noche, la puerta de su camarote, el cual estaba muy apartado del de los demás, en un área casi deshabitada, se abrió con un susurro deslizante. Mathew, que se encontraba sentado en el suelo, con la cabeza apoyada contra el respaldo de la litera, abrió los ojos.

Su energía psionica aumentaba considerablemente por las noches, cuando aquel novato dormía, y la mente errática de Mathew se topaba con su presencia incorpórea, en aquel plano inexacto, que aun trataba de descifrar.

Pero tuvo que interrumpir aquel ejercicio nocturno al que no terminaba de encontrarle el tranquilo, ya que su sondeo psionico lo alertó de antemano, de la pequeña brigada de marines que se acercaba hasta su habitación, de armaduras tan negras que parecían absorber la poca luz azulada de los pasillos.

-Venga, Hanson. De pie. – lo alumbró el cabecilla con la linterna de su traje.

Mathew, no sin cierta desazón, se incorporó caminando hasta la puerta, sintiendo la turbación de aquel otro al abandonarlo en la deriva. Ni bien plantó un pie fuera en el pasillo, los hombres rápidamente procedieron a cubrirle la cabeza con una especie de saco negro, y esposarle las muñecas por detrás.

-Si fuera ustedes, también me sedaría, y os cubrirá las pelotas. – la provocación sonó amortiguada contra la tela. 

-Cierra la boca, chaval.

Lo atusaron con la punta del rifle de asalto para obligarlo a caminar. Por la cantidad de pasillos por los que doblaron, y los entramados de escaleras que decantaron, Mathew dedujo que lo estarían llevando por uno de los tantos pasajes ocultos de la vista, con los que contaba la Academia.

Tenía que apurar el paso, ya que, a pesar de contar con piernas largas y fuertes, cada una de las zancajeadas de los trajes de marines se veía impulsada por la fuerza de sus enormes trajes, lo que equivalía a casi estar trotando. No le daban tregua ni respiro, y sabía que no les importaría llevarlo arrastrándolo su fuera necesario, pero Mathew prefería romperse las piernas antes que darles el lujo.

La gruesa tela negra le dificultaba, además de ver, respirar, y al poco tiempo el aire se volvió escaso, sofocante y pesado, y comenzó a jadear. En un momento se detuvieron un segundo, y luego avanzaron un metro, para volver a detenerse. Estaban dentro de un elevador.

Dio las gracias internamente, aunque se mantuvo erguido, mientras recobraba el aliento. Tenía dos marines al frente a cada lado, y dos atrás. Transcurrió alrededor de un minuto, y el ascensor se detuvo, pero contrario a lo que pensaba, no se pusieron en marcha nuevamente, sino que el suelo, que resultó ser una plataforma, comenzó a moverse a una velocidad comodidad. Transportándolos.

Tuvo que hacer un esfuerzo para no perder el equilibrio, apoyando un pie por delante. Uno de los marines lo tomó por el cuello de la camisa, y jalo levemente de él hacia atrás, manteniéndolo en posición.

La plataforma continuó su curso. El aire allí se había tornado frio y húmedo; a los oídos de Mathew llegaba el eco de lo que pareciera ser el flujo constante de agua, y supo al instante que se encontraban por encima de una de las gigantescas napas artificiales de la luna de Ursa.

-Si te caes aquí, los filtros de agua machacarían tu cuerpo – susurró uno de los marines –  hasta que no quedara nada de ti.

-Hay peores formas de morir – dijo Mathew, ladeando la cabeza para hacerse escuchar – carbonizado dentro de tu propio traje, por ejemplo.

Obtuvo un gruñido como respuesta, y en ese mismo instante, la plataforma se detuvo. Reanudaron la marcha hasta que el ruido del agua quedo atrás hasta desaparecer. Hubo el deslizar de una puerta; y el ruido de actividad e instrumentos electrónicos y mecánicos, de la habitación a la que entraron, lo envolvió junto con la calidez reinante.

Mathew fue conducido hasta el interior. Uno de los marines desató sus manos, y recibió un golpe ligero en los hombros que lo obligó a sentarse en una silla a sus espaldas. Le llegaban murmullos de todo tipo, y luego el saco negro fue retirado de su cabeza abruptamente, provocándole una ligera ceguera ante la repentina luz en sus retinas.

-Matthy Hanson – anunció una voz cantarina – siempre es un gusto volver a verte, Matthy.

Ah mierda, de nuevo este tipo. Mathew se mesó el cabello, estaba cubierto de sudor, al igual que su cuerpo.

-¿No te cansas nunca de toda esta pantomima? – preguntó con desinterés – los marines que me sacan a altas horas de la noche. La intriga del á donde vamos. Las amenazas… estoy seguro que ni los novatos se tragan toda esa farsa expresión de poder. 

El rostro de Dalton Dojhall apenas si expresó una leve crispación en la comisura de sus labios. Estaba parado frente suyo, junto a una gran entrada que profesaba oscuridad en su interior, como la inmensa boca de un animal de la cual emanaba un aire húmedo y caluroso.

-Es cómico que me acuses de falso – dijo, sin perder la sonrisa – cuando toda tu actitud no es más que una mueca sardónica, como la de un adolescente malhumorado.

-¿Qué quieres? – preguntó finalmente Mathew con un suspiro, sin dejarse embaucar.

Dalton Dojhall pareció emocionarse de repente.

-¡Ahí esta! ¡lo ves! Como ya te había comentado, solo respondes a una provocación. ¿sabes dónde estamos?

-En uno de tus estúpidos laboratorios, seguramente.

Mathew odiaba esos establecimientos.

-¡Excelente! Y ya que me preguntas – el CEO miró hacia el techo, como si pensara - ¿Qué es lo que quiero? A ver, tengo el equipo, tengo el dinero, tengo los marines y la criatura enjaulada, solo me estaría faltando…

Lo miró a los ojos, con una sonrisa gutural en los labios, y antes de que Mathew pudiera reaccionar, un solado lo tomó por el hombro izquierdo con su enorme guantelete, sujetándolo en el lugar, mientras que con la otra mano lo empujaba desde la nuca, obligándolo a inclinarse.

Pero que mierda... Atinó a pensar, antes de sentirlo: una fría y fina aguja, de punta electrónica, que se introducía directo en la hendidura metálica detrás de su oreja, produciéndole una corriente eléctrica que surcó todo el lado izquierdo de su cabeza, hasta la parte alta de su espina dorsal.

Se le corto la respiración, entendiendo lo que le habían hecho, y calló de rodillas sobre el suelo, con los nudillos tan apretados que se le tornaron blancos. Una oleada de energía enfermiza inundo su cuerpo entero, se sentía igual que haber girado sobre su eje cien veces, y frenado en seco perdiendo toda noción del equilibrio. La sangre le subió hasta los oídos. Todo su alrededor daba vueltas.

El neuroajustador estaba desactivado.

-…No puedo ni pensar lo que se sentirá – escuchó que iba diciendo Dalton Dojhall, cuando pudo recuperar un poco la compostura – toda esa energía contenida por semanas, liberada en tan solo segundos. La mayoría suele desmayarse, Matthy. Pero tú, nunca paras de asombrarme.

Un millar de pensamientos atravesaron su mente de forma frenética, algunos ajenos, la mayoría propios. Sordos, agudos, e incoherentes. Telepata nivel nueve. Cuando pudo volver a enfocar la imagen frente a sus ojos, escupió una flema sanguinolenta. Se había mordido el interior de la mejilla. Y mientras Dalton Dojhall daba indicaciones, obedeció a uno solo.

Se incorporó de un salto, con las venas de sus músculos sobresalida, enturbiadas por la ira, y aprovechando el desconcierto a su alrededor, salvó la distancia que lo separaba del CEO, y se aferró a su cuello estampándolo contra la pared.

El silencio se apoderó de la sala, interrumpido por alientos contenidos, y el mecanismo de los seguros de los rifles asaltos al ser quitados.

-Si… si querías que te asesinara, solo tenías que pedirlo – dijo Mathew, con los dientes apretados, a escasos centímetros de su rostro.

Dalton Dojhall, sin embargo, se mantuvo impasible.

-Hazlo, y morirás en segundos. No cuentas siquiera con un traje, las balas te perforaran hasta los huesos. ¿y que conseguirías? – replicó, sus palabras salían ahogadas, e inclinándose para ganar confidencialidad, agregó - ¿Qué conseguiría Sabana, con todo esto?

Por una centésima de segundo, Mathew vio danzar el miedo en esos ojillos negros de roedor. El CEO estaba echando aceite al fuego ardiendo, y, sin embargo, Mathew lo soltó, replegándose.

-Harías… harias bien en controlar ese temperamento, Matthy, sabes…

Mathew, sin poder contenerse ni un segundo más, tiró de su puño hacia atrás para ganar impulso, y, aunque aún seguía aturdido, descargó un veloz y duro golpe en la mandíbula del CEO, que cayó contra la pared ante la violenta embestida.

Al momento, los marines lo sujetaron de los brazos para que no pudiera intentar otro ataque. Le dieron un golpe en la parte interior de las rodillas con la culata de un rifle, y otro en la cabeza que llenó de luces y puntitos negros la periferia de sus ojos.

-Dejad… dejadlo – Graznó Dalton Dojhall, mientras se reincorporaba, limpiándose la sangre de la boca – Lo necesito con vida… solo… solo, atadlo a la silla.

Notas finales:

Este capitulo es, en comparacion a los demas, bastante largo. Espero que haya cumplido las expectativas, y espero sobretodo volver a actualizar  pronto.

les dejo unas pequeñas referencias acá:

 

Zangano: es una criatura que ostenta un puesto muy bajo en la colmena zerg, sirve como obrero. Recolecta suminstros, y construlle estructuras.

Aberracion: es una criatura zerg agresiva, de casi tres metros de altura, con cuatro patas en forma de garras, torso y aparencia humanoide. Como un centauro. 

Cucarachas: criaturas Zerg que escupen acido.

pesteling: criatura zerg que se inmola contra sus enemigos, estallando en acido. 

Mutualiscos: criaturas zerg voladoras, de cuerpo alargados y con alas membranosas como murcielagos. disparan esporas

Tal'Darim: faccion Protoss antigua, cuyas costumbres y tradiciones sos muy belicas y sanguinarias. se caracterizan por arrazar mundos como desmostracion de fuerza. 

 

creo que eso es todo, hasta la proxima! 


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