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Lluvia y curry japonés por Lalamy

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Al borde de la cama, Diego parecía haberse detenido en algo. La habitación de Enzo era distinta al resto del departamento porque era aquel lugar el que albergaba todo lo que Enzo significaba. El hombre tranquilo, meditativo, y amable, aquel hombre bajo, de corte de cabello simple, y de voz apacible, estaba expuesto ante la vista de un extraño. En su escritorio estaba pegado un montón de dibujos a acuarela que Enzo hacía cuando el trabajo se estaba volviendo su vida. Una predominancia de colores verde-azulados se veían en varios dibujos que mostraban un mundo oculto ya sea en la naturaleza, como en la ventana de una habitación llena de plantas. Personajes fantásticos. Personajes mundanos. En la mayoría de las ocasiones eran chicas las que interactuaban con el místico entorno que no era más que el reflejo de sus personalidades. La técnica era propia de una persona que le dedicaba tiempo al dibujo, mas no importancia. Enzo sabía bien que si le echaba ganas podía sentirse orgulloso de su talento, pero jamás buscó eso. Sólo deseaba huir, incluso de sí mismo. Y a pesar de la atención que Diego le había puesto al desorden en su escritorio, no hizo ningún comentario al respecto, mirando después a Enzo con los ojos algo adormilados.

-      Me dio frío – fue todo lo que dijo, Enzo abrió los ojos al caer en cuenta de algo.

-      ¡No te pasé una frazada!

Con todo el asunto de las confesiones, a Enzo se le había olvidado aquella cortesía, así que rápidamente se levantó y fue a su armario para buscar dentro algo que le pudiese servir a su invitado. Había una frazada de color terracota que si bien olía a encierro, dudaba que Diego fuese un ejemplo perfumado, ya que apestaba un poco a cerveza.

-      Creo que con esta frazada est… - su oración se vio abruptamente interrumpida al notar que Diego se había acostado en su cama, y que incluso se había metido debajo de las sábanas –. No, no, no.

Enzo caminó hacia la cama y dejó caer la frazada sobre ella, mientras veía cómo el otro iba adoptando la cómoda posición fetal. Con cierta molestia destapó a Diego, quien tiritó exageradamente.

-      ¡Tengo frío!

-      Ya, y por eso te saqué una frazada. Ahora sal de acá – Enzo le agarró del brazo, mas Diego hizo peso muerto –. ¡Diego!

-      ¿Qué tiene? Hace mucho frío en la sala…

-      Te pongo la estufa si quieres, para temperar, pero sal de aquí. La cama es chica.

-      Duermo en el rincón, ni siquiera me voy a mover…

-      Diego… - su voz sonó como una advertencia, pero no había caso. Su cama había sido invadida –. ¡Diego!

Expulsó un hondo suspiro tratando de no pensar en que se había equivocado en invitar a Diego a su casa. Tampoco es que fuese tan terrible dormir con él, pero había ciertos límites que a él le gustaba mantener, y que sólo podían ser sobrepasados por gente de su extrema confianza. “Ya olvídalo, está ebrio” terminó por rendirse, volviendo a guardar la frazada donde correspondía. A veces detestaba a esa gente que terminaba haciendo lo que quería.

Con el malhumor característico de una persona que ha sido despertada sorpresivamente, se volvió a acostar incomodado por el olor a cerveza, aunque admitía en que quizás no era tan fuerte, pero como estaba molesto todo sus sentidos parecían agudizarse sólo para aumenta la dosis de furia.  

-      Perdón – dijo Diego con la mirada pegada en la muralla.

-      Ya, da igual – respondió Enzo. Le había dado la espalda.

Sintió el cuerpo de Diego girarse tras de sí, estaba a punto de recordarle sus propias palabras cuando le dijo que ni se movería, pero Diego se adelantó.

-      Enzo… ¿cuándo fue la última vez que compartiste la cama con alguien que querías?

-      Duérmete.

-      Quiero saber…

-      ¿Por qué?

-      No lo sé.

Con los ojos cerrados, Enzo sacó una cuenta estimativa. No sabía por qué lo estaba haciendo, pero ahí estaba, cediendo su sueño para seguirle el juego a aquel inmaduro.

-      Cuatro meses.

-      ¿Entonces tuviste una relación después del que te puso los cuernos?

-      No. Sólo lo hacíamos.

-      ¿Pero lo querías?

-      A veces creo que sí.

-      Ah… ¿Y qué pasó?

-      Lo que suele pasar en esos casos. Simplemente dejamos de hacerlo.

Enzo se dio media vuelta, notando con cierta dificultad por la ausencia de luz que Diego tenía los ojos abiertos, muy abiertos, haciéndole preguntarse a dónde había escondido lo ojos de borracho con sueño.

-      Si sé, hice una pregunta rara– admitió Diego, esbozando una sonrisa culpable.

-      Si tienes que contarme algo, puedes hacerlo, tampoco es necesario el rodeo.

-      Lo sé.

Le dio unos segundos a Diego para que soltara algo más, pero él sólo permaneció ahí, con la mirada desviada. Enzo supuso que los problemas de un chico que se prostituía para pagar favores podían ser más profundos de lo que era capaz de expresar, y como vio que el otro no cedía palabra alguna, volvió a girarse con la impresión de que la charla se había quedado ahí.

De pronto, el cuerpo de Diego fue sintiéndose más cercano.

La cabeza de Enzo se acomodó en la almohada, mientras sentía el calor del otro cuerpo pegándose a su espalda. No hubo palabras en ese momento. El sonido del reloj, el roce de las piernas en las sábanas y las tímidas gotas que se precipitaban en el plástico que cubría una bicicleta en el piso de abajo era lo único que el oído de Enzo lograba abarcar. Él sabía lo que estaba sucediendo, pero se preguntaba si Diego lo sabía también, porque hasta ese entonces sólo parecía un chiquillo queriendo descubrir cosas en zonas prohibidas. Sintió la frente de Diego apoyarse en su hombro lo que le confundió un poco, ya que creyó que quería llorar, “tonto borracho” pensó Enzo con un sentimiento casi paternal, y lo dejó así por un buen rato, hasta que sintió que la mano de Diego, con cierta indecisión, se deslizaba por su cadera hasta llegar a su entrepierna, la que acarició casi con miedo.

-      Ya hablamos de esto –  Enzo susurró. Sentía que si hablaba muy fuerte, todo se desmoronaría, y en el fondo no quería eso. Se sentía bien ser tocado.

-      Déjame hacerlo.

Como respuesta Enzo conservó la misma posición, no movió ni un músculo, y sólo se atuvo a sentir cómo los dedos de Diego tocaban el bulto que se endurecía bajo el pantalón deportivo. Podía intuir que era la primera vez que Diego tocaba un pene que no fuese el suyo, se lo dijo la inseguridad de sus movimientos, lo que le pareció curioso, y hasta enternecedor. El cuerpo de Diego fue apegándose más al suyo, haciendo que la pierna de éste aprisionara las suyas, y en esa postura más posesiva, la mano que le tocaba casi pidiendo permiso en cada roce, se filtró entre la ropa para tocar su miembro palpitante. Enzo dejó escapar casi un inaudible gemido porque aunque eso lo vio venir, sentirlo fue sorpresivo. Los dedos de Diego estaban algo helados, pero pronto fueron tomando más temperatura, una similar a la de su erección.

-      Se siente raro – Diego confesó, ahora con la frente apoyada en su nuca.

-      Entonces no lo hagas.

No obstante, como Diego no desistió, Enzo supuso que lo “raro” no tenía que significar algo negativo. Lo dejó ser. Que llegara tan lejos como quisiera, no se lo recriminaría. El no poder mirarle el rostro mientras le masturbaba le ayudaba a mantener cierto orden en su cabeza, incluso en sus emociones, aunque a medida que aquello se prolongaba, más vulnerable se sentía ante la mano de Diego. Ésta comenzó a moverse con más desenvoltura, haciendo que los labios de Enzo se apretaran para no dejar salir ningún sonido, no obstante, cuando la velocidad aumentó, algo escapó de sus labios recibiendo una respuesta similar por parte de la boca de Diego. Se sentía envuelto en ese placer culpable, otra vez. La primera vez que se acostó con Óscar – el camarero –, sintió algo parecido. El sexo por el mero deseo de satisfacción era una práctica extraña que le hacía sentir que no era él, pero al mismo tiempo se sentía más hombre que nunca, porque la desconexión afectiva le hablaba más de sí mismo. Sexo sin expectativas, sin valoración, sin preocuparse del otro. Aunque lo que venía después de eso era otra historia.

Diego soltó su erección, y con ansia le fue bajando los pantalones. Enzo creyó que podía hacer algo al respecto para facilitarle las cosas, pero cuando intentó girarse, el otro lo detuvo enérgicamente. Ahí supo cómo debían ser las cosas para que funcionaran. Enzo no se dio oportunidad para sentirse despreciado por algo así, ya estaba dispuesto a recibir las cosas como a Diego le gustara, así que sin rezongar se quitó los pantalones y dejó que el otro hiciese lo mismo.

-      Perdón – murmuró Diego mientras comenzaba a masturbarse. Enzo podía sentir la punta del pene rozar su trasero –, es sólo que…

-      Está bien.

Enzo se levantó un poco dejando expuesta la desnudez de la parte inferior de su cuerpo. No iba a quitarse más ropa que eso, porque lo que se ocultaba bajo su camiseta era más íntimo de lo que le podía entregar. Diego hizo lo mismo, yendo rápidamente tras él, por lo que Enzo no tardó en ponerse en cuatro con la vista en la ventana. Como había corrido mal las cortinas, podía verse el exterior, aunque sólo era la oscuridad del cielo nocturno.

“Ah, está lloviendo, otra vez”

Sintió los dedos de Diego apretar la piel de sus caderas, mientras la erección de éste fue deslizándose entre sus nalgas de arriba hacia abajo. Por un momento Enzo se tentó en mirar hacia atrás para ver la expresión de quien se estaba satisfaciendo con esa parte de su cuerpo, pero no pudo, era algo que implícitamente no tenía permitido hacer, ni en ese momento, ni nunca más. Por un momento le iba a decir que tenía lubricante en el cajón del velador, pero no lo hizo. Podía escuchar los jadeos de Diego mientras seguía restregando el pene en su culo, hasta que se detuvo por un momento sin moverlo de ahí, y empezó a buscar algo en el bolsillo del pantalón. Supuso que en ese lapsus  de pausa se puso el condón, lo que le hizo preguntarse… ¿por qué tenía uno tan a la mano? No lo sabía.

Se quedó con los dedos agarrándose de la sábana y la vista pegada a la almohada, en tanto la punta del pene ajeno abría paso.

-      Con calma – le advirtió Enzo. Diego no dijo nada, pero por la lentitud con la que empezó a meter el miembro sumado a unas cuantas pausas, supo que le había medio entendido. Medio, porque no tardó en penetrarle como si aquello sólo hubiese sido una pequeña cortesía.

Para gemir y jadear Diego no tenía control alguno, muy por el contrario de Enzo, quien reprimía más de lo que soltaba. Era tan expresivo, que a Enzo le dio la impresión de que Diego era de los hombres que se calentaban fácil cuando su ego masculino se veía alimentado. Lo supo cuando las embestidas comenzaron a ser más profundas y fuertes tras un corto intercambio de palabras.

-      ¿Te gusta así?

-      Sí… - Enzo le respondió casi en murmullo.

-      ¿Sí? ¿De verdad? ¿te gusta mi polla?

“Supongo que estamos jugando ese juego” pensó Enzo divertido por la situación. Él nunca creyó que fuese bueno en la cama. Se encontraba soso y los demás siempre aceptaron eso. Jamás había probado lo que era sentirse sexy al estar desnudo frente a alguien que deseaba, generalmente era de hacerlo con la luz apagada y ojalá estar siempre debajo de su amante de turno. Su estilo era sin iniciativa, silencioso, y cooperativo, en resumen, sin gracia. Pero Diego buscaba una interacción fingida como si vivieran en una fantasía sexual, por lo que no le avergonzaba fingir que era otra persona.

-      La tienes muy grande – soltó algo más juguetón. No era tan cierto aquello, pero eso no quería decir que estuviera mal.

-      ¿Sí? ¿Te gusta que sea así?

-      Sí, párteme en dos. Lo necesito.

En otro contexto se hubiese matado de la risa, pero algo extraño sentía cuando al terminar de decirle esas cosas, Diego empezaba a embestirle como un loco. Le agarraba del cabello, e incluso empezó a masturbarle mientras esa ardorosa voz le exigía una y otra vez que reafirmara cuánto le gustaba, cuánto había deseado tenerlo dentro, cuánto necesitaba tener ese gran falo atravesando todo su cuerpo. Enzo comenzó a contagiarse de esa desesperación, porque Diego había localizado ese punto en el que lo racional ya no funcionaba. Se vio tan metido en su personaje, que comenzó a mover sus caderas para ser penetrado a un ritmo que sólo le permitiera desbordar aún más su placer, hasta hacía que la erección de Diego saliera de su cuerpo, sólo para volverla a meter con salvajez y así arrebatarle un desvergonzado gemido. Diego dejó de masturbarle para darle un par de nalgadas mientras le repetía que era suyo, que era su maldito perro, que iba a romperle el culo, y sumido en esa sesión de desprecio Enzo tomó la tarea que Diego había dejado inconclusa, y ya despojado de decencia, se masturbó al mismo enloquecido ritmo que era penetrado.

-      ¡Eso! ¡Más fuerte! ¡Más! ¡Más!

-      Sí, sí, me gusta así. Eres como una puta.

“Puede que me guste sentirme como una” pensó con la mente nublada al sentir cómo eyaculaba en su mano. Diego no tardó en hacer lo mismo.

Con la frente pegada en la almohada, el agitado Enzo estiró el brazo y abrió el cajón de su velador para sacar un rollo de papel que siempre tenía ahí. Se limpió la mano, y luego le extendió un poco a Diego para que hiciera lo suyo. En ningún momento cruzaron miradas, ya que por alguna razón, se sintió incómodo. Abajo, en la realidad, los dos volvieron a ser esos desconocidos que en ocasiones se dejaban llevar por el silencio. En algún momento Enzo quiso que Diego quebrara ese ambiente con esa habilidad suya de crear temas de la nada, pero no, ¿qué más se podía decir? Cansado, Diego se dejó caer en la cama y Enzo hizo lo mismo, quedando espalda contra espalda. Ninguno era lo suficientemente hipócrita como para fingir que algo más había nacido de ese encuentro, y si bien estaba tan cansado como el otro, Enzo realmente deseó una conclusión mejor para lo que habían hecho; un cariño tonto, una sonrisa boba, o por lo menos un tímido “Buenas noches”.

 

Su sueño siempre fue frágil, así que no le fue difícil sentir cómo Diego buscaba los pantalones con sigilo. La luz que se filtraba por la ventana le indicaba que ya era de mañana, así que supuso que era la hora de finiquitar las cosas. Cuidadosamente Diego se bajó de la cama, y Enzo cerró los ojos para fingir que estaba durmiendo. No tenía intención de despedirse, no había necesidad.

Cuando escuchó que la puerta de entrada se cerró, recién en ese momento sintió el valor de abrir los ojos, y se quedó un buen rato ahí, tratando de asimilar lo que había pasado con aquel sujeto, toda esa metamorfosis que le hacía cuestionar el por qué había perdido tanto  la cordura ante algo tan teatral. Diego lo maltrató como ningún otro, y lo sintió bien, porque se vio liberado de algo que no sabía cómo explicar, porque aún no lo tenía concretado en su corazón. En ese momento de escasa lucidez, sólo podía sentir el dolor en el culo que le recordaba lo mucho que se había descontrolado. No sabía si verlo como un castigo o una recompensa.

Al ver la hora, notó que eran las nueve de la mañana, y como su sueño se había disipado al rememorar cada detalle de aquel encuentro, decidió levantarse. Aquella mañana deseaba beber café con leche, así que se lo preparó en un tazón y se fue a sentar a la mesa porque le gustaba la vista que tenía desde la ventana. Como aún no volvía la luz, no tenía cómo mirar las noticias en su celular, ya que éste se había descargado durante la noche. Así que sólo se quedó ahí, escuchando a los pájaros que peleaban en los árboles de la calle mientras sentía ese típico vacío que sólo le hacía sentir menosprecio hacia sí mismo.

Hacía tiempo que no lo sentía.

Estar con Diego le hizo recordar el por qué había dejado de ver a Óscar. Nunca le gustó eso de desayunar solo, sin embargo, lo peor era desayunar con alguien que no podía corresponder tus sentimientos. Veía el contenido de su tazón, pero al mismo tiempo no estaba consciente de que lo hacía, y las lágrimas no tardaron en salir al recordar esa conclusión. Se suponía que cuando fue a comprar ese curry, aquella noche iba a ser perfecta, pero no. La soledad le había visitado en forma de hombre, y sólo añoraba el momento en el que se le volviera a olvidar cómo era sentirse tan jodidamente vacío.

“Pronto”, pensó. Aquel día lo dormiría lo más posible esperando quitarse de encima esa inhumana sensación.

La lluvia había amainado, aunque no tenía problemas que continuara un ratito más. Después de todo, no duraría para siempre.  

Notas finales:

Sí, cumplí. Fueron dos. Hurra por mí xD

¿Qué les pareció? Espero que les haya parecido interesante c: ¡Gracias por llegar hasta aquí!


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