Cinco de la mañana.
La mañana se presentaba fría, en aquellos fríos meses de otoño. La estación llegaba a su final, dando inicios del Invierno, que ya mostraba que tan estresante y desesperante podrían ser para el chico de rubia cabellera y ojos como el mismo mar.
Steve se levantó de la cama en la que dormía minutos antes, estirando cada músculo de su cuerpo mientras bostezaba sonoramente. En menos de diez minutos, tenía que estar preparado para realizar su esperada rutina, aquella que había dejado de lado los últimos días por cierto problemilla que aguardaba de todo el mundo. Y es que ser un omega a la fuga no era una cosa por la que se sintiera orgulloso.
Steve pertenecía a un tiempo diferente, vivió en los bajos barrios de Brooklyn, siendo abandonado al nacer frente a la casa de los Rogers, en la que había crecido rodeado de una familia amorosa que, al poco tiempo, le fue arrebatada por la guerra y la enfermedad que aquejaba a la humanidad en aquella época. Ser un hombre enfermizo, atrapado en el cuerpo de un omega le hacía el blanco fácil de muchos insultos, burlas, y miradas furtivas que se posaban sobre su persona, imaginando cantidad de cosas que su débil cuerpo no podría soportar.
Con el tiempo, solo pudo conservar a James Buchanan Barnes, Bucky, su mejor amigo. Un beta amigo de la infancia que había permanecido a su lado desde que el blondo podía recordar. Sin embargo, el deber, una vez más, había alejado a sus seres queridos de su lado, pues Bucky pudo ingresar como oficial y, luego, como militar, combatiendo para la patria con la horrible guerra nazi que ya albergaba una gran cantidad de muertes.
Steve, reacio a ser abandonado de nuevo y, constando que no había sufrido ninguna época de celo hasta el momento, viajo por todo el condado, intentando ingresar en cualquier tropa militar, sin conseguirlo, hasta que por casualidad, conoció a Abraham Erskine.
Gracias al científico alemán y sus inventos, el enfermizo Steve Rogers cambió y para bien. Con el suero del super soldado, su cuerpo sufrió una gran modificación, reemplazando el débil cuerpo del omega por uno de alfa, a envidiar por muchos en la sala.
Si no fuera por el inesperado homicidio de Erskine, habría seguido su transformación completa, sin embargo ahora no era tiempo para lamentarse y, mucho menos, recordar un pasado al que no podría regresar.
Desde que cayó al agua combatiendo en la guerra y fue rescatado, había pasado entre medio una cifra considerable de tiempo entre ambos sucesos ¡Setenta años! Nada más y nada menos, Steve constaba com más de noventa años, o así se haría ver si no fuera porque su cuerpo presentaba el aspecto de alguien que sigue estando en sus veinte.
Varias veces sacudió su cabeza, despejando pensamientos de su pasado que no quería recordar. Con más pereza que energía, se levanto de la cama por la que había sido prisionero los últimos cuatro días, y es que, desde que su primer celo llegó, había estado huyendo de todos y todo.
Como las últimas veces, no dudaba en tener un centenar de llamadas perdidas en su teléfono móvil, más de la mitad de ellas serían de Natasha, otras tantas de Bruce o Clinton, y Nick. . . Si, Nick también habría intentado comunicarse con él si no fuera porque conocía de primera mano su situación.
Pero ¿Cómo no conocerla? ¿Si el primer periodo de celo le llegó en medio de una reunión con el mismo? Steve daba infinitas gracias a la organización y el mismo Nick por resguardar su secreto.
Ante todos, el Capitán América era un alfa, o en todo caso, un beta capacitado y mutado genéticamente para tener las cualidades de uno. Tras la muerte de Erskine, todos los archivos sobre el proyecto del mismo habían sido borrados o destruidos, no quedando más evidencia que el mismo Steve. Si el mismo hablara, la gente lo tomaría por alguien loco y con poca cabida a razón y, el mismo, aún atormentado por los prejuicios de su antiguo entorno en el que había crecido, tampoco revelaría la situación al sentirse rechazado por toda aquella gente a quien consideraba familia, y el resto del mundo que lo idolatraba como uno de los Vengadores, sus héroes.
— Debo de dejar de pensar en estupideces. . . — Caminó hacia el armario, en donde tomo todas aquellas prendas que le servirían para salir a correr. Había estado tantos días encerrado que sentía las piernas entumecidas, deseoso por salir a la calle y sentir el gélido aire fresco que representaba el fin del otoño.
Tal vez no fuera una de sus estaciones favoritas, demasiados recuerdos lo inundaban, pero poco a poco iba reemplazándolos por unos mejores, unos que si llenaban su corazón de calidez y no de profunda tristeza y malestar. Su omega se encontraba alterado ante la llegada del invierno, seguía siendo, para él, la representación de la fría nueve en donde vio morir a Bucky, o el lago congelado en donde cayó.
Antes de partir a realizar algún tipo de ejercicio, Steve dejó la bolsa de viaje que había traído preparada. El avión que debía tomar abordaba a las nueve de la mañana, y no podría mantener su coartada de "lesionado" por mucho más tiempo. El super suero hacía efecto en él, regenerando mucho más deprisa que en cualquier ser humano los músculos dañados en su cuerpo. Esperar un día más sería como exponer su debilidad ante todo su equipo.
Con la mente despejada y sus pertenencias recogidas, dejó la pequeña cabaña de madera en la que se encontraba temporalmente para adentrarse en la aún oscura noche.
Tal vez, estar alejado de todos, en medio del bosque, más frecuentemente, era lo que necesitaba para terminar de alejar a todos aquellos demonios que, en noches de invierno, lo atormentaban hasta hacerlo pedir en sueño por ayuda.
Steve era fuerte, no había duda de ello, sin embargo, seguía siendo el mismo omega débil de espíritu que buscaba un refugio seguro guiado por sus instintos.