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Gema gitana. por darkness la reyna siniestra

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Capítulo XIV. “Amenaza”


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La servidumbre comenzaba a colocar los platillos sobre la mesa, justo en los tres lugares que serían ocupados por el señor en la silla principal, y los dos jóvenes al lado izquierdo y derecho.


Camus se había dedicado a explorar el extenso jardín, oliendo la variedad de flores, escuchando a los pájaros en su cantar, sintiendo como la brisa le movía el cabello traviesamente, sentía mucha tranquilidad a pesar de su turbado interior. Aún temía lo que le ocurrió con Surt y peor aún que Dégel se diera cuenta de lo que hizo y se decepcionara de él, no, no quería eso.


Milo llegó finalmente al comedor, esperaba ver al gitano sentado o algo pero la habitación estaba vacía, movió sus ojos a la espera de algún movimiento que delatara que estaba cerca pero no estaba en las cercanías. Dégel venía a pocos pasos de distancia de él con temor de que hiciera o dijera algo que hiciese sentir mal a Camus, nunca se perdonaría a sí mismo si su hijo lastimaba al precioso joven en el jardín.


Ambos vieron la mesa ya puesta, Milo tomo asiento en la silla izquierda mientras que el galo se asomaba al marco de la puerta de cristal para llamar al de cabellera turquesa.


—Camus —llamó con una sonrisa triste, el joven escuchó su nombre y volteó para ver a Dégel acercándose a él—, ven pequeño ya es hora de desayunar.


Camus llegó al lado del mayor, éste lo abrazó y besó su flequillo.


—Ven, entremos te presentaré formalmente a Milo —sonrió tomándolo de la mano.


Los dos entraron, Dégel primero seguido de Camus. Milo vio entrar a su papá y después sus ojos turquesa se clavaron en la figura delicada y más pequeña que ingresaba por la puerta.


No sabía si era efecto de la luz del exterior que le daba a ese ser un aura etérea, haciéndolo ver como un ente celestial. Su gesto serio no había abandonado su apuesto rostro aún así por dentro el escritor sentía que era la primera vez que veía a esa persona. Verdad era que lo vio de cerca la noche anterior pero ese era el detalle, era de noche lo que no le hubo permitido apreciar cada fino rasgo de ese precioso rostro que lucía como hecho de porcelana, Milo veía los largos cabellos de brillante turquesa, imaginaba que serían como la seda y con un aroma dulce y suave como perfume de rosa. No lo demostraba pero se quedó sin aliento al ver a Camus con una sonrisa tímida curvando sus hermosos labios acorazonados.


Camus estaba nervioso, lo primero que vio al entrar fue a Milo viéndolo inquisitivamente con los ojos serios. Recordaba esa mirada, esos ojos lo vigilaban entre la gente la noche anterior. Pero ahora podía ver mejor sus masculinos rasgos a la luz del día, a su criterio Milo era realmente muy guapo, sentía sus mejillas ponerse tibias y se avergonzó más al deducir que muy a su pesar se hubo sonrojado.


—Camus, ayer no tuvieron un intercambio de palabras muy memorable que se diga pero hoy podemos tratar de comenzar de nuevo —comenzó el heredero acercándolo a la mesa, Milo se puso de pie pero no se le acercó—. Él es Milo, mi hijo a quien amo con toda el alma.


—Es un placer para mí conocerlo, joven Milo.


Evitaba verle a la cara porque el griego le resultaba intimidante de algún modo, además de que era más alto con un cuerpo fornido, detalles que habían pasado por algo a las sombras de la noche.


Milo por su parte estudiaba al menor, escuchar su voz suave y armónica lo habían hecho pensar como sonaría ese tono de voz en contextos diferentes, alzó una ceja y sonrió de lado decidiendo acercase por fin.


—Ya lo creo… —se paró frente a Camus quien se negaba a mirarle a la cara, e incluso retrocedió un paso.


Dégel sintió una descarga eléctrica subir por su espalda hasta su cabeza, tenía la vana esperanza de que Milo se comportaría pero estaba comenzando a demostrar que no lo haría al responder el saludo de Camus de esa manera tan déspota. Iba a alegar algo sobre eso cuando un sonido cercano los descolocó a todos, interrumpiendo a Dégel en lo que iba a decirle a su hijo, era el teléfono que sonaba en un pasillo cercano, luego la voz de Dariella se dejó oír seguida de un silencio y luego sus pasos aproximándose a donde se encontraban.


La mujer llegó con un sonrisa que creció al ver a Camus.


—Señor Dégel, señoritos una disculpa por interrumpir su conversación —dijo más tranquila—. Señor, el señor Kardia está al teléfono y desea hablar con usted —comunicaba al galo mayor que asintió en respuesta.


Los nervios de dejar al gitano con su hijo eran enormes para Dégel, pero era necesario porque pudiera ser que su esposo lo llamara para algo importante, no quería despegarse de Camus ni por un momento.


—En este momento voy a atenderlo, Camus toma asiento no tardaré y Milo… —le dedicó una gélida mirada antes de decir— por favor compórtate.


Sin más Dégel se fue junto con Dariella a atender la llamada de su esposo. Amaba a Kardia pero pensaba que era un mal momento para pedir hablar con él, le preocupaba dejar a Camus solo con Milo, por eso quería volver lo más rápido posible a su lado, iba a pedirle a Ella que se quedara con ellos pero al voltear atrás vio que ya no estaba. Pensó que a lo mejor se fue por algún pasillo frustrándolo más de lo que estaba.


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Los jóvenes estaban solos, Camus se moría de los nervios por la cercanía del más alto, a pesar de que era apuesto, Camus sentía algo malo viniendo de Milo hacia él, logrando que un sentimiento de miedo lo inundara.


El de cabellos azules miraba con atención al otro, notando que no alzaba su vista de las manos puestas en el respaldar de la silla, ¿estaría nervioso? Milo pensaba que eso era lo más seguro. Quería jugar un poco con él así que pensó en cumplir con algo que deseaba hacer desde que lo vio entrar al comedor. Milo llevó con lentitud su gran mano derecha al cabello lacio, tomando con delicadeza un mechón turquesa, sentía la textura y en verdad que sus expectativas quedaban cortas al sentir tal sedoso tacto entre sus dedos. Camus ante esto finalmente alzó la mirada impresionada para ver a Milo acariciando su cabello como si fuese lo más normal del mundo.


—Me gusta tu cabello… —le dijo con la voz ronca y la mirada seria.


—G-gracias… —respondió titubeante.


—Ayer estabas muy alegre, ¿qué te ha pasado que te veo tan apagado?


—Aahh, y-yo… No es nada…


—¿Por qué no estás con esas personas que te aplaudían, qué haces aquí tan lejos?


Milo cada vez preguntaba con mayor énfasis en descubrir alguna treta.


—Es que… —estaba atrapado, los nervios se lo comían vivo. Milo preguntaba una cosa tras otra, cosas que si le respondía llevarían a Surt y eso era algo que no quería— Deseo hacer cosas diferentes pero no quiero que mi familia sufra por mi causa.


Camus levantó su rostro para ver a Milo a los ojos, el mayor quedó encantado con esa mirada tímida y dulce. Si antes el chico le pareció lindo, ahora aceptaba que era precioso, la desconfianza por él no desaparecía pero ahora la idea de querer que se fuera perdía fuerza, Camus le encantó aún más que antes por lo que decidió divertirse con él.


Era un chico bello y convenientemente inocente y temeroso, perfecto para jugar pensaba Milo con una sonrisa seductora.


Escuchó lo que Camus dijo, sin embargo no sentía que fuese su verdad pero no le importaba si estaba mintiendo, siempre y cuando no se le ocurriera pasarse de listo y lastimar de algún modo a Dégel, porque eso no podría dejárselo pasar.


—Comprendo, papá me dijo que ibas a quedarte en esta casa —le dijo mordaz soltando a su vez el cabello prisionero en sus dedos.


—Bueno, yo le agradezco mucho al señor Dégel por desear ayudarme… —se alejó de Milo un par de pasos a la izquierda. Ese hombre le ponía muy nervioso en verdad.


—Es lo mínimo que puedes hacer pero te diré algo —Milo se acercó con velocidad al menor, acorralándolo contra la mesa colocando sus brazos a ambos lados de cuerpo tenso de Camus, su boca fue hasta la oreja derecha del chico y con la voz ronca le susurró—. Si estás pensando hacer algo como robarnos o hacerle daño a papá ganándote su confianza, jura por los dioses que te haré conocer el infierno aquí en la tierra niño. El que seas tan bello no te ayudará a ponerme a tus pies como lo estás haciendo con las personas en esta casa, y eso sí, te advierto que si le dices a papá lo que acabo de decirte no tendré piedad contigo.


Milo se alejó con calma mirándolo con odio, Camus por su parte tenía los ojos bien abiertos y sus manos estaban una sobre otra encima de su pecho, temblaba ligeramente y su corazón latía con fuerza. Quería decirle a ese hombre que esa era la última de sus intenciones, que nunca lastimaría a Dégel ni defraudaría su confianza pero no pudo, la garganta se le cerró y el miedo llenó su cuerpo.


—Siéntate, papá no tarda en volver, y quita esa cara no quiero reclamos por culpa tuya —le ordenó tomando él mismo su lugar anterior.


Camus obedeció con la mirada baja y en silencio, sentía esa pesadez del griego, siempre la sintió pero quería creer que eran cosas suyas. Ahora se daba cuenta de que era cierto ese joven lo odiaba pero no entendía por qué aunque consideró que lo mejor era mantenerse callado y no decir nada de lo que acababa de pasar, no quería causar problemas entre Milo y su papá, no, de nuevo no diría nada por su propio bien.


—Al fin he vuelto —anunció Dégel entrando a la vez que liberaba un suspiro—. ¿Aún no han empezado a comer? —preguntó mirando la comida intacta frente a los dos menores.


—Te estábamos esperado papá —le respondió Milo con una sonrisa de lado.


—No era necesario, hubiesen podido empezar sin mí —sonrió—. Camus ojalá te agrade tu desayuno —lo vio con dulzura pero rápidamente se dio cuenta de que el joven se veía muy cohibido y no lo miraba, sentía que algo había pasado y no estaba bien.


—Sí —habló el menor en un susurro—, muchas gracias por la comida —dijo aún sin levantar la mirada, comenzando a tomar el cubierto sin muchos ánimos. Aquello preocupó al peli-verde.


—Camie, ¿estás bien?


Dégel llevó una de sus manos al mentón del gitano para alzarle la cara con delicadeza y verlo a los ojos, al hacerlo la tristeza brilló en esos ojos zafiro, preocupándolo en sobremanera. Pensaba que Milo tuvo que hacer o decir algo que puso así a Camus puesto que él no estaba de esa manera cuando se fue.


Camus miró a Dégel sintiéndose muy mal, pero en una fracción de segundo sus ojos vieron a Milo que le observaba con una amenazante expresión silenciosa, tembló para luego negar.


—E-estoy bien señor Dégel es sólo que recordé algunas cosas de mis hermanos…


Dégel no le creyó pero como obligarlo a decir algo de lo que no estaba completamente seguro, se sintió molesto por el silencio de Camus. Estaba más que seguro que Milo tenía mucho que ver en el comportamiento del peli-turquesa pero por ahora no podía decir nada. Ya luego hablaría muy seriamente con Milo, no iba a permitir que atormentara a Camus de ninguna forma.


Ya no dijo nada y aún con esa pesadez y molestia los tres comenzaron a comer en un tenso silencio.


Las cosas cambiaron de algún modo, Milo y Camus por fin se encontraron pero ahora más que nunca la gema gitana debería hacer uso de todo su autocontrol para que su estabilidad mental no se fuera por la borda. Le esperaban muchas cosas en esa casa, pero eso era lo que lo haría fuerte frente a todo lo que el destino le tenía preparado.


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