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Gema gitana. por darkness la reyna siniestra

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Capítulo XIX. “Sinceridad”


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Para Camus seguía sin ser comprensible la actitud que Dégel le demostraba, no le desagradaba pero pensaba que era muy extraño que alguien así tuviera tantas atenciones para una persona como él. ¿Sería por su apariencia? Si ese era el caso sería triste saberlo porque de nuevo prevalecería su físico que tantos problemas le causó, por sobre su manera de ser, sentir y pensar. Estaba cansado de ser notado por su exótica imagen comenzaba incluso a odiarse a sí mismo por eso.


Milo a su lado notaba la tristeza que en su rostro afloraba, ante sus ojos Camus se sumergía en sus pensamientos pero para él era importante hacer que el gitano se quedara en esa casa. No sabría Milo tampoco el por qué de la conducta de Dégel pero Camus lo provocaba y eso era más que suficiente. Ahora el escritor comprendía que Camus podía de algún modo que desconocían, dar a Dégel una paz que hace años no tenía y que a pesar de que su padre y él deseaban darle no era lo mismo porque el galo necesitaba de su hijo, ese que no pudo conocer y del que no sabía siquiera si seguía con vida aún o ya habría partido de este mundo.


Camus sin saberlo significaba para Dégel esa esperanza de nuevo latiendo en su corazón.


—Joven Milo, ¿por qué dice usted que el señor Dégel puede deprimirse si me voy? Si me permite decirlo —Camus alzó su vista a Milo dejando que viera en sus ojos el brillo de su sinceridad—, él luce como alguien tranquilo que no padece de tristeza alguna —concluyó evocando la paz que el galo mayor irradiaba.


Milo liberó un audible suspiro antes de posar sus turquesas en los tímidos zafiros con lo que parecía ser cierta inquietud. Estaba debatiéndose en si sería correcto decirle a Camus la verdad que su papá escondía. Desconocía si ya Dégel se lo hubiera confiado al joven gitano, lo mejor era asegurarse primero de ello.


—Camus, ¿mi papá no te ha dicho algo referente a un bebé? —discreción era lo que las susurrantes palabras dejaban sentir. Camus agradó sus ojos sorprendido e interrogante.


Negó suavemente.


—No… Aunque, la primera vez que estuve aquí en el jardín con él, me comentó a medias algo sobre saber lo que era sentir la pérdida de un ser amado —comentaba rememorando esa pequeña conversación con el heredero—. No quise ser imprudente al preguntarle algo porque lo noté triste…


—Comprendo —Milo se quedó callado después de eso, pensaba como iba a comenzar a decirle a Camus a lo que Dégel se refería. Tomó aire y con su vista fija en el menor, empezó a relatar—, Camus quizás creerás que estoy loco por fastidiarte tanto al inicio y ahora estoy aquí tratando de evitar que te marches pero en verdad necesito que me escuches y por favor lo pienses —Camus asintió con un rostro preocupado—. Bien, cuando mi papá tenía 23 años de edad tuvo un hijo de un amor joven e inmaduro que lo dejó al saber que estaba en estado…


Camus miró con los ojos desorbitados a Milo. Si hubo escuchado bien, ¿Dégel en estado? Eso significaba que era un doncel. Camus había oído de hombres con esa cualidad y según recordaba incluso Afrodita y su hermano Misty eran hijos de un hermoso hombre doncel llamado Albafica. No le cruzó por la mente que Dégel fuera uno de los bendecidos.


—No sabía que él…


—¿Es doncel? —Milo concluyó la oración, Camus asintió— No te culpo, papá trata de no hacerlo de dominio público si sabes a lo que me refiero. Pero ese no es todo el caso, papá no pudo conocer a su propio hijo porque tras darlo a luz el cansancio fue tal que terminó desmayándose, ese tiempo fue aprovechado por su padre que egoísta no permitió que su hijo y heredero de su imperio fuera un padre soltero, por lo mismo el bebé fue alejado de sus brazos. Nunca supo que fue del niño porque su padre no quiso decírselo.


Impactada e inquieta, así era la mirada que los zafiros deban a su interlocutor. Escuchaba y su corazón se arrugaba al imaginar a un joven Dégel solo y convaleciente deseando cargar a su hijo sin la posibilidad de hacerlo. Qué triste tuvo que ser aquello y que malvada el alma del hombre que apartó a un bebé de modo tan cruel de quien le dio la vida.


Camus se estremeció de sólo pensar en verse en una situación parecida, ahora que lo analizaba le invadió la duda de que quizás él podría ser un doncel. No lo sabía a ciencia cierta pero concluyó que en su familia no había ningún hombre con tal don, al menos que sus padres no se lo dijeran o no lo supieran.


—Ahora puedo comprender porque sus palabras estaban tan cargadas de una tristeza innegable, se notaba que recordar le lastimaba.


La suave voz del galo parecía querer quebrarse en cualquier momento, era para él muy difícil creer que Dégel llevara ese dolor en su corazón por tanto tiempo porque consideraba que ver pasar los años con la incertidumbre latente de no saber sobre un ser de quien se tiene tanta ilusión, era para sumergir a cualquiera en un enorme vacío. Pronto las palabras anteriores de Milo resonaron en su cabeza, entonces por eso era que le pedía que no se marchara.


—No es para menos —continuó Milo con la voz más suave, como si sintiera una opresión en su pecho—, mi padre conoció a papá cuando lo atendía en el hospital donde actualmente se desempeña, Dégel había intentado acabar con su vida años después de la pérdida del niño que esperaba con mucha ilusión. Su depresión era en verdad severa y su estado muy delicado. Mi padre al convivir tanto con él y llegar a conocer sus motivos con tiempo y comunicación ambos se fueron enamorando y papá pudo salir de ese estado de tristeza autodestructiva. Tiempo después su acercamiento de amistad se volvió en noviazgo para terminar en matrimonio. Cuando conocí a Dégel fue tan… extraño, él me tomó cariño de inmediato y me trataba como si yo fuera su hijo —comentaba con una sonrisa de nostalgia.


Para Milo la presencia de Dégel fue muy oportuna en su vida porque él en silencio comenzaba a sentir una soledad que parecía crecer con los días, la falta de su madre y el ver a niños de su edad de la mano de cariñosas mujeres le hacían sentir diferente y vacío. A sus diez años no culpaba a Kardia porque comprendía que éste trabajaba para darle lo mejor, lo que necesitara además de que el poco tiempo libre que le quedaba lo invertía en él, por más cansado que estuviera y en las noches Kardia le leía cuentos hasta que se dormía en sus brazos, ahí en esa enorme cama que sin el menor saberlo al médico le parecía tan grande y fría.


Padre e hijo llevaban sus propias penas en su interior a fin de no ocasionar molestias al contrario. Sin embargo la soledad no deba tregua en la paz menguante de sus almas. Pero al llegar el de cabellos verdes fue como ver a la misma primavera después de un otoño o un invierno, y el calor llegó con aroma a menta. Dándoles eso que les hacía tanta falta, una dulce compañía con mucho amor para los dos.


El joven de cabellera turquesa miraba al más alto a su lado voltear el rostro, con disimulo Milo se limpió una lágrima sin saber como proseguir. Camus por su parte tenía una duda que nació de las últimas palabras que escuchara de esos labios carnosos.


—Perdone si soy muy curioso joven Milo pero usted dice que conoció al señor Dégel. ¿Entonces usted no es… hijo de él?


El aire salió de la nariz del griego antes de voltearse de nuevo al menor.


—Así es, Dégel es lo que llaman un padrastro, pero para mí es mi papá, mi madre… —le sonrió con calidez, Camus le regresó el mismo gesto al comprender— Él llegó y me llenó de esa dulzura que la ausencia de mi madre biológica formó en mí, no la conocí pues ella murió cuando nací…


—L-lo… lo lamento tanto —su mirada decaída bajó a sus manos sobre sus piernas, por el movimiento su flequillo cayó sobre su frente negando que Milo pudiese ver el brillo vidrioso de las lágrimas formándose en ese mirar de azul noche.


La bondad de su alma le permitía sentir empatía por las situaciones ajenas, era como un pequeño gato que canalizaba los sentimientos y emociones y los transmitía tal cual los recibía.


—Te lo agradezco, pero no debes sentir pesar, ahora tengo más de lo que alguna vez desee. Pero ahora por esa felicidad y amor que Dégel nos dio y que también quiere darte a ti, te suplico que no te marches —las manos de Milo fueron a las de Camus sujetándolas sin previo aviso. La gema gitana alzó la mirada admirada de prisa, encontrándose los ojos turquesa que en un mudo pedido le decían que no se marchara—. Perdóname por lo miserable que fui contigo yo ahora sólo deseo saber que papá está bien y eso es gracias a ti Camus, no sé que es lo que tienes pero ahora que estamos aquí me siento tan a gusto a tu lado, transmites una paz similar a la de él…


—Pero joven Milo yo he ocasionado demasiados altercados, yo sé que estarán mucho mejor y más unidos sin mí aquí, yo no tengo ningún derecho de nada…


Camus trataba de explicarse pero Milo negaba.


—No, no ha sido tu culpa Camus comprendelo, yo soy el único idiota que hizo lo que no debía y te ataqué sin que tú me hayas hecho nada. No quise conocerte pero aún estoy a tiempo Camus. Por favor por Dégel no te vayas… He estado pensando y tú te pareces mucho a él, creo que quizás Dégel ve a su pequeño en ti.


—¿¡Qué!? N-no no creo que sea eso… —Camus volteó el rostro incómodo, no podía ser así. No tendría porque.


—Yo sí pero no tengas miedo, papá trata de protegerte —la seriedad en la mirada del escritor—. La noche que te encontraron, fue porque papá sintió un enorme dolor en el pecho, pensamos que estaba sufriendo un infarto pero él dijo que sentía que tú estabas en peligro.


Las orbes zafiro se agrandaron, esa noche fue cuando tuvo que huir del campamento por pedido de su madre para evitar su destino como esposo de Surt. ¿Sería acaso que Dégel pudo sentir lo que Milo le decía en el momento que él estaba escapando de ese pelirrojo? Pero, ¿cómo, por qué? No tendría ningún sentido eso, la cabeza a Camus estaba comenzando a dolerle.


—No puede ser, ¿por qué diría eso? —Camus se removía incómodo en su lugar.


—No lo sé, pero tú no estabas bien, por eso te encontraron desmayado en una banqueta. ¿Qué te ocurrió en verdad esa noche Camus?


La mirada severa veía como la ajena se tornaba acuosa, los cristales corrieron de los zafiros con fuerza, y los sollozos fueron inevitables. Camus no quería decirlo pero si no lo hacía quizás Milo desconfiaría de él de nuevo.


El griego le soltó las manos con suavidad y Camus se abrazó a sí mismo buscando consuelo. Milo suspiró apenado.


—Discúlpame no quise parecer rudo contigo…


—E-está bien… se lo diré pero por favor no le diga nada al señor Dégel. No se lo dije antes porque me da miedo pensar que vaya a decepcionarse de lo que soy…


Milo frunció el ceño sin comprender por qué Camus decía todo aquello.


—No diré nada pero, ¿por qué piensas eso?


Camus comenzó a relatarle a Milo lo que ocurrió en el lago cerca de donde vivía, le contó sobre Surt y lo que éste le provocaba además de su malsana obsesión con él y hasta donde esta llevó. Además de explicarle lo referente sobre el beso blanco y las creencias que su gente tenía de esto, su significado, el momento adecuado para ello y en lo que desembocaba. Milo escuchaba todo con suma atención, su cara cambiaba conforme oía la explicación de Camus y al final no pudo sentir más que un profundo enojo al saber por fin lo que había llevado al hermoso joven a estar desmayado solo y a altas horas de la noche días atrás.


—¡Por qué no le dijiste a papá la verdad! Maldito desgraciado. ¿Cómo se le ocurrió hacerte eso?


Milo estaba realmente indignado, se había puesto de pie ante la frustración de no estar frente al dichoso Surt para partirle la cara. Camus ya había calmado un poco su amargo llanto.


—Tenía miedo de que pensaran que soy un regalado… yo, yo intenté impedirlo pero no pude, mi maldita fragilidad me hace demasiado débil. U-usted mismo lo ha notado… —suspiró sin ver a Milo.


Éste comprendió a lo que Camus se refería y ahora comprendía como se sintió Kardia al saber lo que hizo porque él se sentía de la misma manera al saber que ese maldito de Surt le arrebató al muchacho frente suyo algo que era muy valioso para él.


—Papá nunca hubiese pensado eso de ti —le dijo con seguridad—, por el contrario, hubiera hecho esto…


Milo se acercó a Camus abrazándolo sin que el joven se lo esperara, sus ojos desorbitados se relajaron sintiendo la calidez del cuerpo griego y en su oído izquierdo escuchaba latir ese corazón con calma. Milo olía bien, y su cabellera era acariciada con esas grandes manos. Algunos cabellos azules le hacían cosquillas en la nariz pero la tranquilidad que lo envolvía era muy grata, sin duda Camus dejó de tener miedo al ser sostenido por ese hombre que se mostró como su enemigo. Mas ahora era quien le pedía su presencia…


 


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