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Gema gitana. por darkness la reyna siniestra

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Su fino rostro se reflejaba en las aguas de aquel amigable lago en medio de un pequeño bosque aledaño a su comunidad. A Camus le gustaba ir allí y ver los rayos del sol besando las claras aguas, haciéndolas lucir como muchos brillantes cristales. Sus pies blancos estaban sumergidos hasta más arriba de los tobillos, disfrutaba de la frescura en soledad, en calma. Pero una voz que apareció de la nada lo sacó de su tranquilidad.

 

—No deberías estar tú solo en estos lugares, Camus. Podrían robarte...

 

Esa voz entre burlona y amenazante no podía ser de otra persona sino de:

 

—Surt…

 

Surt era un atractivo muchacho de 22 años, pelirrojo y de ojos violacios. Era uno de los gitanos más altaneros del lugar, hijo único y con un complejo de superioridad que rayaba en lo odioso. A Camus nunca le había caído en gracia el tipo, pero no por eso había sido descortés o grosero cuando por azares del destino debían tratarse. Pero sin duda, lo que más molestaba al peli-turquesa, es que el otro lo tratara como de su pertenencia.

 

—No es bueno que alguien tan bello como tú esté solo por estos lugares —le dijo con aire seductor.

 

—Agradezco tu preocupación pero no es necesaria, puedo cuidarme solo. Así que puedes retirarte si no es mucha la molestia.

 

Camus cerró los ojos y giró el rostro esperando porque Surt le hiciera caso y lo dejara en paz, pero el pelirrojo tenía otros planes. Ignoró la petición del menor y se acercó totalmente hasta él para seguidamente hincarse a su altura. Surt sólo miraba el rostro volteado de Camus, y sin aviso, una de sus manos acarició la mejilla derecha del menor, éste se sobresaltó volteando rápidamente para ver al otro muy cerca de él, demasiado cerca para su gusto, pero aunque no le gustara era inevitable que se sonrojara.

 

—¡¿Q-qué haces?! ¡Aléjate de mí! —gritó el peli-turquesa poniéndose abruptamente de pie. Surt lo imitó con el semblante molesto.

 

—¡Por qué diablos te haces el del rogar, Camus! Acepta que te gusto.

 

—¿¡Qué!? ¡Estás demente, a la última persona a la que yo le tendría interés sería a ti!

 

—¡Tú serás mío lo quieras o no!

 

—¡Púdrete!

 

Camus presa del pánico ante las insinuaciones de Surt, decidió que lo mejor era irse de ahí. No mentiría al decir que el pelirrojo era bastante apuesto pero a él no le interesaba en lo absoluto el tipo presumido ese. Así que se dispuso a marcharse pero la fuerte mano del mayor sobre su propio brazo no se lo permitió, Surt lo había tomado desprevenido y ahora lo tenía acorralado entre un grueso árbol cercano y su cuerpo mucho más ancho y alto.

 

—De-déjame ir… —suplicaba el oji-zafiro.

 

—¿Qué? ¿Tienes miedo, no que sabías cuidarte solo?

 

—Déjame… —susurró asustado.

 

—Me gustas demasiado, Camus, me encantas… —susurró en el oído ajeno poniendo mucho más nervioso al capturado.

 

—¡Por favor, Surt déjame! ¡Déjam…!

 

Por mucha fuerza que Camus hacía para zafarse de los brazos de Surt, éste había podido más, había sometido al más joven a un beso robado, era el primer beso del peli-turquesa. Nunca se había imaginado que su primer beso de la vida fuera de esa manera, y de haber podido escogerlo, hubiera sido totalmente diferente y no de una manera tan baja como estaba sucediendo y menos con alguien que detestaba tanto.

 

Las lágrimas ya comenzaban a bajar copiosas de los bellos ojos del más bajo, Camus seguía luchando por liberarse del fuerte agarre de su agresor. Pero Surt no parecía querer dejarlo libre y ya su lengua húmeda recorría por entero y con descaro el interior de la pequeña boca del peli-turquesa quien sentía a cada segundo que se quedaba sin aire aumentando su angustia mucho más.

 

El miedo nos vuelve fuertes —dicen por ahí—, y ese era un caso de terror puro en el que Camus estaba consciente de que si no hacía algo, Surt podría llegar a causarle mucho más daño del que pudiera imaginar. Fue por eso que el hermoso francés a como pudo concentró la mayor cantidad de fuerza en su pierna izquierda, misma que alzó con velocidad para asestarle al mayor un doloroso golpe justo en su entrepierna, logrando con ésto que Surt le soltara para caer de rodillas por el inmenso dolor que se apoderó de su cuerpo.

 

—C-Ca-mus… —el dolor le limitaba el habla. Camus se había alejado lo más rápido que pudo y lo veía retorcerse en el suelo a cuatro metros de distancia— ¡V-vas a pa-pagar por est-to…!

 

—¡No me vuelvas a tocar en lo que te resta de vida, me has escuchado! —siendo lo último que diría se fue corriendo como si el diablo lo persiguiera, dejando ahí solo y herido a un pelirrojo que en sus adentros juraba venganza.

 

—T-te voy a hacer mío a la fuerza de ser necesario, Camus… y ni tú ni nadie podrá evitarlo.

 

El peli-turquesa por otro lado ya se había alejado lo suficiente del lago, y ahora se encontraba en un rincón de una solitaria plaza, no tenía el valor para ir junto a sus padres y hermanos. Surt lo había manchado, le había arrebatado el beso que debía ser para el que fuera dueño de su corazón. No podría ver a nadie a la cara, ya nadie lo querría pues había perdido su pureza.

 

—Ya no podré tener mi ceremonia… cuando sepan lo que pasó, nadie querrá ser mi pareja… —rompió en llanto sólo de imaginarse que ningún gitano lo querría a su lado, o peor aún, que Surt fuera a pedirlo a sus padres y que estos se lo entregaran al saber que él fue el primero en besarlo.

 

La angustia volvió a reclamarlo y su llanto aumentó. Comprendía muy bien que para su gente era muy importante la castidad porque los hijos mayores en una familia debían cuidarse al ser ellos la pieza para conectar con otra familia que pudiera fortalecer todo lazo posible para mejorar el nivel de vida y con eso asegurar una buena descendencia.

 

Y era por ese motivo que Shaina, su madre y Albiore, su padre lo mantenían lo mejor cuidado posible pues Camus ya estaba en la edad ideal para llevar a cabo una ceremonia de unificación matrimonial, pero aún no habían encontrado a alguien digno para presentarlo frente al hermoso oji-zafiro.

 

Pero ahora él se encontraba profunda y genuinamente avergonzado, no sabía como iba a decirle a sus padres lo ocurrido. Pensaba que hablando con su madre resolvería algo, ella era una hermosa mujer de cabellera y ojos verdes como las esmeralda que decoraban su vestuario. De temple dulce, voz aterciopelada y una calma contagiosa. Era comprensiva y amorosa, una excelente madre. Estaba seguro que ella lo comprendería, debía intentarlo, después de todo no había sido culpa suya. Le dijo muchas veces a Surt que no y a éste ni le había importado.

 

—Hablar con mamá es lo mejor que puedo hacer ahora. Sólo deseo que no vaya a pensar mal de mi, yo... yo no quería... —suspiró derrotado, pedía que su madre pudiera creerle y lo ayudara, que lo apoyara.

 

Se levantó de su escondite improvisado iniciando entonces el camino para llegar con los suyos, aún sentía mucho miedo, su cuerpo temblaba y ya ni siquiera se fijaba en el camino.

 

Había llegado a una avenida principal donde muchas personas iban y venían solas a acompañadas enfundadas en diversos ropajes. Todos de diferentes clases sociales deambulaban por la pintoresca calle y Camus sólo era uno más, pero uno que resaltaba sobre el montón y no precisamente por su vestuario ya que habían gitanos y gitanas también vestidos aún más exóticamente que él aquí y allá, era más bien por su increíble belleza que muchos giraban su rostro para verlo pero el hermoso joven ni se enteraba con su pena interna a cuestas.

 

De hecho Camus tuvo que pasar un bochornoso imprevisto para que se diera cuenta de que no era la única persona en aquel sitio...

 

 

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—Amor mío, ¿estás seguro de que no quieres que vayamos en el auto? —preguntaba un apuesto hombre de largo cabello ondulado a su bello esposo mismo que sonreía alegre.

 

—Si, amor, me gusta mucho caminar y hace tiempo que no lo hacia con tanta alegría. Sé bien que la idea por la que fuiste a buscarme a la empresa fue para que llegáramos antes a casa juntos pero hoy es una tarde hermosa y me tomarás por loco pero, siento que algo muy especial va a ocurrirme...

 

—Mi príncipe... De acuerdo, si deseas caminar, felizmente iré de tu mano por donde quieras ir —el hombre tomó la mano derecha de su pareja y besó el dorso con cariño.

 

—Gracias, mi amado Kardia... ¡Oh! —Dégel había exclamado al chocar bruscamente con una figura mucho más pequeña que la suya que por cierto cayó de sentón frente a los mayores— Disculpame por favor pequeño. ¿Te encuentras bien?

 

—Eso dolió... —se quejó el afectado con la cabeza agachada.

 

Dégel rápidamente se soltó de Kardia para ayudar al muchacho que había derribado sin querer, el adulto para ayudarle a levantarse tomó de los brazos al chico cuyo largo y hermoso cabello le tapaba el rostro.

 

—Discúlpame si te lastimaste, pequeño...

 

En el momento en que Dégel decía esto, Camus se acomodó el cabello dejando ver su rostro con un leve mueca de dolor pero también de vergüenza con el peli-verde. Pero éste quedó estupefacto al apreciar la cara del menor.

 

Dégel nunca había visto un rostro tal, para él era como si estuviera frente a un ángel. El chico frente a si, tenía la piel tan blanca como la suya, unos hermosos ojos azules llenos de pureza aunque su mirada era un tanto seria. Y el detalle que hizo arquear los arcos del heredero fueron las cejas de Camus, esa característica solamente la tenían su padre y él. La mente del de cabellos verdes empezó a recordar a su bello bebé, ese que sin contemplación fue alejado de su lado y de quien recordaba bien el color de ojos y cabello y ese joven gitano los tenía.

 

—Por favor señor, discúlpeme usted a mi por mi imprudencia, espero no haberle ocasionado ningún daño.

 

Camus se estaba disculpando y cuando Dégel escuchó esa sedosa voz quiso decir tantas cosas pero no sabía que pensar.

 

—¿Tú no te lastimaste? —preguntó esta vez Kardia a quien también le había sorprendido la fineza del joven para que fuese un gitano.

 

—N-no, yo estoy bien, gracias y de nuevo... lamento mucho mi impertinencia. Disculpen, debo volver a mi casa...

 

Camus hizo una reverencia y se marchó cohibido, no deseaba seguir causando molestias a ese par de hombres que se habían preocupado por él a pesar de que haya tenido la culpa de lo que había pasado.

 

Mientras tanto Dégel aún no se reponía, ¿quien era ese hermoso joven? Sentía algo en su pecho que lo hizo sollozar, cosa que preocupó mucho a Kardia.

 

—¿Qué pasa, vida mía, por qué lloras? ¿Te has hecho daño? —lo abrazó el griego con cuidado.

 

Dégel negó débilmente con la cabeza antes de responder a su esposo:

 

—No... es sólo que... ese muchacho me recordó mucho a mi hijo. ¿Lo viste, Kardia? ¡Era bellísimo! Así sería mi bebé quizás... —liberó un suspiro quebrado.

 

—Oh, amor mío... volvamos a casa para que puedas descansar, has trabajado demasiado por hoy... —Kardia le abrazaba con cariño y amor.

 

—Pero yo... —intentó voltear para saber por donde se había marchado el joven pero Kardia ya un poco preocupado no se lo había permitido al rodearle la espalda con su brazo derecho con la intención de que ambos fueran a casa.

 

—No te preocupes, Dégel, todo estará bien, volvamos a casa. —le sonrió con calidez.

 

Y retomaron su camino hacia su hogar, algo se encendió dentro del francés esa tarde, algo que tardaría en dejarlo. Ese bello gitano le había hecho recordar el dolor y revivir la esperanza al mismo tiempo.

 

 

 

 

 


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