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Acto de Fe por Svanire

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Notas del capitulo:

"Demos la bienvenida al Rey de Todo, escoltado por las invisibles huéstes angélicas. Aleluya"


Jerubikón o Himno de los Querubines.

La capilla del orfanato era enorme, o al menos así le parecía al flacucho niño de los ojos azules. Cada que entraba, no podía disimular su espanto; se sentía vigilado por aquellos habitantes inertes que, desde sus pedestales, parecían juzgarlo. Le asustaba sobre todo la expresión de La Dolorosa, que estaba justo al lado del altar, mirando directo hacia el pasillo central. El trabajo del artista que la había elaborado era tal, que podía verse el enrojecimiento de sus ojos, lo abultado a causa de tanto llorar y gruesas lágrimas aún corriendo por las mejillas macilentas. Sin embargo, ¿qué podría asustarlo tanto, tratándose únicamente de la Virgen María? Le recordaba a su madre, tanto que cada que la veía a los ojos, a él le parecía que la Dolorosa cobraba vida ahí mismo, que derramaba aún más lágrimas y sollozaba con el nombre de su hijo quedándose atrapado entre sus labios resecos. Por ello evitaba mirarla más que a ninguna otra de las estatuas de Santos y Vírgenes que allí se hallaban congregadas.

 

Aquella tarde caminó directo hacia el altar y pasó al lado de la Virgen Dolorosa; sintió un intenso escalofrío y podría jurar que la escuchó suspirar, pero lo único que hizo él fue apretar el puño y continuar con su camino hasta donde se hallaba la monja que lo había citado. Lo esperaba ya junto con un grupo numeroso de chicos, quienes al verlo pusieron cara de fastidio, quizá por haberlo esperado durante buen tiempo o quizá por el maravilloso don que poseía el muchacho de los ojos azules, uno del que ellos no carecían, pero que sin duda no era comparable.

 

— Jimmy Novak — la monja dijo su nombre en voz alta; estaba molesta — Tarde, como siempre. Supongo que ya se cree toda una celebridad ahora que el Cardenal ha elogiado su dulce voz, ¿no es así señor?

 

Jimmy negó con la cabeza enérgicamente.

 

— ¡A tu lugar, ya! — le gritó.

 

Jimmy pasó entre los chicos con temor, unos incluso se atrevieron a ponerle el pie o a empujarlo. Como pudo, evitó la vergüenza de caer, llegó a su sitio y tomó las hojas del cántico a interpretar. Estaba harto: de las monjas, de los chicos a su alrededor, incluso del coro, que un tiempo fue lo único que lo hizo distraerse de su triste situación. Mientras cantaba podía perderse en sus pensamientos hasta entrar en un estado tal de intimidad consigo mismo que llegó a sentir que era el único instante en que realmente podía sentirse libre. No tenía nada que ver con los cánticos religiosos, las alabanzas y los rezos, era el simple hecho de que, mientras cantaba y se perdía en el sonido de su voz, sin importar qué fuera lo que estuviera entonando o diciendo, él podía adentrarse en los rincones solitarios de su mente y refugiarse ahí. Quizás eso es lo que lo hacía cantar tan bien: que realmente no le importaba alabar a Dios, sino escapar de Él, de sus seguidores y de la religión, para así por fin sentirse a solas y a salvo.

 

Aunque, ¿qué tan a salvo se podía sentir cantando el “Stabat Mater”? Al ver la partitura, al poner atención al latín que la monja les explicaba, sintió una punzada dolorosa.



Stabat Mater dolorosa

Iuxta crucem lacrimosa

(De pie la Madre dolorosa

junto a la Cruz, llorosa)

 

O quam tristis et afflicta

Fuit illa benedicta

Mater...

(¡Oh cuán triste y afligida

estuvo aquella bendita

Madre…)

 

Sin poder evitarlo, Jimmy alzó la vista hacia la Virgen Dolorosa, de la que sólo podía ver la espalda, cubierta por el manto negrísimo y aterciopelado; su pulso se aceleró y sintió cómo el pecho se le oprimía con cada frase una vez que el cántico comenzó. Sintió su propia voz quebrarse, tal como el mismo Jesús se quebró clavado en la cruz, mientras su madre, con los ojos arrasados en lágrimas, contemplaba en todo su esplendor el tormento al que era sometido su hijo. Jimmy cerró los ojos ante las horrendas visiones que venían a su mente, tragó saliva y sintió un ardor en la garganta. Al abrirlos, un par de lágrimas resbalaron por sus mejillas, tal como las que tenía la Dolorosa. Miró nuevamente hacia la espalda de la Virgen y tembló ante la idea de verla girarse hacia él.

 

— Jimmy… — lo llamó de pronto una voz trémula.

 

Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza cuando, al no poder apartar los ojos de la espalda oscura de la Dolorosa, la vio temblar; la tela de su manto parecía sisear ante el movimiento.

 

—-Jimmy…

— No… — murmuró Jimmy, temblando de pies a cabeza, mientras sus lágrimas chocaban contra el suelo de piedra.

—-Hijo mío… — se escuchó nuevamente esa voz, que parecía provenir en efecto de la Virgen temblorosa, cuyo acento delataba un llanto imposible de controlar.

 

Jimmy se giró para mirar a su alrededor, para saber si alguien más la escuchaba, pero tanto sus compañeros como la monja que los dirigía, se mostraban ajenos a la tenebrosa situación. Procuró mantener la vista fija en el suelo y concentrarse en el cántico, pero la misteriosa voz llena de dolor volvió a hablarle, casi como si le susurrara al oído:

 

— Hijo mío… — sollozó— ¡cuánto daño te han hecho!

 

Temblando, alzó la vista despacio, mirando el manto negro de la figura que tanto le aterraba, desde el borde de la tela que rozaba el suelo hasta su espalda, Habría jurado que, en cuanto sus ojos recorrían el borde de la tela, alcanzó a ver el rostro de su propia madre contemplándolo con dolor, en el lugar donde debía estar la efigie de la tristísima Madre de Jesús. Como era de esperarse, el joven Jimmy Novak pegó un salto tremendo y empujó a varios de sus compañeros, quienes al verlo en tal estado de terror, lo único que hicieron fue apartarlo del grupo a empujones hasta hacerlo caer a los pies de la misma Dolorosa. Con terror, Jimmy alzó la mirada, lentamente, hasta toparse con una llorosa María, cuyos enrojecidos e hinchados ojos le devolvian una mirada desencajada de tanto dolor.

 

— ¡No, no!

 

Jimmy se levantó a toda prisa y, fuera de control a causa del terror, salió corriendo de la capilla, haciendo caso omiso de la monja, sus gritos y las risas de sus compañeros.

 

No dejó de correr ni cuando estuvo fuera de la capilla, siguió corriendo por el jardín que yacía enfrente, lo atravesó y llegó al solitario patio principal, donde trató de meter el rostro en el agua de la fuente que estaba justo enmedio. Apenas pudo acercarse a ella, porque una fuerza extraña le retuvo y le obligó no solo a detenerse, sino a quedarse inmóvil, completamente petrificado. Una voz habló dentro de su mente, diciéndole:

 

¿De qué huyes, Jimmy Novak? Te seguiré donde quiera que vayas. Tu destino y el mío están unidos.

 

Era difícil saber si aquella voz era de hombre o mujer, sólo sabía que era intensa, enérgica, hermosa. Y apenas terminó de hablarle, la fuerza que mantenía al cuerpo de Jimmy petrificado, lo liberó, haciéndolo caer de rodillas sobre el adoquín del patio. La cabeza le dolía un poco pero sin duda el terror era mucho más intenso. Se levantó para seguir huyendo pero entonces notó algo: al otro lado del patio, junto a una columna, yacía un chico desmayado.

 

Por un instante, pensó en ignorarlo y continuar con su alocada carrera, pero sintió remordimiento. Suspiró y comenzó a acercarse al chico en cuestión, maldiciendo su conciencia que no le permitía alejarse de ahí sin más. Cuando estaba por llegar, tuvo una rara sensación de ansiedad; la ignoró y llegó hasta el muchacho, al cual no creía haber visto nunca. Notó que comenzaba a despertar, parecía decir algo pero Jimmy no lograba entenderle, así que se acercó más a él e incluso lo movió un poco. Balbuceaba, pero de entre todo alcanzó a distinguir un nombre que le heló la sangre:

 

— Castiel…

— ¿Qué? — Jimmy se echó hacia atrás, recobrando el terror que había sentido hacía unos instantes.

— Castiel… — insistió el chico, recobrando el sentido poco a poco — Ayúdame…

 

Jimmy iba a levantarse pero el otro chico lo sostuvo del brazo y abrió los ojos de golpe. Sus miradas conectaron por primera vez, con una intensidad inusitada, quizás debida al terror que ambos sentían. De pronto, oyeron gritos provenientes del jardín; Jimmy reaccionó, sin duda la monja venía a buscarlo para darle una tunda por haber salido huyendo.

 

— Me tengo que ir — dijo, levantándose de golpe.

— ¡No, espera! — le pidió el muchacho que aún yacía en el suelo; como pudo, se levantó — Necesito hablar contigo.

— ¡No, déjame! — Jimmy echó a correr una vez más.

— Necesito saber… ¿quién es Castiel?

 

Jimmy se detuvo de golpe y volvió la vista hacia el otro chico, cuyos ojos verdes lo miraban ya no con terror, sino con cierta fiereza.

 

—¿Para qué quieres saber quién es Castiel? — inquirió Jimmy, mirando hacia todos lados con miedo y pronunciando aquel nombre cual si temiera que, al hacerlo, aquel misterioso ser pudiera materializarse ante ellos.

— Quiero encontrarlo… dime cómo.

 

Se escuchó una vez más la voz de la monja que se acercaba. Jimmy soltó un resoplido y le dijo:

 

— No quieres saber quién es él, créeme. No lo busques, no lo invoques… En cuanto a mí, déjame en paz.

 

Jimmy se alejó a toda velocidad. Tras él pasó la monja, quien por más que alargaba sus pasos parecía que no podría atraparlo jamás. Al ver al chico rubio de pie en su camino, le gritó:

 

— ¡Winchester! ¿Acaso no tienes deberes? ¡Deja de perder el tiempo si no quieres que te haga azotar de nuevo!

 

Dean asintió pero siguió ahí de pie, viendo cómo se alejaba el chico de los ojos azules, cuya mirada aterrada se le quedó grabada a Dean en la memoria. Sin duda, él sabía quién era Castiel, pudo ver su expresión en cuanto lo mencionó, casi al despertar. Ni siquiera estaba seguro del por qué había acudido a su mente aquel nombre, como si supiera que al llamarlo, de verdad iría en su ayuda. Recordó que antes de desmayarse, un zumbido ensordecedor llenó su cabeza y le lastimó los oídos cruelmente; por toda respuesta, su cuerpo se desplomó en el suelo. Y entonces, a pesar del zumbido, distinguió una figura luminosa, cual si se tratara de un sueño. Lo primero que vino a su mente fue llamar a aquel cuyo nombre había escuchado por primera vez de su madre (o lo que parecía haber sido ella). Y ese chico lo había escuchado, pero su expresión no fue de desconcierto, fue de terror intenso. ¿Por qué?

 

No había respuesta para ello aún, pero de algo estaba seguro: buscaría a ese extraño chico y haría que le contara todo lo que sabía de Castiel. Ya había intentado todo, ya había rezado demasiado, no podía ni quería hacerlo más. Si eso no funcionaba, dejaría de buscar y de invocar en la noche profunda a aquel que jamás contestaba sus llamados.

 

***

 

Más de medianoche. Hacía un viento terrible, las ramas de los árboles se agitaban violentamente mientras dejaban salir quejidos aterradores. Quejidos que parecían confundirse o mezclarse con los de Jimmy Novak, quien estaba teniendo sueños atroces que lo hacían delirar. Su almohada estaba empapada de sudor, sus manos apretaban compulsivamente las sábanas, cual si quisiera aferrarse a ellas para no ser devorado por lo que fuera que lo perseguía en los oscuros rincones de su mente.

 

— No… — gemía entre sueños — no lo permitiré… Yo nunca quise esto… ¡Nunca lo quise así!

 

Despertó de golpe, sudoroso, aterrado, con lágrimas que resbalaban por sus mejillas pero que fácilmente se confundían con las gotas de su sudor. Se levantó de la cama, con toda la determinación que nunca se le había visto en su vida. Buscó bajo la almohada y sacó una delgada hoja de cuchillo sin el mango, la miró palmo a palmo, extasiado con su brillo, deseando que fueran uno solo con su cuerpo. Siempre lo había pensado pero nunca había tenido el valor. Ahora lo tenía y nada podía detenerlo, así que salió de su habitación descalzo para no hacer ruido y se encaminó hacia la capilla que tanto lo aterraba.

 

Abrió la puerta ayudado en gran parte por la terrible ventisca que se soltó en ese instante. La oscuridad de la capilla parecía devorarlo cual gigantesco demonio mientras él caminaba por el pasillo central. Con lágrimas en los ojos fue avanzando hacia el altar, con los ojos puestos en la Virgen Dolorosa, que parecía estarlo llamando entre llantos y gemidos lastimeros. Sentía como si cada uno de los Santos en sus pedestales se giraran para mirarlo caminar; sentía también los ojos acusadores de Jesús, mirándolo desde la cruz, reprochandole cada uno de sus pecados, haciéndole ver que, si estaba crucificado era por él. Jimmy soltó un sollozo de dolor y miedo y se dejó caer de rodillas frente a la Virgen de aterciopelado y lúgubre manto, cuyos ojos parecían brillar en la oscuridad.

 

— Sé que no querías que fuera así, madre… — lloró Jimmy — Sé que era la única forma de limpiar mi pecado… lo sé…

 

Miró la hoja de cuchillo que llevaba consigo, dejó caer sobre ella varias lágrimas y luego añadió:

 

— Pero ya no puedo más.

 

Colocó la hoja en su pecho y, con ambas manos, se disponía a forzarlo a entrar en su carne, cuando una voz lo detuvo, con la siguiente pregunta:

 

— ¿De qué pecado hablas?

 

Jimmy buscó el origen de aquella voz, aunque le parecía conocida. A sus espaldas, estaba Dean Winchester, sosteniendo un cirio que iluminaba su rostro de manera tétrica.

 

—¿Por qué me sigues molestando? — vociferó Jimmy, exasperado — ¿Qué te he hecho? ¿Qué quieres?

— Ya lo sabes.

— No te diré nada de Castiel. No quiero saber más de él.

— Necesito encontrarlo, ¿no lo entiendes?

— ¡No! ¡No necesitas nada de él!

— Es sólo un maldito arcángel, ¿qué daño puede haberte hecho?

 

Jimmy se enfureció en tan solo unos segundos al haber escuchado aquellas palabras y se lanzó sobre Dean, haciendo que éste dejara caer el cirio y rodara por el pasillo hasta apagarse. Pudo sentir la punta de la hoja de cuchillo rasgando su mejilla, tras lo cual Jimmy usó todas sus fuerzas para mantenerlo inmóvil sobre el suelo.

 

— Escucha, hijo de puta… — Jimmy soltó una risita amarga— Bueno, supongo que alguna vez tuviste una madre, ¿no? Así que, hijo de puta…

 

Dean enloqueció ante tal injuria, arrojó a Jimmy lejos de él como pudo y comenzó a golpearlo. Lucharon por todo el pasillo, la hoja de cuchillo cayó al suelo y se perdió entre las sombras, así que se hicieron daño a base de golpes. De pronto, tras haberle propinado un par de puñetazos, Dean forzó a Jimmy a retirarse hacia el altar, donde perdió el equilibrio y se golpeó con la esquina del mismo. Al instante quedó imposibilitado para continuar peleando, sólo se dejó caer, mientras la sangre le brotaba profusamente de una herida en la cabeza. Dean se inclinó a su lado, mirándolo con ojos desencajados.

 

— Yo no… — tragó saliva, estaba aterrado— Yo no quería… Yo…

— ¿Tanto necesitabas a ese Castiel? — preguntó Jimmy a media voz, dejando salir un delgado hilo de sangre de su boca.

— ¡No, es sólo que… — se levantó lleno de pánico, sin decidirse a hacer algo por sí mismo o ir a pedir ayuda, aunque ello significara su propia perdición.

— Mi madre… ella… — balbuceaba Jimmy, con más sangre brotando de su boca— Mi madre me entregó a Castiel…

— ¿Qué?

— Me entregó para redimir mis pecados… — gimió de dolor; Dean hizo señas para que se detuviera pero él siguió hablando — Me entregó para servirle de envase… a Castiel… a cambio de salvar mi alma del castigo eterno…

— ¿De qué hablas? — Dean estaba aterrado pero no podía evitar sentir curiosidad y ansiedad por aquellas revelaciones.

— Cometí pecado, Dean… amé a quien no debía… y dejé que él me amara… Estuvo mal…

 

Jimmy comenzó a llorar, así que Dean se colocó junto a él y sostuvo su cabeza, manchandose de sangre.

 

— Me ha perseguido desde entonces… — continuó— Me necesita… Quiere estar aquí en la Tierra pero me necesita… Necesita un cuerpo que lo resista…

 

De pronto, la expresión de Jimmy cambió, parecía estar viendo algo en el techo abovedado de la capilla, lejos de ellos. Estiró los dedos como para alcanzarlo, sus labios esbozaron una sonrisa que más que eso parecía una mueca de dolor; más lágrimas brotaron de sus ojos, como sangre brotaba de su herida, empapando el regazo de Dean.

 

— Él salvará mi alma… — musitó— Me librará de Dios y su cólera por mi pecado…

 

Un sonido largo, fino y bello comenzó a salir de boca de Jimmy. Parecía estar simplemente vocalizando pero no, era una melodía, decía algo en un idioma que a Dean le resultaba desconocido. Su voz parecía formar hilos de oro en el aire, que se entrelazaban con otros más hasta formar un coro angelical. No sabía si era por el estado en el que se hallaba pero podría haber jurado que escuchaba muchas más voces ahí, acompañando la de Jimmy para entonar aquel himno misterioso.

 

— Él me salvará.

 

Y al decir esto, Jimmy comenzó a cerrar los ojos poco a poco, su espíritu estaba abandonando su cuerpo y Dean comenzó a sentir verdadera angustia. Cuando todo parecía haber terminado, cuando Jimmy parecía haber exhalado su último aliento, una luz cegadora nació de su pecho.

 

Dean se alejó de él todo lo que pudo, cubriéndose los ojos de la intensidad de aquella luz. Se arrastró hasta el otro lado del altar, donde se ocultó tras una columna. Cuando la luz dejó de brillar, se asomó precavidamente, para saber qué había sido de Jimmy. Con enorme sorpresa, vio al chico de pie una vez más, cual si jamás hubiera sufrido herida alguna, pero aunque sin duda era el cuerpo de Jimmy, ya no lucía como él; sus ojos azules se habían hecho despojado del terror para dar paso a una frialdad y una determinación que le parecieron ajenas a Dean, a pesar de que no conocía al chico desde hacía mucho.

 

— Dean Winchester — dijo con voz atronadora; el tono, sin duda alguna, seguía siendo el de Jimmy, pero la firmeza con que había pronunciado su nombre era nueva.

 

El chico no se atrevió a salir de su escondite, se quedó inmóvil tras la columna, sintiendo que la cabeza le explotaría en cualquier momento; todo aquello era una locura.

 

— ¿Quién eres? — fue lo primero que se atrevió a gritar, apenas asomándose detrás de la columna.

 

Por toda respuesta, se extendieron un par de alas enormes desde la espalda del que una vez fuera Jimmy Novak. Ya no lo era más. Su alma se había “salvado” del castigo eterno, gracias a su sacrificio. Un arcángel se había apoderado de su cuerpo vacío. Los rezos de Dean habían surtido efecto.

 

Notas finales:

La inspiración para el título y el contenido de este capítulo vino a mí a través de una pieza musical llamada "El Himno de los Querubines", específicamente la versión del compositor Pyotr Ilyich Tchaikovsky. El Himno de los Querubines proviene de la Liturgia de San Juan Crisóstomo (la más usual manera de celebrar la Eucaristía, según el medieval Rito Bizantino o rito griego, característico de la Iglesia Ortodoxa) [Consultado en: http://anglicanvmscriptorivm.blogspot.com/2009/11/algo-de-liturgia-y-mistica-el-himno-de.html ]


Por otra parte, el Stabat Mater es un himno o plegaria que habla sobre el sufrimiento de María ante la crucifixión de Jesús. Hay muchas versiones, les recomiendo la de Giovanni Battista Pergolesi.


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