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Sorpresa cultural ~ por Shy

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Notas del capitulo:

NYAAAAAAAAA ~! *O*

 

MI PRIMER COPO X BICHO! O,O *paranoica*

 

espero que os guste .//.U 

 

Sorpresa cultural ~

Advertencias:

UA ^^

Mierdi-fic xD


                                                     ~========>>/<<=======~

Se alzaba ante sus ojos, impotente, rubusta. Su construcción anciana, sus detalles gastados. Hermosa, a su manera, desprendiéndo a su arlededor una mística aura que atraía a entrar. De firmes pilares, aspecto de dictadora, se esemejaba que sus amplios ventanales vigilaban el horizonte. Arrojaba ya desde fuera, un hechizante olor a páginas repletas de historias. Historias que la gente escribía, esperanzados, pues esperaban aportar algo con ello.

Un pequeño banco, colocado a unos metros de la envejecida entrada, formaba un bonito detalle. Obligaba a darnos cuenta de cuán insignificantes somos. Incluso frente a una biblioteca.

Pero él no se daba cuenta de ello.

Caminaba a pasos angostos, queriéndo que su ingreso en el edificio se retrasara todo lo posible. No quería estar allí. Se quitó los auriculares que hasta el momento había llevado, escondiendo su pequeño aparato de música en uno de sus bolsillos del pantalón. Fue entonces, al cortar aquel mágico vínculo entre la música y él, cuando cayó en la cuenta de que se hayaba ante la gran puerta de ennegrecida madera.

Odió a sus padre.Al estúpido profesor. A sus amigos. Odió hasta al perro de la vecina. Él no debía estar allí. De eso, estaba seguro. 

¿¡Por qué tenía que estudiar!? ¡Él no quería estudiar para el maldito exámen!

Con un gesto de claro hastío, empujó con un brazo la detallada entrada, provocando un suave chirriar de esta. Pensó que le vendría bien un poco de aceite a las bisagras, antes de haberse por completo en la estancia.

El aroma a libro traspasaba su nariz. El kilométrico pasillo de mármol encerado recientemente llegaba a brillar casi con furia. A su izquierda, un poco más adelante, una puerta abierta permitía pasar a la sala más importante de aquel inmueble.

Y también la menos atrayente para él.

Bajó la mirada, con el perpetuo mohín, y comenzó a caminar a su tortura. La esencia a manuscrito se tornaba cada vez más potente.

Ya estaba a unos poquísimos pasos.

Ahora se daría la vuelta y echaría a correr tan rápido como le fuera posible. ¡Era el plan perfecto! Empezaba a contar hasta tres, cuando, sus orbes celestes se cruzaron con algo hermoso. O más bien, alguien verdaderamente hermoso.

Si los arqueológos de un futuro lejano, alguna vez encontraran esos huesos, las parecería una escultura, la máxima expresión del empeño artístico y no un producto de la roma naturaleza.

La piel que cubría aquellos huesos, opacaba toda esperanza de luz en la sala. De aspecto tan suave y tan blanca que creyó ver una alucinación. Y la hacía ver aun más pálida, aquellos largos mechones rojos, que se deslizaban con suma precisión en torno a los delicados hombros y a la fina espalda.

Era la criatura más bella que jamás presenció.

Cerró con su mano la boca. ¿Desde cuando la tenía abierta? Tragó saliva e inconscientemente se pasó una mano por el pelo.

¿Cómo era posible que él, Milo, el conquistador por excelencia se sintiera nervioso con aquel exuberante ser?

Suspiró. Se dio mentalmente palmaditas en sus hombros, animandose a si mismo. Se sintió ridículo.

A pasos torpes se adentró en su antaño odiada sala. Repasó con una rápida mirada el lugar. Perfecto, todas las mesas tenían mas de dos personas. Sonrió satisfecho, mientras se acercaba a aquel Dios encarnado.

Sus zapatos resonaban con sutileza en el piso. Podía sentir su corazón latiéndo apresurado contra su pecho.

Se aferraba a un tirante de su mochila, esperando al menos, calmare con ello. Aquella deliciosa figura se hayaba a unos milimétricos pasos.

Dios...pensaba que iba a estallar...

 

Se colocó a un lado del muchacho, apoyando las manos en la lisa superficie.

Este, enfrascado en la lectura de un libro de rústicas tapas, no se inmutó de la presencia de los ojos celestes que se clavaban insistentes en su coronilla. Continuó, absorto en las numerosas letras que constituían la maltratada hoja.

El que se mantenía de pie repiqueteó débilmente en la mesa, molesto. Dirigió un puño a su boca, arqueándo una ceja y carraspeando, en un intento de conseguir la atención de aquel.

El de cabellos rojizos movió la cabeza, como despertando de un sueño, parpadeándo varias veces. Torció el cuello hacia arriba, hasta toparse con dos esferas claras que parecían traspasarlo. Ensanchó, con ligereza los ojos, mientras sentía que un molesto y claro rubor teñía sus mejillas pálidas.

 

El chico rubio dibujó una sonrisa torcida.

- ¡Hola! -saludó alegremente-. Las demás mesas están ocupadas...no te importa que me siente aquí, ¿cierto?

 

El joven pelirrojo agachó la cabeza, desesperado por ocultar su sonrojo. Negó con timidez, cosa que produjo un agrandamiento en la mueca del chaval de cabellera clara.

 

- Bien, gracias - dicho esto, tiró sin cuidado la mochila en una esquina de la mesa, mientras tomaba asiento frente a su nuevo y misterioso compañero.

 

En ese instante, el silencio se proclamó rey y señor de aquella mesa.

Ojos celestes escrutaban el perfecto rostro que se empeñaba en esconder el de cabellos fuego. Este intentaba concentrarse en el documento, mas sintiendo tan incómoda mirada, apenas enfocaba las pequeñas formas que deberían de permitirle su placentera lectura. Frunció el ceño.

No le gustaba, en absoluto, que un desconocido le observara de esa forma.

Pretendiendo parecer seguro, alzó sus orbes para hundirlas en las de aquel molesto estudiante.

 

- ¿No tienes otra cosa mejor que hacer que estar mirándome? -acusó, mientras cerraba y apartaba el gran volumen de sus manos, permitiéndole el espacio para apoyar sus codos en la madera brillante.

 

El de actitud despreocupada se echó hacia atrás, recostándose en el respaldo de la silla, con un socarrón gesto.

 

- La verdad, debería de estar estudiando - comentó mientras desechaba con un movimiento de la mano esa idea-. Pero prefiero admirar algo tan maravilloso como tú.

 

La mirada rubí se entornó débilmente, a la vez que entrelazaba sus dedos y acomodaba su barbilla encima de estos.

 

-¿Sabes?...Eso suena patético por tu parte - ácido, así era su humor-. Si era un cumplido, hubiera sido mejor que no lo dijeras.

 

El ofendido crispó los puños y arrugó la nariz.

 

- Solo quería ser amable contigo - masculló, cruzando los brazos encima de la mesa. Apreció un atisbo de sonrisa en los lábios de exquisito color rosa pálido.

 

- Podrías haber empezado de otra manera, ¿no crees? -sugirió con voz suave el otro. Sus orbes bellamente rojas brillaron al contemplar un gesto emocionado, casi infantil, por parte de aquel.

- ¡ejem! -se aclaró la voz-. Mi nombre es Milo -anunció mientras extendía su mano y sonreía abiertamente.

 

El chico vestido de negro, estudió, un tanto cohibido la mano ante sí. Alargó el brazo y, vacilante, juntó la suya.

 

-Camus - murmuró el pelirrojo, notándo que un color tinto se extendía con lentitud por su albino rostro.

 

-Camus...bonito nombre... - repitió y sonrió Milo, volviéndo a su posición inicial, provocando la acrecentación del rubor en él.

 

Musitó un débil gracias, sintiéndo que de pronto el suelo era la octava maravilla del mundo. Repiqueteó con el pie sobre el fulgurante suelo.

 

-¿De dónde eres? No pareces de aquí, la verdad -la pregunta de Milo le sorprendió un poco. ¿Se había dado cuenta de ello?

 

- Bueno... - el pelirrojo miró hacia el techo, dibujando en su boca una melancólica sonrisa- Yo soy Francés. Crecí en un pueblecito de allí, bastante pobre, por cierto. Pero...-sus fríos ojos rojos se oscurecieron súbitamente-...cuando mi madre murió... -Milo deseó no haber abierto la boca nunca-, decidí viajar a Siberia, en busca de mi desaparecido padre. No lo encontré, y vine aquí, a Grecia.  

Camus apretó los puños, rabioso. Odiaba por sobre todas las cosas a su "padre". Su rubio amigo guardó un respetuoso silencio, resistiéndo la tentadora idea de preguntarle más. 

El pelirrojo suspiró, encerrando su cabeza entre sus dos manos. 

-Aunque ya lo tengo asumido -sonrió, amargo-. No signifiqué nada para  él. Nunca, en ningún momento -se sorprendió de si mismo, pues jamás expresaba sus sentimientos tal cual. Y menos con alguien apenas unos minutos antes conocido.  

-Bueno, va, no pienses en eso - Milo intentó consolar lo mejor que pudo-. No sabe lo que se pierde. 

¡De nuevo, aquel maldito escozor en las mejillas abordaba al pobre Camus! ¿Por qué causaba ese efecto sobre él? Se pasó una mano por la cara, sin entender. 

El que parecía más mayor sonrió mordazmente. Estaba empezando a considerar en cambiar su color favorito por el rojo. 

- Y... no se... - empezó el de ojos turquesa, buscando la vía más fácil para sacar de la ensoñación en la que su "amigo" había caído. Este pareció reaccionar y dirigió sus afilados ojos a los de él, atento-. ¿A qué instituto? Nunca te vi por el mío. 

Para su sorpresa, Camus forzó a sus finos labios formar una falsa sonrisa, que resultaba aterradoramente apenada. 

- No voy al instituto, Milo - confesó con suavidad-. Apenas tengo el suficiente dinero para conseguir comida, no llega para una educación - cerró los ojos un instante, dolido- Por eso vengo siempre a este sitio... -susurró, volviéndo a permitir que sus orbes incandescentes se entrecerraran afectuosamente al acariciar con sutileza la madera de la mesa-. Es el único lugar donde recolecto cosas...aprendo... 

Milo entreabrió la boca. Su corazón se encogió, sintió ganas de abrazar a ese cuerpo, de protegerle. Llegó a la conclusión de que, Camus se había forjado un papel, cual actor, durante su atormentoso pasado. 

Estaba seguro de que no le gustaba demasiado la gente, el típico niño antisocial que la gente mira por encima del hombro. Pero él, por una vez, si se dio cuenta de algo. 

Ese chico necesitaba ayuda. Cariño. Comprensión. Un hombro en el que desahogarse. Una mano que le levante si se cae, no que le diese un brusco golpe. 

Necesitaba amor. ¿Y quién mejor que él para proporcionárselo? 

-Oye, Camus... -susurró Milo, con un muy débil rubor en las mejillas-...¿te gustaría que nos viesemos otro día? 

Ojos rubí se sorprendió. Ojos rubí se enterneció. 

Camus comenzó a guardar sus cosas en la oscura bandolera, ante la angustiada e insistente mirada de aquel chico rubio que había conseguido romper su perpetua coraza helada. La verdad...le encantó hacerle sufrir un poco. 

Se levantó inexpresivo. Milo tragó saliva. 

- Eres extraño, Milo - repuso Camus, con un perfecto estudiado timbre de frialdad. 

Sin más, se dio media vuelta. El rubio agachó la cabeza, decepcionado. No quería haberse equivocado con Camus. 

- A las 5, en la puerta de la biblioteca. Mañana. Sé puntual. 

Como un resorte, Milo levantó la cabeza. 

Todavía sin salir de su incredulidad, sus labios se partieron en una ancha sonrisa emocionada. Y, en su estado de eufória, saltó de la silla y se puso a bailar, de la súbita alegría, riéndo como un poseso, felicitándose a si mismo. 

Claro que, estando en una correcta biblioteca, no le permitieron celebrar su momento. 

Lo que no pudo ver en ese momento, fue la sincera y abierta sonrisa de Camus en mucho tiempo. 

Y seguro que con él a su lado, no iba a ser la última.  


Fin! ^w^  

 

Notas finales: Gracias por leer >x<!!

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