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Quiero que lo digas por Gadya

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Notas del capitulo: BUENAS Y SANTAS, GENTES!!!!! *Gadya aparece con dos enormes orejas de conejo rosadas, y su cabello verde (que, durante un tiempo lo tuve verde XD) atado en dos coletas* Y AL FIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIINNNNNNNNNNNNNNNNNN, ESTA PAREJA ME ODIAAAAAAA estuve como unas dos semanas para hacer este fic del demonio porque no podía hacerme a  la idea de cómo manejarlos...  por tal motivo, si esto es una bazofia, virus  no, que la computadora o es mía. Dedicado completamente a Ice_Spirit, el cual me metió de lleno en la Verdadera Senda del Ikki Uke (coro angelical XDD)

          Noche cerrada en la oscura habitación… silencio, quietud, las ventanas abiertas permitiendo amablemente que la brisa nocturna se colase, danzando alegremente entre las cortinas de negra gasa.

 

          En el centro del cuarto, la cama de plaza y media dominando el pacífico escenario, y sus sábanas, totalmente extendidas sobre su mullida superficie, descansaban vagamente, tendidas a la perfección, disfrutando de la merecida paz que el vacío les proporcionaba, por fin lejos de maltratos y forzosos exilios al piso de finas losetas veteadas.

 

          Soledad, la deliciosa calma antes de la tormenta con forma de pareja despareja, y los últimos instantes de ocio que la habitación podía disfrutar con el primer brillo de las estrellas, antes que arribasen aquellos que, sin inhibiciones, moraban allí, poblando sus rincones de frases sin sentido, arrancadas a vanas caricias de inusitado ardor

 

          La ventana, la cama, la penumbra del cuarto en reposo frente a la puerta de caoba, que, suspicaz, cuidaba la integridad de sus bienamados custodiados. Más allá, luz, la luz de las innumerables bombillas que poblaban la Mansión Kido, gritos, risas, pasos, vida… una rutina que cubriese la verdad de aquellas jóvenes existencias que llenaban sus pasillos, con sutiles mentiras que supiesen a recuerdos celosamente atesorados.

 

-Anda, Ikki, por favor-

 

          La frase resonó entre las paredes blancas, cubiertas de sombra, preludio de la invasión que, afuera, aguardaba impaciente, encarnada en un agobiado peliazul.

 

-Ya te dije que no!- respondió una voz cansada, con cierto dejo de fastidio, buscando remarcar enfáticamente su negativa.

 

          La luz se hizo. La pesada puerta se abrió, dejando paso libre a la iluminación del pasillo, que recortaba aquellas dos figuras masculinas paradas en el umbral, traduciendo sus contornos estirados en el piso.

 

-Si, dilo- los labios del dueño de aquellas palabras se curvaron en desacuerdo, rodeados por algunas rubias mechas que, osadas, intentaban colarse en su boca, territorio que les estaba expresamente prohibido.

 

-No, Hyoga, no voy a decirlo y ya!- bufó Ikki, entrando en la habitación que, por derecho, le pertenecía, y desplomándose en la cama, miró reprobatoriamente al rubio que, desde la entrada, escrutaba su anatomía con una divertida sonrisa surcando su rostro.

 

          Un paso dentro, la puerta crujió tras el espigado cuerpo del ruso, quien con elegancia, la cerró con llave sin voltear a verla, sabiéndose seguido por un par de tormentosos ojos azules que, contra todo pronóstico, parecían sorprendidos.

 

-Lo dirás, Ikki Kido- desafió Hyoga con una mueca burlona, y sus pupilas celestes centellearon en la negrura del cuarto- aunque en ello me vaya la vida-

 

          Las pisadas retumbaron en el silencio de la oscura habitación, llenas de seguridad. Una… dos… tres… cuatro… cinco, cinco grandes zancadas que llenaron la quietud, antes de que las pálidas manos del Cisne se apoyasen en los hombros de Ikki, secundadas por una de sus rodillas, que cargó contra el colchón. Una mueca socarrona respondió aquella actitud, y los 19 años bien puestos de Hyoga empujaron al moreno a la cama inmovilizándolo por completo, disgustados por aquel gesto bufonesco.

 

-Lo dirás- afirmó el rubio, sin dejar lugar a dudas que, esta vez, iba en serio.

 

-No- contradijo Ikki con aires de suficiencia.

 

-Dilo!!!- ordenó Hyoga en un leve grito, confirmación de que su paciencia se estaba acabando

 

-No lo diré- La mueca en los labios de Phoenix tornó a media sonrisa, destilando superioridad. Sabía que Hyoga perdía la cabeza en momentos como ese, y aquello le había mantenido lejos de la frase que jamás se permitiría decir… pero, al parecer, el condenado ruso se volvía cada vez más difícil.

 

-Entonces haré que lo digas- garantizó el Cisne con arrolladora confianza, y sus ojos se posaron en los profundos de Ikki, que, vanamente, intentaban ocultar su nerviosismo ante una situación que no podía controlar... los soviéticos ojos le habían mirado con tanta seguridad, que esta vez estaba convencido que no podría ganar.

 

-Eso es una amenaza, pato?- preguntó con sorna, disfrazando de falso coraje sus mal disimulados miedos

 

-Más te vale que lo creas-

 

          La frase, sensualmente susurrada, hizo eco en los oídos del peliazul, aún cautivo bajo el cuerpo de Hyoga, y buscando desesperadamente un modo de huir, intentó empujar al rubio para quitárselo de encima, pero el Cisne no se movió… tenía a su presa en donde la quería, y no iba a dejar que la oportunidad se le escapara de las manos. Hábilmente se sentó a horcajadas del moreno, sin dejar de sujetarlo, y sus dorados cabellos se pasearon descaradamente por el cuello de Ikki, que, indefenso, invitaba  a la boca del ruso a probarlo, a adueñarse de él como nunca antes lo había hecho. Una lujuriosa mirada celeste fue lo último que el Phoenix alcanzó a distinguir  en aquellos ojos cristalinos, antes de sentir su cálido aliento acariciando su garganta, a la par de aquellos gélidos labios  que, al contacto, se sentían hirvientes.

 

          Sintió que el aire escaseaba en sus pulmones que, frenéticamente, intentaban atraparlo a bocanadas, preso del temor de aquella situación que no podía dominar, sentía la pasión del Cisne en cada movimiento que, sobre su cuerpo éste hiciera, y la sola idea de lo que, a continuación, podía llegar a pasar, le erizaba la piel. Ikki jadeó entrecortadamente, buscando desesperadamente un modo de huir, no sabía cómo actuar en aquel momento, y su cuerpo, presa del pánico, tampoco parecía querer reaccionar, dejándolo completamente indefenso ante las intenciones del ruso. Todo su ser se hallaba tenso, sudando frío, sus temores esparciendo por su piel el horror que le causaba el saber que, por primera vez, no tenía el control.

 

-No estés tan tenso, pajarito. Ronroneó Hyoga, robándose aquellas palabras que el propio peliazul le había dicho  en su primera noche juntos –Sino no podrás disfrutarlo.-

 

          Hyoga rió divertido, apoyando todo su cuerpo en el de su víctima para evitar su huída, y sus pálidos dedos, casi obnubilados, recorrieron cada facción de aquel rostro que adoraba con locura, arañando cada tanto sus mejillas con sus inexistentes uñas, mientras, disfrutando del momento, jadeaba  en su oído, adueñándose, de vez en cuando, de aquel laberinto con su lengua. Adoraba aquello, el tener al inalcanzable moreno a su merced, petrificado en la idea de no poder controlarlo, y la sola imagen del Phoenix aterrado hasta la médula, le excitaba sobremanera.

 

          Los ojos de Ikki se abrieron como platos al ver la mueca  extasiada que el delicado rostro  del Cisne le ofrecía, en un enfermo espectáculo que amenazaba con empeorar. Las frías yemas del rubio fueron reemplazadas por su lengua, que emergió, cálida, de aquellos labios hipnotizantes a torturar la boca del peliazul, contraída en un rictus de pavor. Húmeda, se pavoneó de sus nulos efectos en la inexistente sonrisa del Phoenix, mientras los dedos que tanto lo habían mortificado, huían  cobardemente, a refugiarse en su oscura camisa, desabrochando cada botón con lentitud casi morbosa.

 

          Un gemido se escapó de su garganta, haciéndole enrojecer hasta la punta del cabello, sobre su estómago, la excitación del ruso se restregaba incitantemente, nublando por momentos todo el horror que le atenazaba el alma. Hyoga sonrió complacido, la primera barrera había sido derribada, y como poseso se arrojó a su boca, a tomarla y reclamarla como suya, a besarlo, desquiciado, hasta dejarle sin aliento.

 

          Su lengua se paseó por aquella cavidad, segura de, con sus insinuantes movimientos, poder despertar al Phoenix de su  absurda pesadilla, y con perversa gracia exploró cada rincón, cada respuesta, a la espera de que aquel cuerpo bajo el suyo bajase la guardia por completo. Con lujuria rozó su paladar unas cuantas veces, para luego ir tras la lengua de su amante, que no se había movido de su sitio más que para tragar un par de veces, y hábilmente jugueteó con ella, en una prohibida danza que desarmó por completo al moreno, perdido en el laberíntico hechizo que sus manos creaban cadenciosamente sobre su pecho ya desnudo.

 

          Hyoga sonrió entre besos, disfrutando los ahogados gemidos que, cada tanto, sus manos indiscretas le arrancaban a Ikki, quien, con os ojos cerrados, ya no se resistía. Sus labios descendieron por su cuello, bebiéndose a tragos cortos toda su extensión, dejando algún que otro morado que, indiscutible, señalara aquella noche como su victoria sempiterna sobre la indestructible muralla que el Phoenix construía a su alrededor, y sus albinos dedos derraparon por aquel torso desnudo, quemándole con gélidos toques, dejando, a su paso, sonrosadas cicatrices de delirio, formas de escarbar en el infierno personal del peliazul y sacarle, sin oposición, la frase que tanto tiempo llevaba deseando oír.

 

          Un gemido escapó intacto de su garganta, ya sin vana censura, y sus mejillas se tiñeron de furioso carmesí… no podía negar que lo disfrutaba, y perdido en e mar de sensaciones que los soviéticos labios le regalaban sin tapujos, Ikki se permitió bajar la guardia por completo. Dulce sueño y demoníaca pesadilla, ambas perfectas y por partes iguales mezcladas, formaban en su mente la imagen del rubio que, en esos momentos, anulaba toda capacidad de respuesta de su parte, sometiendo sus más bajos instintos con sus besos de hielo, hirvientes como el infierno mismo. Un nuevo gemido, y sus manos se aferraron a las prolijas sábanas blancas, al sentir el frío aliento de su amante tan cercano a su entrepierna y sus dorados cabellos rozando su abdomen en el fúrico  vaivén  que su áurea cabeza marcaba, afanosa por tomar el cierre de su pantalón entre sus dientes. Un cálido suspiro impregnó sus pantalones, un leve toque de barbilla en su sexo cautivo, erguido en contra de su voluntad, y una risilla de satisfacción robándose la voz del Cisne llenó el espacio vacío que su propia respiración entrecortada dejaba al azar. El ruido del cierre al desprenderse eclipsó los sonidos guturales que monopolizaban el ambiente, trayendo de regreso al peliazul de su mundo de ensoñaciones, y con el terror nuevamente pintado en el rostro, se sentó torpemente en el colchón, intentando apartar a Hyoga de su masculinidad.

 

-Qué crees que estás haciendo?-  gritó histérico, intentando no caer rendido ante el pánico que le causaba aquellas extasiadas pupilas celestes cortando su respiración.

 

          Hyoga escaló hasta sus labios, a emboscarlos de sorpresa, a sumirlo nuevamente en su juego, su trabajado ardid por tantas noches planeado para hacerle  caer a sus pies sin oposición… lo besó con pasión, sofocando  inconexas frases de disgusto, y tumbando nuevamente al peliazul sobre la cama, sus manos serpentearon de regreso por su pecho, delineando prolijamente cada cicatriz  que a su paso hallasen, como tortuosa manera de someter al moreno, a su absoluta voluntad, a su indoblegable status quo. No podía negarlo, tantas veces había soñado con ese momento, lo había imaginado detalladamente, paladeando sensaciones aún por conocer, que el simple hecho de, por fin, vivirlo, le hacía perder la razón hasta el punto del delirio mismo.

 

          Sus besos se transformaron en dulce tortura, descendiendo nuevamente por el acanelado cuello, una vez seguro de tener otra vez al muchacho bajo su potestad, y de besos pasó al retorno de su lengua, que, divertida, zigzagueó hasta su ombligo, abriendo caminos de lujuria que tentaban poderosa mente a Ikki, venciendo su embotada obstinación. Los suspiros, que ya sin cortes inundaban el ambiente, traducían en el Cisne una sonrisa de triunfo, matizada con la mueca de perdido goce que curvaba el rostro del derrotado Phoenix, sus ojos cerrados a toda visión y sus labios entreabiertos, dispuestos a desgranar nuevos gemidos… lo tenía, sin importar que Ikki ya no dijese aquella frase, Hyoga sabía que había ganado, y por ello sus manos corrieron, raudas, a la cintura del peliazul, a barrer el pantalón que encerraba sus deseos, barrera impenetrable custodiando su Sagrada Intimidad. Con caricias se deshizo de la molesta prenda, que acabó desterrada en el elegante suelo, y sus ropas siguieron el mismo destino, aprovechando la nula oposición del peliazul, perdido en el océano de delirio que su lengua le provocaba, derrapando por su bajo vientre.

 

          Ikki contuvo la respiración al sentir aquel helado aliento quemando su entrepierna, y sus manos, aferradas a la sábana, destendieron de un tirón la prolija cama, cortando el rosario de jadeos que, sin más, su garganta regalaba a la nada, encendiendo la gélida pasión del Cisne.

 

-Hyo… ga…- jadeó Ikki, sintiendo como, del cuerpo del rubio, sólo  sus brazos quedaban sobre su anatomía, diluyendo sus inquebrantables prejuicios con oleadas de placer incontenible que tatuaban a fuego los dedos de aquella rusa pesadilla en su piel, colándose hasta el mismo corazón con sensual impertinencia disfrazada de apasionados besos.

 

          La sonriente boca del Cisne, peligrosamente cercana a su entrepierna, acentuaba con descaro el espacio entre ambos, amagando con llevarle al paraíso por una noche, con un vicio, eclipsar cada convicción aferrada a sus principios como indoblegables banderas de su orgullosa hombría, y, por primera vez, dominar al incontrolable Phoenix con su perfecto teatro, puntillosamente montado para no dejarle escapar.

 

          Paseó sus labios por aquella deseada extensión, disfrutando del momento con morbosa satisfacción, mientras los rebeldes dedos de su amante se enredaban en su áurea cabellera, instándole a  acabar con tan envenenada tortura de sentir su paso cansino rozando su miembro, sin jamás darle la satisfacción que tanto deseaba.

 

          Ikki cerró sus párpados con fuerza, al tiempo que aferraba las doradas hebras al punto del dolor, y un prolongado gemido llenó el silencio de la habitación, sólo cortado por el crujir de las exiliadas sábanas. La calidez que le asaltó le cortó la respiración, en la húmeda boca del ruso, que, sin vergüenzas, engullía su entrepierna con gozosa satisfacción, deleitándose en la respiración entrecortada del mayor, coronada por lujuriosos gemidos danzando en su profunda voz. Las caderas del peliazul cobraron vida propia, haciéndole el amor a aquella boca irrespetuosa que, sin miedos, quebraba toda jerarquía, sumiéndolo en la locura. Sintió morir y renacer mil veces en aquel juego prohibido que rompía sus esquemas, demostrándole el delicioso placer de, por una vez, no levar el mando, y por él se dejó envolver, aceptó sus reglas sin chistar, resignado al rumbo que  aquel momento había tomado. Qué más daba si el Cisne le ganaba, por aquellos ojos claros bien valía la pena rendirse a sus caprichos, aceptar sus condiciones y presentar con valentía la bandera blanca de completa sumisión. Ya no se sentía muy en sus cabales, completamente embragado por el maravilloso mundo que el rubio desplegaba ante sus ojos cerrados, un mundo con saliva allí abajo, en su sexo, en sus testículos delineados con húmedo delirio, en su entrada, invadida por aquella juguetona calidez, eterna moradora de la boca que causaba sus desvelos.

 

          Las blancas manos rusas sujetaron el miembro del peliazul, estrangulándolo con pasión desmedida, y su voz irreverente escaló el majestuoso cuerpo entregado a sus designios, a adueñarse de sus oídos indefensos.

 

-Dilo…- susurró con venenosa dulzura, mientras sus dedos, soberanos  de la imponente masculinidad de su amante, la torturaban con sádico deleite.

 

-No…- la palabra surgió de su debilitada garganta casi como una excusa, un desesperado intento de su casi nulo orgullo por mantener una posición inexistente. Su voz, apenas audible, se mezcló con los jadeos que, a borbotones, abandonaban sus labios, dando luz verde a un nuevo pedido.

 

-Dilo…- volvió a pedir el Cisne con embriagante deseo, y su aliento, enredado en el moreno pabellón, desarmó las últimas barreras que, aún, se sostenían.

 

          Los pálidos dedos se aferraron aún más fuerte  al sexo del Phoenix, al tiempo que sus dientes mordían el dorado cuello, acabando con la casi nula resistencia del peliazul. Ikki sintió su cuerpo tensarse, sus manos se aferraron a las fundas del colchón, y subiendo los pies a la cama, acabó en la mano de Hyoga, con un grito destemplado que retumbó en la habitación.

 

-Anda, Ikki, dilo…- volvió a la carga  Hyoga, aprovechando la guardia baja de su amante.

 

          Tendido sobre la cama, aún con los ojos cerrados, Ikki intentaba regular su agitada respiración, volver en sí de aquel trance de locura, y reconocer, por vez primera, que había perdido.

 

-Está bien, pato, tú ganas- dijo, aún con la voz entrecortada –Puedes ir arriba por esta noche-

 

          Hyoga  sonrió, y su sonrisa resplandeció en la oscuridad con un dulce beso con sabor a “gracias”. Y volvió a su labor, a llenarse de esos gritos desgarrados, a completar, por primera vez, el cuerpo del moreno.

Notas finales: Finiquitado, no quiero reclamos por el papel del Phoenix... conste que avisé

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