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El beso del cuclillo por Gadya

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Notas del fanfic:

Y pensar que todo el rollo salió de una película de Leslie Nielsen -.-U No sé ni cómo se llamaba, sólo que iba de una chica rubia que se iba al campo de vacaciones con el tío, y ahí conocía al típico guaperas rubio (que estaba muy bueno = )))))))) y, como siempre, se llevaban a las patadas... lo que vi era bastante malo, pero hubo una escena que fue flash... la chica se iba a disculpar con el padre del rubio por no se qué cosa, y saliendo se da con que había un petirrojo posado en el árbol frente a ella. Viene el viejo y le dice que van a besarla dos veces antes de que anochezca, porque era la tradición... que cuando se te cruzaba el petirrojo, era porque  antes del anochecer te iban a besar dos veces... el resto de la peli no tengo idea en qué quedó... después de esa escena me fui a lavar los platos... pro la idea quedó metida en mi cabeza, y al cabo de muchas semanas de huirle, salió esto...

Notas del capitulo: * "una niña de apenas meses dormía apaciblemente, envuelta en
                  una blanca manta"
-----> fue gracioso, cuando escribí esto iba arriba del colectivo, y justo subió un tipo parecido a Aioros con un bebé en brazos envuelto con esas mantillas tejidas de lana blanca, típicas de las maternidades XDDDDD  fue muy gracioso, quedé re  O.O  
... mejor le escribo que aparece Saga XDDDDD

  EL BESO DEL CUCLILLO

                            Una leve brisa atravesó su Templo, meciendo sus cabellos renegridos, invitándole  a salir y disfrutar de la tibia tarde otoñal. Sura sonrió ante el contacto, y, halagado, aceptó la propuesta de aquella calidez que lo llamaba desde afuera. Recién llegado de Los Pirineos, la responsabilidad de la Armadura Dorada no había podido desterrar la infantil candidez de sus 10 años, que, con timidez, asomaron más allá de la entrada a Capricornio. El Santuario, frente a él, se alzaba extraño, aunque no desconocido, y de los pocos rostros que lograba recordar, sólo uno había acudido a saludarlo el día de su arribo… la sonrisa en el rostro del niño se amplió, al recordar las verdes pupilas de Sagitario tintineando en bienvenida… aquellos verdes ojos con los que no había podido  dejar de soñar durante toda su estancia en España.

 

                            Lentamente fue saliendo de la oscuridad hambrienta de su Casa, arrobado en el espléndido placer de la tarde en su piel morena, y sus pasos lo guiaron hasta el único árbol cercano a su Templo, que, generosamente, ofrecía una fresca sombra a la inclemente resolana griega. El viento danzaba entre sus hojas con sutil gracia, y el cambio de temperatura hizo temblar imperceptiblemente al pequeño, maravillado con cada nueva sensación que le brindaba el suelo ateniense. La escasa hierba cedió bajo su peso, y, recostado en el suelo, se dedicó a haraganear largo rato, observando distraídamente el vuelo de las aves en el cielo azul, mientras, a lo lejos, las quejas de los discípulos se elevaban en la calma vespertina como el polvo que escapaba bajo sus cansados pies. Shura rió, recordando para sí mismo, sus no tan lejanos días de aprendiz en suelo europeo, suspirando cansadamente ante el pesado entrenamiento, mientras su mente navegaba  en los espejos esmeralda que  poblaban sus recuerdos con la imagen de Aioros.

 

                  Sus mejillas se colorearon imperceptiblemente ante aquella memoria, cuando el canto de una avecilla lo trajo de nuevo a la realidad.

 

                            Su mirada se enfocó en el pequeño animalito que lo miraba fijamente con sus brillantes ojos negros entre gorjeo y gorjeo, y se descubrió recorriendo su grisáceo plumaje, que brillaba con las hebras de sol que se colaban  entre el follaje. Con paciencia escrutó aquel cuerpecillo gris, descubriendo trazos blancos, pequeños brochazos de pureza que, a gritos, le trajeron el nombre del ave desde las profundidades de su memoria, en la voz de un muchachito peliazul de inigualable porte y amable  mirada.

 

                            En aquel entonces tenía 6 años, y estaba de paso en el Santuario, para ser presentado ante el Patriarca como discípulo de Capricornio. Durante su tiempo libre se había acercado a los dos únicos aspirantes a su mismo rango, que lo habían aceptado con cordiales palabras. Uno de ellos, el  mayor, lucía melena azulada, casi tanto como sus ojos penetrantes, que parecían contener la luz de las galaxias, su voz era melancólica, y en su semblante delicado, las sonrisas sólo aparecían fugazmente.  Saga había sido el nombre con el que había presentado, y desde su regreso al Santuario, no había vuelto a verlo. El menor, muy por el contrario, exhibía siempre una amplia sonrisa haciendo juego con su vitalidad arrolladora de 10 años, que brillaba en sus ojos verdes, el cabello castaño a tono con la morena piel, y la dulce curiosidad infantil despuntando en cada palabra… ese era el recuerdo de Aioros, el muchacho que, incluso a cientos de kilómetros de distancia, le había hecho feliz con una sonrisa evocada.

 

                            Todo había comenzado con un grito femenino cortando el aire, una muchacha, de rigurosa máscara, corriendo eufórica hacia donde sus compañeras  se reunían, para luego  juntarse en curiosa ronda a cuchichear. Entonces, sus 6 años no habían comprendido su accionar, y con candorosa duda había preguntado al mayor, sentado a su lado, las razones de semejante grito.

 

-Acaba de ver un cuclillo- había sido la respuesta de Saga, que lo había dejado aún más confundido. Sus pulmones no alcanzaron a reunir el aire suficiente para una nueva pregunta, cuando la sonrisa salvadora de Aioros había aparecido de la nada a salvar su falta de conocimiento.

 

-El cuclillo es el ave de Hera, fue por ella que se unió a Zeus, padre de los dioses, y es la que remata su cetro. Dice la tradición que si un culclillo se cruza en tu camino, alguien te besará antes del amanecer del día siguiente.-

 

                            Esas habían sido las exactas palabras de Sagitario aquel día, sentados en el escaso pasto que habían encontrado para tumbarse a haraganear… palabras que se habían perdido en su memoria, y que, ahora, regresaban convertidas en anhelo, planeando en las alas grises que descendían hasta su regazo… palabras que le hacían volar en los brazos de sus ilusiones, esperando que aquel beso que el cuclillo le vaticinaba fuera suyo… rogando porque aquel pajarillo le obsequiara los labios del arquero. La pequeña avecilla lo miró, insistente, desde sus piernas, intentando compartirle un mensaje, una idea que, de a poco, fue tomando forma en la inocente mente del muchachito… una imagen que, inventada por sus puras fantasías, cumplía el único deseo imposible en su vida. En ella, podía alcanzar a distinguir la sonrisa de Sagitario compartida en sus labios, rozándose mutuamente, un trémulo beso que lo hizo estremecer, enviando a su alado amigo a las inmensidades del firmamento, hacia el horizonte sonrojado ante la cercanía del sol.

 

                            Una fría brisa serpenteó entre las rocas, haciéndole abrir los ojos, y entre sonrisas, entró en su Templo, acompañado de la luna, que, tímida, comenzaba a asomarse en el firmamento.

 

                            No pasó mucho tiempo hasta que quedó dormido, perdido en el laberinto de maravillosas fantasías que su inconsciente creaba para su deleite. En ellas podía refugiar sus penas, viendo cumplidos sus infantiles deseos, todos en  una sola persona… Aioros siempre Aioros, poblando su mente de imposibles sueños, momentos inventados en los que, por fin, Shura veía correspondido su amor inocente de niño en una sonrisa, un abrazo, una caricia, un beso… Y luego,  unos pasos desconocidos en el Templo, trayéndolo de nuevo a la noche oscura del insomnio.

 

-Maestre Shura!- exclamó un joven escudero al verlo salir de su habitación con aire somnoliento. -Su Ilustrísima ha ordenado capturar al Caballero de Sagitario… El Maestre Aioros intentó asesinar a la Diosa… es un traidor…-

 

                            Los ojos del soldado, que con tanta deferencia le trataba, le indicaban que no mentía, y sin embargo, Shura no podía creerlo… no de Aioros. A su mente acudieron palabras que, otrora, había escuchado decir sobre devoción y fidelidad a Atenea, sobre entrega, más allá de cualquier aspiración personal, el sacerdocio que implicaba ser miembro de la Orden, palabras que Sagitario le había dicho cuatro años atrás, y que le hicieron tomar la más difícil de todas las decisiones.

 

-Dígale a Su Ilustrísima que yo me haré cargo del traidor Aioros…- dijo con el corazón en un puño, tragándose sus sentimientos, olvidando que era un ser humano, mientras su Armadura abrazaba su voluntad con sumisión.

 

                            No tardó mucho en encontrarlo, rodeado de soldados inconscientes que no habían podido detenerlo; en sus brazos, una niña de apenas meses dormía apaciblemente, envuelta en una  blanca manta de seguro, había intentado cambiarlas. Sus ojos se arrasaron al comprobar la traición de aquel muchacho que tanto le había enseñado, que tan feliz lo había hecho, y por un instante maldijo al cuclillo, que le ofrendaba tan sólo desgracias de ese hombre. No dijo nada, no hizo falta, sus manos hablaron por él en certeros ataques que acorralaron al arquero, más preocupado en proteger a la niña que en enfrentarlo.

 

-Shura, no lo hagas!!!!!- gritó Aioros estrechando a la pequeña contra su pecho, al ver a Capricornio avanzando sin piedad. -Si me atacas, no voy a enfrentarte.- acabó susurrándole a Shura, a dos paso de distancia.

 

-¿Por qué?- preguntó el niño, confundido, viendo cómo Sagitario depositaba al bebé en el piso, y apenas si pudo reaccionar cuando aquellos labios, tanto tiempo soñados, emboscaron su boca

 

                            Shura se sintió perder en aquella calidez, en la sonrisa sempiterna del arquero rozando la suya en un mágico toque que deseó eterno, aquella lengua colándose furtiva como maravilloso regalo del cuclillo. Los brazos de Aioros le regalaron un pródigo abrazo, haciéndole olvidar la traición,  el deber, la Diosa… desnudándolos de obligaciones, para ser dos enamorados de una noche, un momento repetido en ilusiones hasta hacerse realidad.

 

                            Lentamente los labios de Aioros abandonaron los suyos con tristeza, como si no quisieran hacerlo, y sus claras orbes se enfocaron en las del niño, que deseó que aquel instante no hubiese acabado nunca.

 

- Te amo, pequeño, pero primero debo proteger a mi Diosa- dijo Sagitario con los ojos nublados, acariciando quedamente las mejillas españolas.

 

                            El corazón de Shura sintió morir en mil pedazos, mil lágrimas de dolor que, rebeldes, cayeron de sus ojos grises, cuando, con la voz quebrada, respondió

 

 -También yo-

 

                            Su mano se alzó implacable, al filo de la justicia,  y, con un golpe certero, envió a Aioros al vacío, abrazado por la muerte, mientras, a sus pies, la beba gimoteaba indefensa.

 

                            Y se marchó, en su boca el gusto amargo del deber cumplido, y el dulce sabor del beso que le había regalado el cuclillo.

                 

Notas finales: Lo de siempre... virus no, por favor... quiero recibirme este año XD

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