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Einsamkeit por Kuroi Tsubasa

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Notas del fanfic:

 Empieza con poco yaoi, pero después...ustedes verán :)

 

Notas del capitulo:

 

 

¡Hola a todos! Aquí les traigo una historia nueva como… ¿compensación?, por la tardanza de mi otro relato. Sepan disculpar mi demora; Joan requiere muchísima concentración, y puedo seguirlo únicamente cuando de verdad la inspiración y creatividad inundan mi alma (?) Agh, ya hablo como escribo, necesito un golpe *recibe un golpe en la cabeza*. Gracias, Ori-chan. Así que, ¡espero que les guste!, a pesar del siempre presente acento argentino que a veces cuesta trabajo  comprender a aquellos que son de otros países. ¡Lo siento! ¡Gracias por leer, desde ya!

¡Hola a todos! Aquí les traigo una historia nueva como… ¿compensación?, por la tardanza de mi otro relato. Sepan disculpar mi demora; Joan requiere muchísima concentración, y puedo seguirlo únicamente cuando de verdad la inspiración y creatividad inundan mi alma (?) Agh, ya hablo como escribo, necesito un golpe *recibe un golpe en la cabeza*. Gracias, Ori-chan.

 Así que, ¡espero que les guste!, a pesar del siempre presente acento argentino que a veces cuesta trabajo  comprender a aquellos que son de otros países. ¡Lo siento! ¡Gracias por leer, desde ya!

  

 

“…keiner hier weiß

von meiner Einsamkeit”  

 

Weißes Fleisch, Rammstein, 1995   

 

 

 

                Qué aburrido estaba. Todo el maldito día sin hacer nada, sin la compañía de nadie. Falté al colegio, y a la tarde no tenía que hacer nada. Mi hermano sí fue a la escuela, y luego hacía deportes hasta las 8 de la noche; mi madre trabaja.

                Así que aquí estaba, frente a la pantalla de la computadora, jugando al solitario, escuchando música, como hago siempre que estoy aburrido y solo. Los lentes de descanso reposaban junto al teclado, sin cumplir su función desde hacía mucho tiempo. Odio esos lentes, me hacen ver horrible. Es decir, más de lo que ya me veo.

                ¿Que por qué no estoy con mis amigos, por el centro, riéndome, divirtiéndome? Por dos razones: la primera, hace menos de un mes acabo de mudarme con mi familia a Mendoza, y los pocos amigos que tenía los dejé allá, lejos, en Buenos Aires, y la segunda, y más importante, porque no sé relacionarme con otras personas. Soy un antisocial. Y no es que lo odio, tampoco. No me gusta, pero llega un momento en el que te acostumbrás a vivir así.

                No es como si en Buenos Aires tuviera un millón de amigos. Vivía en Bernal, una ciudad pequeña, tranquila, que parecía estar pintada toda de gris y blanco. Parecía…sin vida. Igual que la gente, por lo menos la de mi barrio y sus alrededores. Poca gente joven, y la que había era insoportablemente amarga, me incluyo. Aún así, salía de mi casa una vez por semana, sin contar la ida y vuelta a la escuela, porque a gimnasia nunca iba. Odio esa materia. ¿Qué necesidad tienen de aumentar la pedante y excesiva autoestima de aquellos que tienen un buen estado físico, y humillar a aquellos que no saben ni picar una pelota delante de las personas con las que pasarán los próximos 3 años de polimodal? Ninguna, la verdad. Seguramente la gente del Ministerio de Educación debe tener un cuerpo como el de Schwarzenegger y Paris Hilton, y en sus tiempos libres (es decir, cuando no están complicándole la vida a nosotros, los pobres estudiantes) hacen deportes todos los días. Seguramente. Me fui de tema.

                Ahora ni siquiera puedo contactarme con ellos tan seguido; tengo que irme hasta un cyber café, que por cierto queda a siete cuadras (que parecen medir mil metros cada una) de mi casa, estar SOLAMENTE una hora, porque el dinero escasea con todos los gastos que ha tenido que afrontar mi familia luego de esta detestable mudanza, y sinceramente no siempre puedo encontrarlos conectados al MSN. Así que en pocas palabras, mucho esfuerzo para nada.

                Por eso, hoy, sábado, con un día bellísimo haciendo fuera, yo estoy sentado frente a mi computadora escuchando música y jugando al solitario. Qué bien me hace sentir el nombre de este puto juego.

-¡¡¡¡ODIO ESTE LUGAR DE MIERDA!!!! ¡¡¡ODIO A LOS IMBÉCILES DE COMPAÑEROS QUE TENGO!!! ¡¡¡ODIO TODO!!!-grité.

                En ese momento, de la casa de junto, pude oír con claridad la voz de mi vecina:

-¡Entonces matate, pero dejá de gritar, pendejo de mierda!

                Ahora, además de aburrido, solo y triste, estaba furioso. Furioso con esa vieja forra. Allá podía gritar todo lo que quería; acá no puedo casi hablar; vivimos en un departamento.

                No grito de histérico (bueno, sí, un poco), pero sufro de arranques de ira repentinos. Si no grito, pateo algo. O golpeo algo. O alguien. Es la única manera de ahogar los nervios. Pero por culpa de idiotas como esta mujer tal vez vuelva a ser el ser violento y destructor que era cuando tenía siete años. Todo lo que tocaba, lo destrozaba, y mi actividad favorita era pelearme, con quien sea. No podía controlarlo, era involuntario. Recuerdo lo bien que se sentía romper cosas, lastimar a los demás. Lo bien que se siente, quiero decir. Intento convencerme de que no es bueno, de que no me hace bien, pero ¿por qué? Ah, porque está mal. Cierto.

                Me volví a ir por las ramas. Me tragué el enojo, y fui a mi cuarto. Tomé de dentro de uno de los tantos libros apelmazados en mi biblioteca una pequeña hoja de afeitar. Estaba cuidadosamente colocada en la mitad de un libro que rezaba en letras azules “Platón”, es decir, bien escondida, ya que ningún integrante de mi familia lee, y MENOS filosofía. Rocé con ella uno de mis dedos para verificar si seguía afilada, y, al notar como una gota de sangre se deslizaba de la yema hasta la palma de mi mano, proseguí a llevarla a mi antebrazo. Primero, suavemente, y luego presionando, enterrándola cada vez más profundo en la carne. Al auto flagelarse, uno siente dos cosas: dolor, y placer. Dolor, porque acabás de lastimarte, y placer…por la misma razón.

-Agh…-murmuré, complacido, ya que la furia desaparecía a medida que corría más sangre. Ardía, y mucho. Esa era mi nueva estrategia para acabar con mi cólera: cortarme. No importaba donde. Me dirigí al baño, y busqué alcohol en el botiquín.

                Oí cómo la cerradura se destrababa, y alguien entraba al departamento. Justo ahí, en ése maldito instante, un chorro de alcohol cayó sobre la herida abierta, haciéndome gritar.

-¿Qué te pasa, Víctor?-dijo mi madre, en tono preocupado.

-Na…nada, mamá-respondí, jadeando-. Me…me golpeé el pie.

-¿Te lastimaste mucho?

                Estaba forzando la puerta del baño, quería entrar, pero no se lo permitiría; no dejaría que me vea con el brazo sangrando. Se me ocurrió una estupidez, para que desistiera.

-¿Viste… cuando te golpeás entre los dedos del pie? Que parece que te los arrancaran; eso me pasó.

-Ahh, bueno, entonces no es nada. No seas espamentoso. Apurate que me estoy haciendo pis.

                Tomé una gasa cualquiera, la enrollé alrededor de la lastimadura, me bajé las mangas de mi camisa, y salí del cuarto de baño. Le di un beso a mi mamá, y me encerré en mi habitación.

-Estuvo cerca… ¿no?-me dije a mí mismo; siempre hablo solo, como si hubiera alguien más. Me apuré a limpiar la hojita de afeitar y la guardé en su escondite. Me dejé caer sobre la cama, aliviado.

-Mirá, Vicky, que ahora salgo de nuevo-dijo mi mamá desde el baño-. Tengo una cena con unos compañeros de trabajo, y no puedo faltar. Tu hermano se va a lo de unos amigos, así que hasta mañana a la tarde no vuelve. Tenés comida en el horno.

                Acto seguido, se oyeron unos murmullos, el sonido del vaporizador del desodorante, y un portazo acompañado por la cerradura que se cerraba.

                Solo de nuevo.

                Cerré los ojos, y sin darme cuenta me dormí.

     

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