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Un encuentro por Dazel Tenshi

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Notas del capitulo:

Muy bien, hace mucho no escribía nada original, espero que de verdad les guste y dejen críticas.

Lindos lectores, los quiero y disfruten!

 

Por último, Totoro, no sé que sientas cuando lo leas, a mi me costó mucho escribirlo. Te amo mucho amigo.

Daban las 6 de la tarde en el agitado Santiago, un calorcillo conocido le presionaba el rostro un tanto sonrojado. Fumaba un marlboro suave mientras se sentaba en una de las bancas del paseo Ahumada, veía la gente pasar con ese bullicio constante, esos pasitos automáticos le distraía de sus pensamientos.

En su mente solo bailaba el ocio y el aburrimiento característico de la soledad. Nunca supo bien que hacía en ese lugar,  austeramente sentado en medio del gentío de un viernes por la tarde.

Entre todo aquel desperdicio de tiempo tomó de un bolso negro que llevaba cruzado en su espalda un ipod de color rosado que más tarde tocó las inconfundibles tonadas de Radiohead.

Metió entre sus labios una dosis innecesaria de clonazepam que le ayudaría a evadir la realidad y por último soltó un suspiro que sabía a desesperación resignada.

Ya no pensaba su cabecita de cabellos teñidos de azul, solo observaba con letargo a un grupo de adolescentes risueños que se cruzaba por la acera de enfrente, todos graciosamente vestidos a usanza de estrellas de j-pop. Sonrió con una expresión indefinible y siguió recorriendo la fauna humana que desfilaba en el paseo peatonal. Veía gente salir y entrar con sus vidas tan cotidianas de aquel edificio de cristales reflectantes, del que hace una media hora él mismo había hecho ese recorrido.

Era el Eurocentro, un curioso centro comercial repleto de tiendecitas de rubros alternativos, en su gran mayoría dedicados a la clase social más consumidora, los adolescentes ávidos de capitalismo.

Era un lugar al que solía acudir las tribus urbanas discriminadas, los tristes góticos, los despreciados otakus, los mal mirados brit-pop, y todas aquellas proles que encontraban una respuesta en alguna tendencia musical o un par de piercings y tatuajes.

El había ido con el propósito de distraerse y comprar algún disco que hiciera falta en su repertorio musical, mas había caminado por todos los pasillos espejados y entre las vitrinas no había ubicado nada que llenara su vacío de comprador compulsivo (una excusa tonta para no admitir esa seudo depresión).

Y finalmente derrotado en algo que no alcanzaba a entender se había sentado en aquella banca de madera, al lado de una gorda señora cargada de bolsas multicolores, apestando a sudor y con un tono de voz nada agradable, lo que lo había llevado a sumergirse en el indie gastado que sonaba ahora en sus audífonos.

Pasaban ya de las 6:30 de la tarde de aquel viernes Santiaguino, y se permitó insultar a The Cure cuando no se sintió enamorado.

Aun miraba el desfile marchante del pópulo repetitivo, cuando algo resalto entre la masa, algo que le dio rostro, algo que brilló con fuerza propia, algo que tuvo manos, que tuvo piernas y una camiseta de Placebo, algo que sonreía mirando a nadie, algo que daba unos pasitos a su derecha como esperando que se le acercara alguien, algo de no más de 160 centímetros de altura, algo que tenía cabello castaño e impecablemente peinado, algo que llevaba unas converse rosadas y movía sus manos con impaciencia, algo que le revolvió el estómago y sintió que las mariposas lo haría vomitar o perderse en el vértigo de su boca, algo que se le quedó mirando tras unas gafas de marco grueso y una mueca de nerviosismo le obligó a quitarle el privilegio de ser su centro de atención.

Ese algo era bello, era lo más bello que había visto en mucho tiempo, y ya no entendía lo que Joy Division  recitaba en sus oídos, porque solo escuchaba la respiración agitada que le suscitaba ese pequeño algo que se removía inquieto en la adoquinada calle.

Seguía mirándole, observándole, escrutándole, hurgándole, admirándole, suspirándole…

Era su figurilla deliciosa un deleite a sus sentidos, en su vida había sentido esa maraña de emociones golpeándole con fuerza inusitada. Porque jamás había detenido el tiempo una persona desconocida, y menos descolocarle su pequeña estructura mental.

Lo culpaba, sí, claro que lo culpaba, el sería de ahora en adelante la causa primera de sus desquiciantes locuras, y los pestañeos impacientes en sus egoístas deducciones.

 

Pasaban de las 6:45 de la tarde en el cansado Santiago y el sol solo bañaba las puntas de los edificios.

No sabía lo que cruzaba por su cabeza cuando se levantó de su lugar, con demasiada decisión para una persona como él, porque el solía ser tímido, solía dejarse llevar por las mal intencionadas palabras de un pretendiente cualquiera y se permitía caer en un burdo y cursi conquiste. Él solía ser el antisocial ignorado que se burlaba en silencio del resto humano. Que esperaba que las iniciativas se las tomaran sin permiso y le besaran con sabor a alcohol.

Mas esta vez, callado y con determinación caminó erguido a esa figura pequeña y dulce que había destruido con ternura sus evocaciones. Caminó musitando pasos entre un ataque de nervios y los ojos secándosele al igual que la boca. Tragaba lo que parecía arena rasgando su garganta y un pequeño temblor en su espalda y columna, una suave brisa muy necesitada quiso darle valor con su cantillo de viento. Conocía todas aquellas sensaciones que se le presentaban con claridad rayando la burla, sabía como sudaban sus manos escondidas en las mangas largas de su camiseta a rayas y los pies amenazaban con hacerse nudos entre su recorrido automático, sabía que el estómago huidizo se retorcía en el enjambre de mariposas que ya parecían avispas. Sabía que toda aquella aglomeración de estremecimientos era causa única de ese algo ingrato que seguía esperando la nada junto a la puerta del eurocentro.

Y parecieron kilómetros, largos y sempiternos kilómetros toda esa distancia que los separaba, cuanto mas se acercaba más parecía querer fugarse su valor y su corazón desbocado.

Sacó otro marlboro Light del estuche dorado y con un último paso se situó frente al cuerpito menudo de aquel hombre bello de la puerta del eurocentro.

-Tienes fuego?- preguntó con voz sacada de la valentía casi extinta que dio forma a una expresión ronca y casi intimidante.

-Claro, solo si me invitas un cigarrillo- comentó casualmente el contrario con una vocecita dulce y tranquila, capaz de romperle las últimas vértebras de su pobre valor mental.

Y ofreciéndose mutuamente cigarrillos y lumbre, una sonrisa de simpatía, unas palabras cotidianas, una conversación inicial, alguna broma suave, una risilla divertida, unos ojitos soñadores y otros embobados hicieron surgir un pequeño e imperceptible lazo, era ya un compromiso inevitable, porque cuando se acercaban las 8 de la noche el más pequeño comentó con expresión de tristeza que su espera no llegó a su cita, y el otro invitó con devoción y esperanza a un café con dulces que fue sutilmente aceptado con un gracias apenas musitado.

Caminaron muy juntos entre más palabras y frases, y él parecía sorprenderse entre toda su confusión y necesidad de aquel pequeño ser que profesaba su misma edad y tantas coincidencias desconcertantes que no sabían aterrorizarlo o enamorarlo más de su menuda figura.

Se sentaron en una estrecha mesa de vidrio y metal en un concurrido café de la calle huérfanos, un par de capuchinos con crema y dos porciones de dulce torta de 3 leches acompañaban silenciosos. El sonido de la máquina de café entonaba coros a sus charlas simples y satisfactorias. Sonreía con genuino gesto cuando el otro comentaba con gracia algún gusto compartido, recorrieron un largo repertorio de temas, no se les escapó ninguna anécdota ni comentario sobre el último disco de The killers.

Era tan asombrosa su reciente afinidad, como encajaban sus personas entre todo el bullicio citadino, se reían de lo mismo y soñaban lo mismo cuando todo aquel suceso no los dejaba inmunes de sentimientos y emociones.

Se levantaron de ese lugar, dejando algunas doradas moneditas en la superficie acristalada de la mesa, siguieron su rumbo en paso lento mirándose a los ojos cuando algún comentario salía de sus labios. Para ese entonces él no dejaba huir la oportunidad de perderlo y ya tenía su e-mail celosamente anotado en la esquina de una hoja abandonada en su bolso. Porque esta vez no perdería la ocasión, esta vez perseguiría su deseo irrefrenable, seguiría a esa pequeña y dulce figurita al mismo infierno si este se lo pedía.

Ese ser de cabellos castaños y anteojos de marco grueso, ese hombre que llegó a su ser con la fuerza impetuosa de algo que aún no clasificaba, ese chico de no más de 17 años, de camiseta de Placebo, que cantaba canciones de Morrissey en la ducha y pensaba estudiar literatura en la universidad. Ese melifluo rostro que había cultivado sentimientos en lo más hondo de su persona…

Ese que terminada la plática le plantaría un beso furtivo que supo a café y gloria entre suspiros y manos rodeando la estrecha cintura masculina. El mismo que tuvo que empinarse suavemente para llegar hasta lo recóndito de su lengua y cruzar sus brazos en el cuello ajeno, ese que le prometió algo más que paraíso con ese intenso y narcótico beso. Que pareció cortarle la respiración y la vida con su gesto de imprudencia e impulso, que agradecería de por vida su instinto sin moral, y que no olvidaría jamás ese beso que intercambió mas que movimientos y labios, que intercambió existencias y estremecimientos, suspiros y gemidos, dulzura y café.

 

Una despedida simple y sin parafernalia de por medio, una última sonrisita gustosa y un suave caricia contra su mano. Fue el final perfecto para su encuentro no premeditado.

Caminó sin pensar en nada más, solo escuchando los últimos alaridos romanticones de Oasis y unos pasos ligeros en la noche santiaguina.

 

Eran ya las 9:15 de la noche y ya no podía contradecir a The cure, eran las 9:16 de un día viernes y ya estaba oficialmente enamorado

Notas finales:

Bueno, espero les haya gustado, vamos todos son muy tacaños con los reviews, ustedes marquen la diferencia y hagánme feliz con un poco de droga escrita!

Los quiero lindos lectores, y te amo Totoro-chan!


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