Es increíble pensar que todo comenzó con una simple pelea, una discusión cualquiera. Esas en las que ponían en duda el liderazgo del otro, causando más de unos golpes al aire debido a la ira, a la rabia y a la desconfianza que se tenían. Les era imposible hablar sin gritar, les era imposible llevarse bien, incluso les costaba mirarse a los ojos. Siempre estaba en duda cual sería el mejor líder para la organización, ninguno quería ceder, se aferraban a sus capacidades como desesperados. Dios versus el hombre que se nombró así mismo Hokage, en palabras simples, Pein versus Madara.
Esa discusión fue sobre los fondos de la organización, Kakuzu estaba en una misión con Hidan, como los demás, tenían la guarida para destruirla, quemarla, levantarla nuevamente y volver a destrozarla. Despedían chispas de los ojos, sintiendo la fría arrogancia del otro, sin darse cuenta de que al ambiente se tensaba con la ira de los dos.
-¿¡Y cómo carajo pretendes que haga eso!?- Alegaba con furia el “Dios”, meciendo las manos y pateando fuertemente el suelo, es escritorio, fulminando con la mirada al pelinegro, quien observaba, con recelo, a su “compañero”. Lo miró fijamente, con sus penetrantes e intimidantes ojos, esto no pareció importarle, debido a que le devolvió la mirada, de manera malévola, casi sádica.
-Arréglatelas tú solo, no me metas en los líos- Lo decía sin el más mínimo pesar, Pein chirriaba los dientes, apretaba los puños y luchaba contra sí mismo, suprimiendo la ira que lo embargaba, las ganas de asesinar al egocéntrico que tenía en frente. No podía, respiró hondo, para aparentar estar tranquilo.
-Bien…Bien, después no quiero que me culpen por hacer las cosas mal…- La ira hervía en su sangre, llegaba a su puños y los hacía temblar, con ganas de golpear a la primera cosa que viera enfrente, no se moderaría. Suspiró, ante la ausente respuesta de Madara, eso lo calmó. Apoyó su espalda contra una pared, dejando fluir la ola de remordimientos que lo invadían, cerró con fuerza los ojos, intentando evadir las miradas fijas, oscuras e interrogantes de Madara, quien no despegaba los ojos del chico.
-Me da igual, te tratarán como la basura que eres…- Eso bastó para colmar la paciencia de Pein, se lanzó contra el pelinegro con rapidez, la furia hervía en cada circulo de sus ojos. Como método de defensa, le tomó la mano, una electricidad los invadió, No era ira, no era furia ni rabia, era algo más allá, algo desconocido e inexplorado, algo que sobrepasaba sus diccionarios mentales y sus propias sensaciones, se contemplaron fijamente, en silencio, dilucidando lo que estaba sucediendo, descifrando cada sensación que los hacia estremecer, no se atrevían a hablar, no quería finalizar ese trance.
Estaban pasmados, el tiempo parecía haberse detenido para ambos, apenas movían los labios para respirar. Estaban idos, se encontraban explorando un mundo desconocido, pero a la vez sensacional, lleno de sensaciones y sentimientos nuevos. Suspiraron, casi agobiados por el tortuoso silencio, volvían poco en sí, observando los atentos ojos del otro, ansiosos por algo imposible, por algo que no podía suceder. Desesperados, intentaron moverse, se movían en contra de sin intenciones, se inclinaban hacia el otro, sintiendo la tibia y agitada respiración.
-N-n-no podemos…- Articulo con dificultad en pelinaranjo, tartamudeaba al escuchar sus propias palabras, dudando se su razonamiento. Madara observaba la confusa expresión de su compañero, sus ojos relucían de manera extraña, un brillo especial se posaba en sus ojos, mientras sentía mariposas recorrer su estómago. Se dejó llevar por su cuerpo, craso error. La cercanía terminó en un sorpresivo beso, a ojos cerrados, el dulce sabor del beso se esparcía por cada célula de sus cuerpos, desencadenando ese desenfrenado deseo de besar hasta cansarse, hasta que sus fuerzas se agotaran. Madara soltó la mano de Pein, para llevarla a la fina nuca de su compañero, acercándolo más a el, devorándolo a besos. Se separaron algunos instantes, se miraron a los ojos, casi en éxtasis, por lo que acaba de suceder. El pelinegro miraba la confusa expresión de su amigo, con escepticismo acerca de sus acciones, con el sonrojo en sus mejillas, continúo besándolo, chocando sus lengua una y otra vez, degustando el dulce sabor de sus labios, sintiendo ese fuego arder lentamente, quemándolo por dentro. Pein había comenzado a retroceder, de manera lenta, cuando, ni siquiera cuando su espalda tocó la pared se detuvo, quería seguir y seguir… Madara aprisionó la cintura del chico, haciéndolo temblar ante este contacto, sonrió, para comenzar a bajar peligrosamente al cuello del pelinaranjo.
El sonrojo cabrío las mejillas de ambos, olvidándose por completo de la razón, del tiempo y del lugar en el que estaban, un silencio embargaba el lugar, solo se escuchaba el sonido de los frenéticos besos, esos que se quedaban pasmados en el cuello de “Dios”. Escépticos de la realidad, se sumían en la melosidad del momento, se miraron, esos segundos parecieron ser eternos, moviendo los labios con desgana, y casi en un susurro, retumbó.
-Te amo…- Estas dos palabras salían de la boca del pelinegro, quien volvía el cuello de Pein, volvía a degustar el dulce sabor de este, sin dejar de lado las sensaciones que llegaban a el, de manera rápida, inesperada y dulce. No quería detenerse, quería continuar. Se sació de besar el cuello de su compañero, subió a sus labios, para chocar una vez más sus lenguas. Se sumieron en un largo abrazo.
Desde ese día, no se podía mirar a la cara enfrente de los demás, pero cuando se hallaban solos, ese desenfrenado deseo de besar, les arrebataba la razón, dando espacio a ese momento, que esperaban durante largas semanas.