Samantha la odiaba como se odiaba tener frío y no contar con nada para cubrirse. Pero era la mejor amiga de Abel y toda mujer sabe que ante eso no hay nada que hacer. La mejor amiga de tu hombre siempre termina ganando. …l no paraba de hablarme de ella en todo momento. No perdía oportunidad para decirme lo maravillosa que era, lo cercano que se sentia de ella desde que estudiaron juntos el bachillerato y se hicieron inseparables. Supe de Samantha desde el mismo dia en que nos volvimos novios y no paré de saber todos y cada uno de sus movimientos durante los tres años de relación que Abel y yo tuvimos, con sus altas y bajas, hasta el mes pasado.
Creo que soporte esa idolatría por la misma razón que soportamos los papelitos arrugados con números telefónicos en el bolsillo de su chaqueta y el olor de perfume de jazmín en el cuello de los hombres que amamos. Por ese temblor misterioso que acompaña las inseguridades, ese oliaje interior que nos hace tolerar los pequeños engaños a cambio de la garantía de habernos sacado el premio mayor. Y Abel lo era. Buenmozo, corpulento, dedicado, inteligente. joven, tierno y ardiente, como la llama constante de una vela. Estaba emanorada de él, perdidamente enamorada, a pesar de la sombra pantagruélica de Samantha y su irritante vínculo platónico. A pesar de todo. hombres maltratadores, mentirosos, patanes hay a borbotones, que el mío tuviera una amistad abismal con una chica hermosa, alta, de pelo negro, ojos azules, figura espléndida,senos medianos y abdomen plano, era algo con lo que pensé en su momento que podía vívír.
En tal caso, yo tampoco tenía razones por las cuales sentirme insegura. Quizá no era tan delgada como ella, pero mis rizos dorados y mis ojos café se roban la mirada de todos los hombres que me ven pasar. Además, mi busto aunque sea artificial es facinante y lascivo, tanto como mis gluteos, duro, grande y liso, cubierto de delicados vellitos rubios que siempre han causado estupor en los amantes que he tenido desde la primera vez que entregué mi cuerpo a un hombre, poco antes de cumplir los diecisiete.
Y desde entonces cada vez que me enamoro me entrego por completo, lo mismo que hacían ellos conmigo. Pero con abel desde el principio hasta el fin, nunca fue así. Como
si hubiese algo destro de él, una barrera sólida y poderosa que le impedía que fuera así. Para mi esa barrera tenía nombre.
Más de una vez salimos juntos. Samantha, Abel y yo.
Íbamos a discotecas, bebíamos, ella bailaba con él y yo también. Y cuando era yo quien esta en la pista, recostada en su pecho, con Abel de espaldas a ella,sacudiendo mis curvas al ritmo de la salsa, Samantha se me quedaba mirando con ojos indesifrables que el alcohol traducía como envidia. Era en esas noches cuando yo me convencía de que estábamos compitiendo. Los hombres nunca saben cuando eso pasa. Para ellos todo es blanco o negro. Pero para nosotras detrás de cada palabra, cada sonrisa, hay un sinnúmero de matices, inyectado con el veneno de nuestro afán por poseerlo todo, sobretodo a quien comparte nuestra cama. Para mi Samantha era una loba con disfras de oveja. Una sepredadora esperando el momento justo para robarme a Abel,valiendose de la intimidad enigmática que compartian y que yo nunca habia logrado despertar en él.
Estabamos en guerra, en una guerra fría. Ella sabía que yo no confiaba en ella y hacía todo lo posible para que nuestros ojos se cruzaran, para decirme sin decir, con mirada índiga, que cuando me descuidara haría su jugada maestra.
Ese momento llego como una tormenta. Salimos una noche, Abel habia bebido demás y yo también, quiza para no pensar tanto en cómo daría su golpe maestro. Samantha se ofrecío a llevarnos a casa, llegamos al edificio de Abel. Yo estaba mareada, pero conciente. Abel se habia puesto impertinente y estaba empeñado en que nos quedáramos con él. Le dediqué una mirada de odio y esperé pacientemente la reacción de Samantha, para mi sorpresa, declinó la invitación, le dijo a Abel que hablarían mañana y haciendome un gesto de complicidad, le dijo que lo mejor era que me llavara a mi casa.
Arrancamos, durante el viaje ninguna de las dos dijo nada, nos aparcamos bajo mi edificio, los tragos me tenian aturdida, hacía frío, entonces las palabras fluyeron de mi como río que se había salido de control.
- No voy a dejar que me quites a Abel.
Ella se voltío para mirarme, y se hecho a reír.
- No es Abel lo que ahora mismo quiero quitarte-me susurró.
Y allí, bajo la incierta luz de la luna y el cielo nublado Samantha me besó.
Sentí aquellos labios suaves y delicados contra los mios, cérre los ojos por que aun no sabía que estaba pasando, fuera lo que fuera, me gustaba.
continuara....
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