Se encontraba solo. En un lugar extraño. Un lugar que no tenía ni principio ni fin. No se podía observar ni el horizonte. Solo se veía un extraño reflejo a lo lejos, y se acercó.
Parecía ser un cristal. Pero, ¿que hacia allí?
Observó a lo lejos. Al otro lado del cristal parecía haber alguien. Un chico. Un chico con el pelo grisáceo y unos bonitos ojos rosados. Parecía joven. Estaba mirando al otro lado del cristal, como él.
Cuando lo miró por unos instantes, se acercó a él. Intentó hablarle. Pero el otro hizo una señal intentando decirle que no podía oírle.
Entonces se acordó y sacó unos carboncillos de su bolsillo.
- ¿Puedes escribir? – escribió en el cristal, lanzándole uno de los carboncillos que tenia por encima del cristal.
- ¡Por supuesto! – escribió el chico del pelo grisáceo con una sonrisa en los labios.
Al ver la sonrisa del chico, sintió curiosidad.
- ¿Y qué tal dibujando? – escribió con una sonrisa de oreja a oreja.
- Aún mejor – escribió el otro chico, dibujando un dibujo pequeño al lado de su texto donde aparecía él mismo de una forma un poco provocativa y con un corazoncito.
Se sonrojó un poco, le parecía extraña aquella situación. Le respondió que ni se parecía a aquel dibujo y le dibujó además otro dibujo pequeño al lado dibujándole más normal y rarito como era.
El chico de pelo grisáceo se sobresaltó y se puso colorado, poniendo morros como los niños pequeños y dibujando más dibujos alrededor.
Le pareció graciosa la reacción de ese chico, y sonrió. No sonreía de esta manera muy a menudo. Pensó por un momento, que no se habían dicho ni sus nombres. Pero no le importaba. Se sentó, delante de él, dibujando más y más dibujos sin sentido. Y le observaba. Le entusiasmaba la manera en cómo dibujaba. Parecía muy feliz. Y de hecho, le hacia feliz a él también.
Después de un largo rato dibujando, se quedó mirándole. Por un momento sintió tristeza. Entonces extendió su mano apoyándola en el cristal, observando aún al chico. El chico de pelo grisáceo le miro sonriendo, como hacia todo el rato, y apoyó su mano en el cristal junto a la de él.
- Se siente frío. – escribió mientras miraba al suelo con la mirada llena de tristeza.
El chico de pelo grisáceo bajo la cabeza. Sus ojos también transmitían lo mismo.
- Quiero estar contigo. – volvió a escribir.
El chico de pelo grisáceo sonrió.
- Ya estás conmigo. Sólo hay un cristal entre nosotros. –
Se levantó de golpe. Estaba enfadado. ¿Por qué tenían que estar separados? Era injusto. Empezó a dar golpes al cristal. Se hacia daño. Pero quería estar con él, fuera como fuera.
El chico de pelo grisáceo se levantó también. Intentó pararle. Intentó gritar para que no se hiciera daño. Chillaba. Pero él no le oía.
Entonces el cristal se agrietó. Le hizo una señal al chico de pelo grisáceo para que se apartara de allí, y siguió dando golpes al cristal.
El cristal acabó rompiéndose. Pero, sin que tuviera tiempo de retirar el brazo del otro lado, los fragmentos de cristal volvieron a unirse.
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Tenía todo el brazo vendado. Su expresión de tristeza había aumentado considerablemente desde aquel incidente.
- ¿Estás bien? – escribió el chico de pelo grisáceo.
Asentó la cabeza.
- ¿Quieres dibujar? – volvió a escribir el chico de pelo grisáceo sonriéndole.
- Ya no puedo hacerlo – escribió él como pudo. No se entendía muy bien, tenía que escribir con el otro brazo. Ahora ya no podría dibujar más.
Se observó la tristeza del chico de pelo grisáceo en aquel momento. Le pasaron muchas preguntas por la cabeza. Muchas cosas que quería contarle. Todavía no sabía como se llamaba él. Sus ratos dibujando, divirtiéndose, riendo aunque no podían oírse…habían terminado.
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No supo porqué. Pero volvió. No sabía si ese chico estaría allí, detrás de ese cristal. No sabía si quizás, encontraría a otra persona o si el cristal habría desaparecido.
Pero al llegar allí, le vio. Ese chico, estaba allí, esperándole y sonriendo. Observó que estaba tapado con alguna especie de abrigo o de manta, y vio también que había un paquete delante de él y un escrito en el cristal que decía: “Para ti”.
Se sentó delante del paquete, y lo abrió.
Al abrirlo se asustó. Lo dejó de golpe y el paquete cayó al suelo. Se pudo observar, tirado en el suelo, el brazo que el chico le ofreció con todo su corazón para poder seguir dibujando a su lado.
Y pudo observar como el chico de pelo grisáceo escribía algo en el cristal sonriendo como nunca lo había hecho.
- Dibuja conmigo. –
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