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Cuando las luciérnagas toquen a tu puerta por Lalamy

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Capítulo 9: Un vuelco inesperado.

 

 

La acogida había sido fría, con el transcurso de la noche hostil,  hasta llegar al punto de que se convirtiera casi en una pesadilla, sin embargo, todo resultó ser parte de una muy errada primera impresión, ya que Giovanni se había convertido en mi lista, en el hombre más bondadoso que me tocara conocer, un hombre bueno con un terrible trauma que perturbaba su mente.

 

Hibara también era un sujeto amable, pero su horrendo carácter fuerte y mandatario, me creaba anticuerpos por cosas mínimas. El trabajaba por las noches como guardia de la sede en donde los ciudadanos más importantes, y que no pertenecían a los oficiales, debatían, votaban propuestas, e intentaban mantener el orden normativo dentro de ese gran pedazo de escoria llamado Karuba.

 

En un principio a Hibara se le hizo difícil dejarme a solas con Giovanni, por dos razones muy obvias; Miedo y celos. Si bien ambas podrían estar entrelazadas, pues provienen de  “inseguridad”, el miedo que él sentía era por el bienestar de mi vida, en el fondo él no deseaba que me sucediese algo malo, claro, puede sonar muy lógico que sintiese aquello, pero déjenme explicarles que desde que llegué aquí, mi visión de las personas por una extraña razón se había deformado, sorprendiéndome que a alguien le importase.

 

Ellos dos eran una pareja muy particular. Giovanni, de una apariencia aterradora,  y una clara diferencia de  edad con nosotros, era manipulado por su amante, un pequeño posesivo que le controlaba hasta la respiración, no obstante, al parecer esto al mayor no le importaba, mostrándose muy feliz cada vez que el mocoso- que a decir verdad no lo era tanto-, lo regañaba, y me dije “Si él es feliz con eso, ¿Cuál es el problema?”.

 

Y no pude evitar pensar en Julián…

 

Recordé que odiaba cuando él me dictaba órdenes, a decir verdad, detestaba bastantes cosas, muchas sin una razón clara, y a su vez,  él también se molestaba con demasía, desencadenando tediosas discusiones que salían a la luz cada vez que se daba la oportunidad, y si no se daba la situación, muchas veces la inventábamos, ridículo ¿no?

 

Pero con ellos dos era diferente, Hibara rabiaba solo, y tal como se enfadaba, se desenfadaba sin ayuda de nadie.

 

Una tarde, en la que nos encaminábamos por primera vez al río, porque apestaba como puerco en chiquero,  detuve mi vista en la majestuosidad de un bosque, cuyos árboles monstruosos en tamaño, y de belleza imponente se atravesaban en nuestro camino, un camino no delimitado, libre, sin indicio de reglas, ni pisadas, o un sendero no pronunciado.

 

 

El río se encontraba a media hora aproximadamente, pero no me importó el esperar ¿Qué tanto iba a hacer luego de bañarme? Mis días improductivos como fugitivo me dejaban mucho que desear, aspirar, soñar…

 

-          El bosque es santuario y perdición- Giovanni rompió el silencio que nos acunaba con sutileza-. Y este en particular, está lleno de misterios, los cuales mejor dejarlos ocultos.

-          Este bosque es inmenso- acotó Hibara con más color en su voz-, muchos dicen que es tan grande, que llega hasta el purgatorio.

-          Yo escuché que terminaba en el paraíso- contradijo Giovanni.

-          Bah, no tenía idea que llegaba hasta allá…- murmuró el joven-. Con mayor razón digo que  es enorme.

 

Yo reí ante tales comentarios, ellos me miraron con detención.

 

-          Cuando hablan de purgatorio y paraíso- manifesté-, es como si se tratasen de pueblos, o ciudades…

-          A decir verdad, son como países. Tienen su cultura, su gente, reglas, y tratados entre ellos. Los tres presentan problemas, sobre todo el purgatorio… algunos dicen que la situación está bastante jodida allá- aclaró Giovanni.

-          ¿Más que en el infierno?-pregunté.

-          Para la sorpresa de todos, sí.

 

Vaya…”

 

-          ¿Y de donde sacas toda esa información?

-          A muchos oficiales les gusta comentar  estas infidencias frente a los civiles.

-          Además que unas pocas personas llegan a la ciudad contando sobre la situación actual, especialmente de SMO, que es el nicho de los sicópatas- dijo Hibara rascándose el cuello.

-          Muchos oficiales han sido trasladados por los numerosos asesinatos de colegas a causa de grupos rebeldes, que masacran a cualquiera que se les cruza por delante- hizo una pausa al divisar el estrecho río de aguas cristalinas-.  Es un lugar complicado- concluyó.

 

Y dejamos de hablar de ello.

 

El sonido del río me calmó,  la corriente estaba serena, lo que implicaba un disfrute total del agua helada y purificada. Pese a que la mañana estaba fría, Hibara y yo nos desnudamos dejando atrás a Giovanni quien no podía mojarse, pues su cuerpo estaba completamente vendado.

 

Me quedé dentro del agua, hincándome para que me llegase hasta el cuello. Mis pies tantearon la superficie de piedras que se reflejaban por la transparencia del río, y  sobre mí, los árboles se mecían por una imperceptible brisa. Me quedé allí hasta que se me arrugaron las yemas de mis dedos, hacia mucho tiempo que no me bañaba por completo, pues en el apartamento el agua estaba racionada, para ser preciso eran dos cubetas por persona cada dos días ¿Qué tanto se puede hacer con eso?

 

Al recordar aquel sitio, me pregunté como estarían Francisco, Tomás y Javier, e inevitablemente pensé mucho en Miguel, en ese idiota impulsivo, ese imbécil entrometido e imprudente, quien no me dejaba en paz en mi mente, haciéndome recordar morbosamente lo sucedido antes de que matara al tal “Chochi”, preguntándome constantemente si volvería a verlo, esperando que así no fuese.

 

Intentaba cada día quitarme ese sentimiento de encima, pero por una extraña razón, después de dejarlo, volvía a mí con más fuerza…

 

Y me detuve a ver aquella pareja compartir palabras, gestos, afecto, y no pude evitar sentirme solo, sin ninguna seguridad a la cual aferrarme, repletando mis noches con dudas, esas noches de insomnio en las que vagaba por los pastizales, o bordeaba el bosque que callaba con el cantar de los grillos, pasándome así semanas enteras, como un alma en pena que esperaba algo, sin saber aún qué.

 

O quizás simplemente no quería admitir la razón de mi espera…

 

 

Admito que con el pasar del tiempo comencé a frustrarme, dormía gran parte del día,  la otra me alejaba para darles privacidad a los amantes, y por las noches dejaba a solas a Giovanni para no perturbar su mente. Sin duda, era una rutina vacía, y si bien en un principio pensé que podría llenarla con pensamientos, estos comenzaron a escasear al no experimentar situaciones nuevas.

 

Pero hubo una noche que fue la excepción.

 

A Hibara se le había quedado la tarjeta de identificación y su supuesto almuerzo- un poco de arroz apelmazado-, y como era de noche, se imaginarán quien tuvo que internarse en la ciudad.

 

Así que tomé prestada la chaqueta de Giovanni, que me quedaba extremadamente ancha, y con la capucha de esta me cubrí el rostro por completo lo que me beneficiaba bastante, no deseaba, por esas casualidades de la vida, ser sorprendido por algún oficial encubierto, un soplón, o algo así… me había vuelto paranoico.

 

Al cruzar el pastizal me molesté al no tener muy claro donde quedaba la bendita sede, pero de lo único que estaba medianamente seguro era que la hallaría, pues tenía toda una noche para hacerlo. Al ingresar a ese claustro abierto traté de ignorar a la pila de mendigos que me pedían…no… exigían cosas para su penosa existencia. Fue culpa mía, yo evidencié la comida, ya que traía el arroz en una pequeña olla de aluminio quemada, envuelta en un paño andrajoso.

 

-          Vamos, ¿Qué te cuesta compartir?-insistió uno.

-          Somos compatriotas, hermanos, no nos des la espalda- dijo otro más ronco.

-          Mira pendejo, o me das eso,  o te rajo el estómago.

 

 

Adelanté el paso con miedo, esos sujetos parecían bravos, y no dejaban de seguirme. Podía oír sus pisadas tras mi espalda, e histérico de nervios doblé por el callejón que me llevaría a la sede, dejando de perseguirme quien saber porque razón.  Sabía bien que era el callejón correcto, pues Hibara me contó que en frente había un edificio destruido en donde residía una familia entera, el único edificio despedazado del sector.  

 

 

-          ¿Sexo oral, señor?- oí a un niño pegado a la pared, en compañía de varios más en la misma posición, él no representaba más de doce años, lo que me pareció aberrante.

 

Estupefacto, negué con la cabeza. La apariencia de ellos era deplorable, sobre todo si se trataban de niños.

 

-          Señor- insistió otro,  más bajo de estatura que el anterior-. Si quiere le hago un descuento, oral y anal al precio de uno… serían mil…

 

“¿Mil?” “¡Pero si eso es muy poco!” Debía de estar hambriento para ofrecer tal descuento.

 

Volví a negar con la cabeza, procurando salir de allí lo antes posible.  Por una extraña razón al ver a un chico, el mayor de todos, me recordó a Miguel, pues si mal no recuerdo, él también se prostituía,  y no creo que por pepitas de oro.

 

-          Quinientos, señor, no encontrará mejor oferta- me dijo este al notar que lo observaba.

 

“¿Quinientos?” “Espero que sea el tope ¿Qué haces tú con quinientos?”

 

Y al mirarlo con detención me percaté que le faltaba un brazo,  no quise imaginar el porque. Pese a su expresión agresiva, su rostro aún era infantil, y su cuerpo muy menudo, bordeando lo frágil. Pese a que me había insensibilizado con estas cosas, me  sobrecogí, soy humano, y con el contexto situacional me sentía aún más acongojado ¿Qué edad espiritual tendrían? Perfectamente podrían tener treinta, cuarenta, hasta cincuenta años, pero con esos cuerpecitos era imposible de creer…

 

 

“¿Sabes en donde estás? No… no tienes idea. Esto no es un lugar donde sales con dinero, aquí te quedarás eternamente ¿Me entiendes? Comerás basura, dormirás en el suelo húmedo y mohoso, trabajarás como un esclavo, serás presa de la intimidación de todos, la dignidad será sólo una palabra en el diccionario. No tienes idea lo que es estar en el infierno, ver como tus amigos se venden sólo para que los putos oficiales no se los lleven, y los que se resisten, son torturados como al guarén que acabas de ver… aquí, amigo… no necesitarás estómago…”

 

Sí Miguel… hasta yo me cuestiono la estupidez que hice al ver este maldito escenario del cual soy parte. Atenté contra mi vida, sin pensar que si era tan débil para vivirla, lo sería el doble al sustituirla por la muerte”

 

Pero la decisión ya estaba tomada, y un camino sin retorno debía de continuar.

 

 

Como divagué por unos segundos entre estos pensamientos, el muchacho se tomó la libertad de acercarse a mí, sujetando el borde de mi pantalón.

 

-          No…- musité, aquello me pilló de sorpresa.

-          Oye acepta, no te bajaré más el precio- dijo el pendejo autoritario, insistiendo en bajarme el pantalón, lo que me impactó ¿Acaso lo hacía ahí mismo? ¿A la vista de todos?

-          ¡Suéltame!- lo empujé con violencia.

-          ¡¿Y a ti que te pasa?!- me encaró un chiquillo que estaba en lo huesos- ¡Si no estás seguro, no nos hagas perder el tiempo!

-          ¡Lárgate maricón cobarde!- el que gritó esto con un pitito en la voz, comenzó a lanzarme todo lo que encontró; botellas, cajas, basura, etc.

 

Todos comenzaron a imitar su acción, vociferando insultos, armando un gran escándalo. Me alejé de ellos, mi intención no era joderles la existencia, pero al parecer joderme la mía era bastante divertido, siguiéndome los pasos para amedrentarme.

 

Avancé más aprisa, los mocosos estaban por alcanzarme, llegándome varios de los objetos que no me causaron mayor daño. Hubiese tenido un desenlace perjudicial, sino fuese porque de la nada un mujerón apareció, y con su enorme presencia me sirvió de muralla.

 

-          ¡Salgan de aquí, delincuentes, o les reviento las bolas, pedazos de mierda!- gritó la mujer con un chuzo en sus manos.

-          ¡No te metas, grasienta!- oí decir.

-          ¡Anda a echarte a la cama, vieja asquerosa!

-          ¡Estás tan gorda, que no alcanzas ni a tocarte la vagina para masturbarte, vieja penosa!

-          ¡CÁLLENSE MIERDAS!- corrió con el fierro para espantarlos, lo que consiguió con efectividad.

 

Yo no me acerqué a ella para agradecerle, pues se veía tan ofuscada, que dudé mucho si aceptaría o no. Me miró con sus ojos inyectados en sangre y ácido, yo agaché la mirada temeroso, y me di media vuelta para desaparecer en la oscuridad oscilante de una noche sin luna antes de protagonizar otro encuentro desafortunado.

 

 

 

-          ¿Por qué están aquí?- pregunté aquel día frente al río con la ropa recién puesta, y mi cabeza estilando, mojando así un poco mis hombros.

 

Ambos callaron. Mi pregunta más allá de parecer impertinente, se vio dañina para sus recuerdos. No fue mi intención incomodarlos, ni mucho menos herirlos, así que al ver sus rostros falsamente impasibles, me vi con la obligación de retirar mi pregunta.

 

-          No tienen por qué responder, yo no debí…

-          No, no…- murmuró Giovanni después de carraspear-. Uno debe lidiar con estas cosas, siempre- tomó aire-. Yo estaba enamorado de una mujer, se llamaba Lidia, no era muy bella, pero para era perfecta. Ella era una buena mujer, trabajadora, idealista, romántica, siempre preocupada por las causas sociales, y por los demás. Cuando ella reía por lo que yo decía, era un regalo para mí, simplemente no creía que estuviese conmigo, no creía que de todos los tipos, me hubiese escogido a mí, yo, un fracasado, inseguro, aislado, sin un propósito en su vida, anclado en un cubículo de oficina, en medio de muchos cubículos más. Sin pasión por nada más que no fuese ella, dedicándole todo lo que tenía para su felicidad.

 

“Hasta que un día me sentí con vértigo, me habían quitado el suelo. De repente, sin percatarme de nada, se enamoró de otro. Yo no lo conocía, ella tampoco, pero la atrapó, así de simple, un par de palabras en la calle y logró conseguir despertar en ella toda esa pasión que jamás sintió por mí…”

 

Luego de decir esto, hizo una prolongada pausa, y frotó su frente con una de sus temblorosas manos vendadas.

 

Me sentí pésimo, como cuando escuchas o ves una historia, y sabes que tendrá un final trágico del que no puedes evitar emocionarte antes del desenlace. Era una horrible empatía que me tomó del pecho, y por unos instantes no deseé oír el final.

 

 

-          Me sentí devastado- continuó-. Traicionado completamente, yo la amaba, les juro que la amaba, pero por cosas de segundos me sentí desesperado, me quitaron las piernas, no sabía de donde aferrarme, y como la vi encima mío, llorando, pidiéndome perdón,  no controlé la angustia, la ira, la frustración, y la golpeé, no una, varias veces -su voz se oyó más aguda-, hasta dejarla inconsciente, después la quemé, no recuerdo bien el momento en que lo hice. Y me quedé  a su lado, pensando… recordando… pero luego de unos instantes, ya cuando el fuego se había avivado a mi alrededor, entré en pánico, y corrí asustado, cayéndose encima mío un mueble en llamas, quedándome , y dejándome temporalmente inconsciente, lo demás es obvio; sobreviví, y me suicidé a la semana siguiente.

 

Le costó finalizar la última parte, pero lo hizo, cubrió su rostro con ambas manos para no demostrar su claro dolor que se reflejaba en los surcos a los lados de sus ojos… sus ojos… la única parte visible de su rostro, y justamente la que expresa los más fuertes sentimientos como un lienzo pintado con acuarela.

 

Oímos un leve sollozo que manifestaba el más doloroso arrepentimiento. Su narración fue aberrante, él había cometido un crimen horrible, pero logré ponerme en su lugar y entender que su arrepentimiento, el cual superaba todo castigo que se le daba. Años viviendo solo, con ese fantasma acosándolo por las noches,  y lo peor de todo es que no existe nadie que diga “Estás perdonado”, pues él único que se culpa es él, y por ser él jamás se perdonaría.

 

Hibara no soportó su alarido, y lo abrazó con brusquedad para que Giovanni lograra palpar ese consuelo desesperado que le brindaba, en tanto yo no sabía que decir, ni hacer, la situación me había superado, como siempre me sentí inútil, fuera de foco, sólo atinando a callar, luego de mi estúpida impertinencia…

 

…así que sólo dejé que su llanto se lo llevara el viento…

 

 

 

-          Mi vida no fue tan conmovedora- me confesó Hibara al anochecer, cuando ya era hora de abandonar la casucha-. Hijo de ladrón, maté a cinco narcos por ajuntes de cuenta. Yo ya no tenía la misma capacidad de discernimiento que antes, pues era un maldito adicto. En una balacera, una de las tantas que acostumbraba a protagonizar, me llegó un balazo que me atravesó la garganta, y otro en mi pecho. La sociedad se libró de un delincuente más, nada de trágico hay en ello…

-          Entiendo…- fue lo único que se me ocurrió decir.

-          Cuando conocí a Giovanni, un mediodía a mitad de la fastidiosa compra de arroz, me dije “Este es un buen hombre ¿Qué mierda hace aquí?”. Cuando me contó acerca de lo sucedido, comprendí, pero…han pasado los años y estoy seguro que se arrepiente cada minuto de ello, y no entiendo- tosió, al parecer se atragantó con saliva, y apenas dijo-. A decir verdad, hace mucho tiempo que dejé de entender las cosas.

 

“¿No entender las cosas?”

 

No era el único que pensaba así.

 

 

Nos separamos para dedicarnos a nuestros respectivos “pasa tiempos”, y me dormí sin sueño a los pies de un árbol de gruesa figura.

 

De repente, un remezón me despertó de mi sueño fabricado, y con el rostro espantado miré a mi agresor; Giovanni.

 

Aún era de noche, y su rostro sobre mí me heló por completo, al punto de congelar mi reacción “¿Qué hace aquí?” me pregunté atemorizado  “¿Qué quiere?”. Él no me quitó las manos de encima, y con sus ojos extremadamente abiertos me dijo con un susurro ensordecedor.

 

- Tú fuiste…

 

Yo me paré de un salto, y echándome hacia atrás concreté con acciones, lo que no me atreví con palabras. Él aún hincado me observó aparentemente molesto, pero no hizo más, tal vez no le di tiempo, pues ya cuando creí que pude haber sido gravemente herido, había corrido una gran distancia.

 

No le comenté a nadie lo sucedido.

 

 

 

 

Y llegó ese día…

 

 

Hibara llegó a la hora acostumbrada con una bolsa llena de pan añejo, regalo de una mujer que le debía la vida, por razones no aclaradas. Fue una grata sorpresa, el pan cundía más que la mezquina ración que nos proporcionábamos para ahorrar, y tostado sería aún más delicioso. Es curioso, a mi jamás me gustó el pan tostado, sin embargo, muchas cosas dejaron de ser un problema para mí, con el tiempo he aprendido a dejar de ser mañoso.

 

El recién llegado nos contaba acerca de un mendigo que se puso a mear en la muralla de la sede que cuidaba con recelo, claramente lo espantó con un palo. Le pregunté por qué los oficiales no resguardaban el establecimiento, a lo que me respondió con indiferencia “Tienen cosas mucho más sádicas que hacer”, yo sonreí, Hibara tenía una manera muy particular de expresar con su rostro las cosas.  Y como producto de un pésimo chiste, de la puerta ya abierta aparecieron unos cuantos de esos perros malditos  con fierros y espadas en mano, entrando con violencia, lo que provocó que saltáramos instantáneamente de nuestros asientos, cayéndose las sillas al suelo de tierra.

 

-          ¡Manos arriba, hijos de puta! ¡Todos con las manos arriba!- ordenó vociferante uno de ellos, era de una gran estatura, y de cuerpo macizo, de una sola patada en la columna, te podría dejar inválido.

 

Yo obedecí inmediatamente, en tanto pateaban las cosas con una fuerza tremenda.

 

Otro oficial me empujó, era pestilente,  y como a un delincuente me ordenó que me pusiera de cara hacia la pared, separando las piernas.  No contento con mi acción, me las separó aún  más golpeándome con el fierro en la columna para que me irguiese, y no levantando el culo como las prostitutas, que después me la iban a dar.

 

-          ¿Y estos dos?

-          Se van con este otro- dijo el tipo que me agredió.

-          ¡NO!- exclamé involuntariamente, lo que obligó al oficial a pegarme en la costilla derecha, yo apreté los dientes para no demostrar dolor.

 

“Mierda, no… no debía de ser así, no quiero implicar a nadie en esto” pensé impotente, sin saber como ayudar a quienes se arriesgaron para darme refugio.

 

No pude ver a mis amigos, si miraba un poco hacia atrás quizás el bestia me quebraría el cuello. Intenté calmarme, habría que ver una solución “No podemos estar más cagados” me dije como consuelo, pero mi ocurrencia jamás fue una virtud mía, lo que sólo me llevó a coléricos vacíos mentales.

 

“Este mierda debería estar encarcelado desde hace tiempo…”

 

“¿Quién? ¿Esta cosa?”

 

“Ni cara tiene, debió de morir en un incendio”

 

“Que asco, debe de tener el cuerpo desfigurado”

 

“Y el pene achurrascado”

 

Todos rieron a mis espaldas en carcajadas ahogadas, me sentí enfermo ante tales comentarios de mierda ¿Qué se creían?

 

Mi indignación era total, ellos continuaron mofándose de algo que para mí era delicado ¿Qué sabían ellos de delicadeza? Sólo trabajaban como títeres de alguien más, sin sentimientos, sin escrúpulos, completamente cegados por el sadismo inmundo que excretaban tanto en sus acciones, como sus pensamientos… perdón… ¿Pensamientos? Esos hijos de puta no pensaban.

 

Sentí como me tomaba de los cabellos, y me tiraba para que saliese de la casa. Como tardaba en caminar me sacó de una sola patada, tropezándome con mis propios pies, tenían una fuerza superior a la mía, es decir, un intento de fuga sería equivalente a una muerte en vida.

 

Al estar fuera me pateó para tumbarme en el suelo, eso si fue doloroso, y logré ver por unos segundos como sacaban de la misma forma violenta a Hibara y Giovanni. En ese momento me pregunté el porque cargaban con espadas, y no armas de fuego, siendo más efectivas y modernas, pero aquel pensamiento fue interrumpido pues uno de esos animales me pisó la cabeza para que mi rostro se apegara a la tierra.

 

-          Esposen a esos dos, y súbanlos a la camioneta. Este se quedará aquí por un rato …

 

Y no alcancé ni a preguntarme la razón, cuando con el pie me puso de costado y comenzó a patearme en la boca del estómago con sus bototos. Jamás en mi vida lo había visto, pero ellos no necesitaban de razones para poder desquitar su frustración o sus deseos de destrucción con extraños.

 

Mis quejidos parecían fastidiarle- o quizás le gustaba-, puesto que me pateó con más fuerza. Y en tanto yo botaba saliva, y tosía como condenado, sentí como las lágrimas brotaban humedeciendo mi vista…

 

Me sentí perdido… no visualicé salida ante la situación, ese desgraciado me dañaba, y el pesimismo me embargó, no pensé en nada, sólo quería que terminase y arrancar. No deseaba suponer lo que vendría después,  o a donde iría, estaba cagado, completamente varado en un callejón sin salida, y en frente de mí veinte perros con rabia.

 

 

 

 

Y de repente un disparo interrumpió la paliza.

 

 

Asustado de pensar que ese disparo pudo haber sido proporcionado a uno de mis dos amigos,  por reflejo intenté utilizar mi brazo izquierdo como gata hidráulica para así levantar mi cuerpo. De inmediato maldije mi reacción involuntaria, ya que provocaría una golpiza más brutal, no obstante, para mi sorpresa, aquel mal nacido cayó al suelo con una perforación en su frente, y su vista queriendo alcanzarla.

 

Estupefacto busqué explicación hacia donde estaban los demás oficiales, y en tiempo de nada una lucha se desató; uno de los oficiales se había rebelado.

 

Me desesperé al no poder levantarme con facilidad, mientras oía el pleito, así que como pude procuré al menos ponerme de pie, ahora, erguirse era otro asunto. Giovanni golpeó a uno de los oficiales distraídos por la agresión del traidor, en tanto Hibara ahorcaba a uno de ellos con sus esposas con toda su fuerza, lanzándose al suelo para poder hacerlo con más facilidad, pues la diferencia de estaturas resultaba evidente. El hombre desesperado intentaba alcanzarle el rostro, como un intento desesperado de zafarse.

 

Al acercarme más, me di cuenta que de la nada aparecieron más de esos mierdas en el horizonte, atravesando el pastizal a paso ligero.  El oficial que se sublevó se alejó prudentemente con una pistola Glock 9mm apuntando a los heridos y disparándoles certero en partes vitales de su cuerpo, sin embargo, al notar que habían más de ellos  optó por huir, creo que no deseaba desperdiciar balas, aunque no entendía bien cual era su real objetivo. Noté que un parche cubría su ojo izquierdo, y que cojeaba de un pie levemente, mis dudas acerca del parecido a alguien se acrecentaron, pero bastó sólo oír su voz mandándome que corriera  para disipar mis dudas,

 

Era Miguel.

 

 

Los oficiales estaban acercándose, y no debíamos perder más tiempo.

 

 

-          ¡Giovanni, Hibara vámonos!- le grité antes de arrancar, y al ver que me hicieron caso corrimos frenéticamente antes de que fuese tarde.

 

Miguel desenfundó su espada y comenzó a correr junto a nosotros. Mis conocidos me alcanzaron, lo que quería decir que estaba corriendo demasiado lento, intenté acelerar el paso pero me dolía demasiado mi cuerpo, esto en un principio no resultó ser gran obstáculo.

 

Como la tierra era de hojas, me dificultó pisar firme, resbalándome en ocasiones, sí, tengo un problema, tiendo a caerme con facilidad. Y como era de acostumbrarse Miguel me gritaba histérico, procuré ignorar sus ofensas, sin embargo, Hibara fue el primero en caer, para la sorpresa de todos…

 

-          Oye…- dije volteándome, no obstante, Miguel me tomó con violencia del brazo para que continuase corriendo.

-          ¡Déjalo!- gritó. 

-          ¡Suéltame!- mascullé, y vi como Giovanni se devolvía para socorrerlo, al parecer se había doblado el pie.

 

Miguel de un tirón me incorporó a la corrida, en tanto la pareja intentó avanzar más aprisa, pero por mucho esmero que pusieron, esto no bastó para salvarse, pues los oficiales no tardaron en alcanzarlos.

 

 

 

-          ¡Miguel…!

-          ¡Deja! ¡Es su problema!- gritó sin mirar hacia atrás, sosteniendo aún mi brazo- ¡Y no mires!

 

¿Creen que le hice caso? Lo último que pude ver fue a sus cabezas desprenderse de sus cuellos de un sólo corte de espada, eso me obligó a mirar hacia al frente, impactado, bloqueando mis sentidos, mi raciocinio, mis sentimientos…

 

¿Y ahora que iba a pasar? Eran muchos tras nosotros, ¡Nos iba a suceder lo mismo!

 

Me comencé a sugestionar, ese pesimismo volvió a dominarme, sobre todo cuando sentí que se me agotaban las fuerzas. Ya no podía seguir el ritmo de Miguel, quien enérgico mantenía el paso…

 

-          ¡Rápido Evan!

 

No puedo"

 

-          ¡Ya! ¡Nos falta poco!

-          Po….poco para qué…- dije sin aliento.

-          Estamos en el borde del infierno, vamos a entrar a territorio neutro para luego cruzar al purgatorio.

-          ¡¿Qué?!

-          ¡YA! ¡CÁLLATE Y CORRE, MIERDA!- vociferó, volviendo a obligarme a correr con más fuerza.

 

Sentí que mis piernas se desprenderían, y no lograba quitarme de la cabeza la escena horrible de la decapitación, no sabía si era mejor haber obedecido a los oficiales…

 

“¡Ahí está!”  Gritó mi acompañante, y noté que el bosque a unos cuantos pasos más comenzaba a parecer menos encantador, con árboles sin hojas, altos, y torcidos, mi estómago se contrajo, y al dar un paso más sentí que algo se posaba en mi pecho, dificultándome la respiración, y un brusco cambio de temperatura heló todo mi cuerpo. Miguel se detuvo,  dio media vuelta y con arma en mano apuntó a nuestros enemigos, los cuales se detuvieron con un destello suspicaz en sus ojos.

 

 

-          A ver hijos de puta- habló mi compañero-, atrévanse a matarnos del otro lado de la línea.

-          Te vas a condenar, Arteaga…- advirtió uno de ellos, de mediana edad, claramente era el mayor de la decena de hombres.

-          No señor…me estoy salvando.

-          Hiciste un trato, al romperlo sufrirás la pena máxima cuando mueras.

 

“¿Morir?”

 

Miré a Miguel quien no cambió la expresión altanera de su rostro.

 

-          No les conviene romper las reglas…- dijo el hombre apacible- Contreras, quizás si se entregan, su castigo será menos severo…

-          No le mienta a mi amigo, capitán- habló Miguel sonriente-, ambos sabemos que no es cierto.

 

El  oficial se me quedó viendo ¿Qué podía decir? No tenía idea a lo que me exponía al  hacer caso a Miguel, pero tampoco estaba dispuesto a entregarme, “¿Consideración a mi persona? ¡Mentira! Van a torturarme…” pensé, y negué con la cabeza, aún inseguro. Este asintió sonriendo de medio lado.

 

-          Hagan lo que quieran, de todos modos volverán a nosotros. En el purgatorio se ha desatado una guerra, y sólo basta una acuchillada para que aparezcan en el infierno, es tan simple que da risa. Lo único que ganan huyendo es tiempo ¿Qué tiene de relevante un par de días más?

 

Y con estas palabras el hombre dio medio giro y caminó tranquilo al igual que el resto, dejándome completamente difuso entre interrogantes que en su mayoría quizás no tenían respuesta.

 

Un mal presentimiento posesionó a mi alivio, en compañía de una vacía victoria que se había llevado a dos personas que en pocos días se transformaron en mis mejores amigos, pese a sus defectos, y a su oscuro pasado; todo por mi maldita culpa.

 

 

Oí a Miguel silbar, en tanto continuaba la andanza, haciéndome cuestionar la liviandad con la que afrontaba los hechos. Prácticamente le vaticinaron el peor de los escarmientos, y qué decir acerca de la muerte de una pareja inocente. Su comportamiento era tan frío que me hizo dudar el seguirlo ¿sabía lo que hacía? ¿Estaba él consciente de las consecuencias? ¿Qué es lo que ganaba con todo esto?

 

El hombre a quien había conocido hacia un par de semanas había desaparecido, siendo suplantado por aquel insensible ser de aspecto inofensivo… “Espera... ¿de qué hablar? Miguel siempre fue así, y si no lo noté es porque a decir verdad poco y nada convivimos juntos” Craso error, lo había idealizado.

 

 

Silencioso seguí a su despreocupados pasos, no sabía si su presencia era reconfortante, o un pésimo augurio, a raíz de los últimos acontecimientos en mi “vida”. Por una extraña razón comencé a experimentar algo parecido al rechazo, mis peores recuerdos de aquel inmundo lugar están ligados a él, pero por terrible que sonase no tenía el valor de manifestarle ese pesar. Para mi era mucho más gratificante que se fuera, que me dejara solo, pero…

 

 

... había momentos en los que lo necesitaba demasiado.

 

 

 

-          Vamos a emprender un duro viaje, Evan- me dijo como si nada-. Escuché que podríamos hallar a Julián preguntándoles a los funcionarios del purgatorio quienes son mucho más accesibles que aquellos maricones del infierno- hizo una pausa, como esperando respuesta, al no oírla continuó-. A decir verdad, nadie me lo dijo directamente, lo deduje, pues es obvio que esos tipos manejan mucha información, prácticamente son uno de los más importantes funcionarios en la jerarquía… o si es que se le puede llamar así, ¿yo que sé?

-          ¿Cómo supieron que yo estaba en esa casa?

 

El detuvo su paso, y bufó aparentemente fastidiado.

 

-          Al parecer Francisco abrió el hocico.

-          ¿Qué…?- dije casi sin voz.

-          Eso. Era un maldito traidor, entregó tu cabeza a cambio de comodidades, él, y esos dos mal paridos de Tomás y Javier- se dio media vuelta-. Nunca hay que confiar en las personas del infierno, inclusive esos dos que vivieron contigo pudieron ser comprados fácilmente, si se les hubiese dado la posibilidad.

-          No hables mierda.

-          Aquí el único que habla siempre mierda eres tú. ¡No puedo creer que aún confíes en la gente! ¡No se puede confiar en nadie! Todos son unos malditos hipócritas, unos cleptómanos ambiciosos, que por mucho sufrimiento que sientan no van a cambiar- me habló golpeado, como si yo estuviese dentro de ellos-. Así que no me quedó otra que matarlos, a Francisco y los demás.

-          ¡Miguel!- exclamé atónito.

-          ¿Qué? ¡Te traicionó! No me delató porque lo amenacé, pero… tuve que ajustar las cuentas por lo que hizo… ¡Ese hijo de perra tenía que pagar!

 

“Dios, no quiero esto…” me dije hincándome en el suelo completamente destruido, en tanto el otro me decía que no había tiempo para lamentarse, que debíamos acortar camino lo antes posible, pues la noche era peligrosa, que yo era un imbécil, un confiado, que tanta ingenuidad le hastiaba, que no le recriminara nada, ni hiciera berrinche, pues sin él yo no estaría a salvo…  ¡Estaba loco!

 

Me sentí en un pozo con el acceso obstruido por un escombro. Cuando creía que todo estaba bien, un remezón violentaba contra mi apacibilidad, dejándome en jaque nuevamente.

 

-          Evan, vámonos…

-          Quiero ir solo- dije aún agachado.

-          Para la mierda, vámonos…

-          De verdad, déjame solo- insistí, el que se estaba hastiando de su compañero porque era un imbécil, era yo.

-          Vamos- lo oí más autoritario, y al alzar la vista noté que me apuntaba con la pistola.

 

Me pregunté porque deseaba estar conmigo, y él sin la necesidad de oír esta pregunta respondió.

 

-          Tú me metiste en esto; o te mueres tú, o no morimos los dos.

 

 

Notas finales:

¡AL FIN! No saben cuanto me costó esto...estoy que lloro...

 

OK, traté de hacer el capitulo decente. De verdad que me costó, no por cuestion de ideas, sino porque ¡TODO MUNDO ME INTERRUMPIA!

Ejem... al terminar esto me rei satanicamente, como sea, solo espero que lo hayan disfrutado, al siguiente capitulo "el lago de las almas plantadas", tratare de aclarar muchas dudas.

Gracias por leer, de verdad, realmente deseo que la historia les este gustando.


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