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Cuando las luciérnagas toquen a tu puerta por Lalamy

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Capítulo IV: Mi primer día.


Al despertar aquella mañana, sentí como mi espalda estaba echa pedazos, claro, ya eran dos noches en las que dormía en el frío suelo en compañía de los demás.

Cuando al fin pude abrir los ojos vi como Miguel me había quitado toda la frazada…

Eran las ocho de la mañana…

Debía ir a trabajar.

Me aparté de los dos sujetos que me tenía apresado en mi diminuto espacio, y con cautela me puse en pie, no deseaba molestar a nadie a tan tempranas horas, menos a Miguel que conociendo su carácter me patearía.


Al llegar al edificio K-20 me percaté de la enorme cantidad de hombres que había fuera, saqué de mi bolsillo un papel el que me señalaba el nombre del sujeto con quien debía hablar: “Rodrigo Vergara”

Me acerqué a un hombre fornido y sudoroso quien perfectamente podría medir dos metros. Le pregunté si sabía donde podría encontrar a Rodrigo Vergara, este me miró extrañado, pensó por unos segundos, y le preguntó a otro hombre, este más bajo y delgado, acaso conocía al tal Rodrigo…

- ¡Pero que eres bestia!- exclamó el flacucho- ¡Es el jefe!
- ¡Aaaahh…! no tenía idea que se llamaba así- el sujeto dio una risotada estridente, y luego me miró- Es que aquí todos le decimos Chochi, entonces por eso no me sonó mucho su nombre católico.
- ¡Ja! “Católico”- dijo el flaco dándole un sorbo a un vaso de plástico.
- Mira- se dirigió a mí- tienes que entrar, y subir la primera escala que veas ¿vale? Ahí pregunta si está, por lo general siempre lo buscan allí, dudo mucho el por qué- tosió para aclarar su garganta- ¿Vienes a buscar trabajo?
- No…- dije tímido, pese a su simpatía, su apariencia se me hacía intimidante- lo que pasa es que es mi primer día de trabajo, pero nunca he venido… un amigo me consiguió…
- ¿Qué amigo? Debe de ser de aquí…- se metió el flaco.
- Eh, no parece que no…
- Ah…- dijeron ambos al unísono.

Y con una disculpa me retiré, no quería llegar el primer día de trabajo tarde.

Al ingresar caminé por aquel pasillo que parecía un subterráneo siendo ya típico de las edificaciones de aquella ciudad, y ascendí por una escalera metálica oculta en un angosto espacio entre dos murallas mohosas. Podía oír el sonido metálico de mis pasos al subir peldaño por peldaño, y un tanto nervioso pensaba en cómo sería Rodrigo, o Chochi si así deseaba que lo llamase.


Al llegar a la plataforma noté que se había convertido en un edificio común y corriente, pero a diferencia del que yo alojaba, este aún carecía de puertas y ventanas habiendo sólo los espacios en donde seguramente pronto los colocarían, o al menos eso imaginaba.

Dos tipos discutían sobre los materiales de construcción, admito que bien poco sé al respecto, así que más detalles no podría darles, pues soy ignorante en ello. Me acerqué al dúo, y ambos me miraron algo hoscos, fue algo incómodo, si, pero debía tragarme las delicadezas de una buena vez, yo estaba en el infierno y debía metérmelo bien en la cabeza.

- ¿Disculpen?- si, me cuesta ser menos sutil- perdón… ¿Ustedes saben donde puedo encontrar a Rodrigo Vergara?
- ¿Y qué se yo quien mierda es Rodrigo Vergara?- me dijo uno de los tipos con una tonalidad agresiva en su voz que le hacía juego perfecto con su ojo caído a tal punto que parecía estar cerrado, tal como si le hubiesen golpeado.
- Le dicen Chochi- insistí.
- Ah… debiste haberlo dicho antes- habló el otro, este con un rostro más gentil- lo estamos esperando, así que quédate por allí…
- Ya, gracias- sonreí, y me fui ligeramente hasta una “ventana” para distraer mis nervios con la gente que se paseaba en la vereda y la calle, en aquel día en donde la humedad se impregnaba tanto como de nuestras pieles, como de nuestros ánimos.

Ambos se rieron al alejarme, no sé de qué, pero fue un tanto burlona, mejor me hice el indiferente, no había razón para armar conflicto por una pendejada.

Miré a mi alrededor y vi sólo murallas de concreto al igual que el suelo, y mi mente se desplegó de la realidad y me imaginé construyendo, yo, más inútil que cualquiera ejerciendo un trabajo así… un sujeto con aspiración a artista trabajando como un obrero, era divertido de sólo pensarlo.

Así se me pasaron los minutos, pensando y pensando, y no había señales del tal Chochi, los sujetos seguían hablando, pero ahora de personas ajenas a mi conocimiento e interés. Caminé de un lado a otro como un animalito enjaulado, impacientándome en un grado desconocido para mí, quizás el calor provocaba que me molestase con más facilidad. En mi mente imaginaba a aquel sujeto- para que vean lo aburrido que estaba- y su trato, esperaba que fuese más amigable de lo que era la gran mayoría de los hombres en aquel ingrato lugar, pero se me hacía muy difícil fantasear aquello.

Cuando apareció, noté a un hombre de mediana edad, macizo, alto y de mirada corrosiva. Su ropa estaba empolvada y rota, y su presencia era imponente.


Los dos hombres se le lanzaron para empapelarlo en quejas, y peticiones, Rodrigo se mostró paciente por unos instantes, y oyó cada palabra de quienes disparaban al mismo tiempo haciendo todo más enredado aún. Pero llegaron a un punto en el que hasta yo me estaba molestando, y al parecer Rodrigo también.

- A ver, a ver, a ver… espérense un poco, par de pelotudos- dijo adusto- ¿Qué mierda quieren? ¿eh? ¿Un trato justo? Si no les gusta su trabajo se van de aquí, hay millones de tipos que llegan deseoso de comer algo digno, o dinero para drogas, así que no me vengan con sus mariconadas de putitas refinadas, o sino me veré con el gusto de follármelos ¿OK?
- Pero Chochi, sólo te pedimos..
- ¡Pedir nada! ¡O les gusta sus horarios o se los meto en la raja! ¡Y YA FUERA DE AQUÍ! ¡CIRCULEN!
- ¡Pero…!- dijeron ambos.
- ¡Circulen mierda!-dijo entre dientes, ya veía que los empujaba.

Y los dos hombres se fueron alegando por la falta de empatía que tenía su jefe hacia ellos, el hombre simplemente ignoró los comentarios resentidos de sus trabajadores y me miró frunciendo el ceño.

- ¿Y tú? ¿Qué quieres?
- Eh- me tomó por sorpresa- lo que pasa es que yo… un amigo me consiguió trabajo aquí- me acerqué tratando de aparentar tranquilidad.
- ¿Qué amigo?- a diferencia de mis palabras las de él surtían el mismo efecto que una daga incrustándose en la piel, aunque no dijese nada ofensivo.
- Miguel…- era todo lo que sabía acerca de su nombre.
- ¿Miguel cuanto?
- Es que no me sé el apellido…
- ¿Cuántos años tienes?- inquirió aún ceñudo.
- Veinte.
- ¿Y por que hablas como un crío recién meado?

Callé, no era necesaria las descalificaciones.

- Mira, dime de qué Miguel me hablas, pajarito, porque conozco a cien mil Migueles en sólo esta ciudad, no es un nombre muy particular que digamos.
- Bueno, es rubio… joven… - mierda, que presión- de…Mm… es rubio…- me sentía como un idiota.
- ¿Será Miguel Santos?- claramente no me lo preguntó a mí sino a él mismo.
- …l me dijo que usted me había conseguido trabajo aquí, pero no me dijo en qué...
- Uy, pero que personaje- murmuró refregándose los ojos con su mano derecha- ya, creo que es el prostituto, Miguel Santos. …l me habló de un sujeto recién llegado, un fino caballerito… obviamente, eres tú ¿Cuál es tu nombre?

“¿Prostituto? ¿Dijo, ?”

- Evan- respondí automáticamente.
- OK, “Evan”, tu trabajo es ayudante de cocina, así que te vas corriendo al edificio de al lado, primer piso, es un local, así que debes ser rápido, nada de estupideces, o te vas al instante ¿Captas la idea, principito?
- Si.
- Ya, largo.

Y callado como un felino desaparecí de su vista. Odiaba que me tratara como a una damita, no es que yo sea fino, sólo que no me gusta ser irrespetuoso, pero parece que en un lugar como este parezco ser una muñequita de porcelana.

Rápidamente descendí hasta llegar al primer piso, el número de trabajadores a las afueras del edificio había incrementado, y pasé velozmente entremedio de la multitud, no veía nada, me preguntaba si debía ir a la izquierda o a la derecha…

Dios, soy tan idiota.

Le pregunté a alguien donde se encontraba el local donde se daba comida y apuntó hacia mi lado derecho, le agradecí a voz baja, y entré a un local en donde una mujer robusta con las mangas de su blusa bien arremangadas, y un pañuelo azul en la cabeza haciéndole ver el rostro mas redondo, daba gritos a una muchachita delgadísima que corría de un lado a otro para complacer cada mandato que le daba la mujer.

- Hola- le saludé sonriente, apoyándome en el mesón en donde del otro lado, se encontraba ella.
- Hola…- la señora me miró con desdeño- ¿Qué quieres?
- Soy nuevo, me dieron trabajo como ayudante de cocina.
- Ah ¿si?- dijo con incredulidad- y… ¿Tienes experiencia?
- No.
- ¡Ja! Típico, otro prostituto más, pero que sujeto mas asqueroso- masculló- ya, entonces como conseguiste tu trabajo sin ningún mérito más que prestarle el culo al jefe, tendrás que hacer tu mayor esfuerzo para que sea benevolente contigo.
- Pero yo no me acost…
- ¡No me interesa!- me interrumpió- ya y corre, corre, corre, que hay mucho que hacer ¡SANDRA!- le gritó a la muchacha- ¡DEJA DE CAGARLA, MIERDA! ¡HAZ LAS COSAS BIEN, PARA ESO TE PAGAN, INÚTUL!
- ¡Estoy haciendo lo que puedo, Doña Mirta! ¡No soy un pulpo para hacer miles de cosas y todas bien!
- ¡DEJA DE LLORAR, Y TRABAJA!- luego me miró- ¡Y tú anda a pelar papas! ¡Ahí al lado de ese mueble blanco hay un saco, pélalas todas!

“¿Todas?”


Y no iba ni en la décima y ya me dolían los dedos.

Doña Mirta era sorprendente, limpiaba, cocinaba, conversaba todo al mismo tiempo, y aún le sobraba tiempo para jodernos con sus presiones y comentarios ácidos. La pobre Sandra no paraba de ir de un lado a otro, y yo creía que mis dedos morirían.

A la hora de almuerzo una avalancha humana se abalanzó sobre el mesón en donde Doña Mirta servía la sopa con una papa por plato. Esta vociferaba que hicieran filas, pero los sujetos estaban tan hambrientos que ignoraron los gritos de la mujer histérica quien desesperada nos imponía que la ayudásemos.

- ¡Que pasa que el día de hoy están todos como animales!
- Nos están explotando Doña Mirna- le comentó uno en tanto tomaba su plato- Nos están apurando con lo de la construcción, nos aumentarán las horas y el sueldo será el mismo.
- ¡Pero que horror!- exclamó la mujer desconcertada.

Sandra con mucha más experiencia servía la sopa con gran agilidad, en tanto yo, más lento, procuraba ser de ayuda para ambas.


Fue un día agotador.

Al llegar al departamento, luego de lavar una pila gigantesca de platos, me senté en el sofá carcomido por los crueles años en aquel infierno, y miré mis manos llenas de ampollas, lamentando haber sido un inútil en mi vida pasada.

- ¿Cómo estuvo tu primer día?- apareció del baño, Francisco, el gordinflón sudoroso.
- Bien, creo…
- Uh… que feas manos, bueno, eso quiere decir que te esforzaste- sonrió ofreciéndome un vaso con agua.
- Gracias- lo recibí- si, hice todo lo que pude- y luego de esto le di un gran sorbo al líquido, arrugando un poco los ojos, aún no me acostumbraba su sabor agrio.
- A Miguel le va a fascinar la noticia, el estaba muy preocupado de que te metieras en problemas, tú entiendes.
- Si, si, hasta yo lo temí- sonreí- y luego de beberme todo el contenido del vaso se lo pasé a Francisco quien estaba esperando que acabase.

De todos, él era el más simpático, y atento. Quizás era porque trataba de parecer una mujer, con su cabellera larga y oscura, y ropajes coloridos.

Una figura maternal, talvez…


Oí abrirse la puerta.

Era Miguel

Por una extraña razón me puse muy contento al verlo, este me sonrió, y cerró la puerta con aquella brutalidad que tanto lo caracterizaba. Estaba ansioso de contarle sobre mi día, pero no lo hice; primero a él no le importa; segundo no había nada interesante que decir.

- Debes de estar muerto de hambre- le dijo el gordinflón como una madre a su pequeño hijo- te sirvo de inmediato- y se dirigió a una estantería para sacar unos alimentos.
- ¡Ah! ¡Francisco!- dije exaltado tomando un recipiente de lata- ¡Doña Mirta, la cocinera, me dio unas papas que habían sobrado del almuerzo!
- Mm… yo quiero…- dijo Miguel sentándose a mi lado, en tanto Francisco animadamente me arrebató el recipiente y se lo llevó al rincón en donde se suponía que era la cocina- veo que no te fue tan mal, al menos no estás llorando, y trajiste comida.
- No soy llorón- repliqué fingiendo molestia.
- Pero si inútil
- Eso ya lo sé, no tienes para qué recalcarlo toda la vida.
- ¡AY! ¡"TODA LA VIDA"! ¡QUE DRAMATISMO!- rió- Bueno, en fin, al asunto es que tienes trabajo para rato ¿cierto?
- Si, supongo.
- Bien- golpeó sus piernas con las palmas de sus manos y se puso en pie para sentarse a la mesa en donde el gordinflón le tenía servida la comida.



“Así que es prostituto…”


No entendí a que vino ese pensamiento.



- ¿Evan?- me preguntó Miguel con la boca llena.
- ¿Qué?
- Siéntate- y con una patada corrió una silla que estaba a su derecha.

Yo accedí.



- Háblame de Julián.


Yo lo quedé mirando, y luego desvié mis ojos para fijarlos en un sobre blanco que estaba a un lado del plato de Miguel. Para mi fue una pegunta sorpresiva, pero nada extraña, puesto que en nosotros ya había una cierta… confianza, como para querer saber quien era la persona por la que decidí matarme.

- ¿Qué quieres saber de él?
- Lo típico, cómo era él, como se conocieron, como fue su relación, por qué murió…- no me miró al decirlo, estaba concentrado en su plato.
- Ah, bueno… Julián y yo nos conocimos en la casa de su hermana. Ella y yo éramos compañeros de curso, y un día en el que nuestro grupo de trabajo tenia que preparar una disertación de filosofía, él, siendo tan sólo mayor por un año, se ofreció para ayudarnos. Por mi parte fue amor a primera vista, pero como sabía que él era heterosexual procuré sólo verlo como un amigo. Julián era bastante tosco, y muy directo para decir las cosas, lo que hacía que mi acercamiento fuese más rápido, ya sabes, él me molestaba diciendo una mala broma y yo se la devolvía, ambos disfrutábamos de ese juego.

“Su hermana siempre me decía que preguntaba por mí, y me mandaba recados bastante pendejos, una vez realmente creí que me odiaba, pero sólo era una infantil forma para demostrarme que le caía bien.

“Un día fui a su casa para hacer un trabajo de artes con María Paz… creo que así se llamaba la hermana… fue un día agradable, nos reíamos los tres de todo, y llegó la noche y me fui a mi casa, él me acompañó hasta la puerta, mientras que María Paz hablaba por teléfono con su novio. Yo le dije a Julián que era tan gracioso como mi primito de seis años, y él se molestó, realmente en ese momento sólo quería abrazarlo, pero no me daba el valor. Este actuaba como siempre, y sólo para estar un rato más junto a él le quité el celular que había sacado de su bolsillo para ver la hora. Entre el forcejeo lo miré a los ojos, el se posó en los míos y nos mantuvimos inertes por unos segundos… nos mirábamos los labios y volvíamos a los ojos, y nos alejamos de inmediato, yo estaba sonrojado y él también, nos despedimos sólo con un “Nos vemos” y no nos vimos hasta un par de semanas después.

“Me sorprendí mucho cuando una tarde, él estaba con el uniforme de su colegio en las afueras del establecimiento en el que iba yo. Le pregunté si es que acaso estaba esperando a María Paz, pero el lo negó, diciendo que venía a buscarme a mí, fue en esa salida al cine cuando nos dimos nuestro primer beso, de ahí en adelante todo fue un sueño, él y yo disfrutamos de un idilio de cuatro años, en los que claro, tuvo sus caídas, pero muy pocas… pese a su carácter fuerte...creo que congeniábamos… muy bien- tomé aire para apaciguar mi voz que se estaba quebrando, y más sereno continué, manteniendo la misma frialdad en mi narración- acerca de su muerte, fue en un accidente en la carretera. …l iba al norte para ir a ver a María Paz y estar con ella por una semana, el conductor se quedó dormido por unos segundos y el bus perdió el control, estrellándose con un camión, Julián murió al instante... es todo lo que recuerdo por ahora…”

Miguel no dejó de comer y mirar hacia un punto fijo en tanto oía mi relato, creo que fue lo mejor que pudo haber hecho, porque si el me hubiese dirigido tan sólo una mirada, no habría podido terminar la historia.

- Te escuché, traté de ponerme en tu lugar, y aún no entiendo por que mierda te mataste, ¿No tenias una vida entera por delante?
- No es algo de lo que me gustaría discutir.
- Si, porque no tienes una razón inteligente para justificar aquella imbecilidad que cometiste.
- Bueno- me ofusqué, pero traté de bajarle el perfil al asunto- si no me hubiese suicidado no me hubieras conocido.
- ¿Y eso qué?- me miró confuso.
- ¿Qué soy… adorable?

No hubo expresión en su rostro, fue un comentario estúpido, lo sé, pero era la única forma de no terminar discutiendo con él.



Luego sonrió.

- Mierda, me la haces difícil- dijo volviendo a su plato.
- ¿Hacer difícil que?
- A la noche te lo digo.
- ¿A la… noche?- no comprendí a que iba eso.
- Si.



Y no hablamos más del asunto, hasta la noche, a la hora de dormir.





























Notas finales: Hola, nada más que agradecerles por llegar hasta aqui, sinceramente espero que les haya gustado.

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