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Cuando las luciérnagas toquen a tu puerta por Lalamy

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Capítulo 8: La ceguera de nuestra mente.

 

 

El camino emprendido era equivalente a una andanza paupérrima en busca de algo que necesitaba hallar para salvarme, más no era en lo que deseaba perderme para siempre, es decir, no quiero escabullirme eternamente de las adversidades,  quería buscarlo a él, sólo a él, mirar su rostro, aquellos ojos caídos que se iluminaban cuando sonreía, o cuando hacíamos el amor bajo la luz endeble de su lámpara que estaba a orillas del velador.

 

Debía aprender a no extrañar tanto esos momentos.

 

 

 

Y ahí estaba yo, jugándome la vida, corriendo a prisa a sabiendas de que me buscaban por un crimen que no cometí, y que del cual no entendía bien; si me aclararon que uno no podía morir en el infierno porque ya se estaba muerto ¿Cómo mierda podías morir otra vez?

 

Mi viaje fue yendo de edificio en edificio, sin dejar de maravillarme por aquella posibilidad de recorrer la ciudad sin colocar los pies en la superficie de la tierra, sin esconder mi mísero cuerpo tras las sombras de las edificaciones. El sol irradiaba con una intensidad molesta, calentando las pasarelas metálicas, y las barandas de estas para pasar a la otra construcción. Más que basura a mi alrededor, si había mucha chatarra, escombros, y objetos en su mayoría rotos.  Mis ojos animadamente se detenían con frecuencia ante las cosas que se encontraban regadas en el suelo, o entre un cúmulo de objetos que hacían preguntarme de quien hubiese pertenecido, entre ellos unos binoculares, cuyo lente derecho estaba trizado, no obstante, el otro estaba en perfectas condiciones. Me pregunté si me servirían, soy un experto en guardar chatarra inservible, mas no le hallé mal quedármelos, puesto que podrían serme quizás, de utilidad.

 

Esto me llevó a buscar un bolso para cargar mi nueva adquisición sin problemas…

 

 

Afortunadamente encontré una mochila cuyo cierre se hallaba descompuesto, para mi sólo fue un detalle, así que coloqué mi pertenencia dentro y la coloqué sobre mis hombros. Ante mi distracción, procuré caminar mas aprisa, ya que no sabía si me estaban pisando los pasos, o simplemente me buscaban pero no como un asesino en serie… luego pensé en la posibilidad de que Don Rodrigo fuese realmente importante, y el estómago se me contrajo, quitándome hambre, si era así, mi seguridad peligraba.

 

Con el pasar de las horas el calor aumentaba, y así también la radiación, no soy un hombre que acostumbra a sudar demasiado, más no lograba evitar empapar una polera que me había regalado Miguel antes de partir, prenda que aún se encontraba impregnado su olor…

 

De repente me detuve ante el sonido de un llanto…

 

Traté de agudizar mi oído, definitivamente era el llanto de un bebé, horrorizándome al pensar que una criatura tan pura, conformada solo de inocencia y leche pudiese estar en esta asquerosidad de mundo. Bueno, y como sólo se trataba de un sonido lejano comencé a andar otra vez, sin imaginar que a medida que avanzaba el llanto se escuchaba con más potencia de modo que llegué a pensar que estaba prácticamente a mi lado.

 

Miré hacia un costado, una bolsa se movía, y cobardemente me quedé viéndola hasta asegurarme de que realmente deseaba saber que era, pidiendo  que no fuese lo que imaginaba.

 

Paulatinamente avancé,  pisando así algunos escombros, la bolsa lloraba, era un llanto desgarrador, y mis peores temores fueron acertados, un recién nacido, rojo y arrugado, chillaba desesperadamente cubierto con una bolsa de nylon.

 

Como un idiota miré hacia todos lados, sin darle crédito a semejante aberración.

 

Me agaché para coger a la indefensa criatura que empuñaba sus manitas, y con los ojos cerrados lloraba hasta tal punto de desfigurarse, lo puse contra mi pecho, y un leve sonrisa se dibujó en mi rostro, no estaba contento, no tendría porque estarlo, fue una expresión irracional que reflejaba mis nervios, sintiéndome avergonzado ante tal reacción retorcida... no era la primera vez que me sucedía.

 

Era tan pequeño, no medía más de cuarenta centímetros, abrazándolo lo sacudí ligeramente para que cesase de llorar, tenía la frente hirviendo, pero no sucedía nada, él insistía en chillar, no obstante no dejé de sisear suavemente…

 

-         ¡Deja a mi hijo, bastardo!-oí un gritó aterrador tras de mí, y junto con eso un empujón que me hizo caer de espaldas, ya que si bien fue por detrás lo que me hacía caer de boca, oportunamente giré para no dañar al bebé.

 

Estaba confundido, y con dolor en mi pierna derecha ya que me golpeé con un fierro, miré a mi agresor, en este caso, agresora…

 

La mujer tenía aspecto desquiciado, sus cabellos enmarañados ocultaban ciertas facciones de su rostro. Traía puesto un camisón sucio con grandes manchas de color café con leche. Yo pese a su amenaza no solté al pequeño, y por rehusarme a hacerlo se abalanzó sobre mí como un animal, y empezó a forcejear conmigo, el bebe continuaba gritando, y yo sentía sus uñas incrustarse en la piel de mis manos, hasta me llegó un rasguño en la cara, no paró de decir “¡Dame a mi hijo! ¡Dámelo! ¡Es mío! ¡Dame a mi hijo!” su voz se oía distorsionada, y ante mi temor lo solté por inconciencia, ella lo tomó como si fuese un peluche y salió corriendo, saltándose los escombros y dejándome anonadado…

 

Me puse de pie, iba a seguirla, no dejaría que se llevase a la criatura, sin embargo, al momento de correr, en un pestañeo ella había desaparecido, así también el llanto del bebé…no supe como reaccionar ante eso…

 

Como un idiota me quedé varado, difuso ante los hechos.

 

 

 

Cuando acepté mi fracaso, ya estaba de camino hacia las  afueras de la ciudad, sin darme siquiera cuenta de que había caminado todo un día,  siendo mis pies quienes dieron aviso de mi cansancio.

 

Estaba hambriento, aburrido y muy agotado. Entre mi recorrido oí diversas conversaciones proveniente tanto de los pisos inferiores, como de una pequeñas habitaciones fabricadas en las mismas azoteas, formando casi un nuevo barrio, mas sucio, pero menos poblado. Muchas veces vi como ciertas mujeres quienes colgaban su ropa en los tendederos fabricados con madera, fierros, o extendiendo un largo alambre que iba sujetado de una edificación a otra,  me miraban con recelo al pasar a su lado, procuré entonces alejarme de todos, no deseaba problemas, sólo quería llegar a mi destino.

 

 

Por una hora me detuve para descansar mis pies quienes, dejándolos al aire libre, disfrutaron de la brisa suave y refrescante que imperaba a las alturas de la ciudad. Los dedos meñiques de mis pies estaban descuerados, lo que explicaba el porque me dolía tanto el caminar. Vi la carne viva, que con el sólo rozar de mi dedo índice de la mano, dolía un tanto, pero no era nada que me impidiese seguir mi trayecto.

 

Ya cuando me puse en pie noté como aparecía el crepúsculo de la noche, asombrándome lo enorme que era aquella ciudad como para demorarme un día en cruzarla hasta llegar al límite, decidiendo bajar por una escalera metálica y oxidada que se encontraba perforando el suelo.

 

Con nada novedoso me encontré mientras descendía por las escaleras, estaba la misma suciedad de siempre, un olor insoportable a humedad y putrefacción proveniente de las heces y la orina impregnada en los rincones del mismo edificio. Me topé con gente arisca, hombres cerrando negocios, y vagabundos tiranos a mitad del pasillo…en resumen, ya nada me sorprendía, no por esto dejaba de consternarme en instantes.

 

Cuando me encontré en la calle me sorprendió el drástico cambio de aire al que me sometí. La humedad se pegaba en mi piel al igual que las moscas, y un pesar sentí en mi pecho, que llevaba consigo una repentina similitud a la claustrofobia, lo curioso era que yo estaba al “aire libre”,  lo que se podría explicar muy bien,  ya que la cantidad de gente que rondaba a mi  alrededor era excesiva.

 

No bastó caminar mucho para llegar al límite de aquel claustro abierto, deteniéndome ante un enorme pastizal árido que estaba seguido por un inmenso bosque a una lejana distancia que no podía distinguir bien, pues estaba oscuro. Sin embargo no hallé ninguna casa, caminé bordeando el cemento más no encontré nada, haciendo recuerdo de las palabras exactas que me dijo Francisco como descripción de la residencia, y como no llegué a ninguna conclusión, decidí preguntarle a un hombre calvo, y de flacuchas piernas peludas, que barría con un escobillón, la vereda:

 

-         Disculpe… ¿Le puedo hacer una consulta?- pregunté tímidamente.

-  Si…- este continuó barriendo sin dirigirme la mirada.

-         ¿Usted sabe donde vive un tal Giovanni Sierra?

 

Se detuvo, para así  mirarme al rostro mostrando extrañeza.

 

-         ¿Giovanni Sierra?

-         Si…

-         ¿Ese loco?- no esperó respuesta- ¿Para que desearías hablar con ese sujeto?

-         Eh… bueno… tengo ciertas cosas que preguntar…

-         No, si está bien, no tienes para qué explicarme, pero déjame decirte que no es conveniente acercarte a ese tipo.

-         ¿Sabe donde vive o no?-ignoré su advertencia, sabía muy bien al peligro que me exponía para que estuviese ejerciendo el papel de mi conciencia. .

-         … bueno… para que veas que no soy un simple alarmista,  te diré que hasta hace unos pocos días su casa fue destruida, trasladándolo hasta el bosque, exactamente en esa dirección- apuntó a un ángulo diagonal hacia donde yo estaba. 

-         ¿Por qué fue destruida?

-         Nosotros, quienes éramos sus vecinos lo exigimos, ya que por un par de semanas nos comenzó a asustar ciertos ruidos que hacía a altas horas de la noche. Mira niño, si has de hablar con él, hazlo mañana… no es sano que un mocoso como tú vaya a molestarlo…

-         ¿Tan peligroso es?- pregunté sintiendo una leve molestia en el estómago producto de mis nervios.

-         Mira… en concreto no hemos visto nada, pero de que ese sujeto es raro, lo es, ahora si aún así persistes en ir hacia allá, es problema tuyo, no me interesa lo que pase contigo, ni te conozco.

 

Y estaba en lo correcto. No debía por qué interesarle…

 

“Pero si no paso la noche allí ¿Dónde?” pensé confundido, en tanto el retomó  su tarea.

 

Miré hacia atrás, como buscando una respuesta, pero estaba al tanto de que esto no sucedería, era una decisión que sólo yo debía tomar, y no debía de fiarme de la suerte.

 

El número de gente desintoxicada comenzó a disminuir, entrando en su lugar aquellos parásitos ebrios, drogados, y completamente dementes… dormir en la calle no sólo sería algo imprudente, también me pondría en peligro ¿Qué tal si un oficial llegase a encontrarme? No creo que Miguel pudiese interferir y salvarme, después de todo hace nada había sido reclutado.

 

 

 

 

Y me entró la necesidad de creer en Francisco…

 

 

 

 

“¡Iré!” pensé decidido, era una locura dejarse llevar por esa necesidad de querer alejarse de ese maldito lugar insalubre para internarme en la majestuosidad de un bosque que prácticamente podía ser mi peor error, pero me importó un carajo, si pasaba algo, me las iba a saber arreglar, tenía que hacerlo, no me quedaba otra opción.

 

 

Así que emprendí mi caminata ignorando cualquier advertencia.

 

 

Y prácticamente me alejé de la humanidad, pues a medida que iba avanzando el paso, pisando aquel pasto seco y amarillento, dejé de oír su fastidioso ruido, dándole nueva atención a los grillos que comenzaron a saludarme, y a las estrellas que parecían más grandes y de mayor número que en días anteriores.

 

Una brisa gélida empujó a mi cuerpo, pero no pareció desagradable, le dio nuevamente el aire que me había quitado aquel fatigoso lugar, y la oscuridad se me hizo completa…

 

 

Como comenzando una nueva etapa de mi vida…

 

 

… miré con otros ojos a la muerte.

 

 

 

Julián me enseñó una vez con una serenidad insólita para su frenética personalidad, que debíamos disfrutar el momento, sin importar que dentro de minutos el mundo se acabaría dentro de tu ser por alguno u otro problema, pues cada asunto se trataba a su debido tiempo, y esa noche, ese paisaje resultó ser parte de su hábil consejo, que a primera vista es bastante simple, pero ponerlo en práctica resultaba casi imposible.

 

Respiré hondo…

 

 

Debía calmarme.

 

 

Y continué mi caminata por infinitos minutos desplegados por mi mismo, y deseé compartir aquel momento extraído de una ilustración fantasiosa con él, olvidando que por su persona estaba enfrentando todo ello.

 

 

 

Al llegar a la entrada de un bosque de robles, busqué la residencia que se me había sido indicada, sin tener una idea clara  de cómo podía ser, ni a cuantos pasos debía estar. Temeroso, avancé dentro de su quietud imperante, y su oscuridad absorbente. Mis pasos anunciaron mi llegada, y como un golpe visual noté una casa de madera, enclenque, un tanto ladeada y llena de cachivaches a su alrededor, como una carreta podrida, u objetos tapados con mantas, sin querer preguntarme de que se trataba.

 

Di la vuelta a la residencia para encontrar la puerta, y ya viéndola me acerqué aún dudoso, recriminándome de vez en cuando mi insensatez.

 

 

 

Nuevamente tomé aire con profundidad, y toqué a la puerta…

 

 

 

 

 

 

Oí que algo se arrastró allí dentro, y luego de unos segundos, la puerta se abrió con un chirrido espantoso, que erizó todos los vellos de mi cuerpo.

 

La primera impresión que tuve al verlo fue “¡Mierda! ¡Me quiero ir!”¿A que se debía mi prejuiciosa reacción? A que su rostro estaba vendado mostrando solamente su mirada grisácea y saltona, y sus labios delgados.  Estaba vestido con un chaleco verde musgo, con miles de motas producto de su posible antigüedad, sus pantalones estaban gastadísimos, y sus manos también estaban vendadas.

 

-         ¿Quién eres?- me preguntó con voz baja.

-         Hola… disculpe que lo moleste- traté de no titubear-… mi nombre es Evan…y… usted es Giovanni Sierra ¿Verdad?

-         ¿Qué quieres?

-         Eh, bueno… tuve un problema y Francisco aconsejó venir para acá, él me dio…-coloqué mi mano en el bolsillo de mi pantalón- este papel para darle credibilidad a mi petición, que es si me deja alojar aquí por unos cuantos días.

 

Le entregué el papel perfectamente doblado, y este lo recibió con el  movimiento lento de su mano derecha.

 

Lo leyó con detención, luego de esto lo arrugó y se apartó de la puerta sin cerrarla, como señal de que me dejaba entrar. El papel- el cual obviamente leí- no decía nada revelador, sólo “Recuerda que me debías una”.

 

 

 

La casa era pequeña, y de un solo ambiente. Al rincón derecho había un sillón, al izquierdo una rústica cocina a leña contigua a un mueble; al centro estaba la mesa, y lo demás eran más cachureos. El se sentó en una de las sillas que estaban alrededor de la mesa redonda para llenar un puzzle, bajo la luz tenue de cinco velas que se encontraba sobre el mueble, y yo me quedé de pie como un imbécil esperando alguna orden ya sea de cortesía, o para exaltar lo estúpido que soy.

 

-         Acomódate donde quieras.

 

Ante ello decidí sentarme en el sillón que resultó ser más cómodo que el del departamento, y apaciguando el dolor de mis pies suspiré ligeramente.

 

Pasó media hora en el que él y yo no cruzamos palabras,  viviendo en nuestros dos pequeños mundos impenetrables.

 

Un sueño horrible dominó mis ojos, más me tuve que obligar a no caer ante la tentación, la advertencia de Francisco fue explícita, y aún latía en mi mente, “No duermas… Giovanni está loco y la oscuridad le perturba…”, algo tan aterrador como eso no debía de ser olvidado.

 

Sería una noche larga.

 

 

 

 

-         ¿Tienes hambre?- preguntó con tono afable.

-         … un poco…- no pude mentir, el estómago me había sonado de sobremanera.

-         Allí hay una olla con un poco de arroz, sírvete a gusto, tampoco es demasiado. Creo que hay un plato limpio sobre el mueble, se me acabó la leña, espero que no te moleste comerlo frío, no es recomendable que salgas a buscar.

 

“¿Y eso por qué?” me pegunté, más no tenía la suficiente confianza aún para cuestionarlo.

 

Me dirigí arrastrando los pies hasta el  mueble maltrecho, y con timidez saqué de la olla una porción de arroz apelmazado, detesto el arroz apelmazado mas tenía mucha hambre, y no estaba bajo las condiciones de hacerme el quisquilloso.

 

Llevé mi plato hasta la mesa, sentándome frente a él, este me ignoró, llenando los espacios vacíos de su puzzle.

 

-         Muchas gracias…- murmuré.

 

El alzó la vista.

 

-         No hay de qué… seguramente debes estar huyendo de un grave problema, y yo se muy bien que es enfrentar al mundo sin tener un poste del cual sujetarte. Este es un lugar demasiado hostil, para unos simples pecadores…- su voz era calma, y modulaba muy bien pese a todo, había algo en su labia, en su mirada, o en su sencilla presencia que me hizo sentir alivio, y un poco de paz.

 

Luego de probar el último bocado, dejé el plato a un lado y me pregunté lo que haría por el resto de la noche. Giovanni por su parte sacó un libro, y junto a la tenue luz de la vela que se deshacía con el tiempo transcurrido, se colocó a leer atentamente, no sin antes decirme que sí deseaba dormir, que me recostase en el sillón.

 

Recordé que eso no era una buena idea, haciendo que su ofrecimiento se me fuese sospechoso.

 

 

Pero para no incomodarlo fui a sentarme, no obstante, me quedé inerte, con los ojos abiertos todo lo que pude, tratando de vencer el sueño, mi cansancio, la horrible jaqueca que me aquejaba.  Bostecé innumerables veces, y me auto convencí que aun estaba vigoroso y enérgico, que podía aguantar por mucho, que la mente era poderosa, y que si realmente era creyente de esto podría perdurar despierto hasta al amanecer…

 

“¿Cuánto falta para el amanecer?” me pregunté de inmediato.

 

 

 Giovanni continuó sumerjo en su pasatiempo.

 

 

 

Fue cuando comencé a cabecear.

 

 

 

 

Alrededor de dos horas mi cuerpo entero pesaba, y con esto mis párpados, me frotaba los ojos humedecidos, y traté de mantenerme en vigilia, sin embargo, lo que me sucedió ni lo recuerdo, es decir, me quedé dormido irremediablemente.

 

 

Si hubiese tenido un sueño, lo contaría, sin embargó hacía muchos días que no exploraba aquel mundo de fantasía que nos podía dar la vida y quitárnosla de un solo balazo visual, el único respiro, uno de los pocos lujos que uno tenía cuando estaba vivo…

 

 

 

 

 

Desperté por un ruido.

 

 

 

 

Mis ojos se abrieron completamente, y con el corazón pegado casi atravesando la piel sudorosa de mi pecho, atisbé hacia todos lados, lados que estaban ocultos por la espesa oscuridad imperante a mi alrededor, la puerta estaba abierta, veía en parte el tronco grueso de un árbol que se encontraba a unos veinte pies de distancia de la casa. Miré hacia la mesa y estaba rodeada sólo por las solitarias sillas, me pregunté la procedencia del ruido que me despertó oportunamente, y me cuestioné también que había pasado con Giovanni al que no divisaba por ningún lado.

 

Mi respiración se aceleró.

 

 

-         ¿Dónde… está…?- musité asustado.

-         Aquí.

 

El cuerpo de él se levantó desde el rincón que se encontraba a mi costado derecho, me estaba observando y yo en esos segundos no sabía que pensar. Estaba de pie frente a mí, con aquella apariencia escalofriante y esos ojos saltones queriendo aniquilar mis pensamientos, yo tragué saliva, y por inconciencia me puse en pie, avanzó un paso, yo retrocedí tres…

 

La puerta se cerró de un golpe, y todo se volvió aún más oscuro.

 

 

 

No veía nada.

 

 

Algo en mi me hizo correr, un instinto hasta ahora jamás desarrollado, fui directo hacia la puerta, no entendía cuales eran sus planes, sin embargo, este fue veloz, me tomó del brazo y mi lanzó contra la mesa la cual corrí unos centímetros con mi debilitado cuerpo… me dio pavor pensar en lo que me haría.

 

 

El se me lanzó como un animal, y forcejeamos, al parecer algo traían en su mano derecha, entre las palmadas violentas me percaté de que se trataba de un cuchillo, ¿Acaso iba a destriparme, tal como lo dijo Francisco? Me horroricé ante tal fugaz pensamiento.

 

 El tenía mucha fuerza, y yo como autodefensa sólo lanzaba golpes desesperados que no lograban con su real objetivo, el deseaba apuñalarme, y no sabía como quitármelo de encima.

 

-         ¡Por favor no me hagas nada!- supliqué, mas el no se detuvo.

 

Tenía miedo, miz brazos se movían lo más rápido posible, y él como un pulpo trataba de abracar todo mi cuerpo y así inmovilizarme…

 

 

 

Hasta que me apuñaló en el brazo con ávida rapidez.

 

 

 

-         ¡Mierda!- grité casi desagarrando mi garganta con mi dolorosa voz.

 

En el momento de que sacó el cuchillo incrustado en mi piel, yo lo empujé con fuerza, jamás en mi vida había sentido algo tan doloroso, e inmediatamente noté la hemorragia que conllevó esta acción, humedeciendo mi mano derecha que sostenía mi extremidad, con aquel liquido viscoso adhiriéndose a su superficie.

 

El tipo que se encontraba esporádicamente tirado en la oscuridad del suelo, iba a levantarse, pero me adelanté golpeándole la cabeza con una silla que estaba a mi lado, pareció doloroso, no lo vi muy bien, y aprovechando su desmayo yo corrí desesperadamente hacia la puerta,  la abrí, pese al dolor, y pese a la oscuridad sentí que me había salvado de una buena… mi respiración agitada se incrementó con el frío filoso de la brisa nocturna, y bajo la custodia de los árboles,  no sabía hacia donde ir;  internarme en el bosque sería imprudente, lo más sensato sería virar hacia los pastizales.

 

Corrí aún  despavorido por tal situación, y cuando mis pies pisaron el pasto seco mis piernas comenzaron a tambalear, no entendía la razón de aquello, ni de por que el mundo empezó a girar dentro de mi cabeza, provocando un desequilibrio completo de mi cuerpo. Mis piernas se doblaron quedando hincado, y mareado me tumbé en suelo,  mis ojos se adhirieron al suelo y…

 

Perdí toda conciencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

-         ¡Despierta, despierta!- sentí que alguien me gritaba y me pateaba a la vez todo mi cuerpo.

-         …- entreabrí los ojos.

 

 

 

Era un chiquillo.

 

 

Me senté confuso, él no representaba más de quince años, era de estatura baja, y de cabellos cortos y desordenados. Su rostro era delgado, repleto de pecas, y sus facciones eran pequeñas. Parecía maltratado, puesto que usaba harapos, y banditas tanto en sus mejillas, como en su cuello.

 

 

 Me miró con desdeño.

 

 

-         Giovanni te busca- dijo cortante.

 

Me quedé inerte.

 

 

-         ¿Acaso no oíste?- habló con molestia- ¡Giovanni te busca!

 

Mantuve mi posición.

 

-         ¿Eres retrasado mental, o algo así?

-         No voy…-musité.

-         ¿Es por tu herida?- frunció levemente el ceño- ¡Eso no es nada! ¡Lloroncito!- rió-. Ya vamos, que de día no hace nada…

-         ¿Y tu quien eres?- me puse de pie.

-         Soy el protector de Giovanni ¿Algún problema?- respondió a la defensiva.

-         No,  ninguno- aclaré ante tal actitud-…y… ¿Cómo te llamas?

-         Mi nombre es un secreto para ti, escoria. Pero si quieres llamarme,  sólo dime Hibara.

 

“¿Escoria?” “¿Hibara?” repetí en mi mente, disponiéndome a seguirlo- si lo sé, soy bastante sumiso ante situaciones carentes de coherencia como esta-. Y llegando  nuevamente hasta la casa, vi que Giovanni se encontraba de pie, mirándome fijamente…

 

-         ¡Al fin!- exclamó- Lo siento mucho… ¡No quise hacerte daño!

 

 

No entendía nada.

 

-         Acepta sus disculpas- me ordenó el mocoso.

-         No me vengas a mandar, ni te conozco- respondí molesto ante su prepotencia, volviendo la mirada hacia Giovanni-. ¿Me podrías explicar lo que sucede?

-         No lo sé…- musitó, y al detener su mirada en mi brazo herido se tapó el rostro con ambas manos.

 

Todo me parecía extrañísimo.

 

-         Ven…- el chiquillo me tironeó del brazo para sentarme en una silla-… déjame ver eso.

-         Permíteme…-le dijo Giovanni descubriéndose la cara, por una aparente preocupación, acercándose a nosotros.

-         ¡No!- exclamó el mocoso- ¡Yo me encargo! ¡Ya hiciste suficiente!

 

Si que era rudo…

 

Y desgarró la manga de mi polerón con violencia. Yo quedé pasmado ante tal brutalidad e impertinencia, así que no dudé en reprocharle su acción.

 

-         ¡Puedo conseguirte algo mejor, eso que traías puesto era un harapo!- y tomó mi brazo herido para examinarlo con detención, la herida en si era muy fea, pero el dijo que no se veía grave, que vendándola sanaría sola…

 

Para mi aquella herida era como para correr a un hospital, aún dolía, pero supongo que nuestras apreciaciones difieren, dándome por entender que yo debía de ser mas como él si aún deseaba sobrevivir en aquel infierno.

 

Luego de aquella… cura, que para mí se infectaría en cualquier momento, el mocoso me ordenó dormir si “osaba” a pasar otra noche con Giovanni, para así no tener problemas. Tenía muchas preguntas acerca de quien era él, que era de Giovanni, y porque era tan autoritario, pero bueno, aún estaba cansado y dormir, a esas horas, no se me era tan descabellado.

 

Supongo que sólo tenía que confiar…

 

Me tumbé en el sillón y cerrando los ojos me dispuse a dormir, mas no logré ignorar el cambio de actitud del recién llegado.

 

 

-         Hibara, no tienes para qué ser tan imperante con las personas- le dijo Giovanni acercándose a la cocina a leña, yo los mire con los ojos entrecerrados.

-         ¿Y como quieres que lo trate? Llegó aquí y lo primero que me dices es que estás alojando a un tipo, ¡Me puse celoso! ¡¿Qué quieres que haga?!

-         Bueno, pues contrólate. Lo que menos quiero es un problema mas…

-         Claro, siempre termino siendo un problema para ti ¿No es así? Prácticamente soy el único ser de esta tierra que te soporta, y aún así YO soy el del problema…

-         No exageres…

-         ¡No me provoques hacerlo entonces!- exclamó en tanto el otro siseaba, al parecer a Hibara le importaba un carajo si lo oía o no.

 

Por unos instantes sólo se oyó un silencio.

 

“Entonces ese mocoso está enamorado de Giovanni… pero que bizarro es eso” pensé en ese instante.

 

-         No te enojes… ¿Ya?- oí a Hibara decir.

-         Mm…no estoy enojado, tonto…

-         Te amo…

-         Yo también…

 

Abrí lo ojos, ¡Eso sí que era insólito!

 

El pequeño Hibara abrazaba al hombre quien le besaba el cuello con delicadeza. El chiquillo sonreía lascivo disfrutando de los labios húmedos de su amante, y comprendí que dentro de sus caricias deseaban pasar al siguiente nivel, ya que cada vez se veían más intensas, mas llenas de pasión,  deseos, y miedo…

 

No se por qué veía miedo en ellos.

 

 

La pareja se besó contorneando sus cuerpos mutuamente, y no pude evitar dejar de verlos agazaparse de aquella muestra de afecto como si no disfrutasen de nada más en su vida… quizás sólo eran especulaciones mías, mas no logré evitar hacerlo.

 

E impulsados por la necesidad pura de dejarse manipular por la pasión salieron de la casa… lo demás…

 

… era obvio.

 

 

 

Y me sentí un imbécil al pensar que un hombre como Giovanni no podía ser amado, yo no lo conocía, y si bien lo de anoche fue extraño, tuve la leve esperanza que no lo hizo con intención.

 

 

No podía creer el sin fin de cosas que me faltaban por aprender.

 

 

Y entre los gemidos débiles de Hibara a las afueras de la casa, cerré mis ojos e intenté disfrutar aquel momento en paz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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