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Cuando las luciérnagas toquen a tu puerta por Lalamy

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Capítulo I: Sea lo que sea, nada es peor.


Al sentarme en el suelo me percaté que estaba sobre arena, y que por encima de mí un cielo gris me observaba tristemente, fue cuando me di cuenta que estaba en el desierto, pero no ese desierto al que acostumbraba a ver en la fotografías, o en las películas, este era oscuro, ceniciento y completamente exento de vida. No tenía ni la más mínima idea de donde me encontraba, de lo único que estaba seguro, era que tenía mucho frío.

Me puse en pie para caminar, no obstante, no importaba hacia donde mirase, el horizonte se veía plano, como si el desierto no terminase jamás, lo que me desanimó un poco… sería más difícil de lo que imaginaba.

Y así comencé el viaje, no sin antes meter mi mano al bolsillo para sacar una fotografía muy doblada en la que aparecíamos él y yo abrazados, Julián un poco más alto que yo, de cabello castaño clarísimo, liso, y muy desordenado. Dueño de una amplia sonrisa, y de unos ojos pardos que parecían tener luz propia. Usaba un polerón ancho de color verde oscuro, y un pantalón gris lleno de bolsillos, dentro de ellos, muchos falsos. Me abrazaba de los hombros con mucha fuerza, y yo al lado, con mi cabellera castaña más oscura, corta y con un largo flequillo que se aplastaba un poco por la gorra roja que llevaba puesta, ojos tan cafés como mi pelo. Mi piel trigueña y mi rostro tímido. Vestido con una chaqueta muy al estilo militar de color negro, y mi pantalón cuadrillé rojo.

…ramos una bella pareja.

Le di un vistazo al papel, y lo volví a guardar, siguiendo aquel rumbo desconocido que había decidido tomar, y no importaba cuantos pasos diese, no parecía que avanzase.

Horas, es el resumen de mi trayecto, en el que parecía estancado en un espacio-tiempo del que nunca saldría. Al mirar hacia atrás, me percaté de que mis huellas habían desaparecido por completo, y me preguntaba si la caminata era eterna, o más allá de mi visión hacia el horizonte podría divisar un paisaje nuevo, en el que el sol reinara.

Estaba muy cansado, pero tampoco quería permanecer allí por mucho tiempo, me daba miedo tanto silencio… tanta soledad… sólo yo abarcándolo todo, el único ser animado que se movía a paso lento y pausado.

Fue cuando a lo lejos divisé algo, un punto negro, aún era una visión muy borrosa y me preguntaba qué podría ser.

Por la curiosidad comencé a caminar mas aprisa, si, estaba agotado, pero aquello impulsó a mi cuerpo por inercia, así que me aburrí de caminar, y empecé a correr, tenía la misma impresión de que no avanzaba, pero no me importó, debía alcanzar al punto negro que me invitaba a alcanzarlo con su presencia, y a medida que más iba corriendo, más me percataba que era una persona, una persona envuelta en mantos negros, que estaba de pie, quieta, mirándome desde hacía mucho tiempo.

Ya cuando la alcancé, me di cuenta que era una mujer a la que sólo se le veían sus ojos de gato turquesas…

Quería hablarle, pero mi respiración agitada me lo impidió, apoyé mis manos en mis rodillas, y traté de recobrar el aliento.

- ¿Cristóbal?- dijo la mujer.
- Evan- corregí aún cansado.

Ella rió.

- Desconozco la razón por la que quieres estar aquí- dijo ella con una voz muy baja- pero me veo con la obligación de darte tu sentencia.
- ¿Sentencia?-me erguí para mirarla a los ojos.
- Pese a que te ves como un buen joven, debo mandarte al infierno.

“¿El infierno?”

- Lo siento.
- Pero… ¿Y si él no está en el infierno?
- ¿Qué?- frunció el ceño- ... mira, no te entiendo, y tampoco me interesa hacerlo, tú te vas al infierno y punto. Si tienes dudas averígualo allá.
- Y… ¿Cómo es el infierno?
- Feo, ¿Cómo se te ocurre que puede ser? Que tengas suerte, adiós.- y se dio media vuelta para marcharse.
- ¡Espere!- grité en tanto caminaba para tratar de alcanzarla- ¿Y como lo hago para ir? ¿Qué debo hacer? ¿Caminar?

La mujer se giró hacia mí para mirarme.

- ¿Por qué tan ansioso? Te vas al infierno, deberías aprovechar este momento de paz que tendrás, porque será el último.
- Pero es que necesito saber si él está allí- repliqué- ¿Y? ¿Cómo lo hago para llegar?

Ella volvió a reírse.

- Recuéstate y duerme, cuando despiertes estarás allí- y se marchó.
- ¿Dormir? ¿Sólo dormir?- pregunte a voz baja, mirando de inmediato la arena fría de aquel desierto muerto.

Y obedeciendo esto, me tiré al suelo, con la vista hacia el firmamento triste. Estaba conciente que lo que se vendría sería horrible, pero nada era más terrible que estar un minuto más sin él, y como ya no le tenía miedo a la muerte, sólo tuve que cerrar los ojos para adentrarme a mi nuevo destino, sea infierno, sea cielo… nada tiene sentido sin mi Julián.

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Lo peor de todo, es que cuando uno está muerto, al dormir… dejas de soñar.

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Notas finales: Cuando escribí esto, estaba conciente que serían pocos los lectores que lo leerían, y muy muy pocos los que les gustaría, pero bueno, yo escribo porque me gusta y no dejaré de hacerlo, aunque lo termine y sólo 1 persona lo haya terminado de leer jajajajaja no le temo al fracaso.

y basta de lloroqueos, espero que les haya gustado este capítulo, en el próximo Evan se irá al infierno, ahí verán como es ^^ Nuevamente gracias por leer!!!!!!!

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