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Caresses and strokes por akuzihs

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Y como si de la primera vez se tratase, el roce de sus suaves manos me aturdieron. Indudablemente aquellas primeras caricias casi delicadas que más tarde se tornaron en rápidas y pasionales, fueron totalmente distintas a cualquiera que sus rudas y a la vez gentiles manos me hubiesen ofrecido antes. Aquellas sin duda tenían otro tipo de intenciones…
Era entonces ya el esperado día de Halloween para la mansión Phantomhive, y con ello quiero decir para todo el servicio y los asistentes, los cuales fueron invitados pura y exclusivamente por obra de Sebastian, mi mayordomo; quien también me ‘sugirió’ a su peculiar manera -gentil y casi amenazante- celebrar dicha festividad.
El mismo se había encargado de los preparativos: la decoración, las invitaciones… e incluso se había molestado en prever las posibles catástrofes domésticas a las que los sirvientes ya nos tenían acostumbrados. Era pues él, una maravilla andante. Considerado el mejor mayordomo de todo Londres, y como muchos podrían ya sospechar; del mundo entero.
Pese a su ‘consejo’, desde un primer momento estuve totalmente en contra de festejar semejante celebración pueblerina. Sin embargo, su insistencia y su habilidad para rebuscar argumentos terminó no por convencerme, sino por cansarme de tal manera que terminé cediendo. Y vaya si me lamenté…
Horas antes a la celebración, cuando ya todo estaba dispuesto, trajo a mi escritorio -junto con el té- una especie de vestido negro con una larga cola.
-¿Qué es eso?- pregunté desde mi ignorancia mientras me servía.
-¿Esto, señor? Esto es su disfraz para esta noche.
Me detuve un momento, y antes de poder tomar un sorbo de la taza, le miré fijamente.
-¿Disfraz?- Repetí desconcertado.
-Oh, ¿Acaso no estaba enterado el joven amo? Todos los invitados a la fiesta de Halloween deben asistir disfrazados, como es natural.
-¡Sebastian!- Dije a la vez que él se esforzaba por no soltar una risilla.
-Disculpe, joven amo. Obvie este pequeño detalle, pensando que estaba usted al corriente. Créame que no ha sido deliberadamente.
-¡Pequeño detalle!- Alcé la voz indignado. -¿Pretendes que haga el ridículo delante de todo el mundo?
-No hará usted el ridículo, señor. He procurado conseguirle un buen disfraz.
Con suma tranquilidad y quizás más delicadeza de la que exigía tal prenda, me la mostró. “Horrendo, espantoso, infantil. Una abominación; un tapucho. El vestido que llevaría cualquier mocoso. Ridículo.” Fue todo cuanto pude pensar al verlo.
-Debes estar de broma si piensas que voy a ponerme ‘eso’.- Me dirigí a Sebastian mientras continuaba mirando la larga cola y garras que colgaban del traje.
-No tiene usted otra alternativa, joven amo. Qué pensarían los invitados si usted, como anfitrión y cabeza de la familia Phantomhive, no asistiese apropiadamente vestido a la celebración.
-¡Tsk! -exclamé molesto mientras soltaba la taza de té de la que no había llegado a beber. -Busca otra cosa.
-Pero, j…
-¿He de repetir la misma orden dos veces?
-Yes, my lord.- Respondió haciendo una reverencia con la mano en el pecho y se retiró.
Me quedé allí mismo; sentado e intranquilo. Observando cómo poco a poco se enfriaba el té, esperando a que la puerta se abriese nuevamente. ¿Era acaso aun incapaz de creer en su palabra? ¿A pesar de aquel último año durante el cual me había servido fielmente? Me pregunté si me fallaría alguna vez, pues incluso un demonio en su forma humana debía ser capaz de herrar. ¿Cuándo sería eso? ¿Cuando le perdería a él también?
Poco tiempo después, no sé si debido a su rapidez o la profundidad de mis pensamientos, apareció Sebastian con el rostro sereno y la chaqueta bien colocada; como si no hubiese pasado nada. Y mientras se acercaba, traté de imaginarle correr por los pasillos buscando viejas piezas o cociendo algún detalle al vestido; preocupado como si en su corazón hubiese lugar para emociones humanas.
-Aquí está, joven amo. Estoy convencido de que este será sin duda de su agrado.- Dijo con voz amable.
Examiné el vestido, más parecido a lo que yo llamaría un buen disfraz. Observé con detenimiento cada detalle; las telas raídas, el polisón descubierto, calzas, chaleco, chaqueta y cravatte. Sin duda se trataba de algo distinto, junto con un parche podría tratarse de un pirata; uno elegante, desde luego.
Tras una ducha, en la cual -más que en ninguna otra ocasión- me había sentido intimidado por Sebastian y su atenta mirada, me probé el disfraz. …l mismo me abrochó los botones, me colocó el pañuelo y me ató los zapatos. Y mientras lo hacía no paraba de pensar que algo sucedía, algo que en aquel momento no era capaz de decir qué. ¿Estaba nervioso por la fiesta? ¿Por el disfraz? ¿Por qué de pronto me inquietaba que mi propio mayordomo me frotase la espalda o me secase con la toalla? ¿Acaso estaba enfermo? Definitivamente no podía figurarlo, pero era un hecho innegable que cada vez que sentía sus tibias manos rozarme, algún tipo de cosquilleo recorría mi espalda a modo de escalofrío.
Con el pelo aún húmedo, me contemplé en el espejo mientras Sebastian me colocaba el sobrero de copa, adornado para la ocasión con largas plumas y flores marchitas.
-Tan sólo falta un pequeño detalle- añadió y con un elegante gesto me ofreció mi bastón.
De pronto, se oyó un escándalo tras la puerta entornada de la habitación, y pude ver a través del espejo tanto la gigantesca y habitual sonrisa de Finian como la mirada increpadora de Sebastian.
-¡Woah! ¡Sugoooi!- Dijo el jardinero mientras entraba a la habitación y tras él Bard, Meirin y Tanaka-san. Súbitamente, los recién llegados comenzaron a deshacerse en halagos.
-¡Seba-a-as-tian! ¿Lo has hecho t-tú?- Preguntó la sirvienta entusiasmada.
El interpelado asintió.
-¡Sebastian, eres tan bueno en todo! ¡Es una pasada!- Añadió el cocinero con admiración.
-¡Ha, Ha!- Coincidió Tanaka-san.
Y es que mirase por donde se mirase, lo cierto era que Sebastian siempre conseguía impresionar a todos a pesar de que tan sólo se limitaba a realizar sus tareas como mayordomo.
- ¿Qué haría si como mayordomo de la familia Phantomhive si no pudiese resolver este tipo de problemas?- Contestó Sebastian con ensayada modestia.

Dieron las siete, las ocho, las nueve… y de ese modo llegó la noche y con ella; los invitados.
Durante aquella velada quedé sorprendido al encontrar tantas caras conocidas en una misma sala, pues al parecer todo el mundo había encontrado excitante el programa que la familia Phantomhive había preparado; música, baile y espectáculos de magia. Lo que, a decir verdad, era todo cuanto interesaba a los nobles de aquel momento.
Me paseé por la habitación acompañado de Sebastian quien, irónicamente, había escogido un disfraz de demonio.
-Debes de estar disfrutando tu bromita.
-Lo cierto es que lo encuentro divertido, sí.- Respondió él y de pronto me vi en envuelto en unos brazos que me apretaban contra sí.
-¡Aaaah, kawaii~!-chilló Elizabeth, mi prometida, quien se negaba a dejar de achucharme como un peluche.
-¡Elizabeth!
-¡Oh, Ciel… estás tan mono con ese disfraz!
-Gracias- Le dije una vez me soltó. Me quedé mirando su hermoso vestido, y es que más que nunca parecía una princesita. –Estás preciosa.-
Estuvimos hablando durante tanto tiempo que parecían haber pasado años. Y no era que me aburriese, pero como de costumbre más que tratarse de una conversación, parecía un monólogo. Conocía a Elizabeth desde hacía mucho tiempo, tanto que prácticamente nos habíamos criado juntos, y siempre había sido así; tan entusiasta y habladora. Sin duda alguna, con el tiempo le había cogido muchísimo cariño, y sus visitas siempre resultaban encantadoras.
Bailamos un par de piezas mientras ella continuaba contándome cosas sobre la vida en la ciudad, sus amigas y sus vestidos. Yo me limitaba a asentir y darle la razón en cuanto decía y ella eso parecía bastarle. Mientras, apoyado en una de las columnas próximas a las parejas que bailábamos; Sebastian estudiaba atentamente cada uno de mis pasos, comprobando por sí mismo como había progresado tras sus clases.
Canción tras canción transcurría de la misma forma y mientras Elizabeth hablaba Sebastian y yo no nos quitábamos un ojo de encima.
Cuando finalizó la última pieza sentía que me flojeaban las piernas. Podría decirse que prácticamente huí de Elizabeth y del baile y fui corriendo a sentarme.
Comenzaron entonces una serie de espectáculos entre los que participó Sebastian, Lau -un apreciado amigo de mi tía- y algunos artistas contratados. Y la verdad es que, a pesar de del privilegiado asiento en el que me encontraba para poder observarlos, no presté la menor atención a ninguno de ellos. Sin embargo, supe por los aplausos del numeroso público que habían sido estupendos.
Al terminar, llamé de inmediato a Sebastian, quien estaba rodeado de personas que no hacían más que felicitarle -y entre ellos, como no, mi tía y su desastroso mayordomo-.
-Dígame, joven amo.
-¿Ya te has divertido bastante?
-No han sido más que un par de trucos para entretener a los invitados, señor.
-Pues vaya… has tenido éxito, por lo que veo. Felicidades.
Una sonrisa burlona se dibujo en el rostro del mayordomo.
-¿De qué te ríes?- Pregunte malhumorado.
-Es la primera vez que oigo de sus labios un cumplido, joven amo.
De pronto sentí como me ruborizaba.
-… No es que te haya hecho un cumplido… tan sólo… No lo malinterpretes.
-Claro, señor.
-Además, no es que te hayas lucido esta noche precisamente. Llevo todo el día acordándome de ti y las medias que me has puesto. A cada paso que doy siento como me cortan la circulación.
-Oh, discúlpeme, joven amo. Permítame que lo arregle.
Y así fue. Nos dirigimos a mi habitación para cambiarme, pues de ningún modo había forma de que pudiese continuar de pie con aquello puesto. Al salir de la sala, Sebastian me cogió en brazos y subió la escalera que llevaba hacía mi cuarto. Una vez allí, abrió la puerta y me sentó en la cama. Al quitarme los zapatos y los calcetines sentí como si corriesen burbujas por mis piernas y suspiré de alivio. …l tomó unas nuevas medias y sostuvo mi pie derecho en su mano.
-Me duele- me quejé.
-Tan sólo se le ha quedado la marca, en cuanto vuelva a circular la sangre con normalidad se irá. Debió decirlo antes, amo.- dijo a la vez que masajeaba mi pierna.
-Ah… ¿Qué haces, Sebastian?- contuve un gemido.
-Masajeo para que desaparezca antes la marca, señor. Así no le molestará cuando se ponga las medias de nuevo.
-Ah… Sebastian, me duele ahí… Ahh…- me quejé.
Respiré profundamente mientras que el masaje era cada vez más lento e intenso. Ciertamente, era estimulante sentir sus manos arriba y abajo acariciándome con sus dedos desnudos.
Pronto, antes de que me diese cuenta, poso mi pie sobre su muslo y comenzó a masajear mi otra pierna repitiendo el mismo proceso que con la anterior. Me apoyé sobre mis manos en la cama y dejé caer mi cabeza hacia atrás disfrutando del masaje, intentando contener mi respiración repentinamente acelerada. Bajé la vista y observé a Sebastian cabizbajo, dejando caer su pelo hacia su rostro y mirando fijamente a mi pierna.
Al acabar, levantó la cabeza y me miró sonriente, quizás tan inconsciente como yo hasta aquel momento de lo que me había hecho.
-¿Mejor?
-M… Mejor…
Me senté hacia delante de nuevo y de pronto sentí como me apretaba el pantalón. Inmediatamente, en un patético e infructífero intento de que no notase nada, tape mi entrepierna con una mano, esperando que por algún casual no se diese cuenta mientras me ponía las nuevas medias.
Remangó una y me la colocó, remangó la otra y me miró a los ojos, con una sonrisa aun más pronunciada que antes si podía. Sentí como de nuevo volvía a ruborizarme y le maldije tremendamente.
-¿Qué significa esa risilla?- Le pregunté molesto y muy avergonzado.
-Nada… señor- contestó haciendo el mayor de los esfuerzos por no reírse en mi cara, se puso serio, se levantó y me dio un largo beso en la frente.
En aquel momento no entendí nada, no pude comprender que pretendía con aquello; si burlarse de mi o expresar su lastima, y sin embargo, antes de que se retirase tomé su cara con mis manos y dirigí sus labios a los míos en un beso totalmente distinto.
Me quedé allí, paralizado ante mis propios movimientos, sintiendo sus cálidos labios contra los míos, y antes de poder temer su reacción sentí como su lengua se hacía paso entre ellos, entrando en mi boca y jugueteando con la mía.
Puso su mano tras mi cuello y poco a poco, me tendió sobre la cama. Comenzó entonces a desvestirme; me quitó la chaqueta, el pañuelo, el chaleco, el polisón, los pantalones… todo, hasta que al fin lo único que pude sentir sobre mi piel fueron sus manos, recorriendo cada rincón de mi cuerpo.
Me miró a los ojos, y con una vergüenza que poco a poco desaparecía contemplé su semblante.
-Sebastian…hazlo-le dije jadeando al oído, y mi boca buscó la suya con nueva desesperación.
Y como si de la primera vez se tratase, el roce de sus suaves manos me aturdieron. Indudablemente aquellas primeras caricias casi delicadas que más tarde se tornaron en rápidas y pasionales, fueron totalmente distintas a cualquiera que sus rudas y a la vez gentiles manos me hubiesen ofrecido antes. Aquellas sin duda tenían otro tipo de intenciones… Y por un momento, me sentí de nuevo humano, de nuevo lleno. Como si todo lo que había perdido y todo lo que había quedado atrás en el camino no tuviese importancia, como si ahora fuese todo perfecto.

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