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Vestigios de veneno por starsdust

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Notas del fanfic:

No soy fan de esta pareja, pero se me ocurrió esta idea mientras intentaba empezar otro fic diferente. Al final se escribió sola XD

Este fic es un poco "primo" de un fic de Lost Canvas que hice con el Escorpio y Gemelo Nro 2 de ese manga, porque me gusta jugar con paralelismos.

Durante el verano era normal sentir calor, pero esta vez era diferente. Milo no podía levantarse. Cada vez que lo intentaba, todo a su alrededor comenzaba a girar, y eso no le causaba ninguna gracia. Odiaba sentir el suelo pedregoso contra su mejilla, pero su cuerpo no le daba otra alternativa que quedarse donde estaba. Entreabrió los ojos trabajosamente y pudo ver a uno de los escorpiones con los que había estado jugando alejarse de él perezosamente.

Volvió a cerrar los ojos; el sol le molestaba. Pero poco después sintió que una sombra lo cubría, y que su cuerpo se elevaba del nivel del suelo. Alguien lo había tomado en brazos, y lo llevaba a un lugar oscuro y más fresco.

¿Pero qué...? ¿Qué traes allí? ―escuchó decir Milo. Era una voz familiar, y sonaba sorprendida.

Estaba en el camino ―respondió la persona que lo cargaba―. Parece que algo lo picó. Hay que darle atención médica. En niños pequeños incluso una dosis baja de veneno puede resultar peligrosa, Saga.

Al escuchar ese nombre, Milo se esforzó en abrir los ojos. Lo que vio lo desconcertó.

¿Saga? ―preguntó Milo. Tenía la garganta seca y estaba confundido. Había dos Sagas junto a él. Por un lado estaba el que lo tenía en brazos, que vestía ropa simple y vieja, y por el otro, uno que llevaba la armadura dorada de Géminis.

No te preocupes ―dijo el Saga que lo cargaba, dirigiéndose al otro―. No recordará nada de esto después. Y si recuerda, será fácil convencerlo de que lo imaginó.

El Saga de la armadura dorada miró a su contraparte con reprobación. No parecía tan convencido, pero no tenía otra opción más que aceptar lo que le tocaba en suerte.

¿Estuviste jugando con escorpiones de nuevo, Milo? ―preguntó el Saga de la armadura, al tiempo que se acercaba a su doble para quitarle al niño de los brazos―. Tienes que tener más cuidado. Y tú también ―agregó, volviéndose hacia el segundo Saga antes de salir del lugar.

oOo

Ahora que conocía la verdad, aquel recuerdo que creía el resultado de un delirio cobraba sentido para Milo. Habían sido engañados durante años, y aunque Milo y otros santos dorados sospecharan que el santuario estaba lleno de irregularidades, al menos él nunca hubiera podido imaginar hasta qué punto.

Saga, a quien todos creían desaparecido desde hacía años, había tomado el lugar del patriarca luego de asesinarlo e intentar eliminar a Atenea. Y para empeorar las cosas, tenía un hermano gemelo al que había mantenido oculto, y que finalmente también los había traicionado, uniéndose a Poseidón para cumplir con sus ambiciones egoístas.

No solamente esto, sino que se decía que Saga y su hermano Kanon solían intercambiar lugares en el pasado, pasándose entre ellos la armadura cuando ambos vivían aún en el santuario, ya que al ser iguales en fuerza e idénticos en apariencia nadie notaba el cambio.

No bastaba con haber sido engañado con respecto a las intenciones de Saga, a quien siempre había adorado, sino que quizás algunos de los recuerdos que tenía de él fueran en realidad de su hermano. ¿Cómo saberlo?

Furioso, Milo descargó su ira contra la primera roca que se cruzó en su camino, convirtiéndola polvo. En la batalla de las Doce Casas se habían perdido muchas cosas. Varios santos habían muerto sin necesidad, y la Guerra Santa ni siquiera había comenzado. Y entre los caídos estaba Camus, su mejor amigo, su compañero, su amante.

Se cubrió los ojos con el antebrazo para evitar ser cegado por el polvillo que arrastraba el viento, esforzándose a la vez por contener las lágrimas con poco éxito. Finalmente se volvió hacia el mar, que se abría ante él en todo su esplendor, indiferente y azul como siempre. Dejó que sus pies descalzos fueran acariciados por la espuma y que ella lo distrajera llevándose sus preocupaciones por un momento, como cuando era niño y se escapaba para bañarse en las aguas del Egeo luego de un largo día de entrenamiento.

Pasó un buen rato hasta que reparó en que no estaba solo. Lo acompañaba una presencia que últimamente había estado sintiendo detrás suyo con frecuencia, cada vez que se alejaba del santuario. Alguien lo seguía. Al principio había decidido ignorarlo, pero aquello no podía continuar eternamente, y esta vez decidió que había sido suficiente.

―¿Quién está ahí? Muéstrate, cobarde, puedo sentirte ―dijo Milo con voz desafiante.

Lo que vio al darse vuelta hizo que su corazón diera un vuelco. Lo primero que pensó, antes de darse cuenta de que era imposible, era que se trataba de Saga. Pero Saga estaba muerto, y esa persona, aunque de aspecto maltrecho, se veía bastante viva. Quien estaba parado frente a él era sin duda el gemelo de las sombras, Kanon.

―Milo... ―susurró Kanon.

Su primera reacción al escuchar su nombre de la boca de ese hombre fue de cólera, pero hizo lo posible por contenerse, para evaluar con más cuidado la situación. Quizás fuera un truco de su memoria, aunque Kanon parecía vestir las mismas ropas sencillas que en su viejo recuerdo. Pero su mirada no era como la recordaba, y tampoco como la de Saga. Era triste, vieja y desgastada, como la de alguien que ha visto demasiado.

―¿Qué estás haciendo aquí? ―preguntó Milo entre dientes.

―Necesito que me escuches... ―rogó Kanon. Su voz era suplicante, pero decidida.

―No tengo intenciones de escuchar a un maldito traidor ―respondió Milo.

No llevaba puesta la armadura, pero estaba preparado para la batalla si era necesario. Tenía la oportunidad de deshacerse él mismo de la persona que había provocado el caos y la vergüenza en el santuario, y no la dejaría pasar. Previendo las intenciones de Milo, Kanon reaccionó con rapidez, moviéndose hacia él para inmovilizarlo.

En un abrir y cerrar de ojos, Milo se encontró de espaldas contra la arena, con Kanon sobre él. Se dio cuenta de que había subestimado la fuerza de Kanon, que lo había controlado con poca dificultad y que ahora lo sostenía por las muñecas para impedirle contraatacar. Milo sintió una oleada de rabia.

―¡Necesito que escuches lo que tengo que decir! ―repitió Kanon, esta vez levantando la voz. Milo lo miró con desprecio.

―Tus palabras... las que corrompieron a Saga... no tengo interés en ellas.

Aunque Milo vio pena en los ojos de Kanon, no sintió lástima por él. Quiso apartarse, pero lo que ocurrió a continuación lo tomó por sorpresa. Kanon lo apresó en sus brazos, atrayéndolo con fuerza contra sí.

Después de unos instantes de desorientación, Milo comenzó a percibir que algo diferente surgía desde su interior. Escuchando el latir del corazón de Kanon, el enojo fue disolviéndose de a poco, y Milo se sintió como el niño inocente que había sido mucho tiempo atrás.

Sí, conocía aquellos brazos, y se sentía bien en ellos. Sintió lágrimas de impotencia resbalársele por sus mejillas y mezclarse con las de Kanon. Olvidó el odio y el dolor, y dejó que Kanon lo apretara contra su pecho sin resistirse. Tampoco se resistió cuando Kanon besó sus labios con desespero antes de susurrar algo en voz baja.

―Perdóname, Milo. Perdóname por todo lo que hice.

Volviendo en sí, Milo apartó a Kanon con gesto rápido, dejando en su mejilla la huella de su Aguja Escarlata. Kanon retrocedió con expresión adolorida, y Milo se puso de pie, clavándole sus ojos azules antes de darse la vuelta para dejarlo atrás.

―Lo único que te perdonaré esta vez será la vida. Pero la próxima no seré tan gentil.

Fin.

 


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