La punzante soledad los abrazaba con sus garras de oscuridad, de frío, de silencio. Caía más hambrienta y letal que nunca sobre sus sangrantes almas, estrujaba sus corazones, mordía sus ilusiones. La figura de Shion tembló en el espejo, sus dedos nerviosos se elevaron a la vez que en su mirada se agolpaba toda su rabia, su pena, su nostalgia. Todo. Tanto. El resultado irreversible del engranaje de su vida era ese: el temeroso movimiento que acercaba la máscara a su rostro, el fin del ayer y el principio del mañana cabía en ese gesto tan pesado como el nudo que se enroscaba en su garganta. No podía. Simplemente no podía. Iba a dejarla caer cuando un tibio y firme calor rodeó su mano, la ayudo a ascender, la ayudo a cumplir su propósito... su destino. Shion de Aries estaba acabado, el hombre que se contemplaba entre los pliegues de la oscura tunica y el frío roce de la máscara era el sumo patriarca de las ochenta y ocho constelaciones de la esfera celeste.
-Todo estará bien- suspiró el castaño a su oído, fue entonces que definitivamente su cuerpo se aflojó, sin embargo, él lo sostuvo, estrechó su cintura entre sus brazos, lo ayudó a mantener el peso de la máscara- es lo que eres... lo que somos... lo que tenemos que ser: es un deber que lo trasciende todo... una deuda con sus almas, Shion.
Finalmente los ojos del rubio cedieron al dolor de tantos días, la máscara cayó y rugió sobre el mármol de la habitación.
-Solo quedamos nosotros, solo...
-Todo estará bien- dijo el santo de Libra esbozando una ligera sonrisa que el rubio intento imitar sin éxito.
-No quiero que te vayas-murmuró girándose hacía él
Las manos de Dhoko abandonaron su cintura, subieron por sus brazos, su cuello. Anidaron en la humedad de sus mejillas.
-Shhhh-escapó de su garganta a la vez acercaba su rostro, sus labios, su beso. Un beso tierno que mitigaba el dolor, que empapaba la sed de las ansias acumuladas por años. Se apartaron sorprendidos, confundidos por el gesto involuntario de sus cuerpos, buscando la comprensión en la mirada del otro, el perdón por el pecado al que se acababan de abandonar.
-Será mejor que me vaya- articuló aturdido Dhoko encaminándose hacía la puerta, un agarre lo detuvo frente a la puerta. Cabizbajo el rubio apretaba con fuerza su muñeca-Shion...
-No me dejes solo-musitó el ariano.
-Pero debemos...- la profundidad de su mirada avellana acalló sus palabras
-Por favor-suplicó el rubio atravesando la pequeña distancia, rozando con una dulce caricia su mentón, finalmente hundiendo sus labios en la comisura del castaño.
Azorado Dhoko Recibió la caricia, el beso cada vez más hambriento, más ansioso. Sus bocas se devoraban ávidas sobre la puerta, sus lenguas, sus salivas. La torpeza de sus labios buscaba la forma de extinguir el calor de sus cuerpos en el calor de sus actos.
Sin dar espacio a las palabras que pudiesen desencantar el flujo de sus deseos llegaron a la cama. El collar de 108 cuentas fue lo primero en desprenderse del esbelto cuerpo de Shion, la oscura tunica patriarcal fue lo último. La sacra seda desenfundo su figura en una caricia incitante, cada centímetro que descubría se volvía una cuenca vacía destinada a ser llenada por la profundidad de los besos del santo de Libra. Su piel parecía marfil, su cabello oro, todo él era una joya irrepetible de la naturaleza que quitaba el aliento y depositaba una sobre otra y una a la vez que otra las mas carnales ambiciones de su mente y su alma. Loco por la belleza de su cuerpo él solo podía abocarse a sentir con su tacto, desgajar con sus labios, devorar con su mirada. Cautivo del cielo que el ariano parecía predicar en la tersura de su piel y en el sabor de su carne Dhoko solo podía seguir un camino: engullirlo.
Suspiró anhelante sobre el sexo inmaculado de Shion, besó con ternura la longitud de su erección. Una punzada eléctrica que mordió su entrepierna le advirtió que no podía tolerar un instante más sin complacer el tan hondo como antiguo sueño, deseo, pecado. Ya no recordaba el instante en que una sencilla sonrisa de su camarada de Aries se volvió una pesada piedra en su corazón, un sentimiento tan grande que no debía ser manifestado. Con la respiración entrecortada se apartó. Una tímida pero insistente mirada del rubio fue razón suficiente para que perdiera la cabeza y comenzara torpemente a deshacerse de su ropa. Desnudo se acostó sobre la exquisita desnudez de su mejor amigo, un azote eléctrico arrasó sus cuerpos al leve tacto de sus miembros. En un hálito de voz Dhoko suplicó el permiso para avasallar su carne, mancillar su pureza, saciarse de su belleza material. Las piernas de Shion envolviéndose a su cintura, liberando ansiosas el camino hacia las profundidades de su cuerpo fueron la respuesta inmediata. Ansioso por fundirse en las brasas de su cuerpo el santo de Libra empujó con fuerza su virilidad sobre la entrada.
Presionó, doblegó, penetró.
Gimió.
***
Despertó con el cabello dorado alborotado, los músculos colapsados, el cuerpo arropado entre las sabanas. El sol que entraba de lleno por el cristal centellaba dentro de sus ojos almendrados. Durante la noche había sentido la soledad como garras clavadas en su pecho, su destino como una condena. Ahora sentía la tibieza de su piel bronceada anclada en su cuerpo y tenia la certeza de que ese dulce calor no lo abandonaría jamás. La soledad no era adversario suficiente para el calor de un recuerdo, para la fe en su destino. Decidido tomó la máscara que habían acomodado a su lado y la colocó sobre su rostro. Debía seguir adelante, por todos ellos... por él, tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.