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Catharsis por Yumiko yumi

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Notas del fanfic:

Hola otra vez! ^^ No sé cuánto durará este, es algo más largo que los últimos que he publicado. Dependerá de cuánto guste... xD (no sabía qué título ponerle jaja)

Notas del capitulo:

A ver qué os parece... :S

Dos niñas idénticas bailan con sus manos unidas.

 

“Canta, pecador, y arde en las llamas de mi cielo.”

 

Una puerta se abre sola. Una iglesia iluminada con una fuerte luz roja.

 

“Grita, pecador, mientras desgarro tus entrañas con mis manos.”

 

Un altar cubierto de rosas le espera.

 

“Sueña, pecador, ahora eres sólo mío.”

 

Pero ya no tiene miedo. Camina hacia su destino, el que él mismo a elegido.

 

 

 

 

 

-¡Hizaki! Ya puedes irte a casa, tu trabajo de hoy ya está terminado- grita un hombre moreno mientras recoge unos sacos de trigo en su espalda.

 

El muchacho rubio asiente con la cabeza y sonríe. Deja el saco que llevaba en sus brazos y se suelta la coleta con la que recogía todo su largo cabello brillante. Se pasa la mano por la cara y se sacude su vieja ropa. La camisa blanca está medio rota y muy sucia, y sus pantalones marrones tampoco están en mejor estado.

 

Después de despedirse, Hizaki empieza a silbar una cancioncilla que le enseñó su madre antes de morir, cuando él solo tenía 4 años. Tras la muerte de su querida madre, su padre perdió la cabeza y acabó con su vida. Hizaki tubo que irse a vivir con su abuelo, pero al fallecer este también, cuando él apenas tenía 12 años, volvió a la casa que sus padres le dejaron y empezó a trabajar en el campo, para ganarse la comida. Había tenido una vida muy dura, pero a base de esfuerzo y sacrificios había conseguido salir adelante. Su jefe, el señor Wilson, era un hombre muy amable y bueno, y lo trataba muy bien, asique el joven tenía la suerte de comer a diario en épocas tan difíciles como aquellas.

 

Iba caminando alegremente perdido en sus pensamientos, a punto de salir de las tierras que eran propiedad de su patrón, cuando escuchó un ruido a un lado. Giró la cabeza y vio a un muchacho de piel muy clara y cabello plateado de espaldas subido a un manzano, robando una de las rojas y apetitosas manzanas.

 

-¡Eh, tú! ¡¿qué diablos te crees que haces?!- preguntó medio gritándole.

 

El niño giró su cabeza aún encorvado y le miro con sus ojos azules enormes. Tenía un rostro precioso, pero extraño. De pronto, sus ojos se volvieron blancos y saltó del árbol, dirigiéndose a él. Se quedó inmóvil, muerto de miedo. El otro chico, aún con esa expresión terrorífica en su cara, puso su mano sobre la frente del rubio, y lo empujó al suelo. Cerró los ojos un momento para recuperarse del golpe, y cuando volvió a abrirlos, el chico de ojos azules había desaparecido, se había esfumado.

 

Hizaki se levantó del suelo, confuso, pero decidió seguir su camino, sin darle mucha importancia a lo que acababa de ver. “Será alguna alucinación... Es normal, después de tantas oras al sol” se dijo a si mismo.

 

Antes de llegar a su casa, se encontró por el camino con un anciano que solía caminar a diario por esos lugares. Se acercó al rubio y le dijo después de un saludo de este:

 

-Espera, muchacho. He oído que ha llegado a la ciudad un hombre peligroso, con una mala reputación. Deberías tener mucho cuidado con él, no te acerques a extraños ni te dejes engañar.

 

-Gracias, señor, lo tendré en cuenta. Pero dígame... ¿de qué se le acusa a ese hombre?- preguntó sin ocultar la curiosidad que empezaba a carcomerlo por dentro.

 

-Algunos dicen que es brujo, otros dicen que es el propio demonio. Nadie sabe exactamente de dónde viene ni quién es. Lo que es seguro es que está envuelto en diversos crímenes, y que, misteriosamente, siempre acaba escapando o librándose de algún modo.

 

El chico tragó hondo ante esa historia. El viejecito había conseguido asustarlo.

 

Le dio las gracias nuevamente y siguió con su camino, deseoso de llegar pronto a su destino y no encontrarse con aquel malvado hombre del que ya todo el mundo hablaba.

 

Antes de entrar en casa, escuchó a sus vecinas hablar muy bajito. La madre, una mujer fuerte y bonachona le decía a su hija, una graciosa joven de 13 años llena de simpatía:

 

-Escúchame, Rossie, ni se te ocurra salir sola hasta que ese hombre no se largue de la ciudad, ¿me oyes? Lo han visto cerca de la plaza del pueblo, dicen que es el propio demonio, y ese diablillo que lo acompaña tampoco es trigo limpio.

 

Las dos dejaron de cotorrear en cuanto vieron a Hizaki mirarlas con cara de asombro. Lo saludaron y siguieron con su tarea, que consistía en lavar y golpear unas sábanas blancas. Mary, la madre, azotaba con fuerza las prendas, y Rossie las lavaba con agua y jabón en una palangana que sostenía sobre sus rodillas.

 

El joven entró definitivamente en casa y bebió un poco de agua que tenía en una vasija, estaba sediento. Abrió un viejo armario de madera y maldijo por lo bajo al comprobar que no quedaba comida. “Tendré que bajar al mercado a por algo de pan, queso y fruta” pensó agarrando su zurrón y saliendo nuevamente de su hogar. Se despidió de las dos mujeres y echó a caminar, esta vez en dirección contraria a la que había venido.

 

Sus pensamientos volvieron al hombre del que hacía oído hablar aquel día. ¿Qué aspecto tendría? ¿sería realmente tan cruel? ¿qué asesinatos habría cometido? ¿y qué hacía en esa pequeña ciudad?.

 

Hizaki solo sabía que no sería agradable encontrarse con alguien así. Seguramente sería desagradable, terrorífico.

 

Justo cuando esas ideas cruzaban por su mente, pasó delante de él un hermoso caballo negro cabalgando lentamente. El jinete era un elegante hombre, vestido con una larga chaqueta negra, adornada con rosas y plumas negras. Su pelo era rubio ceniza, y caía tan largo como el de Hizaki, pero en ondas. Era muy pálido, demasiado hermoso. A su lado, caminaba el muchacho que Hizaki creyó ver robando manzanas. Pero esta vez caminaba relajado, estaba lleno de inocencia a primera vista.

 

El misterioso hombre sonrió al pasar a su lado, mientras el rubio miraba embobado como pasaban casi sin hacer ruido a su lado. Pero de pronto, el jinete hizo parar a su caballo, de una forma sutil y elegante.

 

El corazón de Hizaki empezó a latir a mil por ora al sentir la clara y sobrenatural mirada del hombre clavarse sobre sus ojos.

Notas finales:

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