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Yo soy el Patriarca por Winamark

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Notas del fanfic:

 

Aclaraciones: Esto es un primer, no, segundo intento de escribir algo de Lost Canvas, así que aún no controlo muy bien los personajes ni su psicología, ni sus emociones, ni ... Resumiendo me he puesto a escribir y ha salido esto.

La idea surgió de un pregunta planteada por Len en el foro Ice planet, de quién podría ser Patriarca en el caso de que todos los dorados vivieran y que se justificara sus motivos para creer quién podía serlo y quién no. Y a mí se pasó por la cabeza que Kardia fuera temporalmente el Patriarca, así que este es el resultado.

No hace falta decir que esto es un tanto AU, así como un seguro OOC (aún no controlo muy bien la psique de los personajes)

También me podrán perdonar acerca del tema de las edades, las cuales desconozco del todo, pero he partido que esto ocurre unos meses (bastantes) antes del despertar de Hades y considero que por los menos Atenea tiene mínimo unos catorce años, menos me resulta imposible de creer.

Dedicado a Len (stardust) por mostrarme que había algo más que Saint Seiya Classic.

 

 

Yo soy el Patriarca.

Capítulo primero: La alternativa es peor.

Siempre que su presencia era solicitada en la Gran Sala era sinónimo de diversión, bien porque le encargasen una misión o bien porque había sido un poco travieso en el Santuario. Pero jamás hubiese pensado que la propia Atenea solicitase sus servicios para algo como aquello. Le habían explicado claramente la situación sin tapujos, el Patriarca se encontraba gravemente enfermo y eso alteraba su capacidad para manejar la Orden. Atenea, a pesar de los años que llevaba con ellos, había muchas cosas que desconocía y aún no había recobrado la memoria de sus vidas pasadas. La situación era extremadamente grave y precaria, empeorando más la situación con la posibilidad de que Hades despertase en cualquier momento era un hecho fehaciente. Así que, cuando se lo preguntaron sólo cabía una respuesta posible.

—No.

—¿Estás rechazando la posibilidad de ser el Patriarca? —preguntó la niña sorprendida y un poco desconcertada.

            —Deberías considerar que es un gran honor que un hombre como tú, aunque sea temporalmente, pueda ser la máxima autoridad del Santuario. Claro está, después de la Gran Diosa Atenea— comentó el hombre de cabellos claros haciendo una leve inclinación a la jovencita de mirada serena sentada en el trono.

—Pues se tú el Patriarca, Sísifo. Así estarás más cerca de tu amada Atenea —dijo el joven con burla.

—¡Cómo puedes ser tan insolente Kardia! — increpó el Caballero de Sagitario.

Abandonó su posición al lado de su diosa, para acercarse a aquel joven que tenía la costumbre de decir lo primero que le pasaba por la cabeza y sin medir las consecuencias de sus palabras. Debía aprender modales y él mismo se los enseñaría, aunque luego discutiera con Dégel y el Patriarca. No entendía como el Patriarca Sage había permitido que este niño, porque a sus ojos lo era, fuera tan irrespetuoso. Aunque no era del todo extraño, Manigoldo, el alumno de su Santidad, en ocasiones podía ser peor que Kardia.

            —Sísifo, por favor – pidió la niña diosa. Ante esas palabras el adulto se detuvo de inmediato volviéndose hacia ella.

—Disculpe mi comportamiento, Atenea.

—Caballero de Escorpio, Sísifo no puede tomar el lugar de Sage, ya que se le ha designado una misión que le obligará ausentarse del Santuario durante un tiempo —habló aquella chiquilla que cuando la veías no podría creer que estabas ante una diosa de la guerra reencarnada en un cuerpo humano, el cual parecía sumamente frágil—. No tengo más remedio que insistir Kardia en que aceptes la posición que Sage no puede hacerse cargo, momentáneamente, por cuestiones de salud.

            —A mí no me interesa ser Patriarca, ni siquiera me importaba convertirme en un caballero de oro, simplemente ha sido un medio para alcanzar un objetivo. Yo quiero, no, deseo una presa, la mejor presa que pueda existir —dijo el joven Caballero de Escorpio, al tiempo que su uña brillaba peligrosamente y sentía su cuerpo calentarse más de lo aconsejado para su salubridad. Era el momento de irse y buscar la forma de enfriarse, sino Sísifo se daría cuenta de que algo no marchaba bien con él. Hizo una leve reverencia y se dispuso a irse sin que le dieran permiso para ello.

            —Kardia. Espera un momento, la diosa no ha dado su permiso para que te retires —dijo Sísifo siguiéndole y dispuesto a detenerlo.

            Ajena a la situación entre sus caballeros, la muchachita parecía totalmente abatida, estaba segura que ese caballero era el idóneo para sustituir a Sage. Ella lo sabía, no había ningún otro. El Santuario le necesitaba a él, debía darles algo de esa pasión por la vida y fe en sí mismo que parecía desbordar aquel caballero más que en ningún otro.

            —Buscad a otro, como Aldebarán, El Cid o Dégel, seguro que ellos aceptan encantados —dijo de repente Kardia zafándose enseguida del agarre del Caballero de Sagitario—. Creo que Acuario sería el mejor, ya que está acostumbrado a la burocracia de este sitio, pasa más tiempo entre papeles y libros que entre personas, es ideal para ello. Incluso Géminis sería mejor opción que yo.

            Ante la mención de ese nombre tanto la diosa como Sísifo sintieron escalofrío en su cuerpo al recordar los hechos de hacía más de un año. Por poco son vencidos antes de empezar la Guerra Santa, no era un buen momento para recordarlo. De hecho se encontraban en esta situación por culpa de aquel traidor, las heridas del Patriarca, que sufrió durante su enfrentamiento con el traidor, se habían vuelto a abrir, sin motivo aparente. Aquella sombra parecía que había vuelto.

 —Los demás caballeros de oro no pueden serlo, tú eres el indicado para el puesto —dijo Atenea. Durante unos segundos pareció meditar las palabras que iba a decir—. Aunque hay otro candidato.

Al oír aquellas palabras, Kardia se dispuso a irse definitivamente, no tenía nada más que hacer. Ya estaba abriendo la puerta cuando la diosa volvió a hablar.

—Sólo nos resta pedírselo a Regulus de Leo. No creo que ponga ninguna objeción, ¿verdad, Sísifo?— el aludido únicamente asintió con la cabeza.

 —¿Regulus?—dijo todo extrañado el Caballero de Escorpio e ignoró el calor creciente en él—. No se está refiriendo al aprendiz de Sísifo. El enano ese ni si quiera es un caballero todavía.

 —Kardia te agradecería que mostrarás más respeto al nuevo Caballero de Leo. Regulus se ganó el derecho de vestir la armadura hace dos días —dijo orgulloso Sagitario con una sonrisa satisfactoria.

 —¡Qué!— gritó Kardia. No podía ser que ese enano fuera un caballero de oro, había conseguido la armadura dorada en un tiempo record. Sólo había una explicación, ser el Caballero de Oro del signo de Leo debía ser muy sencillo. No como la de Escorpio que solamente el mejor podía llevarla. Pero ahora había un problema -. ¡Me estás diciendo que tendré que pedirle permiso al crió para atravesar la quinta casa! ¡De ninguna manera, seguro que no me deja pasar sino le doy algo a cambio!

 El hombre de ojos castaños y de expresión normalmente amigable apretaba fuertemente sus puños, tanto que sus nudillos se estaban volviendo blancos. A veces Kardia podía ser realmente infantil, no entendía como su diosa quería que ese “niño” sustituyera a Sage, no estaba preparado para el puesto ni por asomo. No entendía por qué no se lo había propuesto a Aldebarán o El Cid, ambos tenían cualidades idóneas para ser buenos líderes. Tal vez, el motivo es que Tauro era demasiado consentidor, su apariencia podía ser temible, pero su carácter era demasiado bondadoso, y en cuanto El Cid era más bien un soldado preciso, sus dotes de mando eran más bien militares, pero el Santuario a pesar de todo no era un ejército únicamente. De todas manera quedaban varias opciones, ¿por qué Kardia?.

            —Atenea no podéis estar pensando en serio que el niñato sea el Patriarca. Si es así empezaré a creer que sois una impostora y pretendéis destruir el Santuario  —dijo con un tono amenazante el guardián de la octava casa, al mismo tiempo que se dirigía hacia su diosa.

 —¡Kardia, detente ahora mismo! —gritó Sísifo interponiéndose en el camino, encendiendo su cosmos.

 El escorpiano simplemente rió un poco, parecía que tendría un poco de diversión después de todo. Últimamente se estaba aburriendo un poco, esperaba con ansias que la Guerra Santa contra Hades empezará pronto, no quería morir sin haber luchado antes, sin haber alcanzado la gloria de los antiguos héroes como Aquiles o Hércules. Él sería como ellos, tendría una muerte gloriosa y utilizaría una técnica única e irrepetible, el Katakeo, para vencer a su presa final. Aunque hoy no era el día, bien podía entrenarse un poco con el "mejor" caballero de la Orden.

 —¡Caballeros deteneos ahora mismo! —exclamó la jovencita enojada y poniéndose de pie.

 —Atenea, lo que acaba de decir Kardia es una blasfemia.

 —Tus pensamientos sí son una blasfemia caballero —susurró aquel joven irrespetuoso cuya mirada parecía ver su corazón y su ser.

            La diosa bajó con calma los escalones y caminó con esa elegancia innata hacia sus dos caballeros. Le apenaba ver a sus amados dorados peleándose y que ella fuera la causa de dicha discusión, estaba convencida de que muchos pondrían en duda su buen juicio al querer que un hombre joven, y totalmente inexperto para el puesto, como Kardia sustituyese a Sage hasta que se recuperase totalmente. Pero ella veía algo más en ese caballero, que lo hacía el más indicado para el cargo.

            —Bien, caballero, volveré a preguntártelo; ¿quieres ser el Patriarca suplente? —preguntó seriamente la diosa –. O por el contrario, debo pedírselo a otro caballero.

Kardia cerró por un momento sus ojos y se imaginó al enano de Regulus ocupando el lugar del Patriarca. Esa túnica oscura le vendría demasiado grande, se tropezaría con ella por todos lados, al igual que el casco que también le vendría enorme, el cual se movería de un lado al otro a cada momento que se moviera un poco. Bueno tal vez el casco le fuera bien, era demasiado cabezón después de todo. La verdad es que resultaba cómico imaginárselo, si lo viera realmente podría reírse bastante, puede que fuera buena idea que él se convirtiera en el Patriarca suplente. 

Pero de pronto otra imagen se le vino a la cabeza, una que le horrorizó. Podía ver a Regulus con la ropa de su santidad y no le quedaba tan grande, de hecho le sentaban bien. El enorme casco cubría parte de su rostro pero hacía que sus labios resaltaban más. Tenía una sonrisa de superioridad y autosuficiencia como jamás había visto y le decía; “Ves, Kardia. Te he superado.” Encima se reía y le obligaba a inclinarse ante él como superior. ¡Eso jamás iba a suceder! Él inclinándose ante alguien que no fuera Atenea, era algo que jamás de los jamases sucedería.

—¡Por supuesto que aceptó el puesto! ¡Ya verá ese mocoso quien supera a quien! —dijo Kardia riéndose, ante la extrañeza de las otras dos personas en la Gran Sala—. ¡Ahora sí que me voy!

            —¡Espera un momento! —exclamó Sísifo—. Tienes que ponerte al día con los asuntos del Santuario.

 —¡Ahora! —el de cabellos azules no podía perder más tiempo aquí, tenía que bajar la temperatura de su cuerpo cuanto antes y a ser posible sin la ayuda de Acuario manos largas.

—Por supuesto, no creías que íbamos a dejarte sin supervisión —dijo una voz conocida que acababa de entrar junto a otra persona por la puerta que lleva directamente a los aposentos privados del Patriarca.

            Kardia nunca había visto al máximo representante de Atenea en la Tierra sin su casco, desde luego su aspecto no era nada bueno. Su piel se había vuelto amarillenta y sus ojeras eran horribles, parecía como si hubiera perdido toda su vitalidad y fuerza. Sintió algo de preocupación, tal vez la cosa fuera más grave de lo que le habían dicho.

Un poco más atrás estaba Dégel, como siempre llevaba esa máscara de serenidad y calma que tanto le irritaba, pues era sumamente aburrida y mentirosa.

            —Dégel te ayudará en todo lo que necesites y se encargará que realices tus funciones de forma responsable, puede utilizar los métodos que sean necesarios para ello. Vais a pasar mucho tiempo juntos —explicó Sage.

En ese momento, Kardía vio como Acuario había sonreído levemente, por un segundo las comisuras de sus labios se habían elevado. Este gesto pasaría inadvertido para la mayoría de las personas, pero no para él, el Gran Kardia. Un momento, qué había dicho el Patriarca. “Vais a pasar mucho tiempo juntos”. No, debe haberlo entendido muy mal, seguro que ha dicho otra cosa.

—Sería un buen momento para ponerle al tanto al Caballero de Escorpio de algunas de sus tareas. Ya he dispuesto todo en la biblioteca para ello, estaremos toda la noche. Solicitó permiso para retirarnos —dijo Dégel.

—Por supuesto que pueden irse —dijo Atenea sonriendo.

            —Pero si ya es la hora de cenar —murmuró Kardia fastidiado—. Tengo hambre. ¿No podemos empezar mañana?

No podía ser cierto aquello, no podía creerse que se fuera a la biblioteca, si sólo la visitaba para molestar a Dégel ,y ahora, él iba a trabajar en ella. ¡Oh Dioses Olímpicos querían transformarlo en otro Dégel! Estaba convencido que pasar más tiempo allí, te convertía en una persona sumamente aburrida y devoradora de libros. Por qué había dicho que sí. Tal vez no habría sido tan horrible que Regulus fuera el Patriarca. No, eso hubiera sido horripilante.

—Pediré en las cocinas que les envíen algo de comida —dijo complacido Sísifo al ver la expresión de fastidio en Kardia. Tal vez sería buena idea pedir a Regulus que se lo llevase, de todas formas Escorpio aún no le había felicitado.

Ambos caballeros salieron. Bueno en realidad, Dégel había estirado a Kardia que se había dejado llevar a regañadientes y quejándose.

—Esta experiencia le irá muy bien al Caballero de Escorpio —comentó Sage, apoyándose en una de las grandes columnas de la sala. Acto seguido tenía a su lado a Atenea y a Sísifo.

—No debería haberse levantado —dijo preocupado el Caballero de Sagitario.

—No os preocupéis por mí, me encuentro mucho mejor —dijo el Patriarca intentando sonreír—. No fue tan difícil convencer a Kardia.

 —Cuando encontramos su punto flaco, fue más sencillo —dijo Atenea sonriendo, al tiempo que elevaba su cosmos para aliviar el dolor que sentía su apreciado Patriarca.

—Tuvisteis que mencionar que Regulus sería mi sustituto temporal, en caso que él se negase a serlo. Hay cosas que nunca cambian con el tiempo, siempre igual Escorpio y Leo —aunque esto último había sido más bien sus propios pensamientos. 

—Partiré ahora para mi misión, antes informaré a Shion de todo y le ordenaré que vaya al Jamir, tal vez el Maestro sepa algo —dijo Sísifo ayudando al Patriarca a incorporarse de nuevo.

            —Sí, será lo mejor —asintió la diosa de la guerra.

Mientras tanto en los pasillos del palacio que conducían a la biblioteca, Kardia intentaba mantener las distancias con Dégel caminado unos pasos detrás de él. Empezaba a encontrarse mal, su temperatura corporal seguía subiendo no era prudente no hacer nada, debía deshacerse de Acuario cuanto antes.

—Ya está bien —dijo de pronto Dégel deteniendo su paso y consecuentemente el de su compañero. Para luego volverse a él y estirarle hacia uno de los recovecos oscuros del inmenso pasillo.

            —Espera, ¿qué estás haciendo? —preguntó confuso Kardia al sentirse atrapado entre la pared y el Caballero de Acuario, quien había empezado ha concentrar su cosmos, sintiendo enseguida el frío liberador de ese calor que le hacía tanto daño. Se permitió cerrar los ojos por un momento y abandonarse a aquella sensación.

            —Últimamente la temperatura sube más rápido de lo normal. Algo no va bien —dijo con seriedad Dégel, quien en ningún momento dejaba de ver los labios entreabiertos de Kardia -. Creo que debo llamarte Santidad ahora.

 —No, ni se te ocurra. Esto va a ser muy  temporal, espero que nuestro Patriarca se recuperé en menos de cinco días —dijo Escorpio abriendo sus ojos y sintiéndose muchísimo mejor—. Yo no quiero responsabilidades. Son aburridas.

 —En ocasiones, algunas se convierten en placeres —dijo Dégel acortando la poca distancia que le separaba.

 Kardia no hizo nada para evitar el beso, simplemente dejó que la lengua de Dégel  se introdujera en su boca y jugara con la suya, para ver cuál de las dos prevalecía. En el arrebato de pasión, Acuario lo estampó más contra la pared, ya no había espacio alguno entre ellos, sus armaduras chocaban haciendo ruido. Escorpio había enredado sus manos en el cabello de su compañero, atrayéndolo más hacia él. Las manos del devorador de libros estaban ávidas por explorar su cuerpo, recorrían su armadura haciendo fuerza para que pudiese notarlas sobre su piel. De pronto algo alarmó al custodio de la octava casa, al notar que una de las manos de Dégel estaba intentando quitarle parte de su armadura, la parte baja. No podía ser cierto que pensará en hacerlo allí.

            —¡Espera, Dégel! —dijo terminando el beso y respirando con un poco de dificultad. Al tiempo que Acuario besaba parte de su cuello que no protegido por la armadura, haciendo caso omiso al pedido de su compañero. No le gustaba el rumbo que estaban tomando las cosas.

            —¡Detente!  —le ordenó Kardia sujetando fuertemente la mano que intentaba desvestirlo de su armadura, lo que detuvo cualquier acción que estuviera realizando Dégel.

            —Lo siento —susurró el caballero de la onceava casa, al ver la expresión de angustia en el rostro de Kardia—. Yo nunca te obligaría...

            —No digas nada. Está bien, no ocurre nada —interrumpió Kardia, quien salió del recoveco para dirigirse a la biblioteca. Seguido de cerca por Dégel.

 

 

 


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