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Love goes on -with melancholy- por metallikita666

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Notas del fanfic:

Fanfiction slash de Mana y Közi, guitarristas de Malice Mizer. Esta es mi muy adorada tercera pareja favorita de la JMusic, y sinceramente, me fascinó escribirlo porque el (supuesto, aunque aquí confirmado) sadomasoquismo del hermosísimo arlequín representó un desafío en mi manera usual de relatar el lemon. 

El título lo escogí como tributo al excelente trabajo de Közi-sama como solista, que incluye una canción llamada Life goes on -with melancholy-. He de aclarar asimismo que si bien el incidente que se relata al principio del texto sucedió en época de Klaha y no de Gackt, mi intención no era apegarme estricta y cronológicamente a los hechos reales.

Espero que quien lo lea, lo disfrute. ¡Malice Mizer por siempre!

 

-¡Todos al auto!- gritó la muñeca, evidentemente enfadada, cuando ya nadie más que sus compañeros de banda estuvieron presentes. Kami enarcó una ceja, pareciéndole que los berrinches de Mana últimamente se estaban saliendo de control, y por más que lo pensaba, no hallaba justificación para el más reciente.

-¿Se puede saber qué demonios pasó ahora? ¿Te aprieta demasiado el corsé, o es que acaso se te cayó una pestaña postiza dentro del ojo?- espetó, dejándose caer en un sillón.

El fuego del mismo infierno brilló en los lindos orbes del azul guitarrista, quien dedicó una última mirada al grupo, antes de alejarse hacia el vehículo que solía transportarlos: una larga y negra limusina. Nadie chistó siquiera, y hasta el mismo pirata tuvo que, luego de un penoso suspiro, ponerse de pie y seguir al jefe.

Fueron entrando conforme llegaron, acomodándose en sus sitios de preferencia. Sin embargo, contrario a su costumbre, Közi se sentó entre Kami y Yu-ki, en vez de hacerlo entre el príncipe y la muñeca. No había ninguna razón en especial; simplemente, estaba distraído. Yu-ki rompió el silencio.

-Mana, ya estuvo bueno de tanto teatrito. Dinos de una buena vez qué fue lo que sucedió. No es que normalmente seas un dechado de ternura luego de una entrevista, pero definitivamente, tu comportamiento no es normal. Algo tienes y, para variar, no quieres hablar.-

El guitarrista bufó levemente. Miró hacia otro lado, hacia la ventana, y tras morderse el labio, por fin contestó

-Pregúntenle a Közi.-

El bufón, con la mayor de las sorpresas al escuchar su nombre, se volteó, apuntándose a sí mismo.

-¿Yo? ¿Y por qué yo, a ver?-

Lo dijo con mucha sinceridad. Intentó recordar la acaecido en aquel rato, y en su opinión, nada extraño había tenido lugar. Temió por un momento que todo se tratara de un mal augurio, pero afirmó en su interior el hecho de que Malice Mizer era tan hijo suyo, como del mismo Mana. No podía ser una cosa así. Inesperadamente, Gackt salió en su defensa.

-¿Tiene que ver con que no se maquilló con los colores que a ti te hubiera gustado que llevara?- El okinawense miró a Közi fijamente, intentando encontrar un motivo de queja en su vestimenta o rostro. -¡Oh, no, es cierto! Tú nunca usarías otro tono que no fuera azul, morado, o en su defecto, negro. Jamás en tus párpados lucirá el rojo, ¿no es así?- pronunció con fingida seriedad, dando por terminada su intervención. Limaba sus enormes uñas como si nada hubiera pasado.

La limusina se detuvo pronto; el recorrido de vuelta era corto. Mana taconeó una vez, tomando la manigueta de la puerta, mirando a sus compañeros escudriñadoramente antes de salir.

-Son todos unos imbéciles.-

Se bajó, dirigiéndose a los camerinos de las instalaciones de Midi:Nette, su guarida. Közi se bajó tras él, siguiéndolo, cogiéndolo de un brazo no bien lo alcanzó.

-¡Mana, por favor! ¡Dime qué fue lo que sucedió!- pidió con tono dócil, pero gesto de preocupación. –En serio no sé qué pude haber hecho para disgustarte.-

El de rostro de porcelana lo miró, soltándose de su agarre, sin siquiera molestarse en rechazarle verbalmente. Pero el arlequín insistió.

-¡Deja de comportarte así, caray! ¡Pareces un niño chiquito, y no un hombre!- le gritó, como nunca antes había hecho, abriendo muchos sus ojos heterócromos y cerrando el puño. Mana entonces reaccionó.

-Ven… conmigo, y te diré qué fue lo que sucedió.- Ordenó con su eterna parquedad y semblante impasible, ante la extrañeza del otro que, sin embargo, hizo lo que le indicaba. Entraron a los camerinos, y la muñeca cerró la puerta con seguro. El mimo se asombró ante tanto misterio. Empero, cuando iba a decir algo, se dio cuenta que Mana se quitaba la gabardina y la dejaba sobre un sofá, acercándose a él con su ceñido vestido corto y sus altísimas plataformas.

-Közi, tú y yo nos conocemos desde que tocábamos en Manterou, ¿no es así?- Pero antes de que el otro pudiera reponer, siguió hablando. –Y cuando todo se vino abajo ahí para nosotros, salimos juntos, decididos a formar algo que nos satisficiera como esa banda no lo estaba haciendo, ¿verdad?- Conforme hablaba, se iba acercando más y más, por lo cual ya el de Niigata se había puesto nervioso ante tanta y tan repentina cercanía, interrumpiéndolo sin proponérselo.

-¡Mana, cielos! ¿Adónde quieres llegar? ¿Por qué me estás diciendo todo esto? ¿Qué tiene que ver con lo que haya sucedido hoy?- inquirió demandante el arlequín, dando dos pasos hacia atrás de forma inconsciente, hasta que su espalda tocó la pared. Dio un respingo ante la fría sensación.

Pero el femenino guitarrista no se detuvo. Llegó hasta donde el cuerpo de su compañero se lo permitió, presionando el pecho ajeno contra el suyo, clavando sus ojos inexpresivos en los de Közi.

-Sabes cuánto me ha llevado construirme como Mana, y los principios que rigen su existencia. Desde hace mucho tiempo, decidí no volver a hablar jamás en público, porque quiero que me recuerden por mi música y no por mis palabras. Eso también incluye que nunca un sonido saldrá de mis labios, y mi rostro permanecerá por siempre imperturbable. Tomando eso en cuenta, deberías estar consciente de que hoy estuviste muy cerca de echar todos mis esfuerzos por la borda, saliendo con tu estúpido chiste de cómo te dirigirías a mí si me fueras a pedir dinero…-

El líder de Malice Mizer no pudo evitar advertir que su amigo temblaba extraña e inexplicablemente, pues Közi no era el tipo de persona que se dejara intimidar por una actitud como la suya. Es más; él estaba seguro de que el bufón reaccionaría con una de sus típicas risitas burlonas, dándole la razón pero pensando que todo aquello era una tontería. Como cualquiera de los otros tres, pero con más consideración y aunque no lo pareciera, tacto. Empero, en vez de preguntarle qué le sucedía, su impulso sádico le ordenó seguirlo incomodando.

Levantó una de sus manos y la llevó al cuello ajeno, asiéndolo con firmeza.

-¿No comprendes lo mucho que me enfada la idiotez que hiciste? Ahora los malditos editarán el video de esa entrevista para captar en cámara lenta la contracción de mi rostro, tras la cual estuvieron cerca de ver lo más parecido a una sonrisa que yo podría gesticular…- su voz se fue enronqueciendo, al tiempo que sus dedos se cerraban en torno de la garganta del rojo guitarrista. El muslo de Mana permanecía en medio de las piernas del mimo, y cuando aquél se impulsó ligeramente para acercarse todavía más y zaherir con sus palabras al compañero diciéndoselas al oído, Közi le rogó, tomando la muñeca del chico a un mismo tiempo que cubría su propia entrepierna.

-¡Mana-chan, te lo suplico!- exclamó en un sollozo, volteando el rostro hacia donde no le viera –No te acerques más… Por favor.-

Sabiendo que la muñeca tenía que haber visto su reacción, se negaba a dejarse mirar a los ojos, y por el contrario, los cerró apretando con fuerza los párpados. Sus mejillas se tornaron tan rojas como sus trajes, y pudo darse cuenta por el inoportuno calor que sintió arder en ellas.

El de Hiroshima estaba realmente asombrado. La curiosidad del principio por entender qué estaba sucediendo, se trocó por unas ansias malsanas de atormentar al que era para él lo más parecido a un mejor amigo. Sabía que la indefensión ajena le producía una enorme lascivia, pero no tenía ni idea de cuánto más violenta podía ser, viniendo de alguien tan cercano.

-¡Déjate de mariconadas!- gritó el primer guitarrista, abofeteando con la mano libre a su interlocutor, obligándolo a que volteara el rostro. -¿Que acaso te parezco una de tus fangirls, como para que te tomes la verga de esa manera? ¡Responde, carajo!-

El otro lo miró con desconcierto, cubriéndose debajo del pómulo, pues el golpe todavía le escocía.

-¿Cómo te atreves?... ¡A burlarte de mí de esa manera!- repuso el arlequín, sobreponiéndose a la vergüenza de hace un momento. –Eso se lo puedes decir a Gackt, o incluso a Kami, pero a mí no, ¿me oyes? ¡A mí no! ¡Yo no soy así!- Y jalándolo del antebrazo que había lanzado la mano agresora, lo volteó de espaldas a su cuerpo en una rápida maniobra, colocándole uno de sus brazos al cuello y el otro de forma perpendicular, contra la oreja.

-¿Qué demonios… haces…? ¡Suél…tame!- vociferó a como pudo quien solía vestir de mujer, enterrando las uñas en la piel ajena.

-¡No, no lo haré!- respondió el de Niigata, aplicando más presión sobre la arteria carótida de Mana, mientras usaba sus piernas para separar las de éste, que debido a la escasa longitud de la falda de su vestido, pronto exhibieron los ligueros y el elástico de sus medias.

-¡Agggh, no! ¡Te digo… que me sueltes!… ¡Maldita sea!- semigesticuló Satou entre tos y jadeos, luchando por contrarrestar la fuerza de su captor, pero además intentando por todos los medios cerrar sus extremidades, pues le era sumamente irritante desconocer cuáles eran las intenciones de su compañero, ya que jamás antes lo había visto enojarse y se reconocía ignorante de lo que pudiera ser capaz. Sollozó desesperado, y sus tentativas de pedir una explicación por lo que estaba ocurriendo se vieron estorbadas ante la involuntaria tos que pugnaba por salvarle del horrible ahogo.

El cellista esperó lo necesario para que dicha tos disminuyera, denunciando el inicio de la pérdida de conciencia de la muñeca, y cuando la tuvo justo donde lo quería, liberó uno de sus brazos del mortal agarre, llevando su mano a la entrepierna ajena, sobre la fina y recamada prenda interior que ceñía la virilidad del guitarrista. Acarició delicadamente su órgano, el cual no tardó demasiado en comenzar a despertar.

-Közi… ¿por qué… demonios… haces esto?- inquirió en un hilo de voz la hermosa lolita, cuando después de deshacer el lazo, el de rojo empezó a relajar además la extremidad que mantenía sobre la garganta de Mana. Ahora quien se ruborizaba era éste, y su voz exponía toda la vergüenza que no estaba al alcance de los ojos disímiles de su compañero. Por toda respuesta, el interpelado movió sus atrevidos dedos hacia abajo, asiendo ahora los sensibles testículos del chico, e incluso paseó una de las yemas por el ajeno intersticio perianal.

-Ahhhh…- suspiró Manabu ya sin poderlo evitar, experimentando la autocomplaciente sensación de su glande contra la tela de la tanga, cuando su miembro comenzaba a moverse por sí solo hacia arriba. Al advertir el sonido, se mordió el labio, frunciendo el bonito entrecejo. Sus mejillas ardían, y sus manos seguían posicionadas sobre el tatuado brazo del arlequín.

El músico escarlata sintió también la reacción de su hombría, la cual comenzó a presionar por inercia contra las macizas nalgas de Mana, resbalándola por sobre la separación que abría entre ellas la parte trasera de la tanga. Y un gemido salió entonces de sus labios.

-¡Suficiente de jueguitos estúpidos!- declaró el de azul, empujando el brazo ajeno y adelantándose para liberarse del toqueteo, tambaleándose un poco por lo abrumado que se encontraba. No volteó el rostro sino hasta que sintió que el ardor cedía. Era como si aquel sonido que no había sido producido por su propio pecho lo hubiera enfadado; como si el disfrute ajeno estuviera absolutamente vetado.

-¿Qué sucedió?... ¿Por qué te fuiste?- preguntó el payaso, intentando reprimir las frustradas acometidas de su cadera, al tiempo que era incapaz de esconder ya el abultamiento en su pelvis.

-¡Fresco! ¡Y todavía reclamas!- protestó el del rostro de porcelana, mientras su cerebro procesaba aquella imagen con increíble rapidez, sonriendo inmediatamente, al encontrar en ella potencial motivo de solaz.

Caminó hacia uno de los armarios que guardaban los aditamentos de sus diferentes vestimentas, extrayendo de una de las gavetas un látigo no muy largo y una fusta.

-No tengo ni la menor idea de qué haya provocado en ti querer hacer semejantes cosas conmigo, pero te advierto que la idea no va a salirte nada barata…- declaró triunfal la dominatrix vestida de negro, sosteniendo el látigo enrollado sobre el ángulo que su brazo y antebrazo formaban, al tiempo que golpeaba levemente sobre su mano la punta del azote, y en su rostro lucía una sádica sonrisa.

Közi apenas había logrado que su erección disminuyera, cuando entonces escuchó las palabras de Satou. Refrenó primero cualquier tipo de gesto, al molestarle sobremanera la frialdad de Mana, pues para entonces era imposible que al menos no hubiera captado parte de la razón que lo había empujado a querer tener con él contactos íntimos. Empero, tras observar el cuadro completo, su instinto sadomasoquista le hizo corresponder a aquella mímica.

-Ni siquiera sabes usar esas cosas. ¿A quién intentas engañar?- inquirió, en una certera alusión a la costumbre del chico de utilizar accesorios que no necesariamente conocía bien, o de tocar instrumentos que podía no ser capaz de interpretar. –Y como no sabes hacerlo, no tengo siquiera necesidad de seguirte la corriente con una fingida mueca de espanto…- añadió, despojándose de la gabacha de científico y sentándose en la silla sobre cuyo respaldar la había colocado, cruzando sus apetitosas piernas que, bajo la malla y el liguero exhibían su exquisita carne, digna de ser flagelada. Echó su torso hacia atrás, recargándose sobre el respaldar, mientras ladeaba la cabeza con media sonrisa socarrona en sus labios.

-Te arrepentirás de esas palabras- afirmó el de Hiroshima, desenrollando el látigo en un veloz movimiento de su mano, restallándolo contra el suelo. El sonido del cuero chocando  en la baldosa completó el mohín del mimo. -¡Deja de sonreír de esa manera, maldición!- vociferó Mana, golpeándolo ahora en un hombro con la punta metálica del arma. El arlequín apretó los párpados, presionando su mandíbula inferior contra el resto de su cráneo. La reticencia a mostrar alguna reacción encabritó a la caprichosa rubia.

-¡Y sigues burlándote de mí, desgraciado!- gritó de nuevo, yendo hacia donde estaba el otro, colocándose detrás de la silla y empujando el respaldar de esta para que el bufón cayera de bruces sobre el suelo. Ante su gesto de sorpresa y un posible reclamo, la irritada belleza descargó la furia de su látigo sobre el cuerpo níveo de su compañero, el cual comenzó a presentar marcas tan rojas como sus trajes en los costados, los brazos y sus torneados muslos.

-¡Maldito! ¡¿Por qué demonios no gritas?!- se quejó Satou dando voces, consternado ante el sorprendente aguante de Közi, el cual permanecía con los ojos cerrados, hecho un puño sobre el suelo, inmóvil. La lolita se acercó a él, dispuesto a patearlo con la tremenda bota para desquitar el enojo, pero una resuelta reacción de su parte lo detuvo.

-Ni lo pienses, Manabu. Eso no sería nada sexy…- afirmó el de los ojos heterócromos con su amplia sonrisa, sosteniendo la pierna enfundada en cuero del otro guitarrista. –Golpéame cuanto quieras con el látigo, aráñame hasta sangrar, pero ni siquiera se te ocurra tener modales de matón callejero conmigo…- decía mientras acariciaba la piel de la muñeca sobre la malla estampada, más arriba de la caña de sus botas, casi llegando a su entrepierna. –Porque sabes muy bien lo fácilmente que yo te ganaría… preciosa.-

Pronunció lo último con sarcasmo, mientras toqueteaba nuevamente su hombría, pero esta vez retirando parte de la prenda íntima para rozar su piel con los dedos. La chica no tardó en irritarse.

-¡Majadero!- vociferó, atacándolo de nuevo, hiriendo su espalda con el cuero y el metal – ¡Deja de amenazarme! ¡A mí nadie me dice lo que tengo que hacer y lo que no!- Descargando con brutalidad los últimos azotes, sacó de su seno unas esposas, las cuales colocó en las muñecas de su compañero con sorprendente rapidez, cuando éste apenas se estaba reponiendo del ardor de las heridas.

-Ahhh… ¿A qué juegas, Mana? Este castigo… no es sólo por lo que casi te provoqué hacer allá afuera. ¡Tú estás raro! ¡Algo sucede contigo!- lo interrogó, completamente desconcertado, al tiempo que ella lo arrastraba hacia uno de los tocadores, con el fin de enganchar la atadura en la manija de una de las gavetas.

-¡Sí! ¡Eres un impertinente que soporta todo con tal de dejar satisfecho mi orgullo, con tal de que yo me sienta bien, aunque a ti te carcoma el deseo y en el pecho el corazón te oprima, amenazando con matarte!- exclamaba, loco de furia, mientras arrancaba del cuerpo ajeno la ropa; desgarrándole las mallas, haciendo trizas su bonito corsé – ¡Y en vez de odiarme por cómo te trato y la forma en que te desdeño, tienes el arrojo de amarme, y cada día más!-

Se detuvo, dejando las manos inmóviles; permaneciendo sentado sobre los muslos del mimo. Una lágrima grande corrió por su mejilla, engendrada por uno de sus hermosos orbes, los cuales se perfilaban completamente cristalizados para entonces. –Nadie es capaz de hacer eso, pero tú sí- lo miró a los ojos, dejándole ver por unos instantes cómo eran los de un Mana lastimado; uno que se sabía infinitamente menos e incapaz de superar la lógica de su atrevimiento, sencillamente porque no le cabía en la cabeza. –¡Te detesto tanto!- 

El grito fue quejido, mas nunca un insulto. Desplazándose hacia atrás sobre las extremidades inferiores del rojo guitarrista, hasta quedar a la altura de sus rodillas, la muñeca contuvo el resto de sus lágrimas, sosteniendo el natural reflejo de sus ojos con un temple tal como si ella misma los hubiera amenazado con sacárselos. Cuando la pelvis y los muslos del arlequín estuvieron libres, dio comienzo a su macabra manera de obtener a la fuerza sus viriles instintos.

-¡Ódiame, maldita sea!- chilló, clavando sus enormes y afiladas uñas en la alba carne del chico, no conformándose con penetrarla, sino además arrastrando los dedos hasta abrirle la piel -¡Ódiame, que si no, te juro que soy capaz de matarte!- volvió a gritar, intentando sacar de su pecho la voz más grave y lúgubre que tuviera, dejándose avasallar de nuevo por su creciente ira, esa que aumentaba al mirar los hilos escarlata que su agresión causaba. La que no cesaría hasta ver erecta la hombría ajena.

Közi se revolvía bajo la dominatrix, presa del más horrible dilema, el cual se veía agravado por las sensaciones que sin piedad sometían su cuerpo. Por un lado, sabía lo mucho que estaba sufriendo Mana, empecinado en llevar hasta las últimas consecuencias a ambos, hasta lograr probar la irracionalidad de su comportamiento. Pero conforme más desafiaba su aguante, más profunda y dolorosamente se hundía la daga en el pecho, y era eso y no otra cosa lo que más lastimaba al andrógino arlequín. Y por otra parte, el exquisito suplicio que ahora era obligado a experimentar colmaba su libido, haciendo que cada vello de su piel se erizara, que sus labios se separaran para exhalar los más profundos gemidos, y que, finalmente, la sangre se agolpara en su miembro hasta dejarlo absolutamente rígido.

No bien observó el órgano empinarse, la muñeca desabrochó el velcro de su braga, retirándola al instante, carcajeándose socarronamente mientras se acomodaba sobre la pelvis de su amigo. –¡Disfruta tu última sesión de dolor, porque aunque tu degeneración te empuje a gozar aún de mis más amargos desaires y menosprecios, yo te daré el verdadero castigo, cuando te prive para siempre de la capacidad de sentir!- Y tomando el cuello de Közi entre ambas manos, se sentó en su hombría, habiéndose ensalivado previamente la estrecha entrada.

-Mana… ¡Ahh!... ¡Detente!- rogó a como pudo el abrumado músico, mientras sucumbía a la exquisitez del recto ajeno, el cual presionaba por entero su órgano, obligando a sus de por sí henchidas venas a salirse más -¡Deja de hacerte daño, por todos los cielos!-

Pero la chica no lo escuchaba. Al advertir sus jadeos y súplicas comenzó a moverse de arriba hacia abajo, potenciando aquellos gemidos, y haciendo que ya le fuera imposible contener los propios. Sus pálidas mejillas se tornaron sonrosadas, y su respiración delató su estado. Aflojó el agarre que formaban sus manos alrededor del marmóreo cuello ajeno, para trasladarlas a los pectorales del bufón y usarlos como punto de apoyo.

Éste, que no podía disponer de las suyas a voluntad, luchó por mantener los ojos abiertos y buscar con ellos los de su princesa, atrapando la mirada inexpresiva para los demás; para él, llena de dolor y tristeza, de un vacío insondable.

-Mi amor… ¡Perdóname! ¡Ah!- articuló, entre gemidos –Perdóname, ¡pero no puedo dejar de amarte!- tensó la cadera al ritmo de su clamor, pugnando por levantarla al máximo, en repetidas estocadas, introduciéndose con fuerza en el cuerpo del chico. Sus entrañas calientes lo recibían y apresaban, constriñéndose cada vez más, haciendo de la exquisita sensación una inaguantable agonía, empeorada por el sonido que producía el choque de sus cuerpos, absolutamente animalesco e irracional.

El rostro de la lolita mutó abismalmente: su ceño delicado se encontraba completamente fruncido; sus ojos, cuando se abrían, se veían blancos, al faltarles la armonía de la pulcritud, pues se hallaban perdidos en el delirio del sexual gozo; y sus labios, separados y carnosos, producto de la excitación, enmarcaban la voluptuosa sinfonía de sus gritos. No tardaron aquellas uñas largas y afiladas en encontrar una nueva presa que se abría complaciente para ellas: oscura sangre manaba del pecho del segundo guitarrista.

Közi tiró de las esposas enganchadas con la fuerza de ambos brazos, sintiendo que ya le era imposible permanecer así por más tiempo, sin ser capaz de tocar y sostener a su adorado amante, pero la resistencia de aquel artilugio era tal, que solamente consiguió marcarse gravemente las muñecas. -¡Suéltame, Mana! ¡Aaahhh! ¡Te lo suplico!- clamó la vez postrera, pero el duro corazón de la princesa se negó a concederle aquel deseo, y por toda respuesta estrujó su piel entre los dedos, sin dejar de gemir y jadear. Apoyándose en el amarre, el arlequín elevó su pelvis lo más alto que el espasmo le permitió, no tardando en bañar el interior de la cavidad ajena con su tibia efusión.

Con la cabeza hacia atrás y la espalda arqueada, la muñeca recibió el espeso chorro, acompañando el grito ajeno con sus lúbricas voces. Aun manteniendo los brazos rígidos, se echó hacia adelante, haciendo que su cabello cayera sobre ambos, pegándosele a la frente sudorosa y asimismo, sobre el torso de su amante. Inesperadamente abrió los ojos y contempló el clímax de su obra.

-Eres un tonto… y lo peor, es que lo sabes- murmuró el que se encontraba debajo, aún con la agitación del fornicio, comenzando a gestar lágrimas en sus orbes –Muy bien conoces que no te amo por lo mal que me tratas, ni por el placer que dices que tus desdenes me producen, sino por ese corazón tierno y cálido que tanto te empeñas en esconder. Y más lástima me das y tanto más me hieres, sin que por ello disfrute, cuanto demuestras lo mucho que te abruma el sólo hecho de reconocer que tú también quieres y necesitas sacarlo a la luz. Que tú también clamas por unos brazos que te rodeen y te hagan sentir plenamente amado…- afirmó, mientras las gotas saladas escurrían de sus ojos –Mátame, si es lo que te aplaca, bajo el cargo de haber llegado hasta el fondo de tu alma y haberte robado estos preciados secretos, pero ten en cuenta que si lo haces, perderás a quien pudo darte lo que tan vehemente anhelaste, durante tanto tiempo.-

Y cerrando los ojos, volteó el rostro, dejando caer la cabeza a uno de los lados, y sus brazos ya no hicieron fuerza alguna. Todo estaba consumado; no tenía esperanzas de que su inmisericorde reina lo perdonara.   

Pero las suaves manos, que sabían ser tanto afilado hierro como delicado terciopelo, tomaron sus mejillas, y acercando él el rostro bañado en lágrimas al suyo, posó los labios de pétalos de rosa sobre su oído. –No, no voy a perderlo ahora, que sé que con certeza lo he encontrado.-

Infinitamente sorprendido, Közi abrió sus lindos orbes heterócromos, regresando la cabeza a su posición usual.

-¿Estás… hablando en serio?- lo interrogó emocionado, anhelante. La preciosa rubia asintió con un movimiento, que hizo que sus bien formados bucles ondearan con elegancia. La sonrisa más pura se dibujó en sus labios, y los ojos, eternamente inexpresivos, transmitieron el cálido afecto que en el corazón experimentaba.

-Claro que sí, mi cielo. ¿Cuándo, una vez que articulé algo después de tanto pensarlo, he dicho palabras falaces? Ya no hay razón para que siga empecinándome en esconder… que yo también te amo.-

El hálito de vida regresó a los miembros del mimo, insuflado por el último beso; el más tierno de todos. Luego de separarse, sus ojos suplicaron una última vez, acompañados de una bonita sonrisa. Las esposas chocaron nuevamente con la manija metálica.

-¡Oh, sí! ¡Es cierto!- se apenó la muñeca, soltándolo por fin con diligencia. Abrió ambos grillos, liberándole sendos brazos, acariciando las marcas amoratadas que en su desesperación su propia fuerza le había producido. Miró los cruentos cardenales, envolviendo una de las manos ajenas entre las suyas, llevándosela a los labios para besarla, luego de rozar contra ella su mejilla.

-Estoy tan arrepentido… ¿Crees que podrás perdonarme?- susurró de forma cariñosa y queda. El arlequín contestó con una mirada cómplice, para segundos después dejar salir su característica risita nerviosa. Ella comprendió, riendo también a su vez.

-Ven aquí, hermoso. Aún no hemos acabado- dijo el bufón, abrazando a su amante, incorporándose lo necesario para quedar sentado contra el tocador, con Mana entre sus piernas y brazos. Desplazó una de las manos a la zona íntima de la rubia, descubriendo su hombría aún enhiesta. La chica se sonrojó violentamente, desviando el rostro.

-¿Lo ves? Eso es justamente lo que falta por arreglar… Es tu turno- y bajando un poco más, alcanzó la suave entrada, en medio de la cual metió un dedo. El de rostro de porcelana suspiró.

-Ya yo te he marcado, ¿no piensas que debes hacer lo mismo?- musitó, levantando la extremidad, colocando el índice entre sus labios. El femenino músico, sin poder evitar que el rubor se intensificara, abrió la primorosa boquita, y su lengua tímida asomó, lamiendo el manjar que se le ofrecía. Su virilidad saltó instintivamente. Complacido, Közi retrajo la mano, ubicándola de nueva cuenta en el órgano ajeno. –Mi muñeca preciosa…-

La ardiente fricción se fue intensificando; cada vez más veloz, cada vez más apretada. No tomó mucho tiempo para que la lolita se sintiera llegar al límite, liberándose extáticamente tras un fuerte gemido. El segundo guitarrista ahuecó la mano, colocándola después sobre el miembro ajeno para recibir toda su esencia. El cálido fluido se prendió de su piel, y una vez que el orgasmo hubo acabado, el instigador volteó los dedos. Acercándolos ahora a su faz, recogió el semen de una sola lamida, compartiendo la ofrenda con su dueña al enlazar las lenguas, sellando así el pacto que de igual manera uniría sus vidas. 

 


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