-No quiero apresurar esto pero…- estaba incómodo.
Estaban en casa de Inglaterra, sentados en la sala a la hora de la merienda, tomando un té del que Arthur se sentía verdaderamente orgulloso.
-¿Pero?- se llevaba la taza a los labios y luego se le quedaba viendo al japonés atónitamente como su fuese una pieza de museo.
-Pero…- Oh vamos, Kiku no se atrevía a decirle a la cara que estaba completamente incómodo y que por favor dejara de hacer esas cosas, ¿O sí?- Inglaterra san…- tomó un poco de su té y sintió esos ojos verdes clavados en él- ¿Sería mucho pedir que dejara de mirarme?
Arthur sintió como si una bofetada hiciera contacto con su rostro e hiriera gravemente su ego.
-¡¿Eh?! ¡No te estaba viendo!- si, comenzó a alterarse- ¡No te creas tan especial Japón! ¡No es que me interés ni nada por el estilo!- y comenzó a reír.
-Inglaterra san… que miedo…
El salón inglés resultaba un poco más frío de lo que el japonés se esperaba, las cosas tan elegantes sólo hacían que todo pareciera un gran museo, y la risa desesperada de Inglaterra sólo lograba confundir a la nación nipona al límite del miedo. ¿Era este el país con el que iba a hacer una alianza? ¿Era este uno de los países más poderosos de toda Europa?
Conforme pasaba el tiempo en ese pequeño salón, Kiku temía darse cuenta de que China tenía razón después de todo.
“Está loco aru” Las palabras de China rondaban en su cabeza.
Pero no podía evitar un suceso así, debía afrontar las cosas con su gran orgullo japonés y hacerse cargo de que su población estuviera lo mejor posible.
-¿Te gustaría comer?- la voz de Inglaterra por arriba de todo lo demás.
Kiku lo miró sin estar muy seguro de lo que iba a responder, puesto que había escuchado que la comida del inglés era bastante mala, y su estómago nipón no podía soportar cualquier porquería.
-Está bien- suspiró con tristeza, no quería ser grosero, no quería causar una mala impresión.
-¡Bien!- Arthur se puso de pie y salió de la habitación a toda prisa.
No podía estar un segundo más encerrado en el salón inglés con ese país, no es que le tuviera miedo, pero algo dentro de su cuerpo temblaba, como si el puente de Londres se fuera a caer en cualquier instante. ¡¿Cómo era posible que una sola sonrisa pudiera derrumbar las joyas de la corona?!
Tragó saliva y sin pensar en lo maleducado que había sido, caminó con rapidez hasta la cocina, donde encontraría la comida que de seguro el japonés odiaría… pero no tenía más que ofrecerle, no podía llenarlo simplemente de té y galletitas.
-¡Ah, de seguro va a odiarme!- se llevó las manos a la cabeza- ¿Eh? Pero no puedo hacer eso- miró directamente hacia un punto frente a él- ¡¿Cómo pueden decir eso!? ¿Eh?- entonces se ruborizó de pies a cabeza- ¡No me gusta Japón! No…- lo pensó por un momento y desvió la mirada- se que tiene un encanto que jamás había visto, comparado con el estúpido de América… pero ¡No! No tienen por qué aseverar algo que no es verdad.
Se acomodó la corbata y buscó la comida que estaba buscando.
-Ya no molesten- entonces miró a un lado suyo y su cara se enterneció- ¿Tú también?- suspiró- Japón es sólo el país con el que podré complicarle las cosas a Francia y… y pues, así son las cosas y ya.
Comenzó a servir los platos.
-¡Todos fuera de la cocina!
Y en un segundo bajó la mirada un poco desalentado. Quería mostrarle a Japón su mejor cara y lo único que tenía era… no mucho, estaba orgulloso de su hermosa arquitectura pero sentía que se derrumbaría en cualquier instante. ¿Qué era lo que debía hacer?
Cerró los ojos por un instante y se sintió temblar… “Maldito América” pensó en ese momento, porque claro, a alguien tenía que echarle la culpa de su inseguridad.
***
Por su parte Kiku se maravillaba relajadamente ahora que Arthur no lo estaba mirando. El salón en el que se encontraba era exquisitamente elegante para su gusto, tenía todas esas cosas colgadas adornando las paredes y la madera predominaba dando un cálido efecto a la construcción.
Se puso de pie para acercarse un poco más a las paredes y ver con más claridad, era todo bastante hermoso. Delicado pero daba una apariencia fuerte, como si todo estuviera hecho de palillos y se fuera a derrumbar en cualquier instante.
Sonrió y se asomó por uno de los grandes ventanales y pudo apreciar la ciudad, y lo que llamó su atención más que nada fue el gran puente de Londres, si, el lugar donde guardaban las joyas de la corona. Pensó que después de todo tenían algunas cosas en común y eso le alegro, las tradiciones era algo a lo que ellos dos se apegaban, su nacionalismo los mantenía en pie a pesar de ser dos islas alejadas de todos los demás países.
-El puente…- sus ojos se abrieron de par en par cuando logró ver que la estructura comenzaba a temblar, ¿eran sus ojos? ¿Un terremoto? No, todo estaba en su lugar.
-…de Londres- Arthur terminó la frase, entrando a la habitación con una bandeja llena de diversas cosas y un plato que parecía nada agradable.
-Arthur san- lo miró extrañado- ¿Por qué tiembla?
Inglaterra dejó la bandeja en la mesa y sonrió tímidamente con todo el valor que pudo sacar de su alma para hablar sin ninguna interrupción.
-Porque…- estaba consciente que ninguna de las respuestas que diera sería la correcta o lo suficientemente coherente para que Japón la aceptara- cuz’ eveytime you come around my London bridge wanna go down… I can’t help it.
Japón de quedó atónito.
-¿Me lo puede traducir?- sonrió amablemente.