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Ojos de cielo por Xkanleox Ixquic

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Notas del fanfic:

Hola gente. Erhm, de nuevo un One-shot como disculpa por mi tardanza en las otras historias. Es shönen ai, plagado de inocencia infantil.

He estado como loca este semestre, y todos los días son de dormir tarde por hacer tarea o estudiar para mis exámenes. Oh, sin contar con que ya tengo psiquiatra (depresión, no otra cosa).

Notas del capitulo:

Ah, claro. Algo importante: Katy anda buscando un beta, ya que no suele revisar sus trabajos y a veces escribe aberraciones chiquitas dentro de su historia. ¿Alguien se apunta?

Disfruten.

OJOS DE CIELO


Pasó las manos por el cacao en polvo para recolectarlo, y lo esparció de nuevo sobre la mesa. Con sus deditos comenzó a dibujar en él, cuidando que su respiración no fuera tan fuerte para que no volara, empujando trazos de curvas bien hechas por la madera con las yemas. Se detuvo y se asomó para ver si no venía ella y, después de ver su acto reciente, picado por el sentimiento de culpa inocente, dejó la harina esparcida como antes. Se sacudió las manos y después en su ropa. Sonrió, satisfecho de su inteligencia, creyendo su travesura tan limpia como la del crimen del mejor ladrón.


— ¿Ya terminaste de hacer desastres en mi cocina?— El susto fue violento, pero apenas hizo un aspaviento. Miró a la mujer frente a él; llenita, de mejillas sonrosadas y regordetas, y con manchas de harina esparcidas en su rostro benevolente y su ropa. El temor de Uryü se vio enseguida reflejado en su rostro pálido, y hasta que no estuvo satisfecha de la reprimenda que el solo miedo causó en el niño, sonrió con dulzura.


Acarició los negros cabellos llenándolos de harina y, por un momento, pensó en cómo sería Uryü si tuviera el cabello como los demás niños y la demás gente del reino. Seguramente perdería su encanto: su pequeña angustia y aislamiento de la sociedad que lo hacían tener esa serenidad y capacidad de observación tan poco común, todo en ello loable para tratarse de un niño.


—Disculpa, Shagako-san. Yo sólo estaba… — ella negó con la cabeza con los ojos y la boca semiabiertos, y puso su índice sobre los labios delgados.


—Anda, ven a ayudarme con las trufas de cacahuate —. El muchacho asintió y se quedó quietecito para dejar que la muchacha le pusiera un mandil. Mientras hacía las bolitas, callaba que se estaba quemando los dedos. Shagako lo miró con ternura de nuevo, pero sin dejar de cuidar los trocitos de almendra sobre la sartén caliente. No le diría que dejara de hacer eso, Uryü era un niño lo suficientemente sensible para interpretar eso como un rechazo por su edad.


—Dime, ¿cómo vas con tu amigo del sótano? — Uryü paró de hacer lo que estaba haciendo y la miró, ensombrecido. Ella puso cara de desentendida y el niño bajó de nuevo la mirada a la trufa a medio hacer entre sus dedos. Sonrió y ella casi habría podido jurar que con un leve sonrojo.


—Bien. Hoy me enseñó a jugar ajedrez, Shagako-san. ¿Sabes lo que es eso? ¡Es increíble! Y él no es tan listo: después de jugar algunas veces para practicar, le ganaba con facilidad —. Ahora el pequeño Uryü había dejado que la masa que manejaba antes enfriar sobre la mesa, y agitaba los brazos excitado y alegre. Había sido buena idea entonces sacar el tema del amigo misterioso que tenía ahora que su padre recientemente le había hecho un fuerte desdén.


— ¿Ah, sí? ¿Y ya se atrevió a decirte su nombre? ¿Ya te contó más sobre él? — El niño negó con la cabeza y suspiró.


—Le conté sobre mí y me dijo que era como yo, sólo que él no sabía dónde se encontraba su familia. ¿Puedes creerlo? — Shagako levantó una ceja y dejó la expresión de su boca indefinida.


—Ya veo. ¿Y ya se atrevió a ponerse a la luz para que lo veas?


—Tampoco. Dice que nadie debe verlo. Conozco su rostro a sombras, pero ninguna facción bien definida puede venirme a la cabeza cuando trato de evocarlo. Le dije que viniera al palacio conmigo, pero se negó muy alarmado. Me contó que le dicen quienes lo cuidan que el hecho de que esté con vida de por sí es un milagro, y nadie debe saber de su existencia, o enseguida lo apuñalarían. Le pregunté que qué significaba eso y me dijo que no sabía, pero seguramente era muy malo. Shagako-san, ¿tú sabes qué es apuñalar?


La joven se quedó helada, pero sacudió la cabeza y de nuevo se hizo la desentendida.


— ¿Apuñalar? ¡Vaya que no! ¿Qué significará eso? — Uryü se quedó pensando, y Shagako angustiada. ¿Habría fingido bien? El niño no era ningún tonto, y seguramente debía ser odioso para él que lo trataran como a cualquier otro. Cuando rodó los ojos y levantó los hombros, supo que se le pasaría y no intentaría buscar el significado por él mismo en otra parte. Eso la tranquilizó. Uryü cambió de tema.  


—Oye, ¿es posible no ver la luz aunque ésta esté enfrente de uno? — Shagako abrió los ojos. Ese niño del sótano, como Uryü lo llamaba, comenzaba a ser un ente extraño cuya amistad podría llegar a considerarse peligrosa o digna de vigilarse. No habían pasado más de cinco visitas (clandestinas de Ryüken-sama, por supuesto) y Uryü ya había aprendido a reflexionar sobre la muerte, la autoridad de las personas que la tienen, y la moral de su sociedad. Un niño normalmente se limita a pensar en otras cosas. Y no era que fuese malo que lo pensara, sólo temía por que el chico no fuera a desilusionarse demasiado y tomara otro rumbo que no fuera el correcto. Era como poner a cargar una carreta pesada a un joven potro. Eso, no había crecido ni madurado lo suficiente para asimilar todo lo que comenzaba a ver a su alrededor.


—Uno tendría que ser ciego para no verla, mi niño —. Al ver el cambio en la expresión del chiquillo, Shagako llevó su mano a su boca, temiendo haber dicho algo malo sin querer. ¿El niño del sótano era ciego de verdad, acaso?


— ¿Entonces él…? — Shagako enseguida negó con la cabeza, retiró las almendras del fuego y fue a acariciar el rostro de Uryü.


—No, no, no. No significa que él lo sea, corazón. Esperemos que no, ¿ne? — Él asintió repetidas veces, y se abrazó a las piernas de ella.


—Me pregunto de qué color serán sus ojos. ¿Serían tan inusuales como los míos aquí? Apenas conozco su silueta, y ya lo presumo mi amigo. ¿Está mal eso? Nunca le he visto el color de la piel, del cabello, ni he visto su sonrisa. Me siento muy a gusto con él, y siento que él conmigo, pero jamás puedo verlo expresado en su rostro, porque ni siquiera puedo verlo bien.


—Para nada está mal. Lo bello de un amigo no está en su semejanza de color ni raza a los nuestros; está en la semejanza y conexión que se crea con nosotros. Y eso ha de estar aquí — tocó el pecho del niño —, ahora apresúrate, que dejaste enfriar mucho esa masa y tal vez te cueste más trabajo hacer bolitas con ella.


— ¿Puedo guardar una porción para él?


—Claro, ¿por qué no? Pero para eso habrás de acabarlas pronto, o la masa se estropeará.


— ¡Además mi abuelito no tarda en partir a la ciudad! ¡Tengo que terminarlas ya!


 


Söken cargó a Uryü y lo puso sobre el lomo del hiryü, después montó él lugar detrás del niño. En un morralito azul con grecas bordadas en hilo de plata llevaba el bentö y las trufas. Su abuelo le permitía ir con él a la ciudad únicamente porque sabía lo ruin que era su hijo con el pequeño, y esas horas eran las que Ryuken tenía libres para andar por el palacio.


—Esta vez regresaremos hasta mañana al mediodía. Ya ordené que pusieran lo necesario, y nos quedaremos en casa de Ukitake-dono —, Uryü sonrió al saber que sería la casa donde estaba su amigo escondido — así que sé cortés si te ofrece algún dulce. A él le agradan mucho los niños.


Y bajaron en el hiryü más hermoso y altivo que podía haber en el reino. A Uryü le encantaba volar sobre la ciudad, no habría cambiado por nada los viajes que disfrutaba con su abuelo y las pláticas tan amenas que tenían en el tiempo de vuelo. Esa vez, se le ocurrió preguntarle sobre Ukitake.


—Abuelito, ¿por qué Ukitake nunca está en su casa?


—Bueno, actualmente está muy ocupado en viajes desde hace tres años, así que dejó a cargo de todo a su hermana en lo que arreglaba sus asuntos.


Desde que se fue él, no tengo derecho a merodear por la casa como antes. Ya no me dan postre ni dulces, y mi habitación fue cambiada a este sótano. Tengo libros, pero apenas puedo leerlos con la poca luz que se cuela por la ventana por la que caíste. No hay velas aquí porque, si vieran luz en el sótano todos los días, sería bastante extraño para los vecinos. Es más grande, pero me siento más solo, menos cuando tú vienes. ¿Qué te apetece jugar?


Ahora todo coincidía. Sintió tristeza por su amigo sin nombre y sin libertad. ¿Valdría la pena vivir así si no se podía ser feliz? Su abuelo no notó su cambio de humor, cosa que agradeció en demasía. En cuanto llegaron, se apresuró a desaparecerse de donde estaban los adultos, y fue a visitarlo a él.


Entró con sigilo, verificando que nadie lo viera.


— ¡Ishida! — el aludido sonrió y se sacó el morral para dárselo al otro.


—Hice con mi nana estas trufas. Espero que te gusten.


Hubo un silencio inesperado, de sorpresa también. Pronto, Uryü escuchó un suspiro entrecortado. Se quedó inmóvil esperando a que su amigo hiciera un movimiento. Verlo inmerso en su oscuridad era algo que le admiraba, ya que él mismo pensaba que se volvería loco de estar tan sólo una semana así. Sí, debía ser muy fuerte, alguien en quién apoyarse.


La silueta grisácea-amarillenta se movió y se aproximó a él y al haz de luz de la calle que lo bañaba. Aún tenía la mano extendida ofreciendo el bentö, pero, lejos de tomarlo y alejarse, lo dejó en su mano y enseguida fue abrazado.


Uryü trató de maquinar lentamente y con detalle lo que acababa de ver, lo que estaba viendo y lo que estaba sintiendo. ¿Su cabello era de ese color o era la tonalidad que provocaba el color de las vidrieras de la ventana?


Cuando terminó el abrazo, el niño tomó el bentö y lo desenvolvió con emoción, sin prestar atención a que ya se había mostrado y a la sorpresa del pelinegro.


— ¿A… amigo? — el otro volvió su mirada hacia Uryü, gozoso y con la boca llena.


— ¿Sí?


— ¿Por qué te has mostrado? — El otro tragó y lamió su labio superior. Adquirió un aspecto sombrío y triste.


—Tal vez me vaya de este reino. Consideran que pueden sacarme de aquí para regresarme al mío sin tanto riesgo como antes.


Esa confesión lo dejó de piedra. Ambos se miraron a los ojos con desconsuelo.


—No te vayas.


—No quiero hacerlo. Van a obligarme, como lo han venido haciendo siempre.


El pequeño príncipe bajó la mirada lentamente, y se arrodilló para llorar. Su llanto era silencioso, pero profundo. Entonces el otro se le acercó y lo abrazó.


—Tranquilo, tú también has sido mi mejor y único amigo.


— ¿Y cómo sabías tú que iba a decir eso, idiota? — preguntó entre sollozos.


—Simplemente lo sé.


Ambos se abrazaron con furor, Uryü balbuceando quejas incomprensibles y el otro acariciando su cabello. De repente, dejó de abrazarlo.


— ¡Ya sé que podrá tranquilizarte! Es algo que se siente muy agradable. — Uryü lo miró, confundido, pero esta confusión se acrecentó cuando sintió un beso en sus comisuras. Respiró agitadamente, eso era algo que veía que hacían algunas criadas con otros a escondidas. Sabía que era un beso, la misma Shagako lo había besado infinidad de veces en la frente o en la mejilla. Pero jamás tan cerca de la boca.


—Esto…


— ¿No te gustó? —preguntó, después de un aspaviento. Uryü negó con la cabeza y volvió a besarlo, esta vez procurando que sus labios se encontraran por completo.


Así estuvieron un rato, entre besos inocentes de cariño que no habían tomado por alguien más. Hasta que llegó casi la hora de la cena. Uryü tenía que aparecerse, o comenzarían a buscarlo y ahí vendría el problema. Se preparó para salir y, de boca que jamás volvieran a tocar otros labios, juró:


—Volveremos a vernos. —Y trepó a la ventana para salir.


— ¡Mi nombre es Ichigo! — Dijo al fin, pero no sabía si Uryü lo había escuchado. Daba igual, no creía probable volver a verlo nunca más. Exhaló su cansancio y desilusión, tomó el morral y se recostó en su cama.

Notas finales:

¿Y bien? Sí, es One-shot, porque si lo hiciera más largo, evidentemente terminaría en una porquería que además ni terminaría.

Bueno, gente, gracias por leer.


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